
- Clasificación: Asesina
- Características: Triángulo amoroso
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 3 de octubre de 1922
- Fecha de detención: 4 de octubre de 1922
- Fecha de nacimiento: 25 de diciembre de 1893
- Perfil de la víctima: Percy Thompson, de 32 años (su marido)
- Método del crimen: Puñaladas con un cuchillo
- Lugar: Londres, Inglaterra, Gran Bretaña
- Estado: Fue ejecutada en la horca el 9 de enero de 1923
Índice
- 1 Freddy Bywaters y Edith Thompson
- 1.0.0.1 PASIÓN EN ILFORD – Thompson muere apuñalado
- 1.0.0.2 La víctima
- 1.0.0.3 ¿Por qué la colgaron?
- 1.0.0.4 Posturas ante el adulterio
- 1.0.0.5 Las cartas de Edith
- 1.0.0.6 PRIMEROS PASOS – Matrimonio y pasión
- 1.0.0.7 Freddy Bywaters
- 1.0.0.8 MENTE ASESINA – Víctimas de una obsesión
- 1.0.0.9 Los celos
- 1.0.0.10 Conclusiones
Freddy Bywaters y Edith Thompson
Última actualización: 10 de abril de 2015
PASIÓN EN ILFORD – Thompson muere apuñalado
En los años 20, el serio y formal barrio londinense de Ilford fue el escenario de un apasionado adulterio que condujo al asesinato. Para los amantes, Freddy Bywaters y Edith Thompson, supuso la horca.
Poco después de la media noche del 3 de octubre de 1922, a lo largo de Belgrave Road, la calle que une la estación con las elegantes casas de Ilford, se oían los pasos de dos personas caminando en la gélida oscuridad. Una pareja volvía a su casa atravesando Kesington Gardens. Acababan de bajar del tren de las 11’30 que volvía de Liverpool Street, tras disfrutar de una amena velada en el teatro Criterion de Picadilly.
De repente, surgió una figura de entre las sombras frente al número 59 de Endsleigh Gardens. Empujó a la mujer tan bruscamente que ésta cayó, golpeándose en la cabeza. Durante el crucial minuto que permaneció en el suelo completamente aturdida, el asaltante agredió a su marido gritando: «¡Sinvergüenza!, ¿por qué no te divorcias de tu mujer?».
El hombre respondió: «Es mía y siempre lo será. Si interfieres, te pegaré un tiro».
Era un enfrentamiento desigual. El asaltante era joven y musculoso; su víctima, diez años mayor que él. Además, el asaltante tenía en su poder un cuchillo de doble filo de 15 cm que utilizó para causar a la víctima heridas en la cara y en el cuello y que dejó clavado en su garganta.
Por fin, la mujer se recobró y corrió a ayudar a su marido. Sus aterradores gritos de «¡Oh, no!, ¡Oh, no!» fueron lo suficientemente fuertes como para despertar a John Webler que se encontraba a dos manzanas de allí.
Cuando se agachó junto a su marido la sangre corría por todas partes. Horrorizada, miró sus propias manos manchadas mientras oía los pasos de alguien que corría. Se volvió y pudo ver al atacante huyendo por Belgrave Road.
Se puso totalmente histérica. Un transeúnte asustado llamó a la policía y al médico de la zona, pero, para entonces, ya era demasiado tarde. La víctima, Percy Thompson, yacía muerto en la calle.
Asombrosamente, cuando el médico examinó al sujeto, no se dio ni cuenta de que las heridas habían sido producidas por un cuchillo y diagnosticó una simple, pero escandalosa, hemorragia. La mujer se sirvió de este hecho para contar a la policía recién llegada que iba caminando junto a su marido cuando, de repente, «cayó al suelo» sangrando por la boca.
Estaba notablemente turbada. Por su cabeza desfilaba, una y otra vez, la imagen del hombre que había visto huyendo. Reconoció el sombrero gris y el abrigo oscuro. Edith Thompson acababa de ver cómo su amante, Freddy Bywaters, asesinaba a su marido.
Poco tiempo después se descubría que su versión de los hechos era falsa. La autopsia reveló que su acompañante había muerto apuñalado. Este error fue motivo más que suficiente para que la detuvieran y la enviaran a la comisaría de Ilford. Mientras tanto, la policía localizó y detuvo a Bywaters sin ninguna dificultad ya que estaba convencido de que podría huir en su barco, el SS Morea, antes de que sospecharan de él.
Cuando Edith le vio en la comisaría estuvo a punto de desmayarse. Lo único que fue capaz de decir fue: «Dios mío, Dios mío, ¿qué puedo hacer? ¿Por qué lo hizo? Yo no quería que lo hiciera. Debo decir la verdad.»
Así fue; poco después confesaba a la policía que Bywaters había matado a su marido. Estaba convencida de ser un testigo presencial de los hechos, pero ignoraba por completo que podían acusarla de conspiración de asesinato.
La prueba condenatoria definitiva fueron las cartas que la joven había escrito a su amante. Todas estaban dirigidas a «mi amor», y no eran más que una fantástica mezcla de novela rosa y sentimentalismo barato, pero algunas de ellas iban acompañadas de recortes de periódicos en los que se hablaba de asesinatos caseros. En estas cartas, Edith se llama a sí misma Peidi y planteaba la posibilidad de matar a su marido envenenándole o añadiendo pequeños fragmentos de cristales rotos a la comida.
Ella era una mujer tremendamente imaginativa. Transformó una vulgar aventura, iniciada para animar su monótona vida matrimonial, en una pasión sin límites. Le encantaba la deliciosa mezcla de fantasía y realidad que ofrecían sus cartas.
El juicio comenzó el 6 de diciembre de 1922 en el juzgado n.º 1 de Old Bailey. Fue tan popular entre la prensa y el público que los asientos se pagaban a 5 libras por sesión. El honorable juez Shearman, hostil desde el principio, presidía la sala. El jurado estaba constituido por 11 hombres y una mujer. Los cargos eran asesinato y conspiración de asesinato.
Desde el principio parecía no haber ninguna esperanza. El juez no accedió a que se celebraran juicios separados. Además, admitió como prueba el montón de cartas que Edith envió a Freddy. Pero lo peor fue la insistencia de la acusada en testificar. Alternando coquetería con histeria, y diciendo pequeñas mentiras, se convirtió en una testigo condenada. Por si esto fuera poco, las cartas también demostraban que se había provocado un aborto.
Durante su recapitulación, el juez Shearman dijo al jurado: «Estas dos personas acordaron asesinar a este hombre, Thompson, y fue Bywaters quien llevó a cabo el crimen».
Cuando el jurado se retiró a deliberar, el 11 de diciembre, tardó solamente dos horas en decidirse. El veredicto fue: «Culpable»; ambos debían morir en la horca. Al oír estas palabras Edith comenzó a gritar: «No soy culpable, Dios mío, no soy culpable».
En realidad, fue colgada por adulterio e imprudencia. Jamás pudo probarse la acusación de conspiración. Freddy Bywaters, tenía además demasiada personalidad como para dejarse llevar por las fantasías de una mujer. Es, incluso, dudoso que tuviera intención de asesinar a Percy Thompson, pero era joven e impulsivo y quizá se dejó llevar por la tensión de la situación.
El 9 de enero de 1923, los amantes morían a la misma hora, las 9 de la mañana, en diferentes lugares. En Pentonville, Bywaters se enfrentaba a la muerte como dijo que lo haría: «como un caballero». No lejos de allí, en Holloway, al norte de Londres, la desconcertada e imprudente Edith tuvo que ser conducida hasta el patíbulo.
La víctima
Cuando estuvo en el ejército, Percy Thompson fumó 50 cigarrillos diarios durante todo un mes para conseguir que le licenciaran por invalidez debido a una supuesta debilidad cardíaca. Estos síntomas iban a hacerse realidad un tiempo después, cuando, postrado en un sofá sufrió un ataque al corazón en el momento en que su mujer volvía de una cita con Bywaters. Edith reaccionó riéndose de él.
¿Cómo pudo una mujer con tanta vitalidad e imaginación como Edith casarse con alguien tan impasible, melancólico y violento como Percy Thompson? Puede que él se beneficiara del hecho de que muchos jóvenes de su generación murieran en la guerra. Lo que no puede negarse es que era un hombre de fiar que realmente la amaba.
¿Por qué la colgaron?
Edith Thompson fue declarada culpable de los cargos de asesinato, envenenamiento frustrado e intento de hacer ingerir fragmentos de un vaso roto. En realidad, apenas había fundamento para estas acusaciones.
Ella negó todo excepto el hecho de estar presente en la escena del crimen. La acusación debía probar su culpabilidad, pero fueron la hipocresía, la vanidad y la falsa respetabilidad las verdaderas responsables de su muerte.
La vanidad le empujó a insistir para testificar en contra de los consejos de su propio abogado. Su intención en explicar la naturaleza sentimental de sus cartas a una sala totalmente hostil, adjudicarse el papel de heroína de su propia tragedia; el miedo a perder su respetabilidad impidió que aclarara el hecho de que muchas de las hierbas y venenos mencionados sólo fueron utilizados para provocar dos abortos.
Pero la hipocresía fue la gota que colmó el vaso; para la sala, Edith Thompson era, ante todo, una adúltera confesa. La acusación mantuvo con éxito que si ella pudo quebrantar un mandamiento, era automáticamente culpable de quebrantar cualquier otro.
Su abogado resumió perfectamente la situación: «La han colgado por su inmoralidad».
Posturas ante el adulterio
«No deberían olvidar que están juzgando un caso vulgar». Estas fueron las palabras con las que el juez Shearman comenzó su recapitulación. No cabe la menor duda de que consideraba el adulterio como un asunto tan merecedor de la horca como el propio asesinato. En el suburbio de Ilford, en plenos años 20, el divorcio estaba muy mal visto. En cambio, los frágiles matrimonios de la alta sociedad de la inquieta década de la postguerra estaban abocados a acabar en separación.
Las mujeres de considerable posición social no eran ejecutadas por sus aventuras extramatrimoniales, pero, desgraciadamente, Edith Thompson no era una de ellas. Si ella y su amante hubieran formado parte de la aristocracia, sólo habrían tenido que enfrentarse a una demanda de divorcio.
Las cartas de Edith
La acusación de intento de asesinato estuvo basada en las referencias que aparecían en las cartas de Edith Thompson acerca de envenenar a su marido o hacerle ingerir pequeños fragmentos de cristal. Sin embargo, la autopsia de Spilsbury y Webster debería haber refutado este cargo ya que demostraron sobradamente que no había el menos rastro (o fragmento) que probara que Thompson había sido víctima de un intento de envenenamiento.
Pero la acusación sacó las cartas de contexto y las utilizó implacablemente para presentar a la acusada como una mujer malvada y manipuladora, capaz de corromper el corazón y el alma del joven e impresionable Bywaters. Travers Humphreys, el cerebro legal más famoso y perspicaz de todo el país, leyó cuidadosamente extractos previamente escogidos de las citadas cartas. El juez Shearman los ridiculizó por parecerle exageradamente efusivos, pero aún en el caso de que lo fueran, hoy en día parece evidente que no eran sino pura fantasía, una ficción eróticamente estimulante a la que Edith se aferraba.
Nadie parecía recordar que aquellas cartas eran sólo una parte de la correspondencia mantenida entre dos personas. Cuando su madre le preguntó por qué había escrito aquellas atrocidades, Edith respondió: «Nadie sabe cómo eran las cartas que él me escribió a mí». Verdaderamente, nadie lo sabrá nunca porque la joven destruyó todas las cartas de Bywaters excepto tres. Si él hubiera hecho lo mismo, nunca la habrían colgado.
Cuando los archivos de Scotland Yard se abrieron al público en 1986 sólo existían transcripciones de las cartas, por lo tanto, ningún grafólogo podrá jamás analizarlas ni aportar algún dato relevante con respecto a la personalidad de Edith.
PRIMEROS PASOS – Matrimonio y pasión
A finales del siglo pasado, en un barrio de East London, crecieron tres niños. Dos de ellos se casaron y llevaron una vida sencilla hasta que el tercero, un joven marinero, irrumpió en sus vidas.
Edith Graydon nació el día de Navidad de 1893. Fue la mayor de los cinco hijos de una familia acomodada que vivía en Dalston, East London (por aquel entonces era un respetable barrio victoriano). En 1898 se trasladaron a Manor Park, en East Han, una zona espaciosa y tranquila en la que los colegios se adaptaban a las necesidades de la creciente familia Graydon. Edith fue una niña feliz y con mucho talento, excelente en ballet, interpretación y aritmética.
Cuando terminó el colegio no tuvo ninguna dificultad en encontrar trabajo como contable. En 1911, trabajó en Cracknell & Prior, una empresa de confección e importación de prendas de vestir. Su estilo e inteligencia le permitieron ascender rápidamente. Al poco tiempo ya era jefa de compras y viajaba regularmente a París.
Mientras tanto, en otra parte de Manor Park, crecía Percy Thompson, un joven serio que maduró antes de tiempo a causa de la muerte de su padre. A los 13 años era el cabeza de familia y trabajaba como empleado en la compañía O. J. Parker, en Eastcheap. Probablemente conoció a Edith en el elegante ferrocarril que llevaba pasajeros a la ciudad.
La pareja se casó en enero de 1916, tras seis años de noviazgo. Poco después pudieron comprar su propia casa en Ilford, una zona que estaba muy de moda, concretamente en el número 41 de Kesington Gardens. Él tenía un buen trabajo y ella ascendía con frecuencia; eran, en definitiva, el típico matrimonio acomodado.
Freddy Bywaters entró en sus vidas en 1920. En realidad, Edith le conocía desde que tenían 10 y 18 años respectivamente, cuando él era compañero del colegio de sus hermanos pequeños.
Bywaters se mudó a Norwood, al sur de Londres, y poco después se enroló en la marina mercante. Fue una casualidad que volviera a Manor Park para hacer una visita a sus antiguos compañeros de colegio, como también fue casual su encuentro con Edith. Desde entonces, siempre estuvo perdidamente enamorado de ella.
A los 17 años era un joven muy atractivo, seguro de sí mismo, sensato y muy popular entre sus amigos. Tenía, además, una personalidad muy definida, un magnetismo natural que atraía a las mujeres. Por el contrario, Percy Thompson era un hombre sencillo y bastante soso.
El joven impresionó a los Thompson y éstos le invitaron a pasar las vacaciones de 1921 en la isla de Wight. Allí, Freddy y Edith se confesaron la mutua atracción que sentía. Cuando volvieron de la isla, Percy le invitó a quedarse en su casa hasta que volviera a embarcar.
La pareja no tuvo mucho éxito al ocultar su pasión. En agosto, tuvieron su primera escena: el Sr. Thompson abofeteó a su mujer y el joven intervino para detenerle, sugiriéndole incluso que se divorciara. Tras este incidente se fue de su casa, pero los amantes encontraron muchas oportunidades para estar juntos. Durante los dos años que duró su relación, mantuvieron una apasionada correspondencia que resultaría fatal para ambos.
Freddy Bywaters
Era un chico amable y valeroso. Fue muy aplicado en el colegio, donde se convirtió en un deportista excelente. Durante esta época era conocido por defender siempre a las más pequeños de los matones.
Era un sencillo y espontáneo hombre de acción. Cuando tenía 17 años, se lanzó a una expedición en dirigible para rescatar a su hermana. A los veinte años ya había dado la vuelta al mundo varias veces y parecía bastante más maduro que otros jóvenes de su edad.
Matar a Percy Thompson fue un ejemplo típico de su carácter impulsivo, aunque él mismo dijera que tan solo pretendía «ofrecerle la oportunidad de dar la cara como un hombre». No cabe la menor duda de que su intención era, en todo momento, rescatar a Edith del tormento de un matrimonio vacío y sin amor. Parece también evidente que si se hubiera parado a pensar las consecuencias de su acción no habría actuado como lo hizo. Pero, pararse a pensar no era, precisamente, la mejor cualidad de Freddy.
MENTE ASESINA – Víctimas de una obsesión
Aunque fueron tres asesinatos diferentes, tuvieron en común la misma obsesión e imperiosa necesidad de poner fin a una angustia insoportable.
La obsesión puede llegar a ser vergonzosa, indigna y humillante; convierte a sus víctimas en personas desesperadas, incapaces de comportarse racionalmente. Para una persona que ha llegado a este estado, la línea que separa el amor del odio es casi imperceptible; la única salida posible de esta confusión sin límites es la destrucción del objeto de su amor/odio. Lo único en que no se piensa en un momento como éste, es en las consecuencias.
Ruth Ellis estaba tan obsesionada con David Blakely que se descubrió a sí misma como una mujer capaz de sufrir furiosos e irracionales ataques de celos. Pero estos sentimientos comenzaron a salir a la luz a raíz de la conflictiva relación que mantuvo con su marido, George Ellis. Aunque era evidente que él prefería la bebida a las mujeres, ella le seguía por todo Southampton hecha una furia, convencida de que se veía con otra mujer. En una ocasión irrumpió violentamente en la clínica para alcohólicos en la que él recibía tratamiento acusándole de tener una aventura con su médico.
Este componente obsesivo volvió a surgir durante su relación con Blakely cuando manipulaba al servicial Desmond Cussen para que la llevara en su coche de un sitio a otro, recorriendo Buckinghamshire, para encontrar a su amante infiel. Pero no contaba con que su amante podía ser tan incontrolablemente celoso como ella. El tiempo que estuvieron juntos fue un infierno: discutían y se insultaban sin ninguna piedad.
Ruth estalló primero. Aunque había estado bebiendo y tomando píldoras por prescripción facultativa, sabía perfectamente lo que hacía cuando cogió la pistola. Deseaba matar a David.
En el caso de Jean Harris, puede que tuviera una educación superior, pero conocía peor que Ruth Ellis sus propias pasiones. Su obsesión era Herman Tarnower, el sencillo doctor al que ella vio como un hombre culto y de gusto exquisito. Es evidente que todo que él deseaba era ser un buen médico (de hecho lo era), ganar bastante dinero y tener aventuras con mujeres.
Ella, por su parte, no sólo no quería comprender las indirectas con que él anunciaba su ruptura, sino que se degradaba a sí misma una y otra vez con cartas primorosas, regalos no deseados y visitas inoportunas. Pero entró en crisis cuando se enteró de que no iba a ser la invitada personal de su compañero en el homenaje que le brindaba la Westchester Heart Association.
Siempre mantuvo que lo único que pretendía aquella fatídica noche era hablar con él antes de suicidarse. Sin embargo, aunque de modo inconsciente, seguramente deseaba acabar con el hombre que representaba la destrucción de su autoestima. (Es bastante significativo el hecho de que en ningún momento tuviera intención de agredir físicamente a la mujer que le había arrebatado su lugar). La exigente e intelectual Jean Harris había constituido un santuario para el «doctor dieta», quien no dudaría un momento en dejarla por “su estúpida recepcionista rubia”.
Sesenta años antes, en el tercero de los casos, Freddy Bywaters descubrió la naturaleza destructiva de una obsesión. Mantenía relaciones con Edith desde hacía dos años, pero su marido, Percy, no aceptaba el divorcio ni la separación de ella. Su amante parecía contentarse con escribirle largas y apasionadas cartas: sin embargo, un hombre de acción como él no podía soportar por más tiempo aquella eterna relación «compartida». Cuando comprobó que Edith Thompson parecía incapaz de acabar legalmente con su matrimonio, tomó la determinación de apuñalar a su rival.
En el caso Thompson y Bywaters, las peores angustias surgieron después de los trágicos acontecimientos. La pesadilla de Freddy comenzó cuando vio claro que su gran amor, la persona a quien esperaba liberar con su crimen, iba a morir en la horca. Fue convirtiéndola en la víctima de su obsesión, como hizo anteriormente con su marido.
Estos asesinatos no fueron cometidos por desequilibrados o asesinos a sueldo, sino por seres humanos corrientes. Cuando se enfrentaron a la fina línea que separa el bien del mal y cometieron el espantoso crimen, se encontraban en un estado de dolorosa y profunda agonía, pero no de locura.
Los severos castigos que la sociedad considera necesarios en estos casos reflejan, de alguna forma, el temor que todos sus miembros sienten. Todos nosotros vivimos con la desagradable idea de que, en circunstancias muy concretas, cualquiera es capaz de cometer actos similares.
Los celos
Los celos son una complicada y poderosa emoción que puede conducir a una persona a llevar a cabo actos tremendamente violentos. El amante celoso empieza a obsesionarse con la idea de que su amor es correspondido con la infidelidad. Entonces, los dolorosos sentimientos de pérdida y odio se combinan con una irreprimible sensación de humillación, inseguridad y desesperación. La persona amada se convierte en el blanco de intensos sentimientos de posesión y deseos eróticos, pero también, de una ira violenta y destructiva.
Es frecuente que el enamorado celoso se sienta impulsado a actuar de forma inesperada, repetidamente, con la esperanza de disipar sus temores. Aunque estos temores sean totalmente infundados, comienza a atormentarse con pensamientos repetitivos y absurdos, a ver cosas que en realidad no existen y a elaborar fantasías sobre las infidelidades de la persona amada.
Las personas que están totalmente poseídas por los celos suelen ser tremendamente sensibles a los detalles más insignificantes y son incapaces de confiar en nadie. Sin embargo, exteriormente parecen muy seguros de si mismos y, en ocasiones, un tanto arrogantes.
Conclusiones
En enero de 1986 cuando los archivos de la Policía se abrieron al público, pudo comprobarse que las pruebas empleadas en los casos Thompson y Bywaters fueron lamentables y vergonzosas. Allí se encontraban las cartas de súplica que escribió la familia Graydon al Ministerio del Interior y las cartas de consuelo que Freddy envió a Holloway y que Edith nunca leyó porque fueron interceptadas.
Los archivos también revelan la tremenda cantidad de drogas que la Sra. Thompson tenía que tomar para tranquilizarse (morfina, estricnina y escopolamina) además de la aterradora posibilidad de que estuviera embarazada cuando la ejecutaron.
A pesar de no comer casi nada durante su estancia en prisión ganó mucho peso y sufrió una gran hemorragia cuando la colgaron. Ahora, parecen fundados los rumores populares de que «se le salieron las tripas» en aquel fatídico momento. Es muy significativo el hecho de que la sección más importante del informe del forense, la reservada para los resultados del examen interno, fuera dejada en blanco.
La ejecución de Edith Thompson se convirtió en una pesadilla para todos los que participaron en ella. John Ellis, su verdugo, manifestó su repulsa por el ahorcamiento de las mujeres. El capellán de la prisión, Glanvill Murray, tuvo que reprimir su impulso de rescatarla personalmente y dedicó su jubilación a promover campaña en favor de la abolición. También se comenta que el alcaide de Holloway, Dr. J. H. Morton, visitó en secreto la redacción del Daily Mail instándoles a comenzar una campaña en contra de la horca.
El cuerpo de Edith Thompson fue enterrado en el cementerio de la prisión hasta que el 31 de marzo de 1971, tras la abolición de la pena capital, fue trasladado a un suelo sin consagrar en el cementerio de Brookwood. Ni el Ministerio del Interior ni el Personal de Holloway informaron a su hermana, Avis Graydon, de este traslado. El cuerpo de Freddy se encuentra aún enterrado en Pentonville.
El caso de Edith y Freddy inspiró una novela de F. Tennysson Jesse ‘A pin to see the peepshow’ (Ver el espectáculo a través del ojo de una aguja).
El suicidio de ]ames Ellis, el hombre que había colgado a Edith Thompson, reavivó el interés del público sobre su caso. Un año después de la muerte de Edith, Ellis dejó su trabajo en la prisión, se dio a la bebida e intentó suicidarse de un tiro. 30 años después, llevó a cabo un segundo intento de suicidio, esta vez con éxito, dejando una carta que corroboraba las horribles historias que circulaban sobre la muerte de Edith.