
El doble crimen de la calle San Andrés
- Clasificación: Asesinato, Crimen sin resolver
- Características: Robo - Doble asesinato
- Número de víctimas: 2
- Fecha del crimen: 13 de octubre de 1900
- Perfil de la víctima: Melchora Casal García, 60 años, y su marido, Gregorio Rey
- Método del crimen: Estrangulamiento con un cordel y apuñalamiento
- Lugar: La Coruña, Galicia, España
- Estado: El 13 de abril de 1901, Agustín Seijas, el único investigado, fue puesto en libertad por falta de pruebas. El domingo 7 de julio de 1901, Seijas se suicidó en Pena de Cruz
Índice
El crimen de la calle San Andrés
Carlos Fernández
Actualizado 20 de julio de 2017
Misterio en torno al doble crimen de la calle San Andrés
Eran las dos menos cuarto de la madrugada del día 13 de octubre de 1900 cuando el sereno Oca, que prestaba servicio en una zona de la calle San Andrés de La Coruña, observó, cuando iba tocando las puertas, que la correspondiente a la casa número 152 de dicha calle estaba abierta. Llamó una vez, y luego otra, y como no obtuvo respuesta penetró en el bajo, en el cual desde hace años funcionaba una modesta tienda de comestibles, de la cual es propietario Gregorio Rey, mozo del almacén del señor Peña. Encendió el sereno una cerilla y al entrar vio el cadáver de la mujer de Gregorio, llamada Melchora Casal, de 60 años, y poco más adelante el de su marido. Todo nervioso salió del establecimiento y corrió a dar cuenta del hecho a la primera pareja de la Guardia Municipal que encontró.
Se descubría así el que pronto sería famoso crimen de la calle de San Andrés de La Coruña, o «doble asesinato», como lo titularían insistentes los periódicos durante las primeras semanas. Famoso no sólo por sus circunstancias primeras, sino porque nunca se descubriría a sus autores, a pesar de los indicios y sospechas que condujeron a algunas detenciones. Hoy, camino del siglo transcurrido desde aquel hecho, sigue siendo un misterio y cuando alguien quiere dar impresión de algo desconocido, dice: «Es más difícil de encontrar que a los autores del crimen de la calle San Andrés».
Esta es la narración cronológica de los hechos.
El lugar del crimen
Al fondo del portal, que servía a la vez de tienda, se abría una amplia cocina-almacén. En sus primeros pasos se encuentran dos mesas, a uno y otro lado, en sentido perpendicular a la pared y con bancos adosados a la misma, como en el servicio típico de las tabernas. A la derecha había un excusado; al fondo, dos ventanas pequeñas, que estaban intactas y sin señal de haberse abierto.
Tenía la cocina unos 37 metros cuadrados. En el rincón de la derecha estaba el hogar y sobre la piedra unos platos y unos cubiertos, como si se hubiese comido recientemente. Debajo de la piedra, un hueco abarrotado de leña, sin desorden alguno. Entre el vertedero y el varar de loza, en posición decúbito abdominal, boca abajo, se hallaba el cadáver de Melchora Casal García. Las ropas no aparecían en desorden y sólo presentaba desnuda la parte de la pantorrilla y el pie que apoyaba en la pared. Vestía la víctima una saya azul y chamba encarnada.
La muerte se produjo por estrangulamiento. En la posición en que apareció en el suelo tenía sobre el occipital, haciendo presión sobre el moho, un trespiés de hierro de los que se usan en las cocinas. Al procederse al levantamiento del cadáver, pudo apreciarse la función que desempeñó el trespiés, actuando de trinquete en la estrangulación. Un cordel delgado le rodeaba el cuello, formando lazada en una sola vuelta anudándose los extremos al trespiés.
Los estranguladores debieron ser dos, por lo menos. A las cuatro de la mañana aún estaba el cuerpo caliente. En la ronda que el sereno hizo sobre la una y media -un cuarto de hora antes del crimen- encontró la puerta del establecimiento cerrada.
La alcoba en la que se halla la cama del matrimonio es muy reducida, estando llena de trastos viejos, ropa, escobas, cajas, barriles… Acostado en el lecho, cubierto a medias por las ropas, desnudo y en paños menores, se hallaba el cuerpo sin vida de Gregorio Rey. Tenía los brazos extendidos, tendido boca arriba, ojos abiertos, revelando estupor. Las ropas de la cama sé hallaban empapadas de sangre, apreciándose en el torso una herida incisiva, situada en la parte derecha del tórax. La cuchillada, de unos tres centímetros de extensión, parece haber sido inferida con un cuchillo, estando dirigida de arriba abajo. Es profunda, hasta afectar el pulmón.
El cajón de la mesita de noche estaba abierto. Dentro de él, en desorden, había alfileres, cabezas de ajo, carretes de hilo y silabarios para los niños. A los pies de la cama, un viejo reloj de pared y delante de él una silla de paja. La caja del mostrador estaba abierta y vacía. Sobre el mostrador aparecían chorizos que colgaban del techo, partidos; algunos cajones de la parte baja estaban abiertos. El desbarajuste que se advierte en el tenducho es grande. El redactor de La Voz de Galicia que cubre el suceso, sintetiza todo diciendo: «El local parecía una decoración de Los dos pilletes o cualquiera otra de los crímenes parisienses tantas veces descritos en los folletines franceses».
Prestan declaración ante el juez, señor Calvo Camina, el propietario del comercio de ultramarinos situado en la casa contigua, la 154, José Rois, y su dependiente Manuel Losada, que hace pocos meses viven en el primer piso de dicha casa.
El señor Rois fue el primero que sintió los golpes dados por el sereno. Le extrañó que a aquellas horas estuviesen llamando a la casa y despertó al dependiente para que bajase a ver qué ocurría. Dijo el joven que a las diez de la noche, cuando se retiraba del trabajo, vio en el portal a una mujer de luto, alta, de rostro escuálido y aspecto misterioso que, acurrucada, se encontraba en un rincón. En la cocina vio también a cuatro hombres que discutían vivamente, que acababan de comer algunas viandas, pues tenían ante sí platos y vasos.
También prestaron declaración ante el juez varios parientes del matrimonio asesinado, que no aportaron datos de interés al sumario. Entre ellos se encontraba Juan Pan, vecino de la calle de la Florida y esposo de una hermana de Melchora Casal, y Josefa Prieto, sobrina de la mujer asesinada.
El matrimonio asesinado
Gregorio Rey llevaba treinta años prestando sus servicios en el comercio de los señores Peña y Compañía. El día anterior al crimen, a las nueve de la noche, llevó las llaves del establecimiento a casa de su patrón, de donde las recogía todas las mañanas a las siete. Era persona trabajadora y honrada, siendo muy apreciado por el vecindario. Padecía hace tiempo de reuma y se acostaba siempre antes que su mujer. La noche anterior, había sido visto desde la calle, a eso de las once, limpiando la cocina.
Melchora Casal García tenía dos hermanos en La Coruña. Uno de ellos, Melchor, vecino de la calle de la Florida, es guardia municipal. El otro hermano era una mujer que tuvo hasta hace poco una confitería en la calle de San Andrés, cerca de la Reunión de Artesanos. A ambos hermanos no se les permitió ver los cadáveres para atenuarles la gran impresión producida.
Melchora era una persona recta y bondadosa y a su pequeña tienda acudían lecheras y lavanderas de las inmediaciones, en donde dejaban depositado dinero, ropas y cuantos efectos constituían impedimento hasta la hora en que, terminado su trabajo, regresaban a sus casas. También era proveedora de muchas cigarreras y tejedoras, a las que Melchora fiaba géneros. Hace poco habían prestado 3.000 reales a un individuo que regresó de Cuba maltrecho de fortuna, siendo testigo del préstamo el vecino del primer piso. El matrimonio llevaba treinta años viviendo en dicha casa y no tenían hijos.
La expectación que el doble asesinato produce en La Coruña es enorme, dedicándole los periódicos grandes espacios, los cuales eran devorados por los lectores. Paralelo a ello corrieron las críticas por la dejadez de las autoridades ante la creciente inseguridad ciudadana que se vivía en la ciudad coruñesa. La Voz de Galicia del día 14 señalaba en un comentario en primera plana:
«No hemos de hablar ahora de la perversión que revela en sus autores el horrible crimen de la calle de San Andrés. Lo que motiva estas líneas es una reflexión que nos ha sugerido el diligentísimo afán con que los guardias municipales y agentes de policía se dedicaban ayer a recorrer posadas y fogones, cafetines y tabernas, inquiriendo noticias, averiguando detalles y tomando notas de gentes sospechosas en busca de alguna pista que pueda descubrir a los autores del repugnante delito.
»Bien está eso, pero ahí se halla precisamente la prueba de lo indispensable que es practicar con frecuencia esa provechosa inquisición. Aquí menudean los robos y vienen los crímenes sin que los agentes de la autoridad se preocupen de poner por su parte los medios necesarios para aligerar a La Coruña de gentes sospechosas, o siquiera para conocerlas. Aquí no se dan batidas a los tugurios, ni hay un registro de sospechosos, ni nada. Nuestros policías interrumpen su plácida quietud cuando ocurre un suceso como el de ayer o parecido; se agitan dos o tres días, andan de aquí para allá así siempre sin fruto y por último vuelven a la inercia habitual y Cristo con todos. De esta manera son fáciles los crímenes y difícil el descubrimiento de los autores».
Primeras diligencias
Y ya en la información del crimen se decía: «Las censuras del público congregado ante el lugar de los hechos a las autoridades que prestaron servicio de vigilancia (?) durante la noche anterior en San Andrés eran unánimes».
Tan pronto como se tuvo noticia del crimen, el fiscal, señor Petit, se personó en el Juzgado de Instrucción interviniendo, de acuerdo con el juez señor Calvo, durante todo el día en las diligencias sumariales que se practicaron.
Dos niñas llamaron la atención del Juzgado. Una es hija de Dolores Rebollo, vecina de la calle Pastoriza. Tiene 8 años y fue a cambiar la noche anterior al crimen una peseta para luego ir a por un medicamento a la botica. Llegó sobre las diez y Melchora le dijo que no tenía cambio. Manifiesta la niña que vio apoyada en el mostrador a una mujer alta, de traje negro y a un sujeto de regular estatura, sombrero de ala ancha y chaqueta de pelo, que dialogaba con otros más apartados del mostrador.
La otra niña se llama Amparo Ares, de 9 años, hija del dueño de un establecimiento de comestibles en el Cantón Pequeño, esquina al callejón de San Blas, aunque en un principio aseguró haber visto a un sujeto cuyas señas coinciden con el visto por la otra niña, y que resultó ser Agustín Seijas, después se desdijo y manifestó haberlo visto otro día, cuando iba al establecimiento de su padre, acompañado de una mujer.
Detención de Seijas y de Ramona
Detenidas por los guardias de vigilancia las referencias dadas por la primera niña, se consiguió averiguar que una pareja de las mismas señas anduvo el día anterior por La Coruña, enterándose más tarde que habían salido de la ciudad coruñesa en dirección a Carballo. Así, cuando se encontraban a la altura del Ventorrillo, fueron detenidos. Resultaron ser Agustín Seijas, de 60 años, vecino de la parroquia de Lañas (Arteijo), regente de dos escuelas particulares en Lañas y Barrañán, y Ramona Bartomé, su amante. Al ser inqueridos por los guardias dijeron que iban a La Coruña, pero luego manifestaron que a Arteijo.
Fueron conducidos a la Inspección de Vigilancia, en donde se informó que Seijas era sujeto de pésimos antecedentes, especialista en el arreglo de elecciones y en el manejo de la bisarma. Es, también, persona lista, con gran facilidad de palabra y carácter firme y definido. «En resumen -dice el redactor de sucesos de La Voz-: un picapleitos de aldea.» Es hombre de elevada estatura, cargado de espaldas, de facciones angulosas, tuerto del ojo izquierdo, patillas cortas. Viste zamarra de vellorí con chaleco de pana, usa faja y camisa limpia. Lleva un paraguas de puño de cayada.
Ramona, la amante, es de estatura alta, viste saya oscura con pañuelo cruzado sobre el pecho y otro de seda en la cabeza. Delgada, de cara desagradable, padece de una afección a la vista que le hace aparecer siempre con los ojos humedecidos.
A preguntas del juez, dice Seijas que hace tiempo que no estuvo en La Coruña, que había llegado ayer a las nueve procedente de Lañas, de donde salió al amanecer, pudiendo probar su permanencia en el pueblo con los vecinos con los que estuvo anteayer en el lugar y como detalle de prueba dice que el día anterior por la mañana al pasar por Arteijo, saludó al juez municipal de aquel punto, señor Pazos. Añade que vino a La Coruña a hacer compras para la escuela.
Seijas ha estado procesado varias veces. El reportero de La Voz, dice: «La Benemérita le ha puesto a raya en diferentes ocasiones, zurrándole de lo lindo».
Ramona dice que tuvo seis hijos de Seijas, pero que desconoce su paradero. Tanto ella como él dicen no haber ido nunca al establecimiento de Gregorio Rey en la calle de San Andrés y que las únicas casas de comidas que frecuentaban en La Coruña eran las de Mejuto, Carro y Pedrería en Santa Catalina.
Contrasta ello con lo que repite el joven Losada Abelleira, dependiente del vecino del primer piso de la casa del crimen, de que ha visto diferentes veces en la tienda a Seijas y a Ramona hablando con el matrimonio asesinado, una de ellas hace ocho días.
Este joven dependiente declararía el día 13 ante el juez que a las diez y cuarto de la noche del día en que se cometió el crimen bajó a la tienda a comprar un cuarterón de aceite, despachándole en el mostrador la señora Melchora, viendo que estaba en la cocina Gregorio Rey conversando con varios hombres. Cuando puso los pies en el portal vio a una mujer alta, de traje oscuro, aunque parecía algo más alta que Ramona. Cuando le despacharon el aceite y subía al piso vio que dicha mujer volvía de nuevo hacia el mostrador.
Después de declarar en la Inspección de Vigilancia, Seijas y su amante fueron llevados al Juzgado de Instrucción.
Insisten en decir que no permanecieron en La Coruña ni el día ni la noche del crimen y que el 13 al amanecer salieron de Lañas para la capital coruñesa. Añade que el día 12 a primera hora de la tarde salió de Barrañán de regreso a Lañas, lloviendo en el camino por lo que tuvo que refugiarse, llegando a su casa de noche. A pesar de ello, a las nueve ya se hallaba recogido en su casa.
Sostiene que le han visto venir hacia La Coruña diferentes personas, incluyendo al juez municipal de Arteijo, señor Pazos, al que saludó, por lo cual se le cursa un oficio para que venga a declarar a La Coruña.
Dijo Seijas que no usaba más armas que una navajita de dos hojas con cachas de hueso, que le fue ocupada cuando se le detuvo.
Las cosas se empiezan a complicar para Seijas cuando el guardia municipal, señor Fajardo, declara ante el juez que el viernes 12, a las 12 y cuarto de la tarde vio al citado elemento en la calle de San Andrés. El guardia iba a comer a su casa y fue entonces cuando le vio.
Añade Fajardo que el día 13, cuando a media mañana la gente se arremolinaba junto a la casa del crimen, vio pasar a Seijas por allí, solo, se detuvo un instante y luego se alejó rápidamente.
Otro guardia municipal, Concheiro, casi asegura haber visto a Seijas a la citada hora por las inmediaciones del muelle de Hierro.
A las diez de la noche del día 13, la pareja acusada ingresaría en la cárcel de La Coruña.
Declaraciones de dos cigarreras
El día 14 declaran dos cigarreras, vecinas del Pasaje, Rita y Pilar E. Tenreiro. Dicen ambas que en la amanecida del viernes encontraron en la carretera nueva del Pasaje a un hombre y una mujer cuyas señas coincidían con las de Agustín Seijas y su amante. Estaban cerca de un establecimiento que acababa de abrirse, junto con otro hombre. Seijas se acercó a ellas y las piropeó groseramente.
Declararon nuevamente el vecino del primer piso de la casa del crimen y su dependiente y primo, Losada Abelleira. También lo hicieron los serenos Souto y Raso.
El mismo día 14 se llevó a cabo otra detención, la de Ramón Romero Pan, vecino de Canibre, íntimo amigo de Seijas.
La detención se llevó a cabo en la calle de Castelar, cuando paseaba con un grupo de amigos. No opuso resistencia y al saber de qué se trataba negó ser amigo de Seijas. Manifestó que hace cinco días que había llegado a La Coruña desde Cambre acompañado de su esposa, una sobrina y dos hijos. Vino con objeto de embarcar a estos, jóvenes de 12 y 13 años, con rumbo a Cuba en el vapor Lugano.
Sin embargo, no permaneció todo el tiempo en La Coruña, yendo varias tardes en el tren a Cambre.
Romero está conceptuado como elemento de malos antecedentes y parece que estuvo procesado por incendiario, pues prendió fuego a una casa de su propiedad en Cambre para cobrar la prima de una compañía de seguros. También fue negociante de maderas en el Portazgo, donde dejó mala memoria.
Afirma que sólo conoce a Seijas desde que hace once años, siendo aquel alguacil del Juzgado de Ordenes, tuvo que ir allí para un asunto relacionado con la familia.
Tras ingresar en la cárcel, fue llamado de nuevo por el juez a declarar, ratificándose en lo dicho.
También declararon los vecinos del segundo piso de la casa del crimen, el cochero señor Alsina, su esposa, una hija y dos jóvenes estudiantes alumnos de la Escuela de Comercio, así como la criada Consuelo Díaz y su amante Ángel Landrove. Poco nuevo aportaron.
Se informa también de que del registro efectuado por el juez en el bajo donde se cometió el crimen, se encontraron un total de 2.158 pesetas, así como un alfiler de corbata de oro, dos pares de pendientes de oro y uno de plata.
El mismo día 14 se efectúa la autopsia al matrimonio asesinado, comprobándose que Melchora falleció por congestión ocasionada por la violenta opresión del cordel que los asesinos le ciñeron al cuello. Gregorio Rey falleció por hemorragia pulmonar.
El día 15, con la expectación in crescendo, comparecen a declarar ante el juez nueve vecinos de Lañas, entre ellos Manuel Paz, dueño de la casa en que vive Seijas en Lañas y el propietario de la casa en donde tiene la escuela en Barrañán.
Dicen que Seijas pernoctó en Lañas la noche del crimen, acostándose a las nueve de la noche y levantándose al día siguiente a las cinco de la mañana, saliendo en la amanecida para La Coruña. Al salir de prestar declaración Antonia García, esposa de Paz, promovió un fuerte escándalo, poniéndose a llorar y dar gritos de que Seijas era inocente.
Se efectuó también un careo con las cigarreras del Pasaje para averiguar si el hombre al que habían visto más allá de la Gaiteira era Seijas. Se limitaron a decir que habían visto a dos hombres y una mujer, etc., lo mismo que habían dicho. Los que sí vieron a Seijas en La Coruña horas antes del crimen fueron José Orro, vecino de Santa Catalina, y una tocinera de la Silva, llamada Amalia. Esta última dijo que le había visto varias veces en el establecimiento del matrimonio asesinado.
Se supo en el Juzgado que un mozo del Café Peral, Manuel Vázquez, había estado la noche del crimen en el establecimiento de Gregorio Rey y había visto en aquel a dos personas, a una de las cuales conocía de vista.
Llamado a declarar dicho camarero, manifestó que, efectivamente, estuvo en el ultramarinos el viernes a las once y media de la noche, encontrando a Melchora apoyada en el mostrador y a Gregorio sentado en un banco. Al fondo, en una mesa bebiendo vasos de vino, vio a dos hombres. Uno de ellos, don Ramón Cumbraos, a quien conocía de vista, que iba allí casi todos los días.
Ramón Cumbraos fue llamado a declarar. Es un joven de baja estatura, color moreno, labios gruesos y facciones pronunciadas. Su familia se encuentra en situación precaria y él servía como asistente, a cambio de comida y algo de ropa, al capitán Francisco Agüero. Cumbraos se surtía en la tienda de Melchora de víveres y demás pertenencias para sus amos, llevando una pequeña libreta de contabilidad en la que la víctima añadía unos guarismos en forma de palo.
Cumbraos dijo que la noche anterior al crimen se había retirado a las ocho y media a su casa. Su amo, el capitán Agüero, acudió también al Juzgado a declarar. Habita el número uno de la Rúa Alta y su situación económica no es nada buena desde que vino de la guerra de Cuba. En la tarde del lunes anterior al crimen, el militar debía en la tienda de Melchora más de 1.824 reales, dándole un recibo en el que decía:
«Esta cantidad le será entregada a la señora Melchora tan pronto como el Estado me abone lo que me debe por concepto de la pensión de la Placa de María Cristina y mejora del retiro a partir de noviembre de 1895 a la fecha».
Uno de los testigos de este pagaré fue Cumbraos y el otro el señor Rois, siendo fiadora Dolores Chao. Cumbraos es hijo de viuda con nueve hijos y su padre había sido capitán del Ejército. La familia estaba en la última miseria y vivía en un piso de la calle de la Cancela. En el registro que la Policía efectuó en casa de Cumbraos no se halló nada digno de mención.
Tras la detención de Cumbraos, el Juzgado se presentó nuevamente en la casa del crimen, acompañado del mozo del Café Peral, Manuel Vázquez, y del propio Cumbraos. En una caja que había debajo del mostrador aparecieron 125 pesetas y en otras unos cuantos duros. Luego compareció el Sr. Rois, manifestando que Melchora tenía la costumbre de dejar entrar en la tienda a gente de su confianza a que se sirvieran vinos, a coger pinas, etc., creyendo por eso que los sujetos que allí se hallaban la noche del crimen era compradores.
El mozo del Café Peral no pudo afirmar ahora que fuese Cumbraos quien allí se hallaba dicha noche. Cumbraos afirmó que podía probar dónde estuvo dicha noche, pues llegó temprano a casa, de donde no salió ya, encontrándose con que allí estaba de visita la vecina Ana Sanjuán, de lo que ésta puede responder y en efecto lo hace posteriormente. Al regresar al juzgado, el joven Cumbraos fue puesto en libertad. En la visita que el juez hizo a casa del capitán Agüero, la señora de éste fue presa de un ataque de nervios y sufrió un desmayo.
Careo y rueda de identificación
El jueves 18 comparecen en la cárcel para asistir a una rueda de identificación varios vecinos relacionados con los hechos, entre ellos Emilia Mosquera, vecina de la Silva, con su esposo Antonio López; el vecino del primer piso de la casa del crimen, señor Rois, con su primo y dependiente, Manuel Losada; Emilio López, vecino de la calle del Orzán; el sereno del comercio, Souto, y los niños Bernardo Estévez y María Menéndez.
La rueda de identificación se efectuó en el departamento de mujeres, siendo presentada Ramona Bartomé con otras reclusas, haciéndoseles cubrir la cabeza con una tela negra, ocultando la cara casi por entero, como se asegura que el sábado de la semana pasada estuvo una mujer en la Silva pretendiendo vender objetos de oro.
Emilia Mosquera titubeó, así como los demás individuos. El señor Rois manifestó cuando vio a Seijas en una rueda posterior que no podía afirmar que fuese él quien se encontraba en el lugar del crimen cuando él se retiró a su casa dicha noche. Lo mismo señaló su criado.
Seijas vestía como cuando fue detenido, llevando por único aditamento un pañuelo anudado a la cabeza. Los sujetos que con él formaron la rueda de identificación, vestían trajes oscuros, algunos de negro, llevando zamarras de astracán en vez de chaquetas, semejantes a la pelliza que usaba Seijas.
Entre las declaraciones del jueves 18, destaca la de D. Ulpiano Sánchez, socio de la casa de comercio de Peña y Compañía, de la cual era mozo el asesinado Gregorio Rey, así como el hermano de la asesinada y una mujer que se dedica a componer y remendar paraguas en las escaleras de la plaza de Abastos, pues se sabía que el día del crimen había compuesto uno muy parecido al que Seijas usaba, pero la mujer no pudo aclararlo debidamente.
Ramón Cumbraos, refiriéndose a particularidades y detalles del crimen, preguntó si se había hallado en la mano izquierda de la señora Melchora una sortija que usaba de ordinario. Cuando alguien le contestó en sentido negativo, describió él la alhaja diciendo que era de plata antigua, ancha y llevando en el centro dos o tres brillantes. Cumbraos se ofreció a presentarse al juez para si se hallaba, realizar la identificación de la sortija.
También el jueves 18 llegó a declarar al Juzgado un anciano de Lañas, llamado Ángel do Mato, que había pertenecido hasta hace poco a la cuadrilla de limpieza del Ayuntamiento coruñés, siendo declarado cesante por padecer una enfermedad crónica.
Desde que dejó La Coruña se fue a trabajar a Lañas, en donde conoció a Agustín Seijas. Dijo el anciano que nada puede manifestar en cuanto a si Seijas estuvo o no la noche del crimen en Lañas, por la razón de que él se encontraba en La Coruña desde el miércoles, habiendo regresado al pueblo el martes 16. Había venido a la ciudad con objeto de presentar en el Ayuntamiento coruñés una instancia solicitando una pensión o gratificación. La pareja de la Benemérita que acompañó a Do Mato al Juzgado entregó un envoltorio que contenía camisas sucias de Seijas encontrado en su casa de Lañas.
En la tarde de dicho jueves 18, la Guardia Civil practicó un detenido reconocimiento en la casa de comestibles que José Mejuto tiene en la calle de San Andrés. En esta casa, como ya dijimos, acostumbraba a detenerse Seijas cada vez que venía a La Coruña y allí almorzó el sábado 13 de octubre con su mujer.
El reconocimiento que se efectuó en el establecimiento fue minucioso, pero sólo se encontró un estuche conteniendo un par de pendientes de oro, cuya pertenencia no pudo explicar Mejuto con claridad. Mientras duró el reconocimiento, cientos de curiosos esperaban en las inmediaciones de la tienda haciendo numerosos comentarios sobre el caso.
Otro lugar en donde estuvo Seijas el viernes 13 fue en la barbería de José Rubiños, sita en el 202 de la calle del Orzán. Fue entre las 9 y 10 de la mañana. Cuando Rubiños comenzaba a afeitar a Seijas, llegó a la barbería el muchacho vendedor de La Voz anunciando a voz en grito el crimen. Seijas ni se inmutó. Tampoco se observaron en su cara y cuerpo señales de agresión.
Declaración muy importante fue la prestada el mismo 18 de octubre por Eduardo Villardefrancos (hijo) y del dependiente de la librería que el padre de dicho señor tiene en la calle de Castelar.
Villardefrancos y su dependiente afirman categóricamente que el viernes a las doce de la mañana estuvo Seijas en su establecimiento a comprar portaplumas, papel y otros efectos para las escuelas que regenta. Es más, alegan que Seijas también estuvo en la librería el jueves.
Con estas dos personas, ya son tres -el otro es el guardia Fajardo- las que vieron a Seijas el viernes en La Coruña. Se impone, pues, un careo entre Villardefrancos y su dependiente y Seijas.
Testigo casual
Compareció a declarar el viernes 19 una testigo en la cual se dio una verdadera casualidad. Regresaba en la mañana de dicho día el doctor Fariña de visitar a un enfermo de La Gaiteira cuando se detuvo en un establecimiento que en la Palloza tiene el señor Souto. Allí se encontraba una mujer aldeana vendiendo a Souto unos quesos que llevaba en una cesta, habiendo dejado sujeto un pollino a la puerta de la tienda.
Comenzaron a hablar del crimen de la calle de San Andrés todas las personas que se hallaban en el local, comentando la declaración prestada por Villardefrancos asegurando haber visto a Seijas en su papelería en la mañana del viernes. De repente exclamó la mujer:
-Es cierto eso. Seijas estuvo el viernes en La Coruña porque yo misma lo vi en casa de la señora Melchora.
Comenzaron entonces los asistentes, y especialmente los señores Fariña y Souto, a asediar a preguntas a la mujer, o lo que es lo mismo, a tirarle de la lengua.
Insistió en ello dicha señora, añadiendo que había ido a vender quesos a la señora Melchora y que fue entonces cuando vio a Seijas, cerca del mostrador, bebiendo un vaso de vino. Siguió afirmando la señora, aunque dijo que no declararía en el Juzgado porque le tenía mucho miedo a Seijas, «el tuerto». El doctor Fariña, ya que la parroquiana se negaba a declarar, le dijo a un guardia que la siguiera, deteniéndola al llegar a Garás y llevándola posteriormente al Juzgado. La mujer ya no estuvo en el Juzgado tan explícita como en la tienda de Souto. Comenzó por decir que no había visto bien la cara del sujeto que estaba en el establecimiento de la señora Melchora, pero acabó por declarar, tras expresar un gran temor a Seijas:
-Mire, señor, pra min era o.
Después de interrogada fue puesta en libertad. También se puso en libertad al anciano Ángel do Mato, que regresó a Lañas.
Declaró también el viernes 19 la vendedora de leche llamada «señora María», que como ya dijimos, era quien hacía los recados a la señora Melchora, puesto que ésta apenas salía de casa. Parece que conocía a Seijas y que lo vio en el establecimiento en varias ocasiones. También volvió a declarar la mujer que arreglaba paraguas en la plaza de Abastos.
Pero la declaración más importante del viernes tuvo lugar en la cárcel con Agustín Seijas y su amante.
Fue por la tarde y la hizo delante del fiscal, señor Pastor, y del juez, señor Calvo. Duró más de dos horas y demostró -según informan los periódicos al día siguiente- que Seijas «es muy hábil y no se le coge fácilmente en un renuncio».
Compareció Seijas a declarar muy encorvado y con las manos sobre el vientre. El juez, cual si fuese un capitán de campamento, le ordenó enderezarse, cuadrarse, levantar la cabeza y poner los brazos tendidos, a lo cual indicó el detenido que padecía de flato, por lo que si permanecía inclinado se le atenuaban los dolores. Le responde el juez que por qué no lo ha dicho para ser asistido por un médico, a lo que contesta Seijas que no lo consideró necesario.
A una semana del crimen, poco sigue sabiéndose de él, mostrándose la opinión pública preocupada por el infructuoso resultado de cuanto hasta entonces se llevaba hecho para descubrir a los autores y empieza a tomar cuerpo la idea de que el crimen puede quedar impune.
Sí han servido las investigaciones para poner de relieve la sordidez de un mundo social que convive en pleno centro de la ciudad coruñesa: capitanes del Ejército en condiciones miserables que firman pagarés de 2.000 reales para poder comer; «mandados» y recaderos por cuatro perras; dependientes que viven con sus amos de realquilados; dueños de establecimientos que viven pobres para morir ricos; arregladoras de paraguas y un largo etcétera.
La declaración más importante del sábado 20 es la prestada por el juez municipal de Arteijo, D. Faustino Pazos, que, redactada por él mismo, ocupa tres folios.
Dice el juez que -como asegura el detenido- vio pasar a Seijas por delante de su casa a una de cuyas ventanas se hallaba él asomado en la mañana del sábado. Iba en dirección a La Coruña acompañado de una mujer. Después de saludarlo prosiguió su marcha, pero cuando apenas había adelantado unos treinta pasos, Seijas se volvió y le saludo de nuevo llevándose las manos al sombrero.
Añade el juez que a Seijas se le considera en la zona «un elemento audaz y temible de una banda de malhechores». «La gente -añade el juez- le tiene un miedo cerval y se da el caso de entrar en una tienda y poner nerviosos de inmediato -e incluso manos arriba- a sus propietarios, creyendo que es un asaltante.»
Se dice que frecuentemente llegan personas desconocidas a Lañas y Barrañán, las cuales sólo a Seijas se dirigen. La Guardia Civil tuvo frecuentemente que habérselas con Seijas, aunque sin poder detenerle, es «sujeto listo que no hace nada que le comprometa». Lo que el juez Pazos expresó, si no por escrito, hablado confidencialmente, es que de Lañas a La Coruña se puede ir y venir en un par o tres horas y que nada tendría de particular que un sujeto que está, por ejemplo, a las 8 en la capital coruñesa, esté luego a las diez en el pueblo. De ser así se ratificaría la opinión de que el viernes Seijas estuvo en la Coruña, aunque él asegura que permaneció en Lañas y Barrañán, celebrando escuela.
El mismo día 20 se notifica por el escribano señor Barranco, auto de procesamiento contra Agustín Seijas que continúa incomunicado y Ramona Bartomé. Tanto uno como otra protestan de su inocencia. «Isto non pode ser», dijo Agustín al escribano.
Ante el atasco de las investigaciones, los periódicos las hacen por su cuenta. Por ejemplo, La Voz del día 21 dice que uno de los empleados del almacén de carbón de D. Marcelino Suárez, llamado Manuel Chico, asegura haber visto a Seijas a las doce menos cuarto del viernes arrimado a la puerta de entrada de la casa del crimen. Tenía echado el sombrero hacia adelante, manos en el bolsillo y con las piernas cruzadas. Parecía meditabundo. Lo recuerda perfectamente porque ocurrió cuando se dirigía a la plaza de Pontevedra para tratar con Vicente Ozores de asuntos relativos al alijo de la carga de un barco. Chico está dispuesto a repetir ante el juez lo dicho al redactor de La Voz de Galicia.
Añade La Voz de dicho día que una vecina de la calle de San Andrés cuyo nombre se silencia, dice que le consta que Ramón Cumbraos, dos días antes del crimen, se hallaba atareado en formalizar cuentas con la señora Melchora, apoyado en el mostrador por la parte del mismo correspondiente al portal. La señora lloraba a lágrima viva.
Cuando entró en la tienda dicha vecina le preguntó a Melchora por la causa de tantas lágrimas.
-Lloro -dijo- porque «estoy trabajando para el mundo», porque me explotan y no veo nada bueno para mí. Yo soy una infeliz; soy una tonta. Con lo que me deben más de cuatro galopines y tunantonas tenía para hacer una casa en la misma calle Real.
Calculaban algunas personas que las cantidades que se le debían a la señora Melchora llegaban a los 20.000 duros. Otro dato que aporta el periódico de dicho día es que la condueña de una casa de la calle de San Andrés había percibido de doña Melchora un préstamo de 8.000 pesetas sobre la finca en cuestión, pues estaba precisada por urgentes necesidades.
Se dice que acordó entonces la persona citada (cuyas iniciales son M.P.) a la señora Melchora, que le dio en préstamo la citada suma u otra muy parecida, recibiendo como garantía el testamento de condueña de la finca. El caso es que dicho documento debe de hallarse en poder del juez y el Juzgado al hacer el inventario de cuanto había en la casa del crimen tendrá que hallarlo.
Pero para desgracia de la señora Melchora la casa ya se hallaba hipotecada por un vecino de Labañou y cuando aquella quiso ejercitar su derecho sobre la finca, se encontró con que ya pertenecía a diferentes personas y que nada podía percibir sin que mediase un pleito.
Entrevista
Tras levantársela la incomunicación, un reportero de La Voz de Galicia pudo entrevistarse con Seijas. Tras una inicial oposición, el acusado se decide a hablar. He aquí un extracto de la interviú publicada el sábado 27 de octubre.
-Yo ya dije que vale más que me peguen un tiro. Así acabaré de padecer. ¡Verme envuelto en un asunto tan espantoso! ¡Decir que dudan de mi inocencia! Yo lograré lo contrario. La verdad ha de resplandecer ¡Ya verán quién es Seijas!
Habla con voz ronca, áspera, sin inflexiones, con verbosidad grande y sin mirar apenas para nosotros.
-Díganos, cuando usted, a los dos días de estar detenido, llamó al juez para ampliar la declaración, ¿qué le quiso contar?
-Traté de probar mi inocencia. Cité a más testigos, vecinos de Lañas, que pueden decir que me han visto allá el viernes. Pero no los nombré a todos.
-¿Por qué?
-Me reservo llamarles en el acto de la vista, si esto pasase a la Audiencia. Temo que me los falseen. Ya hablarán entonces.
-Mire, Seijas, ha adoptado usted un procedimiento que puede serle perjudicial. ¿Por qué negarlo todo sistemáticamente? El hecho de que usted hubiese estado en La Coruña el viernes citado y la circunstancia de conocer a los esposos asesinados no prueba nada contra usted. En esos días han entrado y salido muchas personas de la capital y no por ello son sospechosos.
-Es que yo no niego nada. Es que yo digo lo que es cierto y nada más.
-¿Usted conocía a Gregorio y a la señora Melchora?
-No y no, repito que no.
-Lo han visto a usted en dicha casa más de cuatro personas.
-¡Mienten!
-El viernes, por ejemplo, lo encontró a usted un municipal en la calle San Andrés.
-Niego y niego. Ese municipal vio visiones. Puedo probarlo.
-¿Y los de la librería Villardefrancos, que le despacharon el viernes?
-Allí no estuve el viernes, sino el sábado.
-Sin embargo, usted negó en un principio haber estado allí cuando nosotros mismos le interrogamos en la inspección y le preguntamos en dónde había adquirido el material para su escuela que le fue ocupado.
-Estuve en dos librerías. Trataba de hacer mis compras lo más económicamente posible y fui a donde me convino. Algo lo compré en casa de Villardefrancos, en donde había estado muchas veces, y algo en otra parte, pero todo el sábado.
»El viernes, ya dije que celebré escuela en Lañas y Barrañán. Los chicos y sus padres pueden atestiguarlo.
»El viernes, de regreso a Barrañán, llovía y entré en casa de Jesusa Calviño, allí bebí aguardiente y tomé un pedazo de pan. Hablé con diferentes personas. Me fui a las cuatro de la tarde, cuando escampó, y en mi casa, o sea, en la de Manuel Paz, en Lañas, después de cenar, me acosté a las nueve de la noche.-¿Hace usted frecuentes viajes a La Coruña?
-Sí, todos los sábados.
-¿Qué tiempo invierte en el trayecto?
-Unas cuatro horas. Hay dos leguas y media, o tres.
-¿Y si hace el recorrido a caballo?
-Según el caballo, dos horas y media.
-¿Y qué le pidió usted últimamente a la señora Melchora?
-¡Nada! ¡Si ni la conocía!
-Pues una tocinera de Pastoriza, la señora Amalia, dice que le vio a usted discutir con la tendera en el establecimiento. Ella le decía: «¡No puede ser esta vez Seijas, otra vez será! ».
-¡Ah, testigos falsarios!
-Bueno, ¿y se atreve usted a negar que estuvo tomando café con el señor Gregorio, la otra víctima?
-¡Qué mentira!
-Muchos le vieron a usted.
-¡Impostores!
-¿Y no es posible siquiera que usted haya ido a tomar café con varios y que entre ellos estuviese Gregorio?
-Siendo así…
-El hijo de usted, Ángel, se halla en la provincia, ¿verdad?
-Mi hijo, el pobre Angelito, murió en Cuba hace cinco años. Pregunten ustedes en el Gobierno Militar.
-Pues adiós.
-Adiós. Digan ustedes que me devuelvan mi chaquetón. Gracias a él me abrigo de noche, pues me hace el servicio de una manta…
-No se preocupe usted por la chaqueta.
-Es que estar de presidiario me intranquiliza.
El mismo sábado 27, La Voz da también cuenta de que estuvieron declarando en el Juzgado varias vecinas de Lañas y algunas niñas de la escuela a las que dio clase Seijas. Éstas afirmaron que el viernes por la mañana les dio clase. Las mujeres corroboraron que le vieron el viernes en el pueblo, aunque sin mucho entusiasmo. El reportero de La Voz consiguió unas declaraciones de una de ellas, que se fue curiosamente sin declarar nada.
-¿Usted es vecina de Seijas?
-Mire señor. Como vecina, en verdad, non o son nin o é alí ninguén. Seijas é un piollo pegadizo, que está en Lañas como podería estar noutro lado. Chegou a aldea, sin que se soubese moi ben de onde viña; correuno duas veces a Garda Civil, e volveu. Poido decir que na parroquia nunca fizo mal a naide, pero naide pode responder do que faicando sal d’entre nos.
El domingo 11 de noviembre los periódicos informan del descubrimiento de la mujer enlutada, la mujer misteriosa, de ojos enfermos y pañuelo sobre la cara que diferentes testigos declaraban haber, visto la misma noche del crimen.
Resulta que la misteriosa dama era… una operaria de la Fábrica de Tabacos, llamada Rita Menguala. Vive en la buhardilla de la casa número 6 de la calle Pastoriza. Es sorda, alta, con los ojos enfermos.
Rita ha dicho que si no apareció antes en escena fue «por evitarse molestias». La decidió a comparecer ante el juez el farmacéutico, señor Salgado, que la socorre y la protege.
Rita era íntima amiga de la señora Melchora. Entraba en su casa todos los días y en la noche del crimen, al retirarse a las once menos cuarto, sólo quedaba, según ella, en el establecimiento un hombre joven de traje claro y boina que iba por allí con relativa frecuencia. «Su aspecto era el de un camarero», dice Rita.
Esa misma noche pasó desde el portal a la cocina a beber agua y recuerda que vio al señor Gregorio, dolorido por su afección del estómago, sentado en una mesa que desde la calle se ve perfectamente, dando la espalda a los que en el portal estaban y puesto de bruces como medio adormecido. Éste era el misterioso sujeto a que se referían muchos de los testigos declarantes.
Rita dice también que al salir encontró frente a la casa a tres sujetos desconocidos que la miraban fijamente. El Juzgado procuró averiguar quién era el joven al que Rita vio allí cuando salía de la casa, resultando ser un vecino de la calle de los Olmos, inofensivo e inocente.
El «Vimianzo»
También se pensó en un principio en otro sujeto, llamado Celestino Rodríguez, más conocido por el «Vimianzo», que habitaba en el número 2 de la calle Perillana. Se practicó allí un registro, averiguándose que el «Vimianzo» hace meses que estaba fuera de La Coruña.
El día 13 Rita efectuó una nueva declaración ante el juez, ratificándose en lo anterior y definiendo al sujeto que quedaba en el establecimiento cuando ella salió como un elemento joven, de bigote negro, de traje claro de tela, con boina y botas negras y pinta de obrero.
Luego tuvo Rita un careo con los hermanos Cumbraos, no reconociendo en ninguno de ellos al joven misterioso.
El jueves 15 de noviembre, el juez ordena hacer el inventario de la casa del crimen. Da comienzo a las nueve de la mañana y dura cinco horas. El hedor en el local era insoportable. La cama se hallaba llena de sangre y el cuarto estaba sin airear. Se reventó la cerradura de un arca, que sólo contenía ropa; en un rincón había unos billetes de banco y unas monedas y poco más, sumando todo cerca de unos cuatro mil reales.
Se habló también de un individuo de malos antecedentes, oriundo de Santiago, y que vive cerca de aquella ciudad, el cual en compañía de otros dos sujetos estuvo en La Coruña la víspera y el día del crimen.
Declararon también Ángela Minche y el padre del farmacéutico, señor Salgado. Sus manifestaciones carecieron de importancia, limitándose a dar antecedentes favorables de la cigarrera Rita. Asimismo, declaró una vecina de la calle de Pastoriza Ramada Dolores, casada con un marinero, por decirse de ella que todas las noches a última hora iba a buscar vino a la tienda de Melchora.
Pero tanto unos como otros poco aportaron de nuevo. En este mismo mes de noviembre, la amante de Seijas era puesta en libertad.
El 27 de febrero de 1901 pasa a la Audiencia coruñesa el sumario del crimen de la calle de San Andrés.
Lo más saliente que contra Agustín Seijas figura en el mismo son las declaraciones prestadas por los siguientes testigos: guardia municipal Fajardo, que asegura haber visto a Seijas el día del crimen en La Coruña.
Antolín Ezquerra, que vio a Seijas en casa de los esposos asesinados, aun cuando el procesado asegura no haber estado allí nunca. Manuel Losada Abelleira, que hace iguales manifestaciones. Bernarda Estévez, que recuerda haber visto a Seijas hablar con la señora Melchora. Emilia López, que oyó hablar a ésta del propio Seijas. José Otero González, cabo de la Guardia Civil, que vio a Seijas en casa de los tenderos muertos en ocasión de tener que entregarle una cédula.
Ángela Bermúdez Boedo, que el viernes vio tres veces a Seijas en La Coruña. Antonia Siso Boedo, que lo vio a las dos y medía de dicho día en la avenida de la Marina. Manuel Rois y Abelleira, que afirmaron en la rueda de presos haberlo visto varias veces en casa de los finados.
Eduardo Villardefrancos, que asegura que estuvo el jueves y viernes en la librería de su padre haciendo compras. Un dependiente del señor Villardefrancos, que dice lo mismo. Francisca Barbeito, que lo vio en casa de Melchora. La viuda de Míguez, que dice que Seijas estuvo en el establecimiento la mañana posterior al crimen. Manuel Chico Bermúdez, que vio a Seijas el viernes apoyado contra la parte del almacén del señor Suárez. Amalia Boedo, que vio en la tienda de Melchora a un sujeto parecido a Seijas. Manuela Regueiro, que vio el sábado a Seijas en Oseiro y que recuerda haberle visto pasar para La Coruña al mediodía del viernes. Pilar Ruibal, que vio a Seijas con gran confianza en casa de los tenderos asesinados. José González, que también lo vio allí. Seijas ha estado procesado otras dos veces por hurto (7 meses de presidio) y por hurto y estafa (3 años y un día). La acusación privada continúa en el ejercicio de sus acciones cerca del Tribunal.
La causa pasa ahora al ponente y luego al fiscal.
Y finalmente, el 13 de abril de 1901, la sección primera de la Audiencia de La Coruña dejaba sin efecto los autos dictados por el Juez de Instrucción de dicha ciudad en octubre del pasado año, acordándose la libertad de Agustín Seijas. Había suposiciones, coincidencias, deducciones, pero ninguna prueba. Se acuerda asimismo la libertad incondicional de su amante, Ramona Bartomé, hasta ahora en libertad condicional.
A la una de la tarde se notifica a Seijas su puesta en libertad. En dicho momento se hallaban en comunicación los presos, con los cuales se encontraba numeroso público. Seijas recibió la noticia muy emocionado y pronto se congregaron a la puerta de la cárcel muchas personas ávidas de presenciar la puesta en libertad del sospechoso.
Seijas cruzó la puerta de la cárcel cohibido y receloso. Las mujeres le increparon.
-¡Ahí va o canalla! ¡No inferno has de pagalas todas xuntas! -le gritaban.
-¡Larpeiro! ¡Aínda os demos han de cargar contigo!
Poco después llegó Seijas a la calle Herrerías, en donde habita el señor Vilas, y allí aumentó el tumulto que no cesó hasta que Seijas, apresurando el paso y sin responder a nadie, tomó el camino de la Pescadería, yendo a tomar refugio a una posada de la calle de San Andrés, de infausto recuerdo. Ya de noche, aprovechando la oscuridad, emprendió el camino de Lañas.
Para seguridad suya, por si la Guardia Civil le daba el alto como él decía, pidió que le fuese facilitada por la secretaría de la Audiencia una copia autorizada del auto dictado poniéndole en libertad.
El suicidio
Poco tiempo estuvo Seijas en Lañas, pues se fue a vivir con Josefa, una hijastra suya, en Alvedro. El pueblo, dada la leyenda de que venía precedido, no vio con buenos ojos su asentamiento. Seijas, con su cinismo habitual, dio como disculpa el que no le gustaba el párroco de Lañas.
Viajaba Seijas de continuo, habiendo abandonado la enseñanza, y en Alvedro e inmediaciones siempre se le echaba la culpa de cuantos robos se producían. La Guardia Civil le vigilaba y, tras la denuncia por robo de unas lavanderas de Elviña, practicó un registro en su casa, aunque sin resultado positivo.
Desde aquel día, Seijas permaneció taciturno y apenas salía de casa. Creía que le perseguían y acabó enfermando, negándose a tomar alimentos. Se lamentaba de su mala suerte y atribuía a venganza la malquerencia de que era objeto. Su amante procuraba tranquilizarlo.
Y un día, el domingo 7 de julio de 1901, salió pronto de Alvedro, se encaminó al punto llamado Pena de Cruz, al lado sur del Puente Pasaje y desde dicha peña se lanzó al mar, pereciendo ahogado.
El suicida dejó una nota autógrafa, con fecha de 30 de junio, dirigida al director de La Voz de Galicia, en la que decía que se quitaba la vida por culpa del cabo de la Guardia Civil de Sigrás que le amargaba la existencia y que le había amenazado hace poco con registrarle cada tres días. Finalizaba diciendo Seijas:
«Jamás fui criminal, por cuyo motivo no temo a Dios Todopoderoso. Le ruego, señor director, dé publicidad a estas líneas, y si Dios me lleva a buen sitio pediré por usted encarecidamente». Y así puso fin a su vida el principal sospechoso del crimen de la calle de San Andrés.
Posteriores investigaciones se hicieron en el sumario, pero ninguna de ellas dio resultado positivo en cuanto al descubrimiento de los autores o indicios racionales de culpabilidad en persona alguna. Así quedó en el Archivo de la Audiencia un, entonces, voluminoso sumario de setecientas páginas y una expectación que durante más de medio año absorbió al pueblo de La Coruña y de Galicia entera.
El crimen de la calle de San Andrés se convirtió así en lo que se ha venido denominando «crimen perfecto», aunque hay muchos que piensan que faltó voluntad, o medios, para descubrir a sus autores, perdiéndose todo el tiempo con Seijas y su amante, cuyo único delito era el mentir sobre su estancia el viernes 12 de octubre en La Coruña.
Como dirá La Voz de Galicia en su información del domingo 14 de abril de 1901, en donde da la noticia de la libertad de Seijas: «Total… nada».