
- Clasificación: Homicida
- Características: Parricida - Menor de edad (15 años) - Mató a sus padres porque le reñían y le dieron «un par de tortas»
- Número de víctimas: 2
- Fecha del crimen: 1 de agosto de 1994
- Fecha de detención: 12 de agosto de 1994
- Fecha de nacimiento: 1989
- Perfil de la víctima: Su padre Oliver Jaquet, de 45 años, y su madre, Isabel Merino, de 35
- Método del crimen: Arma de fuego (pistola Mauser-Werker del calibre 7,65)
- Lugar: Benijófar, Alicante, España
- Estado: Como era menor de 16 años, no se le aplicó el Código Penal. Pasó dos años en un centro de menores
Índice
Cyril Jaquet: un parricida en televisión
Manuelcarballal.blogspot.com
10 de febrero de 2009
«El pasado está enterrado». Así de gráfico explicó anteayer Cyril Jaquet al presentador del «reality show» de Antena 3 «La vuelta al mundo en directo», Óscar Martínez, el terrible suceso en que se vio implicado en su niñez. Sin querer revelar a la audiencia el dramático caso que aconteció, y pese a que aseguraba haberlo superado, Cyril, un joven de 29 años que trabaja de auxiliar de vuelo, decidió abandonar el programa, cogido de la mano de su pareja, cuando los concursantes ya se hallaban en Italia. En ese mismo momento, los foros de Internet hervían señalándole como el autor de un parricidio que sucedió en Benijófar (Alicante) en 1994.
El verano de ese año, la localidad quedó conmocionada al conocerse que la brutal muerte de una pareja en un chalé no fue resultado de un robo efectuado en la vivienda sino que fue fruto de la ira de Cyril, el hijo de ambos, por una reciente discusión familiar.
El 1 de agosto de 1994, el día después de la última reprimenda que recibiría por parte de sus progenitores -al parecer por no cumplir los horarios de salida de casa que se le imponían-, Cyril ideó un plan para deshacerse de ellos: cuando llegó su madre, la asesinó disparando tres veces con una pistola. Tuvo que esperar cuatro horas, hasta el momento en que su padre accedió a su casa, para finalizar su maquinación. Le pegó ocho tiros. Como broche final, los remató con sendos disparos a la cabeza.
Esta es la noticia de aquel crimen, firmada por Fernando Olabe, tal y como la publicó El Mundo:
La crueldad del joven parricida de Benijófar ha provocado la estupefacción de policías y vecinos. Los responsables de investigar el crimen dudan de que C.J.M. matara a sus padres sólo porque le reñían y le dieron «un par de tortas». La pista principal fueron las cuatro horas transcurridas entre los dos asesinatos. El padre coleccionaba armas.
Alicante
Una sonrisa le delató. Hasta ese momento su serenidad, su aplomo y su tranquilidad le habían mantenido lejos, muy lejos de las sospechas de todos, vecinos y familiares. O de casi todos.
Algunos no dejaron de extrañarse por su sangre fría y su conducta impasible ¿Cómo es posible -se preguntaban- que un adolescente de quince años no se hubiera mostrado más afectado al ver a sus padres asesinados a balazos?
¿Qué pasó por la cabeza de C.J.M., de 15 años, la noche del 31 de julio al 1 de agosto? ¿Qué motivaciones tuvo para matar a sangre fría a sus progenitores? ¿Fue un arrebato o una decisión tomada de antemano?
Una nueva página de la España negra se ha abierto. Esta vez no ha sido ni en la profunda Andalucía ni en Extremadura. El sur de la provincia de Alicante, en el interior de la Vera Baja, donde la tierra se seca este verano por la pertinaz sequía y subsiste merced a un problemático trasvase ha sido el escenario. Tierra de agricultores, de gentes que se hacen a sí mismas.
En este contexto, Truman Capote bien pudiera haber obtenido los elementos necesarios para una continuación de su magnífico relato periodístico A sangre fría. El título le viene que ni al pelo a un muchacho que ha mostrado poseerla hasta los últimos instantes de una posible versión del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Y es que la vida y obra de C.J.M. ha desatado una continua explosión de versiones sobre su carácter, que realzan el misterio que envuelve al crimen.
Hace una semana y media, al día siguiente del hallazgo de los cadáveres de Oliver Jacquet, suizo de 45 años y de la española Isabel Merino, de 35 años, C.J.M., único hijo del matrimonio, vivía bajo la condición de «un pobre huérfano» de una macabra tragedia.
De la pena al asombro
El viernes 12, siete días después del entierro, el adolescente conquistó una plaza entre los criminales más sanguinarios de España. Su autoinculpación tornó las muestras de pena y consolación en asombro, estupefacción y más de una lanza.
Nadie se lo puede creer en Benijófar, ni en Ciudad Quesada, zona residencial donde viven los abuelos y en la que el joven era conocido. Hasta los propios miembros de la Policía Judicial expresan su incredulidad. El teniente coronel Antonio Torrado, primer jefe de la Comandancia de Alicante, mostró a El Mundo el asombro de alguien que no ha conocido un caso similar en sus más de 30 años de servicio.
La versión definitiva del adolescente no acaba de convencerle. Las regañinas y los posibles malos tratos que recibía, según declaró tras la detención, no son definitivas para el guardia civil: «Conductas como la de sus padres se dan todos los días ¿Quién no ha recibido alguna vez unas tortas?».
Esa supuesta actitud violenta de los padres desembocó en tragedia. A juicio del primer oficial de la Comandancia de Alicante la respuesta del muchacho no ha sido normal, aunque deja una puerta abierta para investigar esta parte de los hechos, «por otra parte muy difíciles de determinar».
La principal incógnita
A pesar de que el caso ya se ha cerrado permanece la principal incógnita: ¿por qué actuó así un joven que según han declarado todos los conocidos es aparentemente normal?
El relato de los hechos y la reconstrucción del crimen, basándose principalmente en el resultado de la autopsia, desvelan una crueldad inusitada.
El asesino parecía tenerlo todo estudiado cuidadosamente. Primero esperó a Isabel Merino. Hacia el mediodía del 1 de agosto la mujer llegaba a la casa. Su actitud era la de quien llega con ganas de ponerse cómoda cuanto antes.
«La mujer recibió tres impactos de bala. Da la sensación de que estaba quitándose el cinturón mientras entraba por la puerta», reveló un alto cargo de la investigación.
El lapso de tiempo transcurrido hasta el siguiente crimen fue el que puso en alerta a la Guardia Civil. Un ladrón que se ve sorprendido y mata no espera cuatro horas para salir de la vivienda.
Transcurrido ese tiempo llegó Oliver Jacquet. Posiblemente no tuvo tiempo de ver el cuerpo sin vida de su mujer a los pies de la escalera. Recibió siete balazos, lo que quedaba en el cargador de la pistola semiautomática.
Para Joaquín Cases, amigo del súbdito suizo, ésa fue su gran imprudencia. El hecho de ser coleccionista de armas ponía a disposición de cualquiera todo tipo de artefactos mortales. Una Mauser-Wecker del calibre 7,65 remataría en el suelo al matrimonio suizo-español.
Uno de los aspectos que más sorprendió a la Policía en un primer momento fue el hecho de que los perros, dos pastores alemanes de imponente aspecto, no ladraran y nadie escuchara los ladridos. Asimismo ninguno de los escasos vecinos de la finca de «Los Algarrobos» escuchó disparos el lunes 1 de agosto.
De todas formas, uno de los vecinos declaró a El Mundo que lo normal es escuchar tiros habitualmente en esta parte del municipio de Benijófar, ya que mucha gente viene a cazar y a disparar.
Las jornadas siguientes fueron decisivas para conocer las características del presunto asesino. El adolescente se perfiló como una persona fría y serena. En ningún momento, excepto el día en que simuló haber hallado los cadáveres, dio muestra de nerviosismo o alteración.
Precisamente ese modo de obrar resultaría determinante para centrar las sospechas sobre él. Fuentes de la investigación insistieron en que hasta el día del entierro las pesquisas se basaban entre los miembros de la familia y los amigos íntimos.
C.J.M. mostró durante el sepelio de sus padres otra dosis más de frialdad. «Durante el funeral algunos testigos me dijeron que le habían visto reírse», aseguró a este periódico uno de los agentes encargados de la investigación.
No hubo necesidad de efectuar ningún interrogatorio. C.J.M. declaró a iniciativa propia ante la Brigada de la Policía Judicial. «No hizo falta. Empezó a «cantar» enseguida, con la misma serenidad con que se había comportado hasta entonces», explicó este agente.
El muchacho se había desplazado hasta el puesto de la Guardia Civil acompañado por su abuelo en la tarde del jueves 9 de agosto. En principio se trataba únicamente de dar a la Policía algunos datos adicionales.
Asesino meticuloso
Los miembros de la Brigada de la Policía Judicial, sin embargo, aprovecharon la ocasión para intentar comprobar alguna de sus sospechas y lanzaron una batería de insinuaciones al adolescente: que si habían obtenido pistas sobre el asesino, que si éste era alto dado los impactos de los cuerpos… Tras escucharles impasible, C.J.M. empezó a hablar con la misma frialdad que la del primer día.
La misma que le condujo a deshacerse de la pistola, desarmándola por completo y arrojándola junto a unas joyas de escaso valor. Después, recorrió en bicicleta los apenas nueve kilómetros que separan la finca «Los Algarrobos» del chalet de sus abuelos.
El lugar es frecuentado por cicloturistas, por lo que nadie se imaginaba que aquel chaval podía haber descargado toda la munición de un arma semiautomática en los cuerpos de sus padres.
Uno de los aspectos que podría haberse desprendido del suceso es la posible vinculación del joven con los abuelos.
Los investigadores del crimen han descartado en todo momento que éstos estuvieran implicados en un crimen que les cogió por sorpresa. De hecho el joven quinceañero, después de haber acabado con la vida de sus padres, se desplazó hacia la casa de los abuelos, ubicada en Ciudad Quesada. El pretexto que argumentó ante ellos fue el de que se iba a quedar unos días en el chalet.
Ahora, C.J.M. se enfrenta a tres años de reclusión, ya que al ser menor de edad penal no se le pueden atribuir dos delitos de parricidio, que hubieran supuesto unos 60 años de prisión.
Tres años en los que pensar y en los que leer sobre el supuesto crimen del que se ha autoinculpado. Tres años para decidir si vuelve a un pueblo que se encuentra sumido a medio camino entre el asombro y la repulsa.
No se debe olvidar que se trata de un menor. Al menos así lo entiende el coronel Antonio Torrado: «Hay que tratar la información sobre el caso con mucho cuidado, porque cuando lea sus declaraciones podemos correr el riesgo de no recuperarlo».
Pero en el fondo, según Torrado, C.J.M. es un joven de 15 años «que demuestra su madurez de acuerdo con toda la meticulosidad con la que ha llevado a cabo el asunto, ya que robó joyas de escaso valor cuando podía haberse llevado otras más caras».
Cyril Jacquet, el «adorable» vecino de Palma de Mallorca
C. Morales / M. Aguilera – Elmundo.es
12 de febrero de 2009
Él quiere enterrar su pasado pero acaba de abrirlo de par en par participando en un programa de televisión. Cyril Jaquet asesinó a sus padres con quince años y le condenaron a reclusión en un reformatorio hasta la mayoría de edad. Nada más salir decidió hacerse azafato de vuelo y allá por 1999 se trasladó a Palma. Concretamente a un piso del número 35 de la calle Valldergent, junto a la calle Industria, donde pasó más de siete años.
Le fichó enseguida Air Europa. Eran años dorados para la aviación y la compañía no pudo rechazar un joven simpático, con presencia y bilingüe español-francés. Trabajó como auxiliar de vuelo tanto en trayectos nacionales como internacionales, aunque sus principales destinos fueron Francia y Suiza debido a sus idiomas.
En Mallorca no tuvo excesivos problemas para hacer amistades gracias a su trabajo. Según sus compañeros, de siempre se ha mostrado «muy amable y educado» y jamás ha tenido una discusión en el trabajo. «Tiene mucho éxito entre las chicas. En Air Europa las tenía a todas locas, pero él iba a lo suyo. No es nada mujeriego».
Su pueblo alicantino, Binejófar [Benijófar], donde cometió el doble asesinato, quedó en el pasado y Cyril tuvo una vida feliz en Mallorca. Unos meses después del traslado conoció en el trabajo a una azafata mallorquina y comenzó una relación con ella que duró prácticamente hasta que se marchó de la isla. Nadie hablaba con él de lo que hizo el 14 de agosto de 1994 pero prácticamente todo su entorno lo sabía. Los vecinos lo rumoreaban y sus amigos se enteraron por confesiones entre ellos o a través de los medios de comunicación.
«Cuando estás con él se te olvida su pasado. Es una persona tan tranquila, tan dulce. Se le debieron cruzar los cables para hacer aquello». Según su entorno, nadie le rechazó tras conocer su pasado. Se compró el piso a medias con su novia mallorquina y llevó durante años una vida discreta. Alrededor del año 2006 se rompió su historia de amor y abandonó Palma para trabajar en otra compañía con base en Madrid.
Verónica era una adolescente cuando vio a Ciryl por primera vez. Sus padres estaban interesados en comprarle el piso de la calle Valldargent. «Era tan guapo», recuerda Verónica. «Y muy majo. La verdad, era un encanto», rememora. Luego le vio una vez más. Para entonces, su madre ya estaba al tanto de los rumores que campaban por la escalera del edificio. «A mi madre le comentaron que había matado a sus padres cuando era un niño. Todo el mundo en la escalera lo sabía».
Le compraron el piso y nunca más supieron de Cyril. Hasta que el chico volvió a ser noticia: lo expulsaban de un concurso televisivo. Al instante, la madre de Verónica vino corriendo: «Mira, mira, es el chico que vivía aquí». «Así que al final era cierto, lo que tenía de guapo no lo tiene de santo», afirma Verónica. Hoy nadie más de la calle Valldargent quiere hablar del recuerdo que dejó Cyril.
La fama del parricida
Ana María Ortiz / Fernando Olabe – Elmundo.es
15 de febrero de 2009
Sangre fría. Cyril Jaquet, en primer plano y con un ramo en las manos, acompaña los féretros de sus padres camino del cementerio de Benijófar. Días después confesó que los había matado.
Cyril Jaquet Merino, 29 años, sabía que el pasado se presentaría. Por mucho que en 14 años su aspecto hubiera cambiado, en Benijófar (Alicante) lo reconocerían en cuanto vieran su imagen en televisión o escucharan su nombre. Consciente de ello, antes de embarcarse en el programa de Antena3 La vuelta al mundo, una suerte de reality show itinerante con el planeta como plató, dejó a sus confidentes instrucciones precisas acerca de cómo debían actuar.
Sus amigos más íntimos -los conocedores de su impactante secreto- tratarían de amortiguar el shock que presumiblemente sacudiría a su entorno más cercano cuando el asunto saliera a luz. Dejó atado, por ejemplo, quién tenía que hablar con Blanca Fátima García, la madre de Paola Alberdi, su novia y pareja en el concurso. ¿Cómo reaccionaría la suegra al enterarse de que el chico modélico, auxiliar de vuelo, jefe de cabina de la tripulación de la compañía Easyjet, de la que también forma parte su hija, había matado a sus padres cuando sólo tenía 15 años?
Cyril Jaquet no engañó a los organizadores del programa. A las rutinarias preguntas que le hicieron sobre su familia se limitó a responder que sus padres habían fallecido en circunstancias muy trágicas y que prefería no hablar de ello. Omitió que fueron asesinados y que fue él quien apretó el gatillo, pero ciertamente no mintió.
Pasó así el filtro de los entrevistadores que respetaron su silencio, pero no logró la misma discreción por parte de Internet. Un día antes del arranque del concurso -se estrenó el pasado domingo 8 de febrero- la red comenzó a escupir su pasado y a redifundir las decenas de noticias que Cyril protagonizó en los primeros días de agosto de 1994.
Artículos que, bajo titulares como «Un tirano de 15 años» o «A sangre fría», lo retrataban así: «El chico, según los investigadores, acribilló salvajemente a sus progenitores disparándole siete tiros al padre y tres a la madre. A ambos los remató en el suelo…», «durante los funerales de sus padres se le pudo ver sonriendo», «el joven relató con gran frialdad y todo lujo de detalles la forma en que asesinó a sus padres…».
Aunque han pasado casi tres lustros y Benijófar ha duplicado desde entonces su población (3.900 habitantes hoy), no hay vecino en el pueblo que no sepa quién es Cyril Jaquet y qué hizo.
El suceso, el más desconcertante y truculento en la memoria del pueblo, probablemente tardará generaciones en olvidarse. «Yo no lo había vuelto a ver hasta el domingo», dice Rosa, dueña de un supermercado y amiga de Olivier Jaquet e Isabel Merino, el matrimonio asesinado. «Estábamos en la inauguración de un pub y lo vimos por la tele. Y ya se puede imaginar, de lo único que se habló fue de lo del crimen y de cómo tenía la caradura de decir que ya había enterrado su pasado».
Se refiere a las desafortunadas palabras que Cyril usó para negarse a revelar el verdadero motivo por el que abandonaba el programa: «No pienso aclarar nada. No pienso dar más pie a la bola de nieve. Mi pasado es mi pasado y está enterrado para mí», decía en directo para indignación de Rosa y del resto de la concurrencia del pub. ¿Enterrado?
No contó ante las cámaras que no recuerda nada de lo que sucedió aquel sangriento día en el chalé familiar de Los Algarrobos. Al menos, eso ha asegurado. Su vida entre los 14 y los 17 años (cometió el crimen con 15), ha dicho, es una página en blanco. Al parecer, incluso habría recurrido, sin éxito, a algún tipo de terapia regresiva para tratar de invocar la memoria perdida.
¿Fama? ¿Dinero?
¿Cómo sabiendo que esto saldría a la luz se presentó a un programa de máxima audiencia?, se preguntan en el programa verbalizando lo que nadie se explica. Si había normalizado su vida y enterrado, como dice él, su pasado, ¿por qué decidió exponerse a que éste resucitara? ¿Por fama? ¿Merecía la pena la popularidad a cambio de la condena de volver a ser señalado como el parricida de Benijófar ahora que gozaba de anonimato? ¿Lo ha hecho por dinero?
El psicólogo y criminólogo Vicente Garrido plantea dos escenarios posibles. Uno: «Que a Cyril no le importara que se supiera porque el premio valía la pena y que, ahora, al verse sometido a tanta presión, se haya dado cuenta de que había medido mal sus fuerzas. Por eso habría renunciado». Dos: «Que no sólo no le importara que se supiera sino que pensara que, de algún modo, ello iba a suponerle dinero y quizás oportunidades para vivir de esa historia».
Dinero, en teoría, a Cyril no debiera faltarle. Hijo único, cuando cumplió 18 años, a la par que salía del centro de menores donde cumplió condena, habría heredado de sus padres muertos. Un matrimonio acomodado, a decir de las crónicas de la época. Procedentes de Suiza, donde Cyril nació -se trasladaron a Benijófar cuando él tenía cinco años buscando un mejor clima para el asma de Olivier-, montaron un restaurante para después traspasarlo por una buena cantidad.
Tenían además un chalé, muy bien puesto, que Cyril, cuentan en el pueblo, vendió pronto por una cifra que podría rondar los 40 millones de pesetas. Y no hace mucho, se habría desprendido de otra de las propiedades familiares legadas. «Vendió una finca a un extranjero por 200.000 euros», dice a Crónica uno de sus amigos de la adolescencia, hoy empresario del metal, quien no sabía de Cyril desde hacía una década cuando se lo cruzó en las calles de Benijófar al poco de recibir la carta de libertad. «Se me acercó y me saludó como si no hubiera pasado nada. Me quedé helado y no le di bola. Lo que sí supe es que había visitado la tumba de sus padres, aunque él sabrá por qué fue», dice. De haber ganado el concurso, Cyril hubiera obtenido 200.000 euros. Lo mismo que por su última venta. ¿Por dinero?
Cyril y Paola eran los favoritos para alzarse con el triunfo. Los concursantes que más empatía parecían haber cosechado. Sobre todo él: guapo, cariñoso, inteligente… Un encanto. No es extraño que el equipo de La vuelta al mundo los bautizara como «la pareja del Lago Azul». De las casi 8.000 que se presentaron al casting, sólo una de las 15 finalmente elegidas se seleccionó a través de Internet. Los agraciados, los más votados en la red, fueron Cyril y Paola.
En el vídeo casero que grabaron para pedir apoyos se les ve conduciendo por Madrid, donde viven, con su perro Loha sentado detrás. «Nos queremos presentar a La vuelta al mundo porque sabemos que podemos ganar el premio y dejar al público boquiabierto», se le oye decir a Paola mientras suena Where is the love? (¿Dónde está el amor?), de Black Eyed Peas, de fondo.
Como el resto de seleccionados, Cyril fue sometido a un exhaustivo estudio psicológico, de más de dos horas de duración, en la clínica madrileña López Ibor. Algunos concursantes fueron descartados porque los especialistas detectaron en ellos tendencias violentas. Cyril pasó el examen sin peros.
«Como personaje es espectacular, brutal, buenísimo», dicen fuentes cercanas al programa. «Se camela a cualquiera y su entorno lo adora». Ciertamente es llamativa la actitud de comprensión y el apoyo incondicional que le rodea. Blanca, su suegra, ya había digerido la verdad sólo unas horas después de conocerla: «No es justo lo que se está haciendo con este chico», lo defendía a capa y espada.
Acogido por los abuelos
Sus abuelos paternos -los padres del padre que él mató, la única familia biológica directa que le queda- también lo arroparon acogiéndolo en su casa cuando Cyril disfrutó de días de permiso y cuando abandonó el centro de menores definitivamente, en 1997.
El chalé de los abuelos fue también el lugar donde Cyril buscó refugio tras el crimen, la tarde del 1 de agosto de 1994. El guión del parricidio ha quedado escrito así en las hemerotecas. Cyril, solo en casa, cogió un arma de las que coleccionaba su padre, una Mauser-Werker del calibre 7,65, ilegal porque no estaba registrada, y esperó a que sus progenitores aparecieran. Sobre el mediodía llegó Isabel Merino. La mujer, que tenía 43 años, se desabrochaba el cinturón cuando Cyril le disparó dos veces en la base del cuello y la remató alojándole un tercera bala en la coronilla.
Con el cadáver de la madre tirado en las escaleras de la casa, esperó la llegada del padre. Olivier Jaquet, 43 años también, tardó al menos cuatro horas en aparecer. Cyril le apuntó en la cocina y disparó hasta agotar las siete balas que le quedaban en el cargador, tiro en la coronilla incluido. Luego, revolvió la casa y simuló el robo de algunas joyas. Desmontó el arma y arrojó las piezas en las cercanía del chalé.
Organizado el escenario del crimen, se subió a su bicicleta y recorrió los nueve kilómetros que lo separaban del domicilio de los abuelos, en la vecina urbanización de Ciudad Quesada. A los ancianos -hace unos años que abandonaron la zona y se cree que han retornado a Suiza- les dijo que pasaría esa noche con ellos.
El 2 de agosto regresó a su casa e interpretó a la perfección el papel de adolescente aterrado ante el descubrimiento de los cuerpos de sus padres. «Lo que este joven de 15 años se iba a encontrar no lo olvidará en la vida», decían las primeras informaciones del suceso, «salió despavorido a avisar a los vecinos».
La teoría del robo como móvil se desmoronó pronto. No cuadraba que el ladrón esperara cuatro horas para asesinar al padre, las joyas que faltaban tenían muy poco valor, no se había forzado ninguna cerradura, lo perros habrían ladrado ante un extraño… Para cuando se ofició el entierro, donde Cyril acompañaba a los féretros de sus padres llevando un ramo en las manos, los agentes ya sospechaban que el asesino estaba en la familia. La actitud impasible del adolescente durante el sepelio -se dice, incluso, que se le vio sonreír- centró las sospechas en él. «Fui yo», se desmoronó diez días después del parricidio cuando los agentes lo interrogaron en presencia de su abuelo.
Lo que más le impactó a los investigadores fue la frialdad con la que relató lo sucedido. «Hablaba con una naturalidad tremenda de lo que había hecho», dice hoy uno de los agentes cercanos al caso. «No mostraba signos de alegría ni de tristeza, como si no se diera cuenta de lo que había hecho». «Mis padres me reñían y me pegaban», fue la escueta explicación que Cyril dio.
Analizado el suceso ahora, un psicólogo forense ha apuntado dos posibilidades: O el chico efectivamente sufrió malos tratos o abusos y se vengó, o se trataba de un psicópata.
El Cyril de 1994 era un adolescente deportista -practicaba judo y trial-, tranquilo e introvertido, malo como estudiante pero con mucho éxito con las chicas. Joaquín Cases, vecino de Benijófar y buen amigo de los Jaquet, lo describía entonces como un «guaperas que las tenía encandiladas a todas y que pedía dinero a su padre continuamente».
Hoy su concepto de él no se ha suavizado un ápice: «Todo esto lo hace por la pasta. Pero si lo primero que hizo fue vender el chalé y coger la herencia. Si se ha reinsertado, ¿por qué aparece en un programa de televisión? ¿Acaso creía que no se iba a saber lo que hizo?».
-¿Lo ha visto en estos años?
-Sólo una vez, en Ciudad Quesada, donde lo acogieron sus abuelos. Yo estaba en una cafetería y lo vi en la acera de enfrente. No pude evitarlo, salí y me puse a gritarle todo lo que había hecho. Le insulté y ni se inmutó.
La Justicia dijo que ingresara en el centro de menores de Godella (Valencia) durante tres años. Allí fue un interno ejemplar. Respondió con nota a los programas educativos, no protagonizó incidentes y sólo cosechó informes positivos. Su comportamiento era tan intachable que hasta hizo de canguro de los hijos de una de sus educadoras.
Salió del centro con 18 años, sin antecedentes -como estipula la Ley del menor- y con el título de auxiliar de vuelo bajo el brazo. Enseguida se instaló muy lejos de Benijófar, en Palma de Mallorca. Su porte físico, su don de gentes y su dominio del francés le abrieron sin problemas las puertas de Air Europa. «Cuanto estás con él, se te olvida su pasado. Es una persona tan tranquila, tan dulce… Se le debieron de cruzar los cables para hacer aquello», dice una persona que lo conoció en su etapa mallorquina y que asegura que en su entorno nadie lo rechazó tras conocer su pasado.
Sus vecinos de Madrid, adonde se trasladó en 2006 tras fichar por otra aerolínea, Air Madrid, también retratan a un chico afable y virtuoso: «Si hasta nos traía carne de Argentina cuando viajaba allí», dice uno de los inquilinos del edificio donde ha vivido hasta el año pasado.
En las tumbas del matrimonio Jaquet hay flores frescas. En sus lápidas está escrito el deseo de descanso eterno de parte de padres, hermanos, sobrinos y amigos. Ninguna mención a su único hijo.
Con información de Gema Peñalosa y Ana Sánchez Mollá.