
Andy
- Clasificación: Homicida
- Características: Menor de edad (15 años)
- Número de víctimas: 2
- Fecha del crimen: 5 de marzo de 2001
- Fecha de detención: 5 de marzo de 2001
- Fecha de nacimiento: 8 de febrero de 1986
- Perfil de la víctima: Bryan Zuckor, de 14 años, y Randy Gordon, de 17
- Método del crimen: Arma de fuego
- Lugar: Santee, Estados Unidos (California)
- Estado: Condenado a 50 años de prisión el 16 de agosto de 2002
Índice
Charles Andrew Williams, el menor que asesinó a dos compañeros en California, será juzgado como adulto
EFE
8 de marzo de 2001
Charles Andrew Williams, el estudiante de 15 años detenido por asesinar a dos compañeros y herir a otras 13 personas en un tiroteo en su escuela, compareció ayer por primera vez ante el juez para conocer los cargos presentados en su contra. Dada la gravedad de los hechos, Williams será juzgado como adulto.
Su comparecencia fue breve, de menos de diez minutos, y fue aplazada hasta el próximo 26 de marzo para que el abogado defensor pueda revisar el caso y responder a las acusaciones.
El menor fue acusado de 28 cargos, dos de ellos de asesinato y otros 13 de intento de asesinato, todos ellos con especiales circunstancias de premeditación y uso de un arma de fuego.
Williams abrió fuego el pasado lunes en la escuela californiana de Santana, en Santee, cerca de San Diego, contra sus compañeros sin un motivo aparente.
Sin dirigir su ataque contra nadie en especial, el estudiante disparó más de 30 balas, alcanzando mortalmente a dos de los jóvenes e hiriendo a otras 13 personas, 11 estudiantes y dos adultos.
Según recordó la fiscal en este caso, Kristin Anton, Williams será juzgado como adulto dada la gravedad de los cargos, que obligan al juez a seguir este procedimiento de acuerdo con la proposición 21 aprobada por los electores en California el pasado año.
Williams llegó a la comparecencia vestido con el mono naranja propio de los detenidos, esposado y con ojeras, además de un gesto serio y silencioso, la mirada dirigida al suelo y sin establecer contacto visual con ninguno de los presentes en la sala.
El joven estudiante, hijo de padres divorciados, contó con un abogado público como defensor dada su falta de medios económicos y las dificultades monetarias por las que atraviesa su padre, con el que vivía hasta el incidente armado y que era el propietario del arma utilizada en la agresión.
El juez Herbert J. Exrhos confirmó que dada la gravedad del caso, el menor será juzgado como adulto y que no existe posibilidad de libertad bajo fianza.
La comparecencia del joven asaltante no ha logrado ofrecer ninguna explicación del porqué de este crimen, el asalto armado más cruento en una escuela estadounidense desde que hace dos años 15 personas perecieran víctimas de las armas en Columbine, incluidos los dos agresores.
Otros casos de violencia escolar
Su comparecencia ante el tribunal para que le fueran presentados los cargos coinciden con nuevas muestras de violencia escolar por todo Estados Unidos.
En una escuela de Williamsport, en Pensilvania, una joven estudiante fue detenida ayer en relación con los disparos efectuados en el centro y que al parecer dejaron un herido.
Las autoridades han confirmado que la persona arrestada en relación con los disparos es una estudiante de la escuela de enseñanza secundaria Bishop Neumann, en Williamsport, unos 250 kilómetros al nordeste de Filadelfia.
Con unos 230 estudiantes de enseñanza secundaria, entre los 14 y los 18 años, la escuela Bishop Neumann pertenece a la Iglesia Católica.
Las autoridades policiales y los responsables del colegio desconocen aún las razones que podrían haber motivado a la muchacha a disparar un arma.
Además, en California, la policía detuvo ayer también a dos adolescentes de 17 años en la pequeña localidad desértica de Twentynine Palms, a algo más de una hora de coche de Los Ángeles, por conspiración para cometer un asesinato y por terrorismo racial.
Ambos fueron detenidos después de que una compañera les oyera comentar sus intenciones de atentar contra otros estudiantes por motivos raciales.
La policía encontró un arma en la casa de uno de los sospechosos mientras que en la otra localizó una lista con 16 nombres de los posibles objetivos de su ataque.
Otro estudiante, en este caso un universitario de 18 años, se declaró ayer inocente de atentar contra otros compañeros el pasado 23 de febrero en la localidad californiana de Santa Bárbara, al norte de Los Ángeles.
El ataque de Davis Attias, dirigiendo su automóvil a toda velocidad contra una zona peatonal, dejó cuatro muertos y un herido en situación crítica, todos ellos estudiantes.
Estos son los primeros actos de violencia en escuelas de EE.UU. que se registran en lo que va de año, si bien en los dos últimos años se produjeron cerca de 20 incidentes en centros educativos de EE.UU. con uso de armas de fuego.
¡Alerta!
Terry McCarthy – CNNenEspanol.com
14 de marzo de 2001
La semana pasada la policía arrestó a Andy Williams, un adolescente de 15 años, por disparar contra sus compañeros de escuela en la localidad de Santee, en el Estado de California. Linda Williams, su perturbada madre, solamente hizo un único comentario a los medios de comunicación: «Está perdido. Ya no tiene ningún futuro».
Antes del tiroteo, ningún adulto en la vida de Andy pareció haberse tomado en serio la tarea de cuidar de ese futuro. Charles Andrew Williams ya era desde tiempo atrás un adolescente perdido, a la deriva en un paisaje suburbano fallido y anónimo, buscando ser aceptado socialmente. En su lugar, solamente se topó una y otra vez con el rechazo.
Abandonado por su madre y descuidado por su padre, sus compañeros de escuela se ensañaban con él. Sufría las burlas hasta de sus propios amigos, los cuales bien pudieron haberlo incitado a la masacre.
Uno de sus conocidos declaró a Time que antes del ataque había oído a uno de los amigos íntimos de Charles Andre Williams jactándose de que Andy había tomado una de las armas de su padre y que la tenía oculta en los matorrales de un parque que frecuentaban. Una semana antes del tiroteo, Williams hablaba de «hacer otra masacre como la de Columbine» en la escuela secundaria Santana. En respuesta, dos amigos lo llamaron «marica» y lo desafiaron a que cumpliera con su palabra.
Pero el lunes por la mañana otros de sus amigos estaban lo suficientemente preocupados como para palparlo en busca de armas en cuanto entró a la escuela. (Luego, un amigo especuló que Andy tenía el arma oculta en las ingles.) Sin embargo, nadie dijo nada a las autoridades escolares.
Ese lunes, a las 9,20 de la mañana, Williams entró al baño. Ahí sacó un revólver calibre 22 de su mochila amarilla y comenzó a disparar, primero dentro del baño y luego hacia uno de los patios. Inicialmente, varios de los estudiantes pensaron que se trataba de fuegos artificiales y se acercaron al lugar de donde provenían los disparos, hasta que vieron caer heridos a sus compañeros.
La policía de Santee respondió rápidamente a las primeras llamadas de emergencia y acorraló a Charles Andre Williams en el baño. Para entonces, ya había vuelto a cargar su arma y se encontraba listo para seguir disparando. Durante los seis minutos que duraron los disparos, Williams se había cobrado dos víctimas, Bryan Zuckor, de 14 años, y Randy Gordon, de 17, y otros 13 heridos. Había terminado así el peor tiroteo escolar en Estados Unidos desde la masacre de Columbine, ocurrida hace dos años.
La semana pasada, la población de Santee llevó a cabo el sepelio de los dos niños muertos mientras que padres, maestros y asesores intentaban entender cómo Andy, un niño de rostro inocente, pudo convertirse en un pistolero drogado y de sonrisa torva, una transformación que terminaría trastocando sus vidas para siempre. Poco a poco Santee comenzó a descubrir cosas acerca de sí misma que hubiera preferido no haber desenterrado nunca.
En efecto, a pesar de tener calles llamadas Peaceful Court y Carefree Drive («Patio sereno» y «Paseo sin preocupaciones»), Santee dista de ser el pacífico e idílico suburbio que los adultos pensaban que era. «Hay mucho odio aquí», dice Gentry Robler, de 16 años y alumno de segundo año de la escuela secundaria Santana. Gentry se apura a describir las camarillas de la escuela: los «góticos», los «raros», los «bobos», los deportistas, los gángsters mexicanos y los supremacistas blancos. «En esta escuela esto podía ocurrir en cualquier momento». Pero ¿quién podía haber imaginado que ocurriría a manos de este alumno frágil, tímido, de grandes orejas y que portaba un pendiente con la inscripción «RATON»?
Charles Andre Williams había llegado a California hace 15 meses, procedente de una aldea rural en Maryland. Tras una breve permanencia en la localidad de Twentynine Palms, su padre obtuvo un empleo como técnico de laboratorio en el Centro Médico Naval de Balboa Park. Así, ambos se mudaron a Santee, población de 58.000 habitantes. Los niños de ahí, más grandes y maliciosos, de inmediato hicieron de Williams el centro de sus encarnizadas bromas.
Laura Kennamer, una amiga de Andy, comentó acerca de los adolescentes que prendían encendedores para luego ponerle contra la piel del cuello el metal caliente. «Pasaban junto a él y lo aporreaban simplemente porque sí. Y él no hacía nada», recuerda. Jennifer Chandler, alumna de primer año, también presenció los mismos tormentos: «Eran malos con él. Y él internalizaba su rabia, se amilanaba».
La vida en casa no era mucho mejor. Sus padres se divorciaron cuando él tenía cinco años, y desde entonces en raras ocasiones veía a su mamá. Vivía con su padre, Jeff, en un húmedo departamento de un complejo de 67 unidades, a menos de 2 kilómetros de la escuela. Varios amigos dicen que, al invitarlo a sus casas, Williams acostumbraba a llamar «mami» a sus madres.
Adrianna Aceven, compañera de primer año y una de las pocas amistades que conoció el hogar de Charles Andre Williams, dijo que el padre de este se mantenía distante. Se ponía a trabajar en su computadora y quedaba absorto en cuanto su hijo entraba con amigos. Los fines de semana, el padre se arrellanaba en el piso para beber cerveza y ver la televisión.
Shaun Turk, de 15 años, recuerda: «Nunca lo vi ir a ninguna parte con su papá. Le pedía por teléfono que pasara a buscarlo porque estaba lloviendo. Pero se podían escuchar los gritos desde el auricular: «¡Vuelve a casa como puedas!»».
Así, Williams buscó un lugar donde fuera aceptado. Terminó con un grupo de golfos que fumaban marihuana y montaban sus patinetas en el parque Woodglen Vista, muy cerca de la escuela. «Cuando conocí a Andy, me pareció un buen chico cristiano de Maryland», dice Aceven. «Pero comenzó a llevarse con otro tipo de gente, metiéndose en líos, faltando a la escuela y actuando de forma extraña.»
Aceven llamaba «Los Grommits» a estos nuevos amigos, aunque ni ella sabe el sentido de ese nombre. El grupo se reunía en las mesas que hay tras los baños del parque, fumando marihuana y bebiendo tequila que robaban del supermercado vecino. En una de las mesas pintaron una hoja de marihuana. Charles Andre Williams cayó en un mundo de adolescentes difíciles, donde la masacre de Columbine es una leyenda y fumar yerba especialmente fuerte es cosa de todos los días, y que faltar a la escuela y codearse con miembros del grupo supremacista Hermandad Aria no es nada del otro mundo.
El ambiente en el complejo de departamentos cercano al parque es disoluto. Padres solteros atiborran enormes ceniceros con colillas, mientras se muestran indiferentes a sus hijas adolescentes que hablan con periodistas de sus experiencias con alucinógenos, o hijos que a sus 15 años alardean de congestiones alcohólicas que por poco los dejan en coma. Por las noches, jóvenes drogados deambulan por los edificios, gritando y golpeando ventanas como demonios. Antes de Navidad el municipio se quedó sin fondos para pagar a los vigilantes en los edificios. Según algunos residentes, la policía le teme tanto al lugar que a veces ni siquiera responden a las llamadas de emergencia.
Fue aquí donde Charles Andre Williams conoció a Josh Stevens, quien vive con su madre Karen y el novio de esta, Chris Reynolds, de 29 años. Williams y Stevens se hicieron inseparables en poco tiempo, con Stevens como cabecilla. «Andy lo seguía», cuenta Dawn Hemming, una peluquera de 31 años. «Josh lo manipulaba porque Andy quería ser aceptado.»
En tal ambiente, en cierto sentido lo logró. Andy salió con varias chicas y sostuvo durante una semana una relación con Ashlee Allsopp, de 12 años. Ella, por su parte, había escrito «Amo a Andy» en sus zapatillas. Iba al parque a verlo: «Nos sentábamos a fumar marihuana: pipas de agua, cigarrillos. Él fumaba lo que fuera». Pero las burlas continuaron, y a veces provenían de sus propios amigos. «Me divertí a costa de él, y ahora me arrepiento», dice John Fields, quien abandonó la escuela secundaria a principios del año escolar por vagancia y ahora forma parte de la pandilla del parque.
Seis días antes de la matanza, Andy envió un mensaje por correo electrónico a Kathleen Seek, de 15 años, quien había sido su novia en Maryland. Le decía que no quería ir a la escuela ese día por temor a los maltratos de sus compañeros. En realidad, casi nadie podía entender lo que pasaba por la mente atormentada de este adolescente. «Nunca hablaba de sus problemas. Los mantenía adentro. Quizá eso le quemó algún cable», dice Analisha Welbaum, de 14 años y alumna de primer año secundaria.
Stevens cree saber cuál fue el detonante: «Lo empujaron al límite. Escuchen la canción «In the End», la canción ocho del CD de Linkin Park. Es la que inspiró a Andy». Este híbrido de hip-hop y heavy metal es un grito de angustia alienada: «In spite of the way you were mocking me / Acting like I was part of your property / Remembering all the times you fought with me / Im surprised it got so far…» (A pesar de tus burlas / Actuando como si fuera tu propiedad / Recuerdo las veces que peleaste conmigo / y me sorprende que llegaras tan lejos ).
Por lo visto, Williams quiso acabar de una vez por todas con las provocaciones. Antes de Navidad confió a Stevens su plan de tomar la pistola que su padre guardaba en un gabinete. «Andy tomó la llave mientras su papá dormía», recuerda Stevens. Sin embargo, no está claro si el padre de Williams se dio cuenta de la extracción del arma, una Arminius calibre 22 de ocho balas y cañón largo. Para Charles Andre Williams, hablar de su plan fue quizá tan importante como realizarlo, ya que con eso logró hacerse oír y que lo tomaran en serio.
La peluquera Hemming dice que hace un mes oyó decir a otros muchachos que Williams y Stevens planeaban un tiroteo en la escuela. «Dos días después hablé seriamente con Josh: »¿Qué diablos os traéis Andy y tú entre manos?». Le dije que esto era cosa seria, y contestó que sólo era una broma. Pero le pedí que hablara con alguien, y me respondió: »Se lo diré al novio de mi madre (Reynolds), y él hablará con Andy»». Hemmings dio su testimonio a la policía tras la masacre, y ahora lamenta haber dejado el asunto en manos de Chris Reynolds. «Pensé que por ser un hombre sería un modelo para ellos.» En retrospectiva, ahora se da cuenta: «No, al final se comportó como un adolescente más».
Reynolds dista de ser una figura popular entre los adultos de los departamentos donde habitaba Williams. En un ambiente donde tantos adolescentes ansían tener una figura paterna, Reynolds se limita a jugar el papel de hermano mayor, impresionando a jovencitos crédulos. Llevaba a Williams y Stevens a tirar al blanco con balas de pintura, y se hacían llamar el «Escuadrón del terror». El mismo Reynolds lo admite: «No siempre les di el mejor consejo».
El sábado antes de la matanza, Stevens estaba en su casa en compañía de Williams y otros amigos. Charles Andre Williams había estado callado durante la tarde, mientras él y otros adolescentes pasaban el tiempo alrededor de una fogata que encendieron en la entrada de una casa vecina. Según Stevens, «Estaba en su propio mundo, mirando al vacío». Más tarde, Williams deslizó algo acerca de su plan inspirado en Columbine. Reynolds oyó buena parte de la conversación: «Estuvieron en la sala toda la noche del sábado. Oí decir que iría a la escuela a matar gente. Me enteré hasta del último detalle. Le pregunté si hablaba en serio, y respondió que era una broma».
Stevens y Williams también hablaron de robar el automóvil de alguno de sus padres para ir a México en busca de una nueva vida. Otros provocaron a Williams: «Lo incitaban», recuerda Stevens. «Dos de ellos le dijeron: »Quiero ver ya si te fugas a México. Eres un marica. Nunca lo harás». En realidad querían que lo hiciera.»
En la mañana del lunes, Charles Andre Williams fumó marihuana con algunos amigos en un apartamento de Carefree Drive. Luego se reunió con Shaun Turk, John Fields y Mike Wolfe en un lugar de comida rápida frente a la escuela. Lo único desusado que se le oyó decir fue: «Debo irme en cuanto sean las 9,06». Turk dice: «Nunca nos vamos del lugar antes de las 9,15».
Analisha Welbaum se topó con Andy de camino a la escuela, y recuerda que parecía «muy sereno, sin temblar ni tartamudear». Minutos después caminaba por el patio de la escuela cuando oyó los disparos. «Lo vi en el pasillo, a unos 30 metros de mí. Me miró a los ojos. Luego se volvió y siguió disparando.»
Durante la semana pasada la policía poco dijo de sus investigaciones, en las que trató de saber qué sabían los amigos y conocidos de Williams antes de la matanza. Ha interrogado a muchos, incluyendo a Stevens y a Reynolds. Este último dice: «Se comenta que yo soy el verdadero responsable. Yo puedo sentir culpa, pero otros lo sabían mucho antes que yo». Kristin Anton, fiscal de distrito a cargo del caso, dijo dos días después del tiroteo que no se levantarían cargos contra nadie más. Pero a fines de la semana pasada Reynolds y Stevens habían contratado ya a sus propios abogados criminales.
En el baño escolar ensangrentado y para indicar que no había otros disparando Charles Andre Williams gritó: «Estoy solo en esto». También lo estuvo al comparecer ante el tribunal dos días después de la masacre: ninguno de sus familiares estuvo presente. Su madre seguía en su casa en Carolina del Sur. Su padre dijo a los abogados que estaba demasiado alterado para aparecer ante los medios. Y añadió que «su presupuesto era demasiado ajustado» para financiar un abogado que defendiera a su hijo. Así, Andy estuvo solo en la corte, solemne y con rostro abotargado, representado por un abogado de oficio. No dijo una palabra cuando el fiscal le leyó los cargos, que podrían resultar en 500 años de prisión.