Daniel Rakowitz

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Daniel Rakowitz

El cocinero caníbal

  • Clasificación: Homicida
  • Características: Caníbal - Descuartizamiento
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 19 de agosto de 1989
  • Fecha de detención: 18 de septiembre de 1989
  • Fecha de nacimiento: 1960
  • Perfil de la víctima: Su novia, Monika Beerle, de 26 años
  • Método del crimen: Golpe manual en cuello
  • Lugar: Nueva York, Estados Unidos (Nueva York)
  • Estado: Internado institución psiquiátrica el 22 de febrero de 1991
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Daniel Rakowitz

Última actualización: 14 de marzo de 2016

Daniel Rakowitz, asesino y caníbal, fue condenado por la muerte de su compañera, Monika Beerle. Nació el año 1960 en Rockport, Texas. De joven ya mostraba indicios de inestabilidad mental y estuvo en tratamiento psiquiátrico. Su madre murió de un ataque al corazón en 1966.

En 1985, se mudó a Nueva York, donde se ganaba la vida pintando cuadros y vendiendo marihuana. Se llamaba a sí mismo «El dios de la marihuana», pensaba legalizarla y exclamaba ser Jesús. Cuatro años después de llegar a Nueva York, conoció a una chica suiza de 26 años de edad, Monika Beerle, que estudiaba danza. Los que conocían a Monika, comentaron que la joven tenía un grave problema con las drogas, y que Daniel Rakowitz la conoció en una de esas reuniones donde la droga circulaba en abundancia.

Antes del asesinato de Monika Beerle, Daniel Rakowitz estuvo casado con una joven de 14 años, a la que maltrató y encadenó al refrigerador. Cuando le preguntaron que por qué lo había hecho, contesto que «ella quería que yo la encadenara ahí».

Daniel Rakowitz mató a Monika Beerle en el apartamento que compartían. La joven estuvo viviendo con él solamente 16 días. La despedazó, hirvió su cabeza y con el cerebro preparó una sopa que se tomó. Para eliminar el resto del cuerpo, organizó un banquete al que invitó a sus amigos y a los pobres del barrio. Nadie adivinó que lo que estaban comiendo era carne humana.

En septiembre de 1989 fue detenido. La policía oyó la confesión de Daniel Rakowitz, que se vanagloriaba del crimen y no negó nada: «Soy el nuevo Señor, el líder de un culto satánico. Haré todo lo posible para destruir a todas las personas que se opongan a mí. Tuve que matar a Monika porque quería impedir la misión que me ha confiado mi supremo maestro, Satán. Traté de convertirla en la gran sacerdotisa de mi Iglesia, pero no quiso y pretendió obstruir mi labor. No era digna de seguir en el mundo, por eso la maté».

Daniel Rakowitz fue declarado no culpable por locura el 22 de febrero de 1991 y recluido en la Kirby Forensic Psychiatric Center, un hospital de máxima seguridad en Wards Island, donde aún continúa.

Steve Harkavy, director del departamento de Salud mental, señala que a Rakowitz le han diagnosticado esquizofrenia paranoide, y que nunca ha consentido tomar medicamentos de ninguna clase.


Daniel Rakowitz

El Caso – 18 de noviembre de 1989 / ABC – 24 de febrero de 1991

La joven Monika Beerle había nacido en el año 1956 en la ciudad de Saint-Galle. Su pasión y su vocación era la danza, a la que se dedicó desde niña. Realmente estaba dotada para ello, hasta el punto de que le fue concedida una beca oficial para cursar estudios y prácticas en una de las academias más prestigiosas del mundo: la Escuela de Danza Contemporánea de Martha Graham, en Nueva York; siempre fue una criatura menuda y nerviosa con un porvenir prometedor.

Llegó a la ciudad de los rascacielos en 1985 y se aplicó en perfeccionar su aprendizaje, quizás pretendió ir más allá de sus fuerzas. Poco más de dos años después regresó a Suiza, víctima de una depresión nerviosa. En mayo de 1988, ya repuesta, vuelve a Nueva York.

No es fácil la existencia en los Estados Unidos. Aquel país brinda todas las posibilidades, pero al éxito llegan muy pocos. Monika ingresó en la Escuela de Danza y compartió el pequeño apartamento con una alumna española, llamada Esperanza. Las unía a las dos la juventud y el amor al baile como profesión, pero nada más. Esperanza era una chica seria que trabajaba duramente para ser alguien, pero Monika fue, en esta ocasión, tragada por la Gran Manzana.

Monika se hizo pronto a la vida neoyorquina. Pero allí no regalan nada y había que ganarse la vida. Echó mano de su arte, no como había soñado en su adolescencia y juventud, sino bailando en cabarets y tugurios donde la exigían que actuara con los pechos al aire. Un oficio como otro cualquiera, ciertamente, pero incompatible con una vida ordenada. Según declaraciones de la joven española, Monika «salía todas las noches y se liaba cada vez con un hombre diferente», motivo por el que decidió dejarla al cabo de dos meses, «no soportaba su género de vida».

En el mes de junio de este año, Monika conoce a un hombre extraño, un tipo marchoso, alto, nacido en Texas, de 28 años de edad. Se ha dejado una espesa barba y desde hace años no se corta el pelo. Va sucio, descuidado, pero sus ojos azules brillan con destellos inquietantes.

Es un gran consumidor de marihuana y sexo, dos de las más irresistibles tentaciones para la bailarina.

El hombre se llama Daniel Rakowitz, descendiente de emigrantes polacos. Su padre es un hombre serio, que ha llegado a sheriff en el pequeño pueblo tejano de 6.000 habitantes donde nace Daniel en 1961.

Fue un niño difícil, un muchacho travieso y un joven que creaba conflictos allá donde iba. Su servicio militar estuvo jalonado por arrestos y sanciones, pero tampoco se salía de un tipo muy común entre los jóvenes de hoy en día. Cuando se licencia tiene ante sí el problema de ganarse la vida, y un amigo del padre le ayuda a ingresar en un centro de formación de funcionarios de prisiones. Parece que, como su padre, va a dedicar la vida al servicio de la ley.

Duró apenas tres semanas. Sin despedirse de sus familiares toma el camino de Nueva York, imán que atrae a millones de seres humanos.

Ya se ha dado al consumo de la marihuana, pero, curiosamente, odia y proclama una lucha a muerte contra los cocainómanos y heroinómanos.

Vive en las zonas pobres de la gran ciudad y pronto es conocido por sus vecinos como una especie de alucinado que dice ser un nuevo dios, venido al mundo para salvarlo. A veces se paseaba con un gallo en el hombro y, como tantos otros, funda una secta, actividad muy frecuente en Norteamérica. Si se tiene algún éxito, significa el poder y la riqueza, pero hay que ofrecer cosas verdaderamente atractivas para tener seguidores.

Aunque a la bailarina suiza le gustaba cambiar de compañía masculina con mucha frecuencia, tuvo, para su desdicha, la mala suerte de encontrarse con Daniel Rakowitz, al que invitó a vivir en su propio apartamento. Según los vecinos y los pocos amigos que la pareja tenía, ambos no dejaban de fumar marihuana. Ella era la que trabajaba en su degradado oficio. Y ella era la que mantenía a aquel gigante tejano que no parecía dispuesto a dar golpe.

Sólo han convivido dos meses, mucho para las costumbres de Monika. El amor que comenzó en la primavera se ha terminado para ella, y el 19 de agosto de este mismo año le dice, fríamente, que ya no le soporta y que se largue de su casa.

Daniel Rakowitz no se lo podía creer. ¿Echarle a él, aquella mujer flaca y ya pervertida? Quizás ni siquiera tuvo tiempo de asimilar que todo se había acabado. La golpeó con fuerza en el cuello, rompiéndole la laringe. Y lo que es más terrible: la dejo morir en su presencia cuando quizás una asistencia médica hubiese podido salvarla. Ahora se encontraba en el apartamento con el cadáver de su amante como una muñeca rota. Y comenzó la faena del horror.

Daniel Rakowitz había trabajado en ocasiones como pinche de cocina en algunos restaurantes baratos, de los que se marchaba o le echaban con frecuencia. Provisto de un gran cuchillo y de un hacha de carnicero, tras meter el cuerpo de Monika en la bañera, procedió a vaciarlo de toda su sangre. Durante una semana se dedicó a despedazar el cuerpo. Los trozos los echaba por el retrete e iban a parar a las inmensas alcantarillas de Nueva York.

Los detalles se han conocido tras el arresto, y la misma policía se ha resistido a dar detalles de este horrendo crimen. Según su propia confesión, Daniel Rakowitz asegura que bebió la sangre y comió pedazos del cuerpo de su amante, aunque se sospecha que sólo puedan ser invenciones dramáticas que solo añaden repugnancia al delito.

Sí es cierto que la decapitó y en una gran olla hirvió la cabeza para despegar la carne de la calavera. Arrancó los dientes uno a uno, quizás con la esperanza de que si se encontraban los restos no pudiesen ser identificados por la dentadura.

En el edificio donde Monika y Daniel habitaron, las gentes no se suelen ocupar de las vidas ajenas, pero algunos vecinos y el portero veían intrigados cómo el joven tejano salía del piso con bolsas de plástico que no volvía a meter. Fue el portero, David Di Paulo, quien le siguió un día y vio cómo echaba una de las bolsas en el contenedor de basuras; intrigado, extrajo la bolsa y vio que contenía ropa interior de fantasía, seguramente la que utilizaba la bailarina en sus trabajos en los cabarets.

Ya le había preguntado por ella, la respuesta agria fue que se habían separado y que ella se largó.

El día en que el portero descubrió la ropa, volvió a insistir: «La muy perra quería echarme de su casa; me atacó y la he matado. Luego la despedacé y herví su cabeza, ¿quieres saber algo más, estúpido?». Fue lo que Daniel Rakowitz le contestó, el conserje no le creyó, supuso que era una salida de tono de muy mal gusto, cuando estaba diciendo la verdad desnuda.

La policía acudió al piso tras recibir una llamada anónima que denunciaba a Daniel como autor del asesinato de la desaparecida Monika. Pero no encontraron absolutamente nada. Ni rastro de que allí se hubiera cometido un crimen.

Naturalmente, Daniel Rakowitz fue interrogado y su respuesta parecía creíble. No se llevaban bien y la chica se había marchado sin dejar señas. En Nueva York y en todas las grandes ciudades del mundo desaparecen todos los días muchas personas a las que no se vuelve a ver jamás.

Pero la voz anónima, la voz de mujer, sigue acusando por teléfono en la comisaría del distrito. Ella había estado en el piso en ausencia de Daniel, y había visto el cadáver decapitado en la bañera y la cabeza sobre la cocina. No quiso denunciarlo en el acto por el horror que sintió y el miedo a que le pasara otro tanto.

Tras esta acusación, nueva convocatoria a la comisaría y otra vez la negativa, porque de la inspección ocular no se había sacado nada en limpio. Incluso se buscó en las cañerías de desagüe y se analizaron los residuos. Ni rastro, había pasado mucha agua en aquellos días.

Cuando se produce la tercera llamada (muy posiblemente de la chica española que un día compartió el piso con Monika), los detectives van a buscar a Daniel Rakowitz al lugar donde entonces estaba trabajando. Un restaurante. Fue el día 18 de septiembre de 1989.

Quizás la tensión pudo más que la necesidad de guardar su secreto, pues en esa ocasión, Daniel Rakowitz confiesa en el acto y lleva a los policías hasta la estación de autobuses cercana, donde, en una consigna automática, de la que tiene la llave, aparece lo que quedaba del cuerpo de Monika Beerle y que su asesino había depositado cuatro días después del crimen. Los restos se encontraban en un cubo de plástico, «el olor me resultaba insoportable», fue el primer comentario.

Cuarenta y ocho horas después de su detención, Daniel Rakowitz comparece ante la juez Mary Davis, que le acusa de asesinato en segundo grado, lo que trae la prisión sin fianza. Será un abogado de oficio quien se encargue de su defensa.

El letrado declaró a la prensa que no le cabe duda de que su forzado cliente es un tarado que no distingue el bien del mal y que más que una prisión debería ser confinado en un psiquiátrico. Incluso para toda la vida.

La prensa y los vecinos, que han sabido los detalles (verdaderos o inventados por la delirante fantasía del homicida), aún se preguntan por la identidad de la mujer que denunció los hechos. La policía asegura que no conoce su identidad y que se limitaron a confirmar la confidencia anónima.

Los honestos oídos del jurado han escuchado desde el pasado 7 de enero de 1991, fecha en la que comenzó el proceso dos años después del crimen, los aterradores testimonios de los forenses y antropólogos que identificaron los restos de la bailarina. El testimonio que más atención cosechó fue el de un vagabundo que aseguró haber recibido un plato de sopa de manos del acusado con un dedo de la artista flotando.

La prueba más increíble ha sido la confesión en vídeo de Daniel Rakowitz. En la cinta explica con toda parsimonia cómo golpeó a la joven en el cuello, la descuartizó y la puso a hervir.

Nueve días de encontradas deliberaciones han requerido los doce miembros del jurado para llegar a la conclusión de que el «gourmet-asesino» no era responsable penal de sus actos. Las siete mujeres y los cinco hombres que tomaron la difícil decisión encontraron a Daniel Rakowitz, de 30 años, no culpable de asesinato intencionado y por lo tanto «no responsable por razón de enfermedad mental o defecto».

Algunos de los miembros del jurado manifestaron su desconfianza sobre la psicopatía de Daniel Rakowitz. Una de estas personas expresó su convicción de que era culpable y responsable, «pero la única forma en que nosotros podríamos estar de acuerdo con su enfermedad es en la forma en que lo hizo».

Tras el veredicto, Daniel Rakowitz agradeció la decisión a los jurados y al juez y, con un acento inconfundiblemente tejano, comentó a la sala: «Espero que nos fumemos un “porrito” todos juntos». Entre los próximos planes de Daniel Rakowitz figura presentarse a presidente de los Estados Unidos en 1996 y convertir Texas en un Estado en el que los vagabundos vivirán cultivando marihuana.

Los fiscales no quisieron comentar el veredicto, pero el abogado del acusado calificó la decisión de «justa y compasiva». Ahora, Daniel Rakowitz pasará sus pruebas mentales y será internado con toda seguridad en una institución mental durante seis meses. Tras este tiempo volverá a ser examinado por los forenses.

 


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