
- Clasificación: Homicidio
- Características: Arrebato - Asesinó a su prestamista porque este, erróneamente, pensaba que le había mentido sobre la hipoteca que le avalaba
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 5 de junio de 1904
- Fecha de detención: 28 de junio de 1904
- Perfil de la víctima: Antonio Ledo Espiñeira, nacido en 1850 en Guitiriz, indiano y prestamista
- Método del crimen: Martillazos en la cabeza (uno en la base del cráneo y otro en el temporal izquierdo)
- Lugar: Lugo, Galicia, España
- Estado: Abelardo Taboada fue condenado a cadena perpetua el 20 de enero de 1905. Años después fue liberado y murió en A Coruña el 24 de enero de 1930
Índice
Procurador, concejal y asesino (El crimen del PROCURADOR)
Carlos Fernández
8 de noviembre de 2017
El martes 21 de junio de 1904, La Voz de Galicia aparecía con su primera página casi ocupada por estos titulares: «Los horrores de un sótano. Crimen espantoso. Hombre muerto a martillazos. Procurador, concejal y asesino». Fechada en Lugo, se daban las primeras noticias:
«Anteayer domingo hemos recibido de nuestro corresponsal en Lugo, señor Tapia, un telegrama que nos produjo sorpresa grande, mezclada con doloroso sentimiento. Nos decía Tapia que el propietario don Antonio Ledo, de cuya misteriosa desaparición nos habíamos ocupado detalladamente días atrás, había aparecido asesinado, y añadía –de ahí nuestro natural asombro– que el cadáver estaba putrefacto en una cueva o sótano de la casa del teniente de alcalde de aquella ciudad, vicepresidente del Círculo de las Artes y procurador en ejercicio, Abelardo Taboada, persona de algún arraigo y cierta preponderancia de Lugo y conocidísimo en La Coruña, de donde es natural».
Añadiendo:
«La sensacional referencia, que se completaba con la certidumbre de que el procurador Taboada es el autor del asesinato, no pudo publicarse ayer».
Saltaba así a las páginas de la prensa lo que pronto se conocería como «el crimen del procurador» que apasionaría durante bastante tiempo a la opinión pública gallega y especialmente a la de Lugo, ciudad apacible en la que nunca pasaba nada.
Los personajes
Abelardo Taboada Corral nació en la coruñesa calle de la Perillana en 1864, hijo de madre soltera, doña Gregoria Corral, que no tuvo uno sino cinco hijos de este tipo y con el mismo padre, el escribano de actuaciones D. Carlos Taboada Salgueiro.
Abelardo, por mediación de su padre, entró a trabajar en la procuraduría de Ramón Folla. Amigo de la música, entra en el Orfeón coruñés que dirige el maestro Chané, sucesor de Pascual Veiga. Cuando tiene 19 años y va a ingresar en quintas, Abelardo le dice a su padre que tiene que reconocerle, pues en caso contrario hará un disparate, a lo que D. Carlos accede. Abelardo entra en quintas, pero acaba no yendo al servicio.
En 1889 Folla es nombrado gobernador civil de Lugo, llevándose a Taboada que empieza a trabajar con el procurador Roca, quien tiene el despacho en el número 17 de la plaza del Castillo. También trabaja de escribiente en el Ayuntamiento. Tras la muerte del procurador, Abelardo se casa con su viuda, Ramona Acevedo, el 23 de diciembre de 1891, instalándose en la casa de la plaza del Castillo.
Taboada comienza a actuar como procurador en ejercicio dejando su empleo en el Ayuntamiento. En 1895 es elegido concejal en una candidatura de Segismundo Moret, siendo reelegido en varias legislaturas. En 1902 es elegido vicepresidente del Círculo de las Artes.
Taboada, moreno, alto, fuerte, de perilla negra, bigote hasta la comisura de los labios y peinado con raya en medio, se destaca pronto por su vida disoluta, que tiene por principales ocupaciones el juego y las mujeres, esto último ante el espanto de la pía dama doña Ramona.
Es acusado de la desaparición de una importante cantidad de dinero de la tesorería del Círculo de las Artes, en cuyo cargo cesa en febrero de 1904. Continúa en cambio como concejal del Ayuntamiento, estrechando la mano de Alfonso XIII cuando visita Lugo en marzo de dicho año, y el 22 de mayo representa al Ayuntamiento lucense en la inauguración del monumento a los mártires de Carral.
Sus problemas económicos le mueven a solicitar un préstamo sobre su casa de la plaza del Castillo.
Ramona Acevedo Fernández nació en 1848 y muy joven se casó con el procurador D. Ramón Roca Seoane, con el que no tuvo hijos. Extremadamente religiosa, siempre durmió en su casa de la plaza de Castillo en habitación separada de su marido. Tras la muerte del procurador y a pesar de las advertencias de sus amigas que le decían que se iba a casar con un crápula, contrajo matrimonio en 1891 con Abelardo Taboada, 17 años más joven que ella, siendo testigos de la ceremonia Eduardo Ventura y Antonio Valín.
Pronto empieza a sufrir por la vida disoluta del marido, especialmente tras su romance con la cupletista Chelo Larra.
Antonio Ledo Espiñeira, nació en 1850 en Guitiriz y desde los doce años anda medio cojo por causa de una caída de juegos infantiles. En 1864 emigra a Cuba, en donde trabaja en el comercio de tejidos El Navío, y allí siguió hasta 1897 en que regresó a Guitiriz tras acumular una buena fortuna, colocando una importante cantidad de dinero en papel del Estado y dedicando la restante en efectuar préstamos a buen interés.
En Lugo se aposentó Ledo primeramente en la fonda La Oriental, de la calle Castelar, trasladándose luego a la casa de las hermanas Acevedo, que pronto congeniaron con las costumbres sobrias y el espíritu religioso de D. Antonio.
Ledo conoce a Taboada en el Círculo de las Artes, tras haber sido presentado por el cobrador del Banco de España don Mateo Merino. Pronto Taboada le solicita varios préstamos, ofreciendo como garantía la casa de la plaza del Castillo.
Ledo poseía, fruto de sus préstamos, dos casas, una en el barrio del Polvorín y otra en la plaza Mayor. Sus parientes más próximos son un inspector de Policía llamado Mauricio, un capitán de Infantería y la esposa de un teniente de la reserva que viven en Guitiriz.
Por el préstamo hacia el crimen
El 5 de junio de 1904, cuando Lugo renovaba el voto de Galicia a Jesús Sacramentado, Taboada y Ledo acuerdan las condiciones del préstamo. Después de comer, se citan a las cuatro en el Círculo de las Artes. El usurero le anuncia que en vez de las 8.000 pesetas prometidas sólo le puede dar 7.500. Taboada le cita para el día siguiente a las cinco de la tarde en su despacho. No puede ser por la mañana, pues tenía juicio y después pleno en el Ayuntamiento.
El 6 por la mañana, Ledo se entera de que la casa número 17 de la plaza del Castillo ya estaba gravada por una hipoteca firmada por Taboada, con poder otorgado por su esposa, a favor de José Benito Pardo, hecho que no contrasta, pues resulta que es falso ya que, aunque es cierto que Benito Pardo trató de conseguir la hipoteca, el procurador no accedió a ello.
A las cuatro y media, Ledo se levanta de su siesta y, tras despedirse de las hermanas Acevedo, abandona la vivienda. Sube por la calle del Miño, sale por la Travesía del Cantón, encuentra al guardia civil Domingo Abelleira, con el que camina hasta la esquina de la calle de la Reina y llega al número 17 de la plaza del Castillo.
Taboada le espera en el despacho. Ledo pronto va al grano y le espeta que ha tratado de estafarle, pues la casa está ya hipotecada. El procurador se levanta enfurecido y le dice que eso es mentira y que el dinero que él tiene lo ha ganado arruinando al prójimo con préstamos en condiciones abusivas. Ledo le contesta duramente aludiendo a su mujer, al juego y a las queridas.
Es entonces cuando el procurador, que tenía en la mesa de su despacho un martillo estilo mazo, se apodera del instrumento y descarga un fuerte golpe en la cabeza del prestamista, el cual cae fulminado, quedando pronto su cara cubierta por la sangre que le mana abundantemente.
Rápidamente envuelve la cabeza de Ledo en unas arpilleras para evitar que la sangre se extienda por el suelo, y tapa también los huecos de las cerraduras para evitar que algún curioso vea el cadáver.
Luego, sube a su domicilio, se lava las manos, arreglándose posteriormente y saliendo con gran tranquilidad hacia el Ayuntamiento, en donde tiene un pleno a las siete de la tarde.
Preside la sesión municipal Antonio Belón, actuando de secretario Carlos Pardo. En el transcurso de la misma, Taboada pide permiso para ausentarse por unos minutos, los suficientes para comprobar que no había ninguna novedad en su despacho, excepto la arpillera con la que envolvió la cabeza de la víctima, teñida de sangre seca.
Vuelto al salón de sesiones, Taboada interviene defendiendo la prórroga del contrato temporal de dos escribientes. Muy teatral, dice el procurador: «En este Ayuntamiento nunca se defiende a los pobres». Al final se acuerda la prórroga.
Ocultación y fuga
Taboada regresa tranquilamente a su casa y después de cenar le dice a su mujer que va a bajar a su despacho para arreglar unos papeles. Doña Ramona se queda intrigada por este súbito espíritu de trabajo de su crapulesco marido, aunque, temiendo su carácter brusco, no le contesta. Como tampoco le contesta cuando Taboada le sugiere primero y le conmina luego que al día siguiente, martes 7 de junio, se vaya con la criada Casilda al cercano pueblo de Gomeán para visitar a doña Dolores Méndez, vieja amiga de la familia (que ha hecho, además, un préstamo a Taboada) cuya salud es precaria. Detalle casi más sospechoso que la sugerencia de tal visita es que Taboada le ofrezca a su mujer una cantidad de dinero para los gastos de desplazamiento, pues era más agarrado que la chaqueta de un guardia.
El procurador baja al despacho y registra la chaqueta de la víctima. En un bolsillo interior encuentra las 7.500 pesetas, objeto del proyectado préstamo. Le coge también el reloj de oro y lo deja encima de la mesa de despacho, también se apodera de unas monedas de oro que llevaba en el bolsillo del chaleco.
Acto seguido sube a la vivienda y se acuesta.
A la mañana siguiente, antes de salir su mujer y la criada para Gomeán, le entrega el dinero anunciado para los gastos: nada menos que cien reales. Una vez que las mujeres se van, Taboada baja nuevamente al despacho. Cierra la puerta que da al portal y mantiene cerradas las contras de las ventanas que dan a la plaza del Castillo. Coge seguidamente el cadáver y lo arrastra hasta el sótano, que era parte de los calabozos de la antigua cárcel. Lo deposita en una de las celdas o cuevas.
Tras subir al piso, y provisto de un cubo de agua, baja al despacho e intenta hacer desaparecer, con ayuda de un cepillo, las manchas de sangre, pero ésta se había adherido fuertemente a la madera y aunque algo desapareció, no las pudo eliminar.
Taboada baja nuevamente al sótano, dejando junto al cadáver los útiles de la friega. Poco le iba a importar que descubrieran el cuerpo del delito pues ya tenía decidido abandonar Lugo camino de las Américas.
A las nueve regresan de Gomeán doña Ramona y la criada. Ante lo avanzado de la hora, encargan la cena a la fonda de Corrás.
Las hermanas Acevedo empiezan a intrigarse porque su huésped, el señor Ledo, no había regresado tras haber salido el lunes a las cuatro y media. De no llegar el miércoles, darán cuenta a la Policía.
En la amanecida de ese mismo día, Abelardo Taboada toma en la estación de Lugo el tren mixto que le llevará a La Coruña. Viaja con escaso equipaje, entre él las 7.500 pesetas que ha sustraído al prestamista. Viste un chaquetón negro con vuelta de astracán, no muy apropiado ciertamente para primeros de junio.
Varias personas le han visto en la estación: José Yáñez, comerciante de curtidos; también el hijo de un cortador de la plaza de Santo Domingo. En Guitiriz, parada y fonda, Taboada toma un bocadillo en la cantina y se encuentra con otro viajero que ha cogido el tren en Lugo: Antonio Martínez, lucense y propietario de una perfumería en la calle Riego de Agua de La Coruña.
Al llegar el tren a la ciudad coruñesa, Abelardo toma un «propio» que le seguirá para hacer recados. Se apean en la travesía de Luchana y el «propio» entra en la Consignataria de Dionisio Tejero mientras el procurador espera en un portal próximo. El «propio» sale con un billete de tercera clase para La Habana en el vapor Saint Thomas a nombre de Francisco Fariña Vecino, por el que pagó 230 pesetas. No hará falta decir que Francisco Fariña Vecino es el nombre supuesto que ha adoptado Taboada.
El Saint Thomas, de bandera danesa, llega a La Coruña en las primeras horas de la tarde del miércoles y anuncia la salida para las nueve de la tarde. Como es la primera vez que visita La Coruña, los consignatarios han preparado una recepción a las autoridades de la ciudad.
Mientras espera la llegada del barco en la avenida de la Marina, frente a la oficina de la Compañía de Contribuciones, Taboada se encuentra con el redactor de La Voz de Galicia Bernardo Faginas, viejo conocido, que se queda extrañado de verlo tan arropado. El procurador le dice que ha cogido frío hace días y que no está todavía recuperado. Otra persona que se percata de su presencia, de lo cual no se da cuenta Taboada, es Antonio Ferrer, inspector de Vigilancia y Seguridad que hasta hace poco había estado destinado en Vigo.
A las cuatro de la tarde, el Saint Thomas fondea en la bahía y comienzan las operaciones de descarga, carga y embarque de pasajeros.
Poco después suben las autoridades invitadas a bordo y se dedican al sabroso placer de degustar bebida y canapés exóticos. Al mismo tiempo, la Sanidad busca al pasajero «Francisco Fariña» (a) Taboada para que se vacune contra la viruela.
A las nueve de la noche, el Saint Thomas leva anclas y pone rumbo a Cuba, previa escala en Vigo. La noche está cayendo y en la cubierta de Pasaje, Taboada (a) «Francisco Fariña» esboza una sonrisa triunfal cuando la torre de Hércules comienza a perderse en el horizonte, aunque no su luz que durante algún tiempo más emite sus destellos para que los oficiales del Saint Thomas establezcan las últimas posiciones por marcas de tierra, antes de que descubra en el horizonte el cabo Villano. Si alguien hubiese podido oír la canción que tarareaba Taboada comprobaría que era una habanera. Pero aquel viaje iba a tener un rápido retorno.
En la tarde de ese mismo día 8, las hermanas Acevedo informan en la Inspección de Vigilancia de Lugo que Antonio Ledo falta de su casa desde primeras horas de la tarde del lunes. Al día siguiente, vanos periódicos locales se refieren, bajo el titular «Un desaparecido», al caso. Ese día 9, doña Ramona Acevedo, alarmada ante la prolongada falta del domicilio de su marido, denuncia el hecho a la Inspección de Vigilancia. El 11 de junio, el gobernador civil de Lugo dicta una circular para publicar en el Boletín de la Provincia. Dice así:
«Los señores alcaldes, Guardia Civil, inspectores del Cuerpo de Vigilancia y demás dependientes de mi autoridad procederán a averiguar el paradero de Antonio Ledo Espiñeira, natural de Guitiriz, con domicilio en esta ciudad, calle del Miño número 19, de unos 54 años, estatura regular, ojos grandes, pelo entrecano, andar defectuoso; viste unas veces americana y otras gabán, que desapareció de esta capital el día 6 del actual; y caso de ser hallado darán cuenta a este Gobierno Civil para ponerlo en conocimiento de la familia del citado Ledo, que lo interesa».
La prensa sigue hablando del caso, aunque limitadamente. No cabe duda de que una desaparición no es un crimen. El Norte de Galicia se refiere el 15 de junio al caso Ledo, del que asegura que llevaba 7.500 pesetas el día en que desapareció, añadiendo:
«También se habla mucho de la ausencia de otra persona muy conocida, y de la que tampoco se tienen noticias desde hace cinco días».
El 17 de junio, dice en un suelto El Regional:
«El misterio que rodea su desaparición [de Ledo], la desahogada situación económica del aludido, las genialidades de su carácter y, sobre todo, la circunstancia de dejar en la casa en que vivía un baúl con 30.000 pesetas en efectivo, dan pábulo a la chismografía haciendo cada cual los comentarios que su imaginación le sugiere».
El día 18, doña Ramona Acevedo visita al abogado José Benito Pardo, persona en la que siempre ha tenido gran confianza, y la hace partícipe que de los sótanos de su casa del Príncipe sube un olor pestilente, como de un cadáver en descomposición, por lo que comienza a sospechar que su marido tiene algo que ver con la desaparición del prestamista. Intrigada, mandó a la criada al sótano y descubrió aquella horrorizada que allí había un bulto como el de un hombre tendido en el suelo.
Don José Benito le recomienda que dé cuenta inmediata a la Policía. Y el domingo 19 de junio, el juez Félix Jarato, acompañado del oficial Manuel Llanos y del alguacil Correa, se presentan en casa de doña Ramona y entran, acompañados por ella, en el despacho del procurador. Pronto se percatan de que aquello ha sido marco de un acto violento: manchas de sangre en el martillo, en la mesa y en el suelo. Tras visitar el dormitorio del desaparecido, bajan al sótano.
Mal olor
El olor se hace insoportable, por lo que sacan un pañuelo que llevan sobre la nariz. Entran en las cuevas de la antigua cárcel. El olor aumenta y alumbrándose con fósforos contemplan atónitos el cadáver de Antonio Ledo tendido sobre el suelo. La cabeza ha sido casi devorada por las ratas, así como parte del pecho. Se registra el cadáver: ni rastro de las 7.500 pesetas, sólo diez pesetas en metálico, unas llaves, dos cédulas personales, un aro de plata y el escapulario al cuello de la virgen del Carmen.
El juez informa inmediatamente del hecho al gobernador civil. Se transmite a la Policía de La Coruña la noticia del crimen y el Servicio de Inspección encarga al inspector Ferrer la detención de Taboada, pero Ferrer, que vio al procurador el día 6 en el puerto coruñés, advierte: «demasiado tarde».
Ese mismo día, en el cementerio nuevo de Lugo, se efectúa la autopsia de Ledo, que confirma que la muerte se produjo a consecuencia de dos martillazos, uno en la base del cráneo y otro en la región temporal izquierda. Han efectuado la autopsia los doctores Alonso, Zubiri, Rodríguez Leonardo, Hernández y Pardo Baliña, asistiendo al acto el gobernador Federico López; el alcalde, Antonio Belón y el Juez de Instrucción.
El día 20, y en grandes titulares, los periódicos lucenses dan la noticia. Al día siguiente, lo hacen los de La Coruña y los restantes regionales.
Se da cuenta de la detención de doña Ramona Acevedo, señora de Taboada, y su criada, así como de la maestra de instrucción de Castro de Rey y su marido, amigos ambos del procurador. También se informa de las investigaciones de la Inspección de Seguridad y Vigilancia de La Coruña, que confirman que el pasajero que el día 6 embarcó con el nombre de Francisco Fariña rumbo a La Habana era Abelardo Taboada. Asimismo, el gobernador civil de La Coruña recibe un telegrama del de Lugo en el que se le pide contacte con el cónsul de Cuba para conseguir que se detenga a Taboada en La Habana, en tanto no se consigue por el Ministerio de Estado español la extradición.
Se informa, también, de que en Ferrol se ha suicidado un joven desconocido, natural de Lugo, que desempeñaba en dicha ciudad un destino de consumero. La voz popular, agrandando los hechos, trata de relacionar este suicidio con el crimen de Ledo, diciéndose que el desconocido consumero era un cómplice de Taboada, que huyó de Lugo temiendo el descubrimiento del delito.
El día 22 se informa de que doña Ramona y su criada han sido puestas en libertad. Los inquilinos del segundo piso de la casa del crimen, la señora de Arce –de Chantada– y una hija suya, afirman que nada vieron ni oyeron el más leve rumor que hiciese suponer la comisión de un crimen en su vivienda.
El corresponsal de La Voz en Lugo señala, como muestra de la impresión que ha producido en la ciudad el crimen, que dentro de sus murallas sólo se recuerda que se haya cometido otro homicidio en 1859, en la persona de una mujer, en la calle de la Rúa Nueva, también para robarle. Como diese gritos, le metieron un pañuelo en la boca y la ahogaron. En la provincia de Lugo sí se cometieron delitos horribles, pero en la propia ciudad ninguno otro más que el de la Rúa Nueva.
Alguien propone abrir una suscripción con objeto de obsequiar al gobernador civil con un valioso regalo por la actividad y el celo desplegado en este asunto. Varios periódicos se oponen, entendiendo que no es esta la mejor ocasión para pensar en regalos.
La Idea Moderna recoge el día 22 el rumor de que Ledo era acreedor de Taboada, al que había prestado 2.000 pesetas.
El Norte de Galicia publica el día 22 un retrato de Taboada y una foto de la autopsia efectuada al cadáver de Ledo por el escultor González Pola. La Voz de Galicia las reproduce el día 23 y da cuenta de que hay en el Círculo de las Artes verdadera indignación en contra de Taboada, existiendo el pensamiento de que en la primera junta general que se celebre se tache su nombre de todas las listas de la sociedad y que desaparezca en todos los documentos por él suscritos cuando formó parte de la junta directiva.
También se dice que entre algunos concejales hay el propósito de pedir en la próxima sesión municipal se haga constar en acta el disgusto y la indignación que ha producido el horrible crimen realizado por un teniente de alcalde.
El día 22 se celebran en la iglesia de los Padres Franciscanos de Lugo funerales por el alma de Ledo, al que asiste el sobrino, sobrino político y el hermano de éste.
Ese día, la criada Casilda se despide de doña Ramona Acevedo y se marcha a vivir con una hermana viuda al barrio de la Chanca. La señora de Taboada se traslada a su casa de la calle del Miño, así como la familia Arce que lo hace a otra vivienda. En cuestión de horas, «la casa del crimen» ha quedado deshabitada. La gente, cuando pasa por su frente, se santigua y acelera el paso.
El 23 de junio, el Diario de Pontevedra dice que Taboada estuvo en aquella ciudad hace unos días. La Voz ese mismo día se hace eco de la llegada a La Habana del Saint Thomas, diciendo que en Triscornia se halla encerrado Taboada, pues tan pronto puso el pie en tierra los guardias cubanos le detuvieron y pronto lo devolverán a España. Líneas más adelante se informa de que el cónsul de Cuba en La Coruña, señor Mazón, ha puesto en conocimiento de su embajada en Madrid los hechos para que se solicite la extradición de Taboada a petición del Gobierno español.
El día 24, La Voz dice en un comentario titulado «A cada cual lo suyo»:
«Cayó la noticia del tremendo crimen como una máquina marciana de Wells en aquella timorata población todavía ceñida por el sofocante abrazo de la muralla, y la confusión, el temor pánico, no dejaron lugar a que “relata refero” los periódicos lucenses abriesen plaza a la información del hecho.
»–Es un suceso magnífico, un crimen verdaderamente parisién –decía una dama ilustre, maestra insigne en el decir y psicóloga incomparable, bien convencida del copioso jugo que podría dar al reporter la “creación” de Taboada.
»¡En manos de Le Matin!
»Sí, en efecto, en manos de un gran diario francés hubiera sido materia inestimable, pero aquí en modesta esfera también procuraremos no perder tiempo ni asunto».
Requisitoria
Y el 25 de junio, aparece en el Boletín Oficial de la provincia una requisitoria del Juzgado de Primera Instancia interesando el paradero de Taboada.
Abelardo Taboada desembarcó en Triscornia, en donde permaneció varios días con los demás emigrantes hasta que las autoridades de inmigración autorizasen su residencia en la isla.
Durante la travesía se mantuvo alejado de juegos y conversaciones con los demás pasajeros que impidieron a éstos conocer los móviles de su viaje. Antes de llegar a la isla caribeña, tiró al mar el chaquetón con cuello de astracán.
Al sexto día de su estancia en la isla, el 28 de junio, y cuando había salido de efectuar una compra en el Bazar Inglés de La Habana, un policía le detiene, tras preguntarle:
–¿Don Francisco Fariña o don Abelardo Taboada, supongo?
Tras atarle los brazos a la espalda, fue conducido por el sargento Rivas a la prisión militar de San Cayetano, donde se le registró, encontrándole 7.411 pesetas y un reloj marca Donap.
Posteriormente, y acompañado de un agente, fue al campamento de Triscornia en donde retiró su maleta, que sólo contenía unas prendas de vestir.
El 2 de julio, Taboada pide en la cárcel que se le ponga en contacto con un representante de la embajada española. Como cree que no hay tratado de extradición entre su país y Cuba, piensa que será puesto en libertad y para forzar tal decisión inicia una huelga de hambre en la prisión.
También se ha puesto en contacto con el delegado del poderoso Centro Gallego de La Habana, el cual le ha prometido que en caso de que no se conceda la extradición, le pondrá en contacto con el mejor abogado de la capital cubana y depositará la fianza necesaria para que el juez le ponga en libertad, tras lo que se haría lo posible por enviarle a un país hispano de América del Sur. Pero si se consigue la extradición no hay nada que hacer.
El Regional de Lugo informa en su edición del día 2 de julio de la captura de Taboada.
«No ha querido la Providencia –dice– que el cobarde autor del asesinato de don Antonio Ledo, consiguiera sustraerse a la justicia humana, ya que a la Divina no había de poder sustraerse en ningún caso. Abelardo Taboada ha sido capturado en La Habana.
»Taboada volverá a Lugo. Comparecerá ante el Tribunal. Aquí, donde tanto se le distinguió, donde tanto se le ensalzó, donde todas las puertas se le abrían y se le tendían todas las manos juzgándole un hombre honrado.
»No supo o no quiso corresponder a las consideraciones que todos le guardaron y manchó sus manos en sangre, asesinando a un honrado convecino suyo, cobardemente y creyendo buscar su salvación en la fuga.
»De nada le ha servido ésta y volverá a Lugo a ser juzgado. La pena del Talión es dura, pero hay que convenir que es justa.»
En la cárcel de La Habana, Taboada sigue su huelga de hambre. Havana Post informa a primeros de julio que ha sufrido un síncope por tal motivo. El 12 de dicho mes, el Juzgado de Lugo envía al Ministerio de Estado la demanda de extradición de Taboada.
Retorno a Lugo
Y al fin, el 29 de agosto, el presidente de Cuba, Carlos Estrada, firma la orden de extradición de Taboada, especificando que éste sólo podrá ser juzgado en España por el delito de robo y asesinato que motivan dicha extradición. En los considerandos de dicha orden se alude al artículo 827 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal y la regla número 7 de la Orden Militar de 4 de febrero de 1901.
A mediados de septiembre, El Correo Gallego informa de que Taboada saldrá de La Habana el 20 de dicho mes esperando llegue a La Coruña en los primeros días de octubre. Y, efectivamente, así sucede. El 2 de octubre por la tarde, el Alfonso XIII, de la Compañía Trasatlántica fondea en La Coruña. Argollado y en la barra viene Abelardo Taboada, casi desconocido: barba ennegrecida, cabello largo, ojeras, calza sandalias y viste chaqueta de alpaca, pantalón de dril blanco y camisa a rayas azules y rojas.
En la noche de dicho día, se persona a bordo el inspector de Policía, señor Pipín, con dos cabos y tres números de la Benemérita, que se llevan a Taboada esposado. En un hatillo, el reo trae sus documentos que dice son pruebas a su favor para el juicio.
Taboada es alojado en la cárcel del Parrote, justo en la misma celda (segundo piso) que ocupó no hace mucho el famoso Mamed Casanova Toribio. La celda está aislada de las demás y contigua a las habitaciones del propio director de la prisión.
El 5 de octubre Taboada llega a Lugo y al día siguiente el juez instructor del sumario, D. Félix Jarabo, comienza a interrogarle. En varias ocasiones, el procesado prorrumpe en llantos. En otras muchas, mantiene un inquietante mutismo, incluso cuando se le pregunta por algo tan elemental como su nombre y apellidos. En su huida hacia adelante, manifiesta cosas tan originales como que las manchas de sangre que aparecen en algunos billetes a él encontrados son una maniobra llevaba a cabo por el sargento Rivas, de La Habana, el cual le profesaba un odio irrefrenable.
El 14 de octubre se traslada a Taboada a otra celda del segundo piso con la intención de aislarle y protegerle de los demás presos. Tres días más tarde llega a Lugo el expediente de la detención de Taboada instruido por las autoridades de La Habana.
Ese mismo día, el procesado tiene un gesto de desconsideración con el capellán de la prisión cuando éste le entrega un ejemplar de un libro piadoso: El alma al pie del Calvario, que Taboada rechaza.
El 18 de octubre declara en el sumario doña Ramona Acevedo, que revela que desde meses antes del asesinato su marido no le daba dinero para el mantenimiento de la casa. Al día siguiente lo hacen los dueños de la casa donde vivía Ledo, que reafirman las cualidades de metodismo, respeto y amabilidad de la víctima.
El 20 de octubre se levanta la incomunicación al procesado. Pide permiso para leer El Imparcial, de Madrid, y La Voz de Galicia. Cinco días después, el juez termina la práctica de las diligencias sumariales, ingresando al día siguiente el sumario en la Audiencia.
A primeros de noviembre, Taboada, a petición de sus amigos José Benito Pardo y Carlos Pardo Padín, accede a nombrar abogado defensor a Juan Bautista Varela Balboa, joven criminalista lucense nacido en 1870, que ejerce además el periodismo y compone poesías. Fue magistrado suplente de la Audiencia Provincial, así como fiscal sustituto. Entre los casos que ha defendido destaca el del triple crimen de la Quinta de Lor. Pertenece al Partido Conservador.
El 20 de noviembre, la familia de Antonio Ledo designa acusador privado al abogado Emilio Tapia Rivas, director de El Norte de Galicia, de 37 años, oriundo de Mondoñedo y ex seminarista. Fue oficial del Ministerio de Hacienda y secretario del Ayuntamiento de Ribadeo hasta que se dedicó a la abogacía. Está casado con la joven mindoniense Remedios Nogueira, hija de un conocido militar.
El 21 de noviembre la Fiscalía califica la causa como un delito de robo con asesinato, con las circunstancias agravantes de alevosía, premeditación, astucia y abuso de confianza. Solicita la pena de muerte. Igual tesis sostiene días después la acusación privada.
El 25 de noviembre, La Voz de Galicia publica una entrevista de su redactor Goyanes Melgarejo con Taboada, en la que éste recuerda las penalidades que pasó en la cárcel de La Habana.
El 22 de diciembre se sortean los jurados y a primeros de enero de 1905 se fija para el 17 de dicho mes la vista de la causa.
En medio de una expectación grande da comienzo el juicio en el salón de la Audiencia de Lugo. Hay enviados especiales de los más importantes periódicos gallegos: El Correo, Faro de Vigo, La Voz, El Noroeste… Destacados abogados criminalistas como Manuel Casás. Familiares del acusado y víctima; militares, eclesiásticos, directivos del Círculo de las Artes y, especialmente, curiosos y cotillas que no aguantan a esperar al día siguiente para leerlo en el periódico u oírlo de labios de algún testigo presencial.
A las diez y media entra el acusado, que ha venido andando desde la próxima cárcel. Viste traje negro, lleva boina negra y una capa de amplio vuelo.
A las once se constituye el Tribunal. Preside el magistrado Ulla Fociños, por enfermedad del titular Diego Espinosa de los Monteros, junto a los magistrados Alfredo Souto y Vicente Trajeira. Abogado defensor es el ya citado Varela Balboa; fiscal, Juan Hidalgo y abogado de la acusación particular el también citado Emilio Tapia. Como procuradores, Varela Sanfiz, por la defensa, y Seijas Farifinas, por la acusación.
Alas once y diez y bajo la voz de «¡Audiencia pública!» comienza el juicio. El jurado popular está formado por Salvador Fernández, José Crende, Andrés García, Manuel Carreiras, Antonio Rodríguez, Guillermo Pernas, Constantino Velarde, José Cedrán, Domingo Méndez, Victorio Castro, José Pereira y Manuel Onega.
Interrogatorio
Tras leer el secretario las conclusiones provisionales, comenzó el interrogatorio del acusado por el fiscal. He aquí algunas preguntas.
–¿Quedó usted debiéndole al señor Pín mil pesetas?
–No. Lo único que le debía a ese señor eran unos treinta duros.
–¿Debía usted al señor Ramos alguna cantidad?
–No. Lo que había era que, por efecto del juego, le pedí algunas cantidades, pero se las pagué.
–¿Debía usted al señor Pardo Rodríguez tres mil pesetas?
–Sí.
–¿Es cierto que usted le prometió hipotecar la casa de su mujer?
–No sólo eso, sino cuanto tuviese.
–Le debía algún dinero a los señores Alfonso Limón, López Cedrón y otros?
–No recuerdo…
–¿Cuándo le dio Ledo el dinero convenido?
–El domingo del Corpus, en los soportales de la plaza Mayor. Me encontraba yo en el comercio del señor Ramos. Pasó por allí el señor Ledo y me llamó. Por discreción, nos fuimos a la casa del señor Paz y allí me entregó ocho mil pesetas envueltas en un papel de barba.
–¿Le dijo Ledo que la cantidad que le entregaba era como precio de la hipoteca convenida?
–Sí. Me dijo: «Ahí le doy todo lo que tengo».
–Pero, ¿tanta confianza tenía Ledo en usted como para hacerle entrega, de esa manera, de tal cantidad?
–No sé; acaso fuese solo simpatía.
–¿Qué destino pretendía darle al dinero?
–Solventar ciertas deudas.
Durante varios momentos del interrogatorio Taboada se echa a llorar desconsoladamente.
–¿Qué pasó cuando el señor Ledo llegó a su despacho?
–Empezó por decirme que fuera a recoger el poder para otorgar el documento. Estaba muy incomodado. Le pregunté qué le ocurría y me dijo que él no es ningún quinto y que, por consecuencia, me pedía que le devolviera el dinero, puesto que la casa la tenía ya hipotecada al señor Pardo Rodríguez. «A mí no me estafa usted y por consiguiente pido la entrega inmediata del dinero», me dijo muy excitado. Yo, visto su enfado, le ofrecí mil duros, porque no tenía más a mano, pero él se obstinaba en que le entregase todo. Como yo no podía hacerlo, empezó a llamarme «ladrón», «estafador» y otras palabras ofensivas y yo entonces me arrebaté y no sé lo que allí pasó.
–¿Es cierto que estando Ledo sentado le pegó usted un golpe con el martillo y luego se abalanzó sobre él, quitándole el dinero y el reloj?
–No. Creo recordar que le agredí con un martillo que había por allí, pero nada más.
–¿Cómo se explica que el reloj de Ledo apareciese sobre la mesa del despacho?
–Sin duda, al darle los martillazos y caerse al suelo debió de saltársela del bolsillo.
–¿Por qué tapó con papeles la cerradura de la puerta?
–Porque al día siguiente tuve una conferencia en el despacho con una persona desgraciada, que fue la que me ayudó a trasladar el cuerpo del señor Ledo.
–¿Quién es esa persona?
–No puedo decirlo, señor fiscal.
La invención del amigo, buscando una responsabilidad compartida, contribuye a hacer más animado el interrogatorio.
–¿Quién es ese amigo?
–No me lo pida señor fiscal, que antes me dejo matar que decírselo.
–¿Qué hicieron el procesado y ese amigo aquella noche?
–Me acompañó a casa. Allí estuvimos pensando lo que habíamos de hacer, no decidiéndonos a entrar en el despacho, al principio. Luego, entramos allí, entre los dos envolvimos el cadáver en una arpillera y lo trasladamos al sótano.
Ya en la sesión de tarde, interrumpe a Taboada la acusación privada y el defensor, que lo hace por espacio de diez minutos.
–¿Puede usted explicarnos los motivos que tuvo para no declarar ante el juez instructor lo que ha declarado aquí esta mañana?
–Cuando fui traído a Lugo me encontraba débil, ofuscado, dominado por una gran confusión y muy asustado. Ese fue el motivo.
–¿Cuando usted entendió que el señor Ledo iba a tomar la ofensiva, fue cuando usted le propinó el golpe?
–Sí.
Tras contestar a la pregunta del presidente de la Audiencia, el juicio se suspende hasta el día siguiente.
Continúan las declaraciones
El día 18 se reanuda con la declaración de los testigos, siendo el primero en hacerlo Dositeo López Cendón, el alcalde Antonio Belón, el concejal Jesús García, el secretario del Ayuntamiento Carlos Pardo, los empleados del Banco de España Mateo Merino y Rafael Muñoz Cabana; el abogado José Benito Pardo. Este último reconoce que tenía amistad con el procesado y que le hizo varios préstamos, entre ellos uno de tres mil pesetas. También dice que siempre se negó Taboada a hipotecar la casa de la plaza del Castillo.
Testifican seguidamente el ex vicepresidente del Círculo de las Artes, Camilo López Pardo; el concejal Martín Rúa; Baltasar Suárez Andrade, que le vio en La Coruña, así como Julio Díaz Bello.
No comparece el comerciante coruñés Manuel Vega, así como tampoco las cuñadas del procesado Dolores y Tomasa Acevedo.
Sí lo hacen José y Pedro Santamarina, sobrinos políticos de Ledo.
Tampoco comparece el testigo más esperado, doña Ramona, mujer del acusado, leyéndose en cambio su declaración del sumario por lo que se manifiesta que desconocía en absoluto los pasos de su marido a partir de la víspera del crimen.
A continuación, comparece la criada, Casilda López, quien reconoce que su amo le envió junto con su señora a Gomeán al día siguiente, que unas veces le debía dinero y otras no y que tenía el martillo para partir carbón.
La señora a la que fueron a visitar a Gomeán no compareció, y sí lo hicieron el inspector de Policía y Manuel Martínez Hermida; Benito Acevedo, primo de los dueños de la casa donde vivía Ledo; Carlos Arias Romay, sobrestante de Obras Públicas; el guardia civil Domingo Abeleira, que paseó con Ledo el día de autos; Antonia Freire, vecina del acusado; Bonifacio García, propietario de un kiosco de bebidas de la plaza Mayor; Don Antonio Moscoso, mozos del Círculo de las Artes; el confitero Bernardo Madarro; la maestra de Castro de Rey, Balbina López, que había prestado a Taboada 150 pesetas y no se las devolvió, así como su maestro, Marcelino Ortiz, acreedor de Taboada.
Poco o nada aportan estos testigos que no se supiese ya.
A continuación, se procede a la prueba testifical, a la que sólo comparece uno de los tres llamados, el guardia de consumos Felipe Pérez Andrade, que estaba en el fielato el 5 de junio de 1904 por la tarde.
La prueba pericial comienza con la lectura del informe de los facultativos Enrique Rodríguez, José Zubiri y Antonio Correa, según los cuales las manchas del despacho son de sangre humana, como también lo son los cabellos que aparecieron pegados a la maza del martillo.
Las dos heridas fueron mortales de necesidad, siendo zurdo el agresor, la agresión debió de producirse por la espalda. La víctima se encontraba en un plano más bajo que el agresor, seguramente sentado. Sólo si el cadáver estuviese rígido, pudo ser trasladado a la cueva con otra persona, pues caso contrario se hubiese necesitado una gran fuerza.
Tras el informe de dos farmacéuticos, que confirman que las manchas de la silla, ropa y martillo son de sangre humana, intervienen las modistas Pura Soto y Angeles García que declaran que de la parte delantera izquierda de la camisa fueron arrancadas las iniciales A.T. bordadas en el pecho.
A continuación, comienza el fiscal su informe. Don Juan Hidalgo, con el estilo retórico habitual de la época, que hoy puede parecernos melodramático cuando no cómico, comienza diciendo:
–¡Abelardo Taboada! ¡Abelardo Taboada! ¡Yo conocí a Abelardo Taboada desde esta tribuna, interviniendo aquí en esta sala! ¡Y lo conocí fuera de este sitio, respetuoso con todos, con las autoridades, con el pueblo! ¡Y lo vi simpático, arrogante, con su sombrero flexible, de andar majestuoso!
»¡Pobre madre de Abelardo Taboada! Si le viera hoy aquí, diría: “¡No, no, ese no es el Abelardo que yo eduqué, el que mimé, el que enseñé a ser bueno y honrado, prodigándole sanos consejos cristianos!”
Tras hacer una identificación divino-populista («la voz del pueblo, que a veces es la voz de Dios, acusa a Taboada como autor de la muerte del Sr. Ledo»), saca a relucir la «intervención» de Satanás.
–Un rayo de luz que le envió Satanás, cuyo siniestro resplandor no le dejaba comprender otros remedios, le hizo pensar en la necesidad de apoderarse de aquel dinero, ser de él para marchar a tierras extrañas. Taboada trató de rehuir, pero Satanás estrechó su cerco y Taboada cayó a sus plantas. ¡Ah, señores del Jurado, si Taboada se hubiera acordado en aquellos momentos de su pobre madre, de sus inocentes hermanas, de su desgraciada esposa! ¡Si se hubiese acordado no hubiese sucumbido!
Termina Hidalgo su arenga, diciendo:
–Jueces sois de vuestra propia honra. En vuestras manos está el honor de Lugo; reintegrádselo y haced desaparecer de sus historias esa página escrita el 6 de junio. Y en último término yo os repetiré aquí lo que dijo un significado político en el Congreso de los Diputados: «Cada voto es una conciencia; cada conciencia es una responsabilidad». Vote, pues, cada uno con arreglo a su conciencia y que el Dios misericordioso tenga compasión del procesado. En nuestras manos, señores del Jurado, está el honor de Lugo.
A continuación, interviene el abogado Emilio Tapia, en nombre de la acusación privada, con estilo igualmente retórico. «¡Pobre pueblo de Lugo, que tienes dentro de las murallas a un criminal! ¡Pobre pueblo de Lugo, que guardas la herencia de un desgraciado!».
Igualmente retórica es la defensa llevada a cabo por Varela Balboa. Con la palabra «misericordia» como muletilla, pergeña esta vibrante requisitoria:
–¡Misericordia, señores del Jurado, para la infeliz madre del reo que con ansias de muerte tiene la vida pendiente de vuestro fallo! ¡Misericordia, señores del Jurado, para esas dos jóvenes hermanas de mi defendido, que demandan piedad y perdón para Abelardo! ¡Misericordia para mi defendido, a quien podéis ver ahí arrepentido, contrito, regenerado! ¡Misericordia de que vuestros corazones serán capaces, en la seguridad de que allá en los cielos será premiado por el Dios que es todo perdón y mansedumbre!
Mientras que el fiscal y la acusación particular confirman sus peticiones, el defensor las modifica, pues Taboada realizó el acto sin propósito de lucro, ni prevaleciéndose de amistad o confianza, ni obedeciendo a premeditación alguna sino dejándose llevar de la exaltación en que le colocaron las palabras ofensivas de Ledo, constituyendo pues un delito de homicidio con las atenuantes 4 al 7 del artículo 9 del Código Penal.
En la tarde del día 19, el Jurado popular se retira a deliberar. Tras no mucho tiempo, el presidente del mismo lee el veredicto (compuesto de ocho preguntas), del que resulta que Abelardo Taboada es el autor del asesinato de Antonio Ledo y en el que ha habido premeditación.
De acuerdo con ello, el fiscal y la acusación privada modifican sus conclusiones de pena de muerte a cadena perpetua y la defensa a dieciocho años y nueve meses. Abelardo Taboada comienza de nuevo a llorar.
Así, el magistrado Mariano Ulla lee la sentencia en la mañana del 20 de enero. En su parte fundamental dice:
«Fallamos que debemos condenar y condenamos a José Abelardo Taboada y Corral, conocido por Abelardo, como autor de un delito comprendido en el número 1 del artículo 516 del Código Penal con la pena de cadena perpetua, accesoria de interdicción civil y pago de las costas procesales, toda vez que no son de apreciación circunstancias modificativas de la responsabilidad penal; se le condena así bien a que por vía de indemnización satisfaga a los herederos del finado Antonio Ledo con la suma de 5.000 pesetas, entregándole a dichos herederos las 7.400 pesetas recuperadas en billetes del Banco de España, diez centavos en calderilla, además del reloj de oro, sombrero, etc; se devuelven al procesado las piezas de ropa que le fueron ocupadas, por ser de uso ordinario, y se confirma el auto de insolvencia dictado por el juez instructor en la pieza de embargos.
»Así por esta nuestra sentencia juzgado, la pronunciamos, mandamos y firmamos: Manuel Villa, Alfredo Souto, Vicente L. Traseira».
Abelardo Taboada continúa llorando cual desconsolada Magdalena.
El 29 de enero, el abogado defensor, señor Varela, ultima los trámites del recurso de casación de la sentencia por in fracción de la ley. El 16 de junio se ve en el Tribunal Supremo dicho recurso, cuya sentencia se hace pública el día 25 de dicho mes y en la que se declara que no ha lugar el mismo.
El 22 de agosto, Abelardo Taboada deja la cárcel de Lugo y es llevado en tren a Madrid y de allí al penal de Ceuta, del cual sería trasladado 15 años después a la valenciana de San Miguel de los Reyes.
Doña Ramona Acevedo, esposa del penado, que se trasladó a vivir al piso de la calle Obispo Aguirre, fallece en Lugo en mayo de 1915.
Puesto en libertad, Taboada acaba regresando a su Coruña natal en donde el 24 de enero de 1930 aparece muerto junto a la mampostería de una obra de la calle de Herrerías adonde, al parecer, acudía a refugiarse durante la noche.
Así acabó su vida el famoso procurador.