
La hija de Lana Turner
- Clasificación: Homicida
- Características: Menor de edad (14) - Defendiendo a su madre
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 4 de abril de 1958
- Fecha de detención: 4 de abril de 1958
- Fecha de nacimiento: 25 de julio de 1943
- Perfil de la víctima: John "Johnny" Stompanato, 32 (el amante su madre)
- Método del crimen: Arma blanca (cuchillo de cocina)
- Lugar: Beverly Hills, Estados Unidos (California)
- Estado: El jurado emitió el veredicto de "homicidio justificado"
Índice
Cheryl Crane, hija de Lana Turner
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Cheryl Crane (1943) es la única hija de la célebre actriz Lana Turner. En su infancia vio pasar una serie infinita de novios, amantes y maridos por la cama de su madre. Pero la relación que Lana tuvo con el mafioso Johnny Stompanato marcó el resto de su vida.
La relación entre ambos era tempestuosa, ello unido a los celos patológicos del gángster y las altas dosis de alcohol que consumían llevó a una inesperada tragedia. Una noche Cheryl descubrió a su padrastro dándole una monumental paliza a su madre y le asestó varias puñaladas mortales con un cuchillo de cocina.
El juicio fue todo un espectáculo retransmitido en directo por TV. A pesar de no ser condenada, Lana siempre le echó por cara a su hija la perdida del amante. Esto causó en la adolescente un largo periplo por internados con la única protección de su abuela, mientras Lana siguió con su vida despendolada acumulando maridos y amantes.
Woody Allen llevó la historia al cine con el titulo de «September», dando el papel de Cheryl Crane a Mia Farrow. Pero en esta película no se cuenta la segunda parte de la biografía de la hija de Lana Turner.
Tras una etapa tormentosa, en la que llegó a ser detenida por posesión de marihuana, hizo pública su relación amorosa con Jocelyn «Josh» LeRoy. Curiosamente este hecho significó la reconciliación entre la madre y la hija. Lana Turner declaró que reconocía a Jocelyn como su propia hija.
En 1988 publicó «Mi vida con Lana Turner, Mi Madre» en la que cuenta su tormentosa relación con su madre, las circunstancias del apuñalamiento de su padrastro y los abusos sexuales sufridos por otro marido de su madre: Lex Baxter. Tras sufrir una masectomia por un cáncer de mama sigue viviendo con Jocelyn, con la que lleva casi 40 años unida.
Hollywood confidential: el escándalo Lana Turner
Teresa Amiguet – LaVanguardia.com
4 de abril de 2013
«Lo harás o te rajo», espeta el gángster Stompanato a la actriz. Cheryl, escondida tras la puerta, presencia la escena. Coge un cuchillo y acude en defensa de su madre. En el fragor de la pelea lo clava en el vientre del agresor. La justicia la exonera, pero…¿era de verdad inocente?
El 5 de abril de 1958 el cadáver del ex gánster Johnny Stompanato aparecía en el piso de la actriz Lana Turner. El mafioso poseía un historial granado: antiguo guardaespaldas del capo Micky Cohen y ex socio del famoso Bugsy Siegel, fundador de Las Vegas, había recalado en Acapulco donde coincidió con la estrella de cine.
Lana, aun cuando contaba tan solo 38 años, se hallaba sumida en una crisis de autoestima. Su afición al vodka empezaba a pasar factura a su rostro y su tormentosa vida sentimental la hacía vulnerable. Lana había contraído matrimonio en siete ocasiones y había mantenido infinidad de romances. Vivía con su única hija de 14 años, Cheryl, habida de su matrimonio con Stephen Crane en 1943.
La «chica del suéter», otrora estrella fulgurante de Hollywood, la sex symbol que había encandilado al público en sus arrebatadores interpretaciones en «El cartero siempre llama dos veces», «Imitación a la vida» o «Cautivos del mal», veía cómo su carrera empezaba a hacer aguas tras varios fracasos en taquilla.
En aquel momento apareció el atractivo Stompanato, apodado «Oscar» por su gran capacidad amatoria, y que sedujo a la actriz buscando limpiar su imagen, marcada por su pasado mafioso. La actriz, sumida en una neurosis provocada por los primeros atisbos de su decadencia, sucumbió a sus encantos. En la cartera del cadáver del gángster la policía encontraría una fotografía de la actriz con esta dulce dedicatoria: «A Johnny, mi vida y mi amor, Lanita.» Eran los primeros momentos de su idilio porque, pronto, la estrella descubriría la verdadera naturaleza de su amante: Stompanato la maltrataba sistemáticamente, abusaba físicamente de ella y la coaccionaba hasta extremos insospechados. Todo ello en presencia de su única hija.
La situación llegó al límite cuando el posesivo gánster amenazó a punta de pistola al entonces actor en ciernes Sean Connery, representante de Escocia en 1950 en el concurso de Míster Universo y su partenaire en «Brumas de inquietud». Informado por sus colegas de que la estrella coqueteaba con el atractivo actor, Stompanato puso precio a la cabeza del futuro James Bond, que se vio obligado a huir a Londres.
Lana descubrió así sus vínculos con el hampa de Los Ángeles y sabedora de que ello podía repercutir en su ya malograda carrera artística, intentó romper la relación.
La noche del 4 de abril se desencadenó la tragedia. Lana y Stompanato mantenían una de sus violentas discusiones. La actriz, con mucha determinación, amenazó con abandonar a su amante. Este reaccionó con la extremada violencia de la que hacía gala habitualmente. En el fragor de la pelea, el gánster amenazó con herir a la estrella: «Lo harás o te rajo», le dijo.
La pequeña Cheryl, agazapada tras la puerta, fue descubierta por los amantes. Ello contrarió a su madre, que increpó con mayor violencia a Stampanato. Decidida, la niña corrió a la cocina, cogió un afilado cuchillo y en presunta defensa de su madre y movida aparentemente por el sentimiento filial, asestó una cuchillada mortal en el vientre del mafioso.
La noticia conmocionó a la opinión pública. El morbo estaba servido: famosa estrella de la cantera hollywoodiense, amante mafioso maltratador, preadolescente asesina.
El escándalo tiñó el suceso de inmediato. El juicio fue retransmitido por televisión, hecho inusual en la historia. La defensa de Lana en pro de su hija constituyó sin lugar a dudas el mejor papel de su carrera interpretativa. Los niveles de audiencia de las emisiones convirtieron el litigio en un auténtico reality show.
Las sesiones eran auténtica carnaza. Así, durante una de ellas un asistente surgió del público gritando: «Todo esto es un montón de mentiras. La hija también estaba enamorada de él y lo mató a causa de los celos». Sembrada la cizaña, la tarea del jurado era compleja pero la convicción de los testimonios de la actriz logró un benévolo veredicto del jurado: «Homicidio justificado».
La joven Cheryl había quedado libre. Con el tiempo publicaría «Una tragedia en Hollywood», escalofriante autobiografía en la que describe paso a paso el terrible suceso y su premeditación al abordar la muerte del mafioso. En el libro logra seducir a los lectores al narrar la dureza de la infancia a la que se vio sometida como hija de Lana Turner, denunciando además haber sido violada en repetidas ocasiones tanto por Lex Barker, cuarto marido de la actriz (futuro esposo de Tita Cervera), un año antes del caso Stomponato, como por el actor Fernando Lamas (padre de Lorenzo Lamas), otro de sus amantes.
Fue una auténtica tragedia hollywoodiense.
La estrella y el gangster
Enrique M. Fariñas
Hollywood, la llamada Meca del Cine, se asemeja al monstruoso Saturno que devoraba sus crías. La en apariencia dorada capital del cine ha sido el escenario de toda una larga serie de hechos sangrientos, que han empezado por suicidios incomprensibles, por muertes misteriosas o en circunstancias poco claras, y que han concluido con asesinatos y crímenes, confirmados o no, esclarecidos o disimulados con mil tapujos, en los que se han visto involucrados muchos de los nuevos ídolos de la sociedad de consumo de nuestro civilizado siglo XX.
Uno de los casos más célebres tuvo lugar en la noche del 4 de abril de 1958, en el fastuoso marco de la residencia de una de las más rutilantes estrellas de Hollywood: Lana Turner.
Lo triste del caso es que lo protagonizaron el amante de la diva, un conocido gángster y gigoló llamado Johnny Stompanato, y la hija de la estrella, una muchacha de sólo catorce años, Cheryl Crane.
Antes de entrar en detalles sobre el desarrollo del luctuoso suceso, no estará de más considerar la personalidad de cada uno de los personajes que, voluntaria o involuntariamente, tuvieron participación en él.
Lana Turner, o Julia Jean Mildred Frances Turner, como se llamaba en 1937 cuando fue descubierta para el cine por el director Melvyn Le Roy, a sus diecisiete años, se convirtió en una de las más rutilantes estrellas del firmamento de Hollywood. No se la consideraba como una gran actriz, pero sí como una mujer sugestiva y muy atractiva físicamente. Los papeles que interpretaba eran los que correspondían a esa función de atracción sexual para los hombres, en lo que obtuvo el triunfo definitivo y esto hasta tal extremo que hubo un periodista que llegó a escribir: «Las piernas, el busto y la sonrisa de Lana Turner han sostenido maravillosamente la moral de nuestras tropas durante la guerra e hicieron más por la victoria que la misma bomba atómica.»
Veinte años después de su debut cinematográfico, Lana Turner podía considerarse como uno de los más descollantes «ejemplos» de Hollywood: casada y divorciada cinco veces, con un palmarés de flirts espectaculares entre boda y divorcio que se contaban por docenas.
El balance amoroso de Lana podía empezarse con su primer matrimonio, con el compositor Artie Shaw, al que no tardó en seguir el divorcio, para contraer después segundas nupcias -en 1942- con Steve Crane, ex actor y dueño de un restaurante en Hollywood.
Este segundo enlace de la Turner tuvo ya unas características muy particulares. Se casaron a la semana escasa de haberse conocido, cuando Steve aún no se había divorciado de su esposa, la cual le demandó judicialmente, por lo que el matrimonio con Lana quedó anulado de hecho, si bien de aquellas relaciones nació poco después su hija Cheryl.
Resuelto el procedimiento judicial entre Steve y su primera esposa, divorciada ya legalmente, volvieron a casarse Lana Turner y Steve, para divorciarse al cabo de no mucho tiempo.
El fogoso temperamento de Lana Turner no se acomodaba demasiado a las exigencias del ex actor, y le dejó para contraer matrimonio poco después con el hijo del rey del estaño, Bob Topping, con el que las relaciones matrimoniales duraron nada menos que tres años.
El quinto matrimonio, con el que sería su cuarto marido, une a Lana Turner con el atlético galán Lex Barker, llamado a seguir las huellas de Tarzán después de Johnny Weismuller y Crabe. Y no muchos meses después se produce la nueva separación, en la que la actriz alegó que era objeto de la «crueldad mental» de aquel marido, al que ella había paseado por todo el mundo como un trofeo conquistado.
Entre matrimonio y divorcio se alineaban los flirts y las relaciones íntimas -con personajes y artistas del mayor renombre. Entre ellos pueden citarse al locutor Charles Jalger, a Tyrone Power, Victor Mature, Tony Martin y Frank Sínatra, y también al misterioso y multimillonario Howard Huges, con un largo etcétera que concluía con Johnny Stompanato, conocido como gángster y gigoló, al que unció a su carro triunfal, viajando juntos y llevándolo a vivir a su magnífica mansión de Beverly Hills, una fastuosa residencia de estilo colonial, con cuatro cuartos de baño, piscina, campo de tenis, garaje múltiple, y cuatro criados.
Lana estaba profundamente enamorada de aquel hombre al que mantenía y costeaba todos sus gastos, sin escatimarle los cheques. Este último punto quedó perfectamente claro cuando, al declarar a la policía después de la muerte de Johnny, en una de sus más llorosas y mejores interpretaciones, la estrella dijo:
-Me ha costado millares de dólares. Yo le ponía en el bolsillo todo el dinero que quería y más todavía. Le he pagado montones de facturas, pero él no se portaba bien conmigo, me maltrataba y me pegaba como si yo fuese una cualquiera…
Llegados a este punto podría considerarse la personalidad del hombre que de tal modo había llegado a dominar a la temperamental Lana.
Johnny Stompanato tenía el apellido y el aspecto de un apuesto y guapo joven italiano. Era un auténtico latin lover, uno de esos galanes morenos que hacen soñar con amores románticos a las rubias cuarentonas de la puritana Norteamérica, que bajo los cálidos rayos del sol dejan que se fundan sus defensas poco consistentes.
Stompanato había pasado por la Universidad y por la Academia Militar. Estuvo en la guerra, obteniendo algunas medallas al valor, y experimentando los azares del peligro y del riesgo, desafiando a la muerte sin obtener demasiado beneficio por ello. A los veinte años, después de aquellas experiencias bélicas, Stompanato eligió el camino más fácil para vivir «a lo grande»: dejarse querer por las mujeres mayores y ricas, sacándoles todo el dinero posible.
Pero no se redujo sólo a eso el ambicioso Johnny. Su capacidad le valió convertirse en el guardaespaldas de Micky Cohen, el llamado «rey de la costa del Pacífico», pasando luego a ser su lugarteniente, controlando algunos clubs nocturnos en los que él era «la ley», sin por ello dejar de seducir a rubias otoñales y millonarias.
De todos modos, Stompanato tenía la virtud de fingirse mayor de lo que era en realidad, acallando así los posibles escrúpulos de sus conquistas femeninas. Y por ello, cuando conoció a Lana Turner, que le llevaba cinco años, él le dijo que ya había cumplido los cuarenta y dos, echándose encima diez años, para que la estrella no se sintiese vieja a su lado.
Sin embargo, lo que Stompanato no ocultó a su última y más célebre conquista era que estaba casado y divorciado tres veces, aunque claro está que eso, a Lana, que había contabilizado ya cinco matrimonios, no podía importarle demasiado.
Lo que sí es del todo indudable es que Lana Turner estaba apasionadamente enamorada de su rudo gángster. Stompanato lucía siempre una pulsera de oro, uno de esos «no me olvides», que le había regalado la actriz y en la que figuraba, grabada en español, esta frase: «A mi amorcito querido, de su pequeña Lanita.»
Aquél era el recuerdo de unos días y noches inolvidables, vividos por la pareja en lo que podía llamarse su «luna de miel», cuando fueron a las cálidas playas de Acapulco para conjugar el verbo amar en el ambiente romántico de México.
Y ya con esto nos hemos acercado al tercer personaje en discordia, la joven Cheryl Christine Crane, nacida de las relaciones de Lana con su segundo marido, Steve Crane.
Cuando se produjeron los hechos, Cheryl tenía sólo catorce años, pero su aspecto físico era el de toda una mujer. Al lado de su rutilante madre, Cheryl parecía más la joven hermana de la estrella que su hija. Y tal vez fue éste el motivo por el que se vio convertida en objeto de unas atenciones por parte del amante de Lana, la cual las consideró excesivas para un posible padrastro y más propias del enamorado de una «Lolita». La verdad es que Lana demostró en algunas ocasiones que tenía celos de su propia hija. Y quizá por eso, al producirse la muerte de Stompanato corrieron rumores de que había sido la propia Lana quien le dio muerte y no su hija, a la que convenció para que se declarase culpable porque, habida cuenta de su edad, y considerando las circunstancias concurrentes en el caso, su responsabilidad sería menor y la condena ínfima.
Cheryl había crecido sin saber lo que era un verdadero hogar. Sus padres estaban separados y ella fue enviada a caros internados donde eran educadas las niñas ricas, que lo tenían todo menos el cariño y el afecto de un padre o de una madre.
La chiquilla se mostró siempre muy voluntariosa, independiente, inquieta, testaruda, indisciplinada. Fumaba mucho, demasiado, quizá porque se aburría excesivamente.
Un año antes de dar muerte a un hombre, Cheryl se escapó del colegio, donde estaban a punto de expulsarla por rebelde. Sobre su hallazgo circulaban varías versiones. Según unos fue encontrada por el chófer de su madre, que la condujo a Beverly Hills, para devolverla luego al internado. Según otros, ella misma fue a presentarse a la policía, cansada de deambular sin rumbo fijo. La tercera versión es la más sintomático, puesto que parece ser que fue encontrada en un bar de mala nota, acompañada de un individuo que formaba parte de uno de los muchos rackets dedicados a la trata de blancas.
Lo cierto es que la muchacha, precozmente desarrollada en lo físico y en lo mental, y en este sentido no demasiado bien, se encontró en la noche del 4 de abril abocada a hacer frente a una situación extremadamente difícil.
Según las declaraciones de Lana Turner, dos horas antes de la muerte de Stompanato, ella y su amante sostuvieron una escena tormentosa.
-Sus palabras eran desmedidas e insultantes, -declaró la estrella-. Me dirigí hacia la escalera y él me siguió hasta el cuarto de Cheryl. Utilizaba un lenguaje de lo más sucio y grosero, propio de los barrios bajos. Yo le dije que no debía hablar de aquel modo delante de una niña, y cuando se calló, le pedí a mi hija que se quedase allí, viendo la televisión hasta que yo regresara.
»La pelea llegó entonces a su punto culminante -siguió diciendo Lana Turner-. Y más todavía cuando le pillé en varios embustes. Entonces le dije que no podía tolerarlo más y que quería que me dejase sola, con mi hija. Él me zarandeó, sujetándome por un brazo, y empezó a amenazarme. Dijo que iba a apuñalarme, que me marcaría la cara, desfigurándome para siempre.
»Johnny parecía haberse vuelto loco. Yo le miraba aferrada y le oía como amenazaba con que mataría a mi madre, a mí y también a Cheryl. Luego, creciéndose en sus amenazas, al ver que yo no le contestaba, añadió que me torturaría de un modo espantoso, y se recreó explicándome algunas de las cosas que me haría antes de matarme. Yo estaba tan horrorizada que volví la cara para no verle, y entonces me di cuenta de que Cheryl había salido de su habitación y estaba allí, mirándonos, escuchándonos…
»Me zafé de la manaza de Johnny y corrí hacia mi hija. La abracé con todo cariño y le dije:
»-No debes estar aquí, mi vida. Vuelve a tu cuarto.
»Cheryl me miró con mucha ternura, como si quisiera ayudarme, pero no mencionó ni una palabra. Dio media vuelta y regresó a su habitación.
»Entonces volví a encararme con Johnny y le dije con toda firmeza que lo nuestro había terminado. Fui hacia la puerta y la abrí diciéndole que se marchase y no volviera nunca más.
»Johnny se rió de mí y soltó una sarta de obscenidades. Luego le vi cambiar de expresión y mirar a algo que estaba detrás de mí. Me volví a tiempo de ver a Cheryl que había vuelto.
»Todo sucedió en cuestión de décimas de segundos.
»Cheryl llegó corriendo, sin hacer ruido por que llevaba puestas las zapatillas y por eso no pude oírla. Me hizo a un lado y se adelantó con un cuchillo en la mano. Yo no había visto siquiera que lo llevase. Pero ella avanzó su mano y la dirigió al vientre de Johnny. Vi cómo él se tambaleaba unos instantes, agitaba los brazos y luego caía al suelo, de espaldas. Lo hizo de tal manera que no llegué a ver la sangre. Me asusté muchísimo. Me acerqué a él y entonces vi que tenía la ropa cortada. Creo que aún no me daba perfecta cuenta de lo que sucedía, pero allí estaba también Cheryl de pie, como una estatua, sollozando suavemente.
»Me puse en pie y corrí al cuarto de baño en busca de una toalla para aplicársela al herido, que lanzaba sordos gemidos. Luego fui al teléfono y llamé a mi madre.
»-¡Mamá, ha sucedido algo terrible -le dije apresuradamente-. Cheryl ha herido a Johnny con un cuchillo. Tienes que llamar en seguida a nuestro médico. Dile que venga inmediatamente.
»Mi madre lanzó una exclamación de espanto y me preguntó cómo había podido suceder aquello, pero yo no estaba para dar explicaciones de nada, y volví a insistir:
»-No pierdas tiempo. Llama al médico o mejor todavía, ve tu misma en su busca. Pero ¡por Dios, mamá, no tardes¡ Quizá aún llegue a tiempo y no muera.
»Estas últimas palabras mías hicieron comprender a mi madre que la cosa era efectivamente muy grave y me dijo que haría lo que yo le pedía. Entonces colgué el teléfono y me volví a mirar a Johnny, que seguía en el suelo, con la toalla sobre el vientre, pero ya enrojecida por la mucha sangre que estaba perdiendo por su herida.
»Mientras tanto, Cheryl fue al teléfono y llamó a su padre explicándole lo que había hecho.
»-¡Ayúdame, papá! -oí que le decía-. Creo que he matado a ese hombre que estaba pegándole a mamá…
»Yo me eché a llorar oyendo a Cheryl y creo que fui a darle un abrazo, mientras ella colgaba el teléfono después de oír a su padre que le decía que vendría inmediatamente.
»Steve fue el primero en llegar. Yo misma le abrí la puerta y pretendí explicarle lo ocurrido, pero él me apartó a un lado y se acercó a Cheryl, que ya corría a refugiarse en sus brazos. Los dos estuvieron así unos minutos. Steve me miró, creo que con odio, luego dirigió una rápida ojeada a Johnny e hizo una mueca que expresaba todo su desprecio. Después, suavemente, fue llevándose de la habitación a Cheryl para que no continuase viendo aquel espantoso cuadro.
»Un poco después llegaron mi madre y el médico. Este se apresuró a examinar a Johnny y comentó con cara preocupada:
»-Me temo que no hay nada a hacer. De todos modos pediré una ambulancia, aunque dudo que llegue vivo al hospital.
»Mi madre se abrazó a mí y rompió en sollozos. Luego fue al cuarto de Cheryl, quedándose con ella y con Steve hasta que vino la ambulancia pedida por el doctor, el cual se hizo cargo del traslado de Johnny, aunque, según supe más tarde, éste murió mientras era llevado al hospital.
»Entretanto, Steve había llamado por su parte a la policía y cuando ustedes llegaron él se encargó de acompañar a Cheryl a la comisaría y llamó a su abogado, Leo Blan, para que interpusiese un recurso de habeas corpus y la niña estuviese encerrada el menor tiempo posible.
El interrogatorio de la famosa estrella fue exhaustivo, dadas las circunstancias que concurrían en aquel hecho. La policía no acababa de creer su declaración, a pesar de que Cheryl la confirmaba en todos sus extremos. Sin embargo, para los agentes de la ley, resultaba demasiado sospechoso el hecho de que una niña de catorce años tuviese la decisión y la fuerza suficientes para dar muerte, de una cuchillada, a un hombre hecho y derecho como Johnny Stompanato.
En el curso de aquellos interrogatorios salieron a relucir gran parte de las incidencias que se produjeron a lo largo de las relaciones entre Lana Turner y su amante.
Así fue como se averiguó que la violencia había formado parte integrante de aquellos amoríos entre el supuesto gángster y la estrella de Hollywood.
-Hace unos meses declaró Lana- mientras estaba rodando una película en Londres, Johnny y yo tuvimos una discusión muy fuerte. Me amenazó con matarme y desfigurarme y llegó a intentar estrangularme. Pero yo pude gritar y hacer que viniesen varias personas que separaron a Johnny.
-¿Denunció usted el hecho a las autoridades británicas?
-Sí, naturalmente. Yo estaba furiosa y declaré la verdad: que había tratado de matarme. Pero luego, cuando supe que podía ir a la cárcel por aquello, retiré la denuncia.
-¿No quedó arrestado Stompanato?
-Sólo durante unos días. Luego las autoridades inglesas le invitaron a abandonar Gran Bretaña y él embarcó para regresar a Estados Unidos.
-¿Cuánto tiempo permaneció usted en Londres después de marcharse Stompanato?
-Dos días. Ya había terminado mi papel y no tenía por qué seguir en Inglaterra.
-¿Qué hizo al volver a Los Ángeles? ¿Trató de ponerse en contacto con Stompanato? ¿Fue él quien la llamó?
-Vine a mi casa para reunirme con mi hija, que había salido del colegio. Fue Johnny el que me llamó para pedirme perdón. Se mostraba muy arrepentido por aquello y me rogó que le escuchase. Me di cuenta de que su tono era sincero y accedí a volver a verle.
-¿Reanudaron entonces sus relaciones?
-Sí; él parecía deseoso de hacerme olvidar lo de Inglaterra y fuimos felices un par de semanas. Luego volvió a portarse como el de antes.
Reanudamos las discusiones y las peleas y… así llegó la noche en que Cheryl le mató para defenderme.
-¿Es cierto, pues, que su hija mató a Stompanato? ¿No fue usted la que lo hizo y convenció a su hija para que se echase la culpa porque la justicia sería más benévola con ella, ya que se apreciaría la defensa de la madre y la circunstancia de que es menor de edad?
-¡Oh, no! -protestó Lana Turner-. ¡Todo sucedió tal y como lo he declarado! ¡Lo juro!
Al mantenerse firme en sus declaraciones la estrella, ni la policía ni el fiscal del distrito consiguieron hallar nada que se contradijese o que representara una posibilidad de engaño por su parte.
Cheryl Crane, en sus declaraciones, mantuvo constante y firmemente la versión ofrecida por su madre.
-Yo estaba en mi cuarto y oí a Johnny que le gritaba a mamá: «Te voy a matar. Te voy a cortar la cara y te desfiguraré para siempre.»
-¿Fue entonces cuando usted corrió en busca del cuchillo?
-No aún no hice nada, porque en realidad estaba muy asustada, pero él, Johnny, seguía gritando como un energúmeno. Oí cómo mi madre le decía que no le daría oportunidad porque lo iba a echar de su lado para siempre. Eso me alegró, porque yo quería estar con mamá sin que él nos estorbase.
-¿Consideraba usted un estorbo a Johnny? ¿No le gustaba físicamente? ¿No estaba usted un poco enamorada de él?
-¡Oh, no! -protestó Cheryl-. Al principio reconozco que llegó a parecerme un hombre apuesto, pero ya había tenido ocasión de darme cuenta de que era un hombre vulgar y grosero. Sus bromas eran desagradables y sucias. No, no me gustaba, ni para mi madre, ni mucho menos para mi.
-Bien, continúe. Estaba diciendo que su madre le dijo a Stompanato que iba a echarlo para siempre. ¿Qué respondió él?
-Se puso muy furioso y soltó toda una serie de indecencias. Y le dijo: «No me importa esperar lo que sea. Y si yo no pudiese acercarme a ti ya encontraré el medio de que sea otro el que haga la faena. Tengo medios y amigos para encontrar a alguien que te deje marcada y no puedas tomarle más el pelo a nadie.»
-¿Fue entonces cuando decidió matarle?
-No, yo no pensaba hacer eso. Sólo quería impedir que Johnny continuase molestando a mi madre.
-Pero usted fue en busca de un cuchillo y corrió en busca de ese hombre para luego herirle en el vientre.
-Bueno, yo hice todo aquello de un modo instintivo. Creo que ni siquiera me di cuenta de que llevaba el cuchillo en la mano hasta que se lo hube clavado. Entonces, cuando le vi caer al suelo y empezó a quejarse fue cuando comprendí lo que había hecho.
Las declaraciones de Cheryl Crane dejaban por completo libre de cualquier responsabilidad a su madre. Y a través de ellas se patentizaba de modo que no dejaba lugar a dudas que había corrido en defensa de su madre, a la que un hombre estaba amenazando de muerte y con desfigurarla. Por eso, su abogado, el hábil Leo Blan, no encontró demasiadas dificultades en convencer a los jurados de que ella, una chiquilla de sólo catorce años, había obrado bajo los impulsos de una fuerte tensión emocional, convencida de que actuaba de la mejor manera, o de la única, en favor de aquella a quien ella debía la existencia.
Las palabras del abogado defensor de Cheryl Crane estuvieron impregnadas de un suave sentimentalismo, un tanto lacrimógeno, pero muy apropiado para influenciar favorablemente al jurado respecto a la precoz homicida.
-Esta niña que hoy comparece ante la justicia -dijo Leo Blan- está aún en la edad de leer a la Alcott. En el reformatorio donde está recluida desde hace varios días, su libro de lectura es Mujercitas, y es que ella es aún eso, una pequeña mujercita, no una mujer capaz de comprender la gravedad del acto que ha cometido.
»Pero ¿es que ella está en condiciones de calibrar lo que significa un homicidio? -siguió diciendo el abogado-. Yo puedo decirles que la primera noche que pasó en el reformatorio su sueño fue tranquilo porque ella no se sentía culpable. Fue luego, después de haber despertado cuando se habló con ella y se iniciaron las preguntas y los interrogatorios, cuando esta niña murmuró: «Quisiera poder llorar, como mamá. Creo que eso hace mucho bien.»
»Sí, ella no podía llorar porque no podía sentir lástima de aquel hombre que había querido matar a su madre. Ella no podía llorar porque su corazón estaba cerrado a la piedad hacia el gángster que amenazaba a su madre. Ella no podía llorar una culpa que consideraba como tal, puesto que para Cheryl Crane su acto homicida estaba avalado por todas las causas justificantes de defender a su madre.
El abogado no echó demasiada tierra encima del nombre de Lana Turner, limitándose a exponer que la muchacha a la que él defendía había carecido del calor de una verdadera madre, por lo cual, cuando creyó que al fin la encontraría, reaccionó violentamente al imaginar que iba a perderla de nuevo.
Cheryl Crane estaba sentada en el banquillo de los acusados. Cerca de ella estaban su abuela, Mildred Turner, y sus padres, que en aquella ocasión volvieron a verse juntos, unidos por la desgracia común. No obstante, Steve Crane, al referirse a su hija, pronunció unas palabras tan emocionantes como significativas:
-Cheryl es realmente una mujercita hecha y derecha, que soporta con mucho valor las culpas ajenas.
Es fácil imaginar que cuando Steve Crane habló de «culpas ajenas» se refiriese a su ex mujer, a la rutilante Lana Turner, y se olvidara un poco de las culpas que él tenía en el abandono moral en que había crecido su hija.
De todos modos, fue el propio jefe de policía de Los Ángeles, el comisionado Armstrong, quien demostró una mayor clarividencia, cuando al ser entrevistado en la televisión respecto al caso, declaró:
-Una muchacha de catorce años es la que se ha sentado en el banco, de los acusados. Sin embargo, yo creo que no es del todo justo que ella esté sola soportando el peso de la acusación.
»Estoy convencido -siguió diciendo Armstrong- que este proceso es más importante de lo que parece a simple vista, porque no se trata de una causa vulgar y corriente. No es el proceso habitual del estado de California contra una joven homicida. Es el proceso que se le hace a todo un mundo, a toda una concepción de la vida, que nos está demostrando cuán errónea es.
El comisionado hizo entonces una pausa y con voz tensa, emocionada, añadió:
-Quisiera creer que el delito cometido por la joven Cheryl Crane sirviese para recordar a muchas personas, sobre todo a esas que vemos en las pantallas, que reinan en Hollywood, que se creen por encima de leyes y convencionalismos, que, aunque no lo crean, en el mundo aún existe una moral. Y que ellos también deben respetarla.
Las palabras del comisionado casaron hondo y más de una madre debió reconocerse en aquella famosa Lana Turner, que ante las cámaras de televisión, pero no en los interrogatorios a puerta cerrada, proclamaba con gestos espectaculares:
-¡La culpa es mía!… ¡Yo sola tengo la culpa!
Pero, claro, al admitir aquella culpabilidad, Lana Turner se refería sólo a una responsabilidad de orden moral, no a la material del homicidio en sí. Esa la dejaba para su hija, que se vio acribillada por los flashes de los reporteros gráficos, envuelta en una publicidad de lo más desagradable y oyéndose llamar por algunos «joven asesina» viendo los titulares de los periódicos de la llamada prensa amarilla en los que era apodada: «Cheryl, la destripadora.»
Y así, cuando el caso hubo concluido y se conoció la sentencia que dictara el tribunal, uno de esos periódicos publicó la noticia en los siguientes términos:
«Un cuchillo de cocina en manos de una muchachita de catorce años sirvió para dar fin a la vida del gángster que, en los últimos meses, había vivido con su amante y gracias a sus cheques.
»Cheryl Crane ha sido condenada a un período de reclusión en un reformatorio para menores. Pero ha quedado marcada para siempre con una huella imborrable. En su frente está impreso el sello de los homicidas y ya nunca, por mucho que lo intente, podrá olvidar que una noche sus manos se mancharon de sangre.»
En efecto, la huella indeleble que dejó el suceso en el espíritu de Cheryl Crane habían de marcarla para siempre.
El reformatorio al que fue conducida por orden del juez que la había juzgado no fue lo bastante para retenerla. No menos de cuatro veces escapó de allí, siempre en compañía de una persona distinta, y siempre peor afamada.
Cheryl entró en el reformatorio con un delito en su haber que podía considerarse «legítima defensa», puesto que el homicidio lo realizó para defender a su madre; pero a lo largo de su estancia en el reformatorio, su sensibilidad acusó el shock de aquella noche, su vida quedó traumatizada y las compañías con que alternó entonces la hicieron creerse aquella «Cheryl, la destripadora», de que hablaron los periodistas de la prensa amarilla estadounidense.
Fuese o no realmente su mano la homicida, lo cierto es que desde aquel luctuoso 4 de abril, Cheryl Crane dejó de ser una muchacha alegre, para convertirse en un personaje de la crónica negra.