Buck Ruxton

El cirujano salvaje

  • Clasificación: Asesino
  • Características: Parricida - Descuartizamiento
  • Número de víctimas: 2
  • Fecha del crimen: 15 de septiembre de 1935
  • Fecha de detención: 13 de octubre de 1935
  • Fecha de nacimiento: 21 de marzo de 1899
  • Perfil de la víctima: Su mujer, Isabella Kerr, de 34 años, y la niñera, Mary Jane Rogerson, de 20
  • Método del crimen: Estrangulamiento
  • Lugar: Lancaster, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Ejecutado en la horca en la prisión de Strangeways, Manchester, el 12 mayo de 1936
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Dr. Buck Ruxton, el médico cruel que descuartizó a su mujer y a la niñera de sus hijos

Última actualización: 16 de marzo de 2015

En 1935 un doctor de origen hindú, afincado en Inglaterra, asesinó a su mujer y a la niñera de sus hijos. La policía sabía que era culpable; el problema residía en demostrar que los restos humanos encontrados correspondían a las dos mujeres. El resultado de la investigación dio lugar a uno de los juicios por asesinato más sensacionales del siglo.

EL DESCUBRIMIENTO – Cadáveres en el arroyo

El descubrimiento de dos cuerpos descuartizados en un arroyo escocés en 1935 horrorizó y fascinó a toda la nación. Estaban tan espantosamente mutilados que al principio ni siquiera se podía determinar el sexo de las víctimas.

El 19 de septiembre de 1935 Susan Johnson estaba disfrutando de una tranquila tarde de domingo mientras paseaba cerca de Moffar, un concurrido pueblo de Dumfriesshire. Caminaba por un puente que había sobre un arroyo cuando se detuvo a contemplar el agua. Mientras lo hacía, se fijó en un extraño objeto que asomaba entre la maleza. Cuando se acercó para ver que era se dio cuenta de que tenía ante sí un brazo humano y retrocedió horrorizada. Volvió corriendo al hotel en el que se alojaba y le contó a su hermano el descubrimiento. Después regresó al arroyo, donde encontró otras partes de cuerpo humano envueltas en periódicos y retales de sábana.

Aquella misma tarde, la policía local de Dumfriesshire enviaba al sargento Sloan a inspeccionar el arroyo y sus proximidades. Este recogió cuatro fardos más con restos humanos. Algunos estaban envueltos en ropas y otros en una funda de almohada y un trozo de sábana.

A raíz de aquello se organizó una búsqueda intensiva y, pocos días más tarde, aparecieron varios pedazos de carne humana junto al mismo arroyo y en el río en el que desembocaba. El 28 de octubre se encontró un pie izquierdo en Johnstonebridge, a unos 13 kilómetros de Moffat por la carretera que va de Edimburgo a Carlisle. El último de estos descubrimientos horripilantes tuvo lugar el 4 de noviembre en la carretera de Edimburgo, al sur del puente que cruza Linn; se trata de una mano y un antebrazo izquierdos.

El hallazgo en su conjunto comprendía dos cabezas, dos troncos y omóplatos, 17 partes de distintos miembros y 43 pedazos de tejido blando. Estaban en un avanzado proceso de descomposición y plagados de gusanos. Primero los analizaron en Moffat y, acto seguido, los enviaron al Departamento de Anatomía de la Universidad de Edimburgo. Aquí iba a ser donde se realizaría la mayor parte del brillante estudio forense por el que el caso se hizo famoso.

Al comienzo de la investigación, la policía se inclinaba a pensar que uno de los dos cadáveres pertenecía a un hombre. Por este motivo, la prensa publicó numerosas historias al respecto antes de que los médicos forenses se dieran cuenta de que estaban tratando con los restos de dos cuerpos femeninos hábilmente descuartizados. Algunos de estos restos fueron encontrados a lo largo del arroyo Linn y del río Annan en una zona superior la nivel del agua, lo cual hacía suponer que fueron arrestados por la corriente y depositados en la orilla debido a las intensas tormentas que tuvieron lugar el 18 y 19 de septiembre. A partir de este momento, la policía de Dumfriesshire, varios detectives del Departamento de Investigación Criminal de Glasgow y otras fuerzas del orden centraron la investigación en personas que hubieran desaparecido antes de aquella fecha. Todo fue en vano.

Dada la proximidad de Linn a una carretera principal, la policía comenzó a estudiar cualquier viaje irregular que pudiera haber realizado algún propietario de un vehículo registrado en Dumfriesshire. Sin embargo, esta nueva línea de investigación no obtuvo mejores resultados.

Su primer gran acierto fue estudiar detenidamente los pedazos de papel de periódico encontrados con los restos. Entre ellos había una parte del Sunday Graphic del 15 de septiembre de 1935. Posteriormente, se descubrió que se trataba de una edición local especial que sólo se publicaba en los distritos de Lancaster y Morecambe. Como en este último no había noticia de que hubiera desaparecido nadie, el jefe de la policía centró sus pesquisas en Lancaster, cuya población habitual se vio incrementada por la presencia de numerosos veraneantes. El 9 de octubre se puso en contacto con la policía municipal del distrito.

Mientras tanto, los padres de una chica llamada Mary Jane Rogerson estaban cada vez más preocupados por su hija, que había desaparecido sobre el 15 de septiembre. Mary, quien jamás había faltado sin avisar, trabajaba como niñera cuidando a los hijos de un doctor parsí llamado Buck Ruxton que vivía en Lancaster. A pesar del empeño del médico por tranquilizarles, los Rogerson acudieron a la policía.

Uno de los periódicos que recogieron la noticia fue el Daily Record escocés. Por sus páginas, el teniente-detective Ewing, del Departamento de Investigación Criminal de Glasgow, se enteró de que la mujer del doctor también había desaparecido. Fue entonces cuando se dio cuenta del parecido existente entre la descripción aproximada que dio el profesor Glaister de uno de los cuerpos y la proporcionada por el padre y la madrasta de Mary Rogerson.

Sabiendo que ambas mujeres habían vivido en la casa de un médico (lo cual podía tener relación con el caso dada la forma en que mutilaron los cadáveres), la policía le mostró la blusa y los pantaloncitos a la señora Rogerson. Ella reconoció la blusa por un remiendo que había cosido en ella antes de dársela a Mary.

Su ayuda fue también imprescindible para identificar los pantaloncitos, ya que mencionó que una tal señora Holme que alquilaba habitaciones en Grange-overSands, donde, en junio de 1935, estuvo alojada la familia Ruxton, a veces les daba ropa a la joven y a sus hijos. La señora Holme, por su parte, no tardó en reconocer los pantalones porque había hecho un nudito distintivo en el elástico antes de dárselos a Mary para uno de los pequeños.

Llegado a este punto, la policía de Dumfriesshire puso la investigación en manos del capitán Vann, el jefe de la Policía Municipal de Lancaster. Desde aquel momento, su interés prioritario iba a ser examinar con sumo detenimiento la vida de un ciudadano más, el doctor Buck Ruxton.

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Cadáveres descuartizados

La peculiaridad de los cuerpos encontrados en Moffat radicaba precisamente, en la meticulosidad con la que fueron descuartizados.

Este caso, con la mutilación característica distintiva, tuvo antecedentes previos en este mismo siglo.

John Thorne protagonizó uno de los más célebres cuando, en 1924, mató a su prometida, cortó su cuerpo en pedazos y la enterró bajo un gallinero. En 1925 murió ejecutado en la prisión de Wandsworth.

El más famoso, sin embargo, fue el caso Crippen. En 1910, Hawley Harvey Crippen, un doctor nacido en Estados Unidos, cumplió condena por asesinar a su esposa, Cora. La descuartizó, separó todos los huesos del tronco y enterró las partes restantes en el sótano de su casa de Kentish Town, en Londres.

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PRIMEROS PASOS – El buen doctor

El joven Ruxton llegó a ser una gran promesa como estudiante de medicina gracias a que disfrutó de una infancia bastante fácil en una ciudad como Bombay. Su talento le brindó la oportunidad de viajar con frecuencia antes de instalarse en Inglaterra.

Bukhtyar Rustomji Hakim nació en Bombay, en el seno de una familia parsí de origen franco-hindú, el 21 de marzo de 1899. Tuvo una infancia respetable, de clase media, y recibió una educación muy completa. De joven siempre fue sensible y considerado. Estudió en la Universidad de Bombay, donde en 1922 se licenció en medicina y, posteriormente, en cirugía. Su familia y compañeros presagiaban un gran futuro para él; a la vista estaban las menciones honoríficas que obtuvo en medicina, tocología y ginecología.

Directamente desde la Universidad, entró a formar parte de un hospital de Bombay, siendo posteriormente oficial médico de la Comisión Malaria. El 7 de mayo de 1925 se casó con una chica pasí de buena familia, pero su matrimonio duró poco tiempo. Temiendo que esto pudiera afectar a su posición social o profesional, el doctor se marchó sólo a Inglaterra, donde comenzó una nueva vida ocultando su pasado.

Cuando se casó, Ruxton estaba trabajando para el Servicio Médico Hindú, para el que había ejercido previamente en Basra, Bagdad, e incluso, en el mismo Bombay. En la época en que se fue a Gran Bretaña sirvió como médico a bordo en un navío. Una vez allí, pudo asistir, bajo el nombre de Gabriel Hakim, a varios cursos monográficos en el hospital de la Unversidad de Londres, gracias a una beca concedida por el Servicio Médico de Bombay.

En 1927, tras una breve estancia en París, Ruxton se trasladó a Edimburgo (uno de los centros vitales de la época para la profesión médica), donde se preparó para llegar a ser miembro de la Real Academia de Cirujanos. Suspendió el examen de entrada en tres ocasiones, pero el Consejo Médico General, impresionado por sus excelentes calificaciones, le permitió hacer prácticas allí. Fue en Edimburgo donde conoció a Isabella van Ess, quien por entonces seguía casada con un holandés, pero utilizaba su nombre de soltera, Kerr.

A partir de aquel momento iniciaron un noviazgo un tanto «borrascoso», aunque basado, eso si, en un sincero afecto mutuo.

El doctor se fue al sur a trabajar como interino para un médico londinense, y la joven le siguió poco tiempo después. En esta época ya había cambiado su nombre de modo oficial por el de Buck Ruxton. «Este -le dijo a un amigo- es más fácil de pronunciar.» Estaba convencido de que su nueva identidad tendría mayor aceptación en los sombríos círculos de la profesión. Por otra parte, su nombre completo, como otros muchos aspectos de su pasado, no era para él nada más que un incómodo equipaje del que tenía que deshacerse para siempre.

En 1929, durante su estancia en Londres, Isabella dio a luz una niña, Elizabeth, la primera de su tres hijos. Un año más tarde, la familia se trasladó a Lancashire, donde Ruxton adquirió una experiencia considerable. Vivían en una espléndida vivienda adosada en Dalton Square, En 1931 la pareja tuvo una segunda hija, Diane, y dos años más tarde, un niño al que pusieron de nombre Billie, Mary Rogerson era la niñera que en daba de ellos.

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Los parsis

Los parsís son descendientes de los persas, quienes abandonaron su país en el siglo viii para huir de la persecución de los musulmanes. Al principio se establecieron en Gujarat, en la India, pero con el auge del comercio europeo en el siglo XVII prosperaron como mercaderes y se extendieron por todo el país. Desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo de Bombay y fue precisamente en el seno de la clase media que establecieron allí, donde nació Buck Ruxton.

Un parsí devoto debe rezar cinco veces al día en presencia del fuego, símbolo de rectitud. Para ellos, la pulcritud es sinónimo de devoción, Con objeto de no contaminar los elementos sagrados de la tierra, el agua y el fuego, se deshacen de sus muertos colocando los cuerpos en «Torres de silencio», para que los devoren los buitres.

El hecho de que sus leyes no permitan los matrimonios mixtos ha limitado la población parsí a un total de 100.000 personas en todo el mundo.

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La primera mujer de Ruxton

A pesar de que todo fue felicidad en la ceremonia nupcial, los preparativos de Ruxton para casarse con Motán, su prometida parsí, no se desarrollaron con total normalidad. Los padres de la novia estrictos seguidora parsí, y por algunos fragmentos del diario del joven sabemos que tenían sus objeciones respecto a la boda, ya que el doctor les parecía más mahometano que parsí. En la página correspondiente al día 24 abril de 1925 aparece un claro ejemplo al respecto: «Como de costumbre, fui a casa de Motan y me contó que sus padres pensaban que yo seguía las costumbres mahometanas. Me sentí insignificante y tomé la determinación de no volver a su casa hasta que estuvieran satisfechos conmigo.»

Sin embargo, el día 5 de se resolvió satisfactoriamente y el doctor dejó constancia escrita de su alegría por la considerable dote de su prometida. Dos días mas tarde escribió sobre su «feliz día de boda» y anotó que se había gastado 2.500 rupias en los preparativos. Jamás volvió a mencionar a Motan en sus diarios, tan sólo aludió a ella al escribir sobre los días que duró la celebración nupcial.

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LAS MENTIRAS – Un rastro de sangre

Ruxton puso de manifiesto su destreza quirúrgica al descuartizar los cuerpos de sus víctimas, pero todos sus intentos por encubrir las pruebas incriminatorias fueron un desastre. Tejió una red y quedó atrapado en sus propias mentiras.

La policía de Lancaster decidió interrogar a Ruxton después de que él se pusiera en contacto con ella para pedir que investigara la desaparición de su mujer. Este y otros intentos posteriores de reaccionar con naturalidad ante la extraña ausencia de su esposa no resultaron convincentes, dada la especulación de la prensa y los terribles descubrimientos de Moffat. No sólo había mencionado varios detalles contradictorios respecto a las circunstancias de su desaparición y posible paradero, sino que su comportamiento desde el fin de semana del 14-15 de septiembre venía siendo bastante inusual, aun para un hombre conocido por su temperamento impulsivo e inestable.

La última vez que alguien vio con vida a Isabella, el 14 de septiembre, había ido a Blackpool en el coche de Ruxton para ver a sus hermanas, las señoras Nelson y Madden. Se marchó de allí a las 11,30 de la noche para volver a su casa. A la mañana siguiente, el coche apareció en Lancaster, pero no se encontró ni rastro de ella.

En circunstancias normales, Elizabeth Curwen, una de las doncellas, habría aparecido en casa de los Ruxton el domingo por la mañana para comenzar a trabajar a las diez en punto. Pero no lo hizo. El doctor la había avisado el viernes anterior de que no volviera a trabajar hasta el lunes. Otra doncella, Agnes Oxley, también tenía que haber acudido normalmente, pero tampoco lo hizo porque Ruxton apareció en su casa muy temprano para decirle que Isabella se había ido con Mary a pasar unas vacaciones a Edimburgo y que no necesitaría sus servicios hasta el día siguiente.

Por otra parte, el reparto de aquella mañana en Dalton Square incluía, además de un ejemplar de Sunday Graphic, cuatro botellas de leche que solía llevar la señora Hindson, otro miembro del servicio. Normalmente ella metía las botellas hasta la antecocina, pero en esta ocasión el doctor la pidió que las dejara en una mesa que había en el interior, junto a la puerta. Después le aclaró que Isabella y Mary se habían marchado con los niños. Tenía la mano vendada, ya que, según, él, se la había pillado con una puerta.

Hacia las 10,30 de aquella mañana Ruxton salió en su coche, un Hillman, para comprar dos bidones de gasolina, parando después en una segunda gasolinera para poner 18 litros de combustible en el depósito. Algo más tarde del mediodía recogió a sus tres hijos y se los llevó a la señora Anderson, la esposa de un dentista de Morecambe al que Isabella y él conocían bien. Tras pedirle que cuidara de los pequeños durante todo el día, le contó cómo se había cortado la mano con una lata de fruta mientras preparaba el desayuno.

Poco antes de las 4,30 fue a visitar a la señora Hampshire, una paciente que posteriormente sería uno de los testigos más importantes de la acusación. Su explicación de la ausencia de su mujer y de Mary iba a diferir, una vez más, de las versiones anteriores. Le comentó que Mary se había ido a pasar unas vacaciones fuera y que Isabella estaba en Blackpool, le pidió que le ayudara con la casa, porque se había hecho un corte muy serio en una mano y tenía que preparar varias cosas antes de que llegaran los decoradores a la mañana siguiente. La decoración era la última fase de las reformas que , según él, habían hecho en la vivienda hacía ya unos meses.

Cuando la señora Hampshire llegó a la casa del doctor, se dio cuenta de que la alfombra de las escaleras, que estaban muy sucias, no estaba en su sitio. Había paja esparcida por el suelo, también sobresalía bajo la puerta cerrada de la habitación del matrimonio. En la sala de espera encontró alfombras enrolladas, y un traje lleno de manchas. Al salir al patio de la parte trasera de la casa, se topó con otras alfombras, la del descansillo y la de las escaleras, y con varias toallas parcialmente quemadas.

Estuvo limpiando y recogiendo lo que pudo mientras Ruxton hacía los preparativos para que los niños pasaran la noche con los Anderson. Al cabo de un rato, la limpiadora sugirió que su marido podría

ayudarles. Cuando el médico regresó a casa, agradecido, les dijo que podían llevarse las alfombras de la escalera y el traje.

A la mañana siguiente, sin embargo, fue a ver al matrimonio para pedirle que le devolviera el traje, ya que había decidido limpiarlo. Pero, al inspeccionar la prenda, vio una etiqueta y volvió a cambiar de opinión, quería que cortaran la etiqueta y lo quemaran. Cuando Ruxton se marchó, ella miró con detenimiento las alfombras que les había regalado y descubrió que, al igual que el traje, estaban manchadas de algo de un color sospechosamente parecido al de la sangre. Después de echarles veinte o treinta cubos de agua, el líquido que escurría de ellas seguía pareciendo sangre.

De vuelta en Dalton Square, el doctor le dijo a la señora Oxley que Isabella y Mary se habían inventado la historia de que se iban de viaje a Edimburgo. Aquel mismo día, horas después, le dijo al matrimonio Hampshire que, en realidad, su mujer se había ido a Londres. Al insistir ella en el tema, él aseguró que su esposa se había fugado con otro hombre. Acto seguido, se derrumbó y comenzó a llorar.

Durante varios días Ruxton intentó ocultar pruebas de diversas maneras, pero con ello no consiguió nada más que llamar la atención. El martes 17 de septiembre, por ejemplo, fue a ver a Arthur Holmes, un decorador, y ante su ausencia, estuvo hablando con su hija. Le preguntó por qué motivo no había ido su padre a Dalton Square si habían quedado en que se pasaría por allí. Ese mismo día, algo más tarde, se vio implicado en un accidente de tráfico en Kendal al colisionar con un ciclista y tirarle de su bicicleta. La explicación de lo sucedido y de cómo llegó hasta el lugar del accidente fue confusa y contradictoria.

Todas las mujeres que le ayudaron en las labores domésticas no pudieron evitar darse cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo. La doncella Curwen encontró en un escondrijo del patio una manta manchada puesta en remojo. Además, el doctor les regaló, a ella y a una compañera, todas las alfombras que quedaban en la casa.

La señora Smith estuvo quitando el papel de la pared próxima a las escaleras y se percató de que las cortinas de la ventana del descansillo superior tenían restos de sangre. Cuando las descolgó, Ruxton rasgó y quemó la parte manchada, alegando que de no hacerlo la policía no tardaría en acusarle del asesinato de la señora Smalley, una mujer que había aparecido muerta en Morecambe hacía tiempo.

El jueves 19 de septiembre, el doctor aparcó su coche en la parte trasera de la casa, cerró la puerta de la cocina (ya que la cocinera estaba preparándole el desayuno) e hizo varios viajes desde las habitaciones de arriba al vehículo. Cuando se marchó, la doncella se dio cuenta de que las habitaciones que antes estaban cerradas ahora estaban abiertas y que del cuarto del matrimonio salía un olor muy desagradable.

El martes de aquella misma semana Ruxton dio instrucciones al servicio para que no apagaran las fogatas que había hecho en el patio para quemar unos papeles. Sin embargo, el jueves por la tarde, mientras barría el patio, la señora Curwen vio pedazos medio quemados de un material rojo y azul, y un trapo de algodón o lana con manchas de sangre. Aquellos trozos de tela parecían partes de un abrigo y un vestido pasado de moda que Mary solía ponerse.

El viernes 20 de septiembre, el doctor le encargó que comprara agua de colonia para intentar quitar aquel olor nauseabundo a la casa. Por la tarde, arregló las cosas de forma que los niños salieran a dar un paseo con Bessie Philbrook, una paciente suya que conocía bien a su mujer. Fue a buscarla a su casa y, al volver a Dalton Square, le preguntó si sabía que Mary estaba embarazada. Esta fue la primera de una serie de tentativas de detener las investigaciones concernientes al paradero de la niñera, ya que a partir de ese momento comenzaría a sugerir que Isabella se la había llevado adonde pudieran practicarle un aborto. Cuando el padre de la joven le llamó preocupadísimo el miércoles siguiente, Ruxton intentó convencerle de esta historia, asegurando que Mary había estado viéndose con el chico de la lavandería, explicación que ni siquiera consiguió mitigar sus crecientes temores.

El martes 1 de octubre (dos días después de que se descubrieran los restos de Moffat), los Rogerson fueron a verle. Les contó que Isabella y Mary le habían cogido 30 libras de la caja fuerte y que estaba convencido de que volverían en cuanto las hubieran gastado. Esta vez tampoco consiguió tranquilizarles, y le informaron de que iban a notificar a la policía la desaparición de su hija. La señora Nelson, una hermana de Isabella que vivía en Edimburgo, tampoco quedó satisfecha con las explicaciones de su cuñado, con quien se mantenía en contacto por correspondencia. Al enterarse del descubrimiento de Moffat y de la extraña ausencia de Mary, le preguntó si le había hecho algún daño, sugerencia que el doctor negó ofendido y dando demasiadas explicaciones.

El 10 de octubre, el doctor le pidió a la señora Hampshire que quemara el traje que le había regalado junto con las alfombras que tuvieran manchas. Al día siguiente, desesperado, fue varias veces a la comisaría de policía de Lancaster para quejarse de que la prensa le relacionaba injustamente con los restos hallados en Moffat.

Ruxton pasó el que iba a ser su último día en libertad intentando tergiversar los recuerdos que tenían determinadas personas sobre los sucesos del 15 de septiembre, en lugar de mantener su versión de los hechos. Primero le preguntó a la doncella de los Anderson si podía decir que él había llamado cada día desde que su mujer se marchó. Ella se sintió inclinada a acceder, pero después se negó.

A la doncella Oxley le pidió que omitiera o rectificara ciertos detalles relacionados con su llegada a la casa la mañana del 16 de septiembre, pero ella no quiso hacerlo. A Ernest Hall, un paciente suyo que como manitas que era solía hacer todo tipo de reparaciones, le insinuó que dijera que cuando fue a reparar un fusible la noche del 14 de septiembre Mary Rogerson le abrió la puerta. Sin embargo, a pesar del empeño del doctor Ruxton, Hall explicó que aquel día estuvo enfermo y no se levantó de la cama.

El sábado 12 de octubre, a las 9,30 de la noche, fue a la comisaría de policía por última vez. Cuando le pidieron que contara todo lo que había hecho entre el 14 y el 30 de septiembre, presentó un extraño documento titulado «Mis movimientos» (era evidente que llevaba bastante tiempo trabajando en él) e hizo una declaración voluntaria basada en el texto. Después de someterle a otros interrogatorios y de consultar con agentes veteranos de la policía escocesa, el doctor Buck Ruxton fue acusado del asesinato de Mary Rogerson a las 7,20 de la mañana. «Bajo ningún concepto -respondió-. Por supuesto que no. Nada más lejos de mi imaginación. ¿Con qué motivo? ¿Por qué? ¿De qué están ustedes hablando?»

Tras comparecer ante el tribunal de la policía de Lancaster, quedó bajo custodia y el 5 de noviembre le acusaron del asesinato de su mujer. En un principio le remitieron a juicio Por las dos acusaciones, pero, finalmente, cuando salieron a la luz nuevas pruebas, tan sólo tuvo que someterse a un proceso basado en la extraña muerte de su esposa. La policía estaba segura de que el doctor era su hombre, pero todo el peso de la demostración de su culpabilidad iba a recaer, más que nunca, en los expertos en medicina forense.

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El accidente de Kendal

La versión de Ruxton sobre su colisión con un ciclista en Kendal el 17 de septiembre fue uno de los mejores ejemplos de sus turbios manejos e intentos de alejar sospechas. Barnard Beattie, el ciclista (abajo), informó a la policía del número de la matrícula del coche de Ruxton después de que éste siguiera su camino sin detenerse. Los agentes interceptaron el vehículo en Münthorpe, a unos kilómetros al sur de Kendal. Cuando le interrogaron al respecto unas semanas más tarde, le preguntaron si en aquella ocasión había estado en Carlisle, lugar próximo al arroyo de Moffat. Ruxton negó taxativamente haber estado allí, es más, aseguró que aquel día estuvo en la zona de Grangeover-Sands. Sin embargo, según el recorrido que dijo haber cubierto, le habría resultado imposible haber ido a Kendal sin dar un rodeo de muchísimos kilómetros.

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Publicidad negativa

Ruxton solicitó en numerosas ocasiones la ayuda de la policía para encontrar a su esposa y eludir la ola de publicidad que se generó con el descubrimiento de los cadáveres descuartizados, En su primera visita a la comisaría de policía de Lancaster, el 24 de septiembre, sugirió que cualquier investigación sobre su persona estaría motivada por los celos profesionales de los colegas de la zona. Al día siguiente, les hizo una segunda visita.

Cuando el 4 de septiembre hizo acto de presencia en la comisarla, dijo que un individuo llamado Bobbie Edmondson, un amigo de Isabella que trabajaba en el ayuntamiento, podría saber dónde se hallaba su esposa; con ello dio a entender que los dos habían sido amantes. Acto seguido golpeó la mesa con un puño y exclamó: «Ese canalla…. creo que podría asesinarle.»

Menos de una semana después, se presentó allí de nuevo para protestar por el hecho de que su nombre se relacionara con los cadáveres encontrados en Moffat: «Todo este maldito absurdo está acabando con mi carrera. ¿No hay nada que se pueda hacer para acallar los rumores? Al día siguiente volvió para hacer constar la misma queja, esta vez llevaba consigo un ejemplar del Daily Express. En la penúltima visita había dicho que a Mary Rogerson le faltaban cuatro dientes de la mandíbula inferior, ahora, blandiendo el periódico, ponía de manifiesto que el reportaje decía que uno de los cuerpos tenía todos sus dientes inferiores intactos.

Aprovechando la ocasión, insistió en que se debería publicar un comunicado en la prensa explicando que no existía prueba alguna que relacionara la desaparición de Isabella y Mary con los cadáveres de Moffat. Con ello no consiguió sino alterar aún más al jefe de policía de Lancaster, el capitán Vann. Así, cuando el doctor volvió a la comisaría al día siguiente por la tarde, no fue por iniciativa propia, sino del capitán y sus colegas. Jamás salió de allí como hombre libre.

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Problema doméstico

El hogar de los Ruxton estaba en Lancaster, un gran centro comercial del noroeste de Inglaterra. Su soberbia fachada escondía las tórridas pasiones que hervían en su interior.

El número dos de Dalton Square era, por su aspecto serio y formal, el hogar apropiado para un médico. El hecho de que allí se hubiera cometido un doble asesinato causó gran conmoción entre los residentes locales, quienes hicieron lo posible por enterarse de las macabras consecuencias.

Al doctor Ruxton le había costado integrarse en la sociedad británica, quizá por este motivo amuebló su casa con un estilo recargado que evocaba la elegancia victoriana. Dada su posición profesional, contrató una doncella interna y dos mujeres de la limpieza. Gracias a su nivel social, nadie sospechó de él cuando le pidió a una paciente que fregara el cuarto de baño, nadie se preguntó por aquellas extrañas manchas.

La notoriedad alcanzada por el caso Ruxton tuvo su origen en la traición a la confianza que el público había depositado en él, un médico, un defensor de la vida.

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LA INVESTIGACIÓN – Un triunfo para la medicina forense

La acusación estaba perdida si no conseguía probar la identidad de los cuerpos. Gracias al brillante esfuerzo de la medicina forense, consiguió demostrar con toda exactitud quiénes eran las víctimas mutiladas.

La primera misión del equipo de médicos especializados requerido para ayudar a la policía en su investigación fue la reconstrucción de los cuerpos a partir de los restos hallados en Moffat. Al principio, ni siquiera se sabía a cuántos cadáveres pertenecían o cuál era el sexo. A pesar del avanzado proceso de descomposición, pronto se hizo evidente que el asesino había puesto mucho cuidado en suprimir cualquier señal de identificación: las facciones faciales y casi todas las huellas dactilares habían desaparecido.

Al ser notablemente diferentes en forma y tamaño, las dos cabezas quedaron en un principio designadas como «Cabeza número uno» (posteriormente se descubrió que se trataba de la de Mary Rogerson) y «Cabeza número dos» (la de Isabella Ruxton). Ambas fueron el punto de partida para la asignación de los otros miembros en la reconstrucción de los cuerpos. El profesor John Brash, del Departamento de Anatomía de la Universidad de Edimburgo, fue distribuyendo los restos encontrados en uno y otro cuerpo, ya que cada vez parecía más evidente que pertenecían a dos cadáveres diferentes.

La región pélvica del tronco del «Cuerpo número dos» por ejemplo, pudo considerarse parte del mismo cuerpo que la parte superior debido a que esta última tenía dos vértebras lumbares, mientras que la otra tenía tres. Juntas, ambas partes quedaban perfectamente articuladas formando un total de cinco vértebras. Estos primeros descubrimientos quedaron confirmados posteriormente gracias a exámenes de rayos-X en los que se pudo comparar todos los huesos entre sí atendiendo a su tamaño, forma y textura.

Cuando los dos cadáveres quedaron reconstruidos en la medida de lo posible, Brash comenzó a trabajar con John Glaister, profesor por designación real del Departamento de Medicina Forense de la Universidad de Glasgow, y el doctor Gilbert Millar, profesor de patología en la Universidad de Edimburgo.

A estos expertos no les resultó demasiado difícil determinar el sexo de las víctimas, ya que en el «Cuerpo número dos» los órganos sexuales estaban aún intactos. Además, en la cabeza del otro cadáver aún podían discernirse una laringe, obviamente femenina por su pequeño tamaño, y restos de piel imberbe.

El hecho de que las dos víctimas se hubieran desangrado y quedado sin vísceras durante el descuartizamiento (lo cual retrasaba el proceso normal de putrefacción) facilitó el análisis microscópico de varios restos de carne. Tres de ellos parecían ser pechos de mujer, pero Glaister no pudo probar que pertenecieran a ninguna de las fallecidas.

El profesor y sus colegas llegaron a varias conclusiones definitivas con respecto a la edad de las dos féminas, estudiando minuciosamente sus huesos.

En el «Cuerpo número uno», por ejemplo, los puntos de unión de los huesos del cráneo aún no estaban completamente cerrados, la calcificación de los extremos y de los dientes no era completa y las muelas del juicio todavía no habían aparecido. Todas estas características apuntaban a una persona considerablemente más joven que la otra víctima.

Finalmente, los expertos que se encargaron del caso realizaron una descripción aproximada de ambos cuerpos. Según sus cálculos, el primero de los cadáveres debía de tener entre dieciocho y veinticinco años (Mary tenía veinte) y debía de medir aproximadamente 1,47 ó 1,49 de estatura (la niñera medía 1,52). El segundo, en cambio, andaría entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco años (Isabella tenía treinta y cuatro) y mediría alrededor de 1,60 de estatura (medía 1,65). El hecho de que sus vértebras hubieran sido hábilmente separadas daba sentido a la idea de que el descuartizamiento se había llevado a cabo aplicando conocimientos médicos.

Esta hipótesis quedó plenamente reforzada cuando Glaister y Millar investigaron las causas de la muerte. Dado el estado en que se encontraba el «Cuerpo número uno», resultó imposible determinarlas; pero, en el otro caso, un hueso hioides del cuello roto y pequeñas hemorragias en los pulmones parecían apuntar a una muerte por asfixia. Si la víctima hubiera sido estrangulada, tendría indicios de ello en la punta de la lengua, en los ojos, las orejas y la nariz. Sin embargo, todas estas partes habían desaparecido en lo que parecía un intento premeditado de destruir cualquier posibilidad de averiguar cómo murieron estas mujeres.

El siguiente paso que dio el equipo forense fue analizar la mutilación, aparentemente indiscriminado, de otros miembros. Las piernas de uno de los cadáveres estaban totalmente despojadas de la piel y los tejidos superiores, mientras que las de el otro permanecían intactas. A uno de ellos le habían quitado las puntas de los dedos de las manos y las de los pies, pero el otro no había sufrido la misma operación. Además, sólo le habían arrancado la piel a uno de los antebrazos hallados.

La pauta seguida por el asesino en la mutilación sólo se hizo evidente cuando se comparó una lista de los rasgos característicos de ambas víctimas con los restos encontrados: las partes que había arrancado coincidían con la localización de detalles distintivos. Las piernas de Isabella, por ejemplo, tenían el mismo grosor de los tobillos a las rodillas, de ahí la extirpación de los tejidos. Sus uñas, biseladas y muy cuadradas, eran peculiares también, así que corrieron el mismo destino. La desaparición de la piel del antebrazo de Mary obedecía a la intención de eliminar una llamativa marca de nacimiento. La joven tenía estrabismo y le sacaron los ojos.

El doctor Arthur Hutchinson, decano del colegio y hospital dental de Edimburgo, fue uno de los especialistas cuyos descubrimientos resultaron particularmente valiosos para la acusación.

A partir de los alveolos de los dientes que les faltaban a los cadáveres, fue capaz de determinar exactamente qué piezas dentales habían sido extraídas hacía ya tiempo y cuáles justo después de la muerte. El asesino debía de haber pasado por alto que es posible fechar la extracción de los dientes por el estado de los alveolos y las encías. Isabella Ruxton tenía una dentadura prominente, lo cual habría sido una pista fácil a la hora de identificarla.

Cuando vio que los dos cuerpos habían proporcionado ya todas las pruebas posibles, el profesor Glaister llevó a cabo un minucioso examen de varios artículos y partes del cuarto de baño, incluidas paredes y suelo.

A pesar de los desesperados esfuerzos de Ruxton por limpiar el baño y de las instrucciones dadas a la señora Hampshire y a las demás mujeres que le ayudaron a hacer lo mismo con el resto de la casa, el forense encontró numerosas manchas y material ensangrentado. Algunas de ellas parecían provenir de una pequeña arteria.

Posteriormente, el profesor admitió ante el tribunal que podían proceder del corte que Ruxton tenía en la mano, herida que se causó o agravó él mismo mientras descuartizaba los cadáveres de las víctimas con un cuchillo.

Los restos de sangre que parecían haber salido por el borde de la bañera, sus laterales y otros sitios menos accesibles, eran mucho más difíciles de explicar que los que había en el traje.

La presentación profesional que el doctor Glaister hizo en el juicio de los descubrimientos realizados y su imperturbable frialdad en los interrogatorios significaron un caso que podía haberse convertido fácilmente en un macabro espectáculo público.

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El profesor John Glaister

Nacido en 1892, era, en la época en la que se desarrolló el juicio Ruxton, una de las personalidades más relevantes en el campo de la medicina forense. El caso fue el punto culminante de su reputación profesional y el trampolín a la fama a los ojos del gran público. Su actuación como testigo principal de los médicos especialistas de la acusación fue seguida con vivo interés.

Sucedió a su padre como profesor de medicina forense, siendo nombrado por designación real en 1931. Su padre había creado férreos vínculos entre el Departamento de Medicina Forense de la Universidad de Glasgow y los juzgados de la ciudad, donde compareció en numerosas ocasiones a petición de la fiscalía.

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Sir Sydney Smith

En circunstancias normales, Glaister no habría sido el experto forense más importante de cuantos colaboraron en el caso a petición de la acusación, ya que Escocia contaba con un médico aún más ilustre, sir Sydney Smith, profesor de la Universidad de Edimburgo. Sin embargo, cuando se descubrieron los restos humanos de Moffat, se encontraba en Australia aportando sus valiosos consejos en un juicio por asesinato basado en un brazo cortado que había vomitado un tiburón. Cuando volvió a Gran Bretaña, ayudó en el caso Ruxton y fue el último de los más de un centenar de testigos presentados por la fiscalía.

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Una tradición escocesa

En Escocia, la medicina forense siempre ha estado muy arraigada en sus excelentes facultades de medicina y ha sido promovida por el sistema judicial escocés. En 1807 se creó una cátedra de medicina Legal (antiguo nombre de la asignatura) en la Universidad de Edimburgo y en 1839 se creó otra de las mismas características en Glasgow. La asignatura se convirtió en parte obligatoria del programa de estudios de las principales facultades de derecho y medicina del país.

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Cooperación científica

El caso Ruxton fue un gran triunfo para la ciencia. Un equipo de expertos testigos aportó pruebas abrumadoras de la culpabilidad del doctor.

Pocos asesinatos han llamado tanto la atención p como el caso Ruxton. El proceso fascinó a los expertos y al público ávido de sensacionalismo, debido a que los testimonios y las pruebas fueron sumamente interesantes desde el punto de vista científico y a que pusieron de manifiesto un horror sin precedentes.

Pero la verdadera relevancia del caso residió en que impuso la pauta a seguir en las investigaciones forenses futuras. Demostró que dada la constante evolución de la medicina forense, no podía seguir estando controlada por una sola persona. La disciplina estaba especializándose cada vez más. En el juicio de Ruxton, por ejemplo, además de la aportación del testigo médico principal, fue necesaria la colaboración de radiólogos, dentistas y entomólogos (quienes ayudaron a establecer la hora aproximada de la muerte analizando las larvas que había en los cadáveres), además de contar con la experiencia de los departamentos fotográfico y de huellas dactilares de la policía de Glasgow y Edimburgo.

En el pasado, jamás se había establecido una cooperación semejante ni se habían formado unos equipos de trabajo a este nivel.

Años atrás, el papel del forense era mucho mas controvertido, llegando a veces a mantener grandes confrontaciones personales con el especialista requerido por la otra parte en el juicio. Los profesores Sydney Smith y John Glaister hijo tuvieron más de un enfrentamiento a lo largo de su carrera. En cuanto a los periodistas presentes en la sala, veían estos desacuerdos como serios combates profesionales entre dos hombres eruditos, o incluso entre dos grandes representantes de las tradiciones de Glasgow y Edimburgo.

El capitán Vann no pasó por alto la importancia de esta asociación en el caso Ruxton. En un artículo escrito para el Police Journal describió fielmente el espíritu de equipo existente entre la diversas fuerzas policiales y entre éstas y las universidades. Esta también fue una pauta a seguir en el futuro, ya que al no existir una agencia central que coordinara el desarrollo de los diferentes servicios forenses, la cooperación a este nivel se convirtió en un factor fundamental.

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La reconstrucción de la muerte

El capitán Vann y sus colegas contaron con numerosas pistas para poder determinar la identidad de los cuerpos encontrados en el arroyo. Sin embargo, los policías que tuvieron que identificar un esqueleto medio vestido que encontraron en el jardín de una casa Cardiff, en 1989, contaron con menos ayuda. Tuvieron, no obstante, el apoyo de la moderna medicina forense, además de los valiosos servicios de Richard Neave, un médico de la Universidad de Manchester especializado en reconstruir cráneos.

Los patólogos determinaron que el esqueleto pertenecía a una mujer joven de 1,63 de estatura aproximadamente y un experto en dentadura determinó que tenía unos quince años cuando murió. Después, un entomólogo analizó minuciosamente la tierra en la que había sido enterrada y dedujo que el asesinato debió de cometerse antes del mes de diciembre de 1984.

Para conseguir alguna información con respecto al aspecto físico de la víctima, la policía volvió a recurrir a Neave, ya que parte de su trabajo se basaba en hallar la similitud existente entre los rasgos de un rostro y los contornos de una calavera. El grosor de los tejidos se determina por factores tales como edad, sexo y raza. El profesor estaba dotado tanto de aptitudes artísticas como de conocimientos científicos, por este motivo era capaz de crear reproducciones en arcilla casi exactas al original. La policía distribuyó fotografías del busto de arcilla que hizo y un asistente social de Cardiff lo reconoció. Afirmó que podía tratarse de Karen Price, una chica que se había escapado de un hogar juvenil. Posteriormente se confirmó esta identificación con los archivos del dentista.

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EL JUICIO – Escándalo en el tribunal

El juicio de Ruxton proporcionó un material sensacional a los periodistas. Sus arrebatos emocionales y el comportamiento revoltoso del público contrastaron con el frío profesionalismo de los expertos testigos.

E1 juicio del doctor Buck Ruxton comenzó en el Tribunal Supremo de Manchester el lunes 2 de marzo de 1936 ante el juez Singleton. J. C. Jackson, David Maxwell Fyfe (posteriormente lord Kilmuir) y Hartley Shawcross fueron los abogados de la acusación. La defensa la formaban los letrados Norman Birkett (posteriormente lord Birkett) y Phillip Kershaw.

El interés despertado por este horripilante caso se vio alimentado por la primera aparición de Ruxton en el juzgado de Lancaster, hecho que provocó numerosos incidentes. En su comparecencia del 5 de noviembre para responder de la segunda acusación de asesinato (el de Isabella) protestó una y otra vez tan vehementemente, que hubo que suspender la sesión durante cinco minutos para que se tranquilizara. «Son todo prejuicios, no puedo soportarlo -chilló en uno de sus arrebatos-, ¿Es que no hay justicia? ¿Quién es el responsable de esto? Mi hogar está destrozado… mi dulce hogar.»

El juicio iba a durar en total once días, debido, principalmente, a la impresionante cantidad de pruebas médicas que habrían de presentarse. Ruxton, el único testigo de la defensa, no subió al estrado hasta el noveno día, fecha en que la fiscalía ya había presentado un caso casi irrecusable contra el que ni siquiera un letrado tan hábil como Norman Bir Ketth pudo hacer nada.

La primera sorpresa del proceso fue la decisión del ministerio fiscal de intentar asegurar una única condena por asesinato, el de Isabella. Jackson mantenía que ella había vuelto de Blackpool, de casa de sus hermanas, sana y salva. Después, Ruxton la golpeó en la cabeza, probablemente también la apuñaló y terminó estrangulándola por una supuesta infidelidad. Mary Rogerson presenció lo sucedido y el doctor tuvo que matarla para garantizar su silencio. Tenía el cráneo fracturado por varios golpes asestados en la cabeza, pero debió de morir por alguna otra causa.

El fiscal expuso minuciosamente los hechos, explicando que el doctor había pospuesto la llegada de la señora Oxley para poder descuartizar los cuerpos y dejar que se desangraran en la bañera. Acto seguido, describió cómo el acusado había comprado gasolina para acelerar la combustión de las alfombras y otros materiales ensangrentados; las numerosas contradicciones que había en las diferentes historias que se había inventado; cómo convenció a la señora Hampshire para que le ayudara a limpiar la casa para hacer desaparecer pruebas incriminatorias y cómo había ido a visitarla para recuperar la etiqueta del traje que acababa de regalarle.

Había manchas de sangre en las escaleras, en la barandilla y en las alfombras -prosiguió-, además, realizó varios intentos de quemar material ensangrentado en el patio y, por último, el hedor insoportable de la habitación en la que dejó los cuerpos hasta que pudo sacar de allí sus restos descuartizados. También el fiscal hizo mención de los esfuerzos del doctor por tranquilizar a los padres de Mary, incluyendo sus insinuaciones de que Isabella se la había llevado adonde pudiera abortar.

Después, Jackson narró el descubrimiento de lo cuerpos en un arroyo de Moffat, subrayando el hecho de que las pautas seguidas en la mutilación coincidían con la localización exacta de marcas distintivas de ambas mujeres. También había -le explicó al jurado- una prueba tremendamente irrecusable: los pantaloncitos y la blusa en la que se envolvieron algunos restos.

Por aquel entonces -prosiguió el ministerio fiscal- el doctor estaba induciendo a mentir a determinadas personas. También recordó a la audiencia que la acusación no necesitaba demostrar el móvil de los asesinatos, pero sugirió que debían de basarse en el temperamento violento del acusado y en unos celos tremendamente obsesivos.

A continuación, la fiscalía llamó a declarar a una larga Esta de testigos que fueron interrogados alternativamente por Jackson, Fyfe y Shawcross. En la segunda rueda de preguntas, Norman Birkett les interpeló infatigablemente. Hizo constar la menor discrepancia en los testimonios y siempre que pudo puso en duda las suposiciones de los médicos y de otros testigos.

Jeanie Nelson, la hermana de Isabella, fue una de las primeras personas a las que llamó a declarar el ministerio fiscal. Ella describió algunos de los aspectos más turbios de la relación del matrimonio Ruxton y el último ataque de celos del doctor por un tal Bobbie Edmondson. Varios policías subieron al estrado para dar detalles del número de ocasiones (desde 1934) en que Buck Ruxton había ido a la comisaría a quejarse del comportamiento de su mujer y a amenazar con emplear la violencia.

Eliza Hunter, antigua doncella del número 2 de Dalton Square, contó que en una ocasión vio al acusado rodeando con sus manos el cuello de Isabella y que había encontrado un revólver bajo su almohada. Bobbie Edmondson, por su parte, subió al estrado para narrar una conversación mantenida con el acusado en la cual le mencionó su supuesta relación con su esposa, que tuvo que darle una respuesta negativa contundente a sus constantes acusaciones de indecencia o adulterio.

Como ya se preveía, el testimonio de las señoras Hampshire, Oxley, Curwen y Smith causó un gran impacto y fue sumamente difícil de refutar, sobre todo en lo tocante a los trajes y alfombras manchados de sangre, y a otros artículos ensangrentados que se quemaron en el patio. Sin embargo, fue el propio acusado quien le mostró a Birkett, pasándole una nota escrita a mano, el punto débil de la acusación, al darse cuenta de que las declaraciones de dos doncellas se contradecían al hablar sobre las puertas cerradas de las habitaciones. El inculpado estuvo sumamente atento en todo momento y le pasó a su abogado varias notas aclaratorias durante el juicio.

Uno de los primeros expertos en testificar fue el doctor Stanley Shannon, bajo cuyos cuidados como médico jefe de la penitenciaría de Strangeways se hallaba el acusado desde que estaba en prisión preventiva. Mantenía que era completamente imposible que Ruxton se hubiera cortado con un abrelatas del modo que él decía.

Pero las declaraciones de Fred Barwick, experto textil de la Cámara de Comercio de Mánchester, fueron mucho más perjudiciales para la defensa. Examinó los pedazos de sábana en los que estuvieron envueltos algunos de los restos los comparó con las sábanas de las camas gemelas que tenía Isabella en su habitación y descubrió que ambas tenían un defecto de fabricación. Además, añadió que no sólo procedían del mismo telar, sino que se habían fabricado con la misma urdimbre.

Entre los testigos de la policía que comparecieron, se encontraba Henry Vann, el jefe de policía de Lancaster, quien relató cómo había prestado declaración voluntariamente.

El profesor Glaister fue requerido poco después de que los doctores Leonard Mather y Frederick Bury aseguraran que no habían encontrado ningún rastro de sangre en la escalera del hogar de los Ruxton cuando fueron a asistir a Isabella tras sufrir un aborto en abril de 1932. Con su aspecto distinguido Glaister permaneció en el estrado durante casi dos días enteros.

El impacto que produjo fue tan contundente, que al concluir el juicio la prensa sensacionalista llegó a atribuirle poderes sobrehumanos. En realidad, Glaister se esforzó en todo momento por señalar las limitaciones de su trabajo y la necesidad de conceder al acusado el beneficio de la duda, caso de existir alguna.

Por contrapartida, explicó la relevancia de la mutilación de los cadáveres y de sus rasgos distintivos, y aclaró que el modo en que fueron descuartizados y desangrados requería conocimientos médicos especiales además de muchas horas para llevar a cabo el plan. Al examinar los restos de los cuerpos, dejó claro que a su parecer los hechos habían ocurrido entre 10 y 14 días antes.

Los enfrentamientos de Glaister y Birkett fueron lo más apasionante del juicio. El abogado pidió asesoramiento a uno de los médicos forenses más famosos, sir Bernard Spilsbury. En ocasiones, el profesor contestaba las preguntas del letrado mostrando su absoluta disconformidad de forma tajante. En un momento dado, Birkett le preguntó: «Por supuesto, hay numerosas situaciones en las que puede derramarse sangre en el cuarto de baño. Por ejemplo, ¿no podría usted hacerse un corte al afeitarse y ponerse a sangrar?» A lo que Glaister contestó fríamente: «Le aseguro que me sorprendería muchísimo cortarme al afeitarme y encontrar después lo que vi en el borde del asiento en este caso.»

El profesor J. C. Brash, del Departamento de Anatomía de la Universidad de Edimburgo, prestó declaración empleando el mismo tono directo y autoritario. Brash desarrolló un ingenioso método para demostrar fotográficamente la posibilidad de que los restos encontrados fueran los de Isabella y Mary. De un modo menos impactante, pero igualmente convincente, hizo coincidir exactamente en unos zapatos de ambas mujeres los moldes que había hecho de los pies de los cadáveres.

Pero todavía quedaban muchas pruebas demoledores. La labor del teniente-detective Bertie Hammond en el departamento fotográfico y de huellas dactilares de la policía de Glasgow puso de manifiesto que las huellas tomadas de la palma y de los dedos de la mano de uno de los cuerpos descuartizados, el de Mary, eran idénticas a las encontradas en varios objetos del número 2 de Dalton Square.

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Ruxton en el estrado

Ruxton no subió al estrado hasta el noveno día del proceso. Estaba asustado, nervioso y, a veces, parecía a punto de ponerse a llorar, pero lo único que pudo hacer en su favor fue negar las afirmaciones más perjudiciales del ministerio fiscal. En la segunda rueda de preguntas se mostró mucho más prudente en sus contestaciones, pero ni él ni su abogado hicieron grandes progresos.

Cuando le preguntaron por la relación con su esposa, añadió a su respuesta un dicho popular en francés: «Quien bien te quiere, te hará llorar.» Entre sus numerosas negativas se hallaba una contra el testimonio del agente Willian Wilson, quien afirmaba que el doctor, en el transcurso de una de sus peleas con su esposa, dijo: «Esta noche cometeré dos asesinatos en Dalton Square.»

El juez Singleton apenas supo que decir en favor del acusado en su recapitulación final el undécimo día del proceso. «Si creen que hay alguna posibilidad de que este hombre sea inocente, dejen que quede en libertad; pero si no es así, no duden en impedirlo.» A continuación, recordó a los miembros del jurado las contradicciones existentes entre las declaraciones de Ruxton y las de los testigos.

Después, volvió a hacer mención a los pantaloncitos y añadió: «Si están convencidos de la correcta identificación de los cadáveres y de que los pantaloncitos envolvían una de las cabezas encontradas, ¿no creen que esto verifica el conjunto de las acusaciones alegadas por el fiscal?» Finalmente, insistió en la relevancia del periódico encontrado con los restos, el Sunday Graphic, y en el defecto de fabricación de las sábanas.

Birkett tan sólo pudo poner de relieve la naturaleza circunstancial de algunas pruehas y recordar al jurado que no existía ningún indicio que demostrara que su defendido había salido de su casa la noche del 16 de septiembre para deshacerse de los restos humanos, como sugería la acusación: «Aquella noche llovió mucho, pero el coche estaba completamente seco a la mañana siguiente y no había en él una sola mancha de sangre.» Los miembros del jurado tan sólo necesitaron una hora para emitir su veredicto. Le declararon culpable de todos los cargos y fue sentenciado a la pena máxima.

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Norman Birkett

«Si alguna vez se me hubiera pasado por la cabeza perderme por ahí con una mujer un fin de semana… descuartizarla en pequeños pedazos y meterla en una maleta cualquiera… no dudaría ni por un momento un poner mi futuro en manos de Norman Birkett». Así elogiaba Patrick Hastings la habilidad del letrado que representó a Buck Ruxton.

Norman Birkett, posteriormente juez, fue uno de los mejores abogados del siglo. En los años treinta, estando en la cima de su carrera como criminalista, ganó nada menos que 1.000 libras por llevar el caso más sencillo de su trayectoria. Llegó a tener un volumen de trabajo tan impresionante, que sus ingresos anuales sobrepasaron las 30.000 libras. Pero no importaba lo excesivos que fueran sus honorarios, su carácter humanitario le llevaba a encargarse de casos mal pagados para clientes con dificultades económicas.

Tomó parte en numerosos casos célebres antes del juicio de Ruxton, entre ellos el del «Blazing car» («El coche en llamas»), celebrado en 1931, en el que consiguió la condena de Alfred Rouse, y el del crimen de «Brighton Trunk» («El crimen de la carretera de Brighton»), en 1934, ocasión en que realizó la proeza de lograr la absolución de Tony Mancini. Durante la Segunda Guerra Mundial, la BBC utilizó la convincente voz de Birkett en el papel de «El Espectador» para difundir la propaganda de lord Haw-Haw. También estuvo presente en los juicios de guerra de Nuremberg, siendo uno de los dos magistrados británicos del tribunal internacional.

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Superposición fotográfica

El profesor J. C. Brash desarrolló una ingeniosa técnica para demostrar gráficamente el parecido de los cráneos encontrados en Moffat con los de Isabella Ruxton y Mary Rogerson. Primero amplió dos fotograflas de ambas mujeres a tamaño natural. Después supervisó las fotografías de los cráneos de las víctimas desde cuatro ángulos diferentes, intentando, en la medida de lo posible que coincidieran con la posición de la cabeza de los otros retratos. Después dibujó todas las características faciales en un papel transparente valiéndose de las copias de tamaño natural de los cráneos y de los mismos retratos. De este modo, una superposición del contorno del cráneo y del perfil del rostro permitió apreciar un parecido asombroso con- las víctimas. Posteriormente, se realizó un extenso trabajo fotográfico para obtener imágenes positivas y negativas de cráneos y rostros. Al superponerlos, se obtuvieron idénticos resultados.

El fruto de estos esfuerzos era meramente experimental y el mismo Brash reconoció que las superposiciones no constituían una prueba definitiva, simplemente demostraban que los cráneos hallados podían ser de las dos mujeres desaparecidas, Sin embargo, el efecto que produjeron fue tan contundente, que Norman Birkett intentó desesperadamente, aunque sin éxito alguno, que no fueran admitidas como prueba.

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El hogar de la discordia

Buck Ruxton no podía vivir ni con Isabella ni sin ella. Su incontrolable temperamento llegó a ser fatal para ambos.

El doctor Ruxton era un hombre emocionalmente inestable; sus períodos de calma y sensatez se veían interrumpidos por accesos de conducta salvaje, autocompasión y, en algunas ocasiones, de violencia. Si a su temperamento irascible le sumamos sus celos obsesivos, el resultado es una combinación potencialmente explosiva.

El mismo Ruxton definió durante el juicio su relación con Isabella: «Eramos de esa clase de personas que no pueden vivir la una sin la otra, pero tampoco juntas.»

Muchas veces, después de alguna de sus frecuentes discusiones, ella entraba en su despacho y le decía cariñosamente: «No comprendo cómo he podido discutir contigo.» Casi siempre era el doctor el que comenzaba las disputas con sus infundadas acusaciones de adulterio, y, en varias ocasiones, la policía tuvo que acudir a Dalton Square para intervenir en sus peleas.

A veces, como apuntó el capitan Vann, estos enfrentamientos se resolvían en la comisaría de Lancaster. Los policías del lugar describieron el comportamiento del doctor como el de un desequilibrado que hablaba tan deprisa e irregularmente que se volvía incoherente: luego se ponía a llorar.

Posteriormente, Vann aseguró en un artículo que apareció sobre el caso en el Police Journal, que Ruxton había obligado a Isabella a bajar descalza las escaleras treinta veces, como castigo por haber bailado con otro hombre en un baile local.

En el pasado, la conducta de su marido empujó a Isabella a la ruptura en varias ocasiones. En 1932, por ejemplo, un telegrama urgente hizo que su preocupada hermana, Jeanie Nelson, se desplazara a Lancaster desde Edimburgo. Su cuñado estaba muy enojado y le contó que su mujer (que estaba en los últimos meses de un embarazo que terminó en desgracia) había intentado suicidarse con gas. Ella lo negó rotundamente y aseguró que había sido un accidente.

Isabella había amenazado varias veces con abandonarle, pero siempre se echaba atrás por el bienestar de sus hijos.

En 1934, sin embargo, se marchó a casa de su hermana, en Edimburgo, con todas sus pertenencias, pero su marido la siguió hasta allí y le imploró hasta lograr persuadirla de que volviera.

La mejor muestra de sus sofocantes celos tuvo lugar tras los acontecimientos del fin de semana anterior a los asesinatos. El 7 de septiembre su mujer se fue a Edimburgo con unos amigos, el matrimonio Edmondson y sus hijos, una niña y un joven llamado Bobbie. En un principio Isabella había organizado todo para pasar la noche en casa de su hermana, pero al final cambió de opinión y se quedó con los Edmondson en el hotel Adelphi, donde, al igual que los demás, ocupó una habitación individual.

Buck Ruxton, mientras tanto, les siguió hasta el hotel y llegó a la conclusión de que Bobbie y su esposa tenían una aventura.

Jamás salió a la luz ninguna prueba que demostrara la infidelidad de Isabella, ni en esta ni en otras ocasiones, pero para un hombre con el perfil psicológico del doctor, este viaje le proporcionó todos los argumentos que necesitaba.

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LA APELACIÓN – Una causa perdida

El abogado de Ruxton utilizó toda su habilidad y conocimientos legales para salvar a su cliente, pero luchaba por una causa perdida. Las pruebas que había contra el doctor eran abrumadoras e irrefutables.

Después de escuchar el veredicto del jurado, Ruxton solicitó respetuosamente que le permitieran apelar. Este modo de proceder era poco usual en él, pero llegó incluso a agradecer al tribunal la paciencia y ecuanimidad con la que había considerado el caso.

El juez Singleton agradeció la colaboración de los testigos expertos en medicina, centrándose en particular en el profesor Glaister, cuya profesionalidad le había impresionado tanto como a muchos otros millones de personas que habían seguido el caso a través de la prensa. «No creo que pueda haber una sola persona que haya estado en esta sala -afirmó-, y que haya escuchado el testimonio del profesor Glaister, en la primera o en la segunda rueda de preguntas, sin sentir que tiene frente a él a un hombre que no sólo es un genio en su profesión, sino que además es tan escrupulosamente justo, que por muy convencido que esté de su opinión jamás la exterioriza enfáticamente en contra del acusado.»

Lord Hewart, el presidente del Tribunal Supremo, el juez Du Parcq y el magistrado Goddard escucharon la apelación de Ruxton. Birkett criticó la forma en la que el juez había tratado algunos puntos en su recapitulación final, haciendo hincapié en el hecho de que después de advertir expresamente a los miembros del jurado que pensaran detenidamente en el traje que el doctor le había regalado a la señora Hampshire, no se les recordó la posibilidad (mencionada previamente por un testigo de la acusación) de que la sangre que en él había procediera de fuentes inocentes.

También insistió en que el coche en el que supuestamente había llevado los cuerpos hasta Moffat no tenía mancha alguna, ni de barro (a pesar de que llovió aquella noche), ni de sangre. Birkett sostenía que el efecto acumulativo de todos estos detalles había deformado la visión que tenía el jurado del caso, por este motivo, el veredicto debía ser revocado.

Sin embargo, el Tribunal de Apelaciones no iba a hacer nada parecido, cuando el presidente emitió su veredicto, dijo que no encontraba indicio alguno para pensar siquiera la posibilidad de que el juez hubiera expuesto incorrectamente los hechos. La apelación fue rechazada y Ruxton murió en el patíbulo de la prisión Strangeways, en Mánchester, el 12 de mayo de 1936.

Pero el interés que el público tenía en el caso no desapareció con le ejecución del reo. Las mujeres se congregaban frente a Dalton Square con la esperanza de que les permitieran comprar algún macabro recuerdo de la casa. Ruxton le ofreció a Birkett que se quedara con un juego de bisturís en reconocimiento a la admirable labor que había realizado durante su defensa.

Después de que Ruxton muriera, un periódico dominical publicó su confesión del doble asesinato fechada un día después del arresto. Este periódico decía haber pagado por dicho documento cerca de 3.000 libras, con las que se había costeado parte de su defensa. Este tipo de tratos entre la prensa y las personas acusadas de crímenes sensacionalistas era bastante frecuente en aquella época.

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El ojo del cíclope

Para algunos observadores, el aspecto más intrigante de todo el caso fue el descubrimiento de lo que se denominó «el ojo del Cíclope», junto a los restos hallados en Moffat. Se le llamó así por el gigante de un solo ojo que se menciona en la Odisea de Homero y consistía en una especie de fusión de dos ojos. No había ninguna prueba de que fuera de origen humano o animal, pero Brash opinaba que su estado de conservación difería del de los demás restos. No se profundizó en el tema, de haberlo hecho, el que el ojo estuviera mejor preservado y guardara parecido con un espécimen de museo habría salido a la luz pública. Cuando se supo que Ruxton estaba interesado en la oftalmología, se hizo evidente que era perfectamente posible que él tuviera un especimen semejante, aunque aún hoy sigue siendo bastante difícil de explicar cómo llegó hasta aquel arroyo.

La defensa sugirió que el ojo podía pertenecer a un supuesto feto deforme. Si hubieran matado a Mary Rogerson durante la práctica de un aborto ilegal, argumentaba el letrado, el sujeto que la hubiera intervenido se habría visto obligado a asesinar a Isabella para garantizar su silencio. Sin embargo, nadie apoyó seriamente esta hipótesis y el asunto del «ojo del Cíclope» terminó por no ser más que un ardid para desviar la atención del tema principal. jamás se llegó a una conclusión respecto a su procedencia o a su presencia en el arroyo.

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Conclusiones

Tras desarrollar una carrera impecable, el profesor Glaister se retiró en 1962 y murió en 1971, a los setenta años de edad. Las fuerzas policiales de todo el país le invitaron a dar conferencias sobre su trabajo en el caso Ruxton.

Uno de los muchos admiradores de la labor de Glaister fue Stardey Gardner, el creador del famoso abogado de ficción Perry Mason. En 1964 le dedicó un misterioso caso de asesinato llamado: El caso de los herederos aterrorizados (The case of de horrified heirs).

Gerard Glaister, el sobrino del profesor, fue el productor de una popular serie de televisión llamada El experto, basada íntegramente en el trabajo realizado por su tío.

Normán Birkett murió en 1962 a la edad de setenta y nueve años. En 1941 le nombraron sir y en 1958 recibió el título de barón.

John Freeman entrevistó a Norman Birkett en el programa de televisión Cara a cara poco antes de su muerte. Allí dejó bien claro que jamás creyó que Ruxton fuera inocente.

David Maxwell Fyfe fue nombrado sir en 1942 y recibió el título de conde. Murió en 1967, a los sesenta y siete años.

Fyfe se convirtió en miembro del Parlamento por el partido conservador en 1935 y, en la del famoso caso de asesinato de Bentley y Craig, es decir, en 1962, fue ministro del Interior.

Se cree que los tres hijos del matrimonio Ruxton crecieron en un orfelinato.

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Las víctimas

  • Mary Jane Rogerson

Tenía 20 años cuando desapareció. Aunque Buck Ruxton le había contratado para que se dedicara exclusivamente a cuidar de sus tres hijos, sus funciones terminaron por incluir todo tipo de trabajos domésticos. Era una muchacha sencilla que mantenía una actitud optimista ante la vida, y los niños la adoraban. Pasaba todo el tiempo libre con su padre y su madrastra y jamás faltó de casa sin que ellos lo supieran. Cuando estaba de vacaciones, solía escribirles casi todos los días, por todo ello su desaparición no tenía ningún sentido.

  • Isabella Ruxton

La madre de los tres hijos de Ruxton, nació en el seno de una familia trabajadora de Falrirk en 1901. En Edimburgo trabajó dirigiendo un restaurante y en 1919 se casó con un holandés llamado Van Ess, pero esta unión tan sólo duró unos pocos meses. Conoció a Ruxton (quién por entonces se hacía llamar doctor Gabriel Hakim, o bien, doctor Buck Hakim) en 1927 y vivió con él desde 1928 en adelante. Aunque posteriormente cambió su nombre, adoptando el de Ruxton, jamás estuvo casada con él. Sus hermanas, al igual que otras muchas personas, estaban convencidas de que era la esposa legal del doctor.

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Fechas clave

  • 14/9/35 – Las hermanas de Isabella la ven con vida por última vez en Blackpool.
  • 14-15/9/35 – Isabella y Mary son asesinadas en el número 2 de Dalton Square.
  • 15/9/35 – Ruxton va a ver a la señora Hampshire y le entrega el traje manchado.
  • 16/9/35 – Ruxton vuelve a ver a los Hampshire preocupado por su traje.
  • 17/9/35 – Ruxton se ve envuelto en un accidente en Kendall.
  • 18/9/35 – La limpiadora Smith ve las cortinas manchadas de sangre.
  • 29/9/35 – Descubrimiento de los restos humanos de Moffat.
  • 9/10/35 – El jefe de policía de Dumfriesshire se pone en contacto con la policía de Lancaster.
  • 11/10/35 – Ruxton acude a la comisaría de policía.
  • 13/10/35 – Ruxton es acusado del asesinato de Mary Rogerson.
  • 28/10/35 – Se encuentra un pie izquierdo cerca de una carretera de Johnstonebridge.
  • 4/11/35 – En la carretera de Edimburgo, al sur de Moffat, aparecen un antebrazo y una mano derechas.
  • 5/11/35 – Ruxton comparece en los juzgados de Lancaster.
  • 2/3/36 – Comienza el juicio en el Tribunal Superior de Justicia de Manchester.
  • 5/3/36 – El profesor Glaister inicia su testimonio.
  • 11/3/36 – Ruxton sube al estrado a prestar declaración.
  • 13/3/36 – El Tribunal declara culpable al acusado y le condena a la pena capital.

Dr. Buck Ruxton

Última actualización: 16 de marzo de 2015

«¿Qué motivo, y por qué?»

La mañana del 29 de septiembre de 1935, Susan Haines Johnson, una temprana visitante otoñal de las colinas del sur de Escocia, estaba cruzando el puente de piedra del Gamdeholme Linn, junto a la carretera Edimburgo-Carlisle, cerca de Moffat. La señorita Johnson miró hacia abajo y vio lo que parecía un brazo humano asomando de un paquete al fondo del terraplén. Poco después una impresionada señorita Johnson le transmitía sus temores a su hermano Alfred, quien hizo una inspección más atenta del lugar y encontró varios fragmentos más o menos identificables de un cuerpo humano. El sargento Sloan de la policía de Dumfriesshire se presentó en el lugar acompañado por el inspector Strath ya un poco avanzada la tarde. Los dos policías examinaron concienzudamente la orilla del Linn, y hacia el anochecer ya habían logrado acumular una formidable cantidad de restos que acabaron en el mortuario de Moffat. La búsqueda se reemprendió al día siguiente y los restos encontrados fueron examinados por los doctores Pringle y Huskie, de Moffat.

La mañana del 1 de octubre la policía avisó al profesor John Glaister del Departamento de Medicina Forense de la Universidad de Glasgow, quien se presentó acompañado por el doctor Gilbert Millar, de la Universidad de Edimburgo, y dos agentes veteranos del CID. Los cuatro hombres empezaron a recorrer la cañada bordeada de árboles que se estaba convirtiendo en uno de los lugares más famosos de las Islas Británicas. Poco después Millar y Glaister abandonaron la escena de los recientes descubrimientos y fueron al cementerio de Moffat y a su minúsculo mortuario para dar comienzo a lo que acabaría convirtiéndose en uno de los logros más destacados de la medicina forense. Su inventario de los restos recogidos no es una lectura demasiado alegre:

De los cuatro bultos hallados durante la búsqueda inicial, el primero estaba envuelto en una blusa y contenía dos brazos y cuatro trozos de carne; el segundo contenía dos huesos de muslo, dos piernas a las que les faltaba casi toda la carne y nueve trozos de carne, todo ello metido dentro de una funda de almohada; el tercero contenía diecisiete trozos de carne envueltos en una tela de algodón; el cuarto, también envuelto en tela de algodón, consistía en un tronco humano, dos piernas con los pies atados por el dobladillo de una sábana de algodón y un poco de paja y algodón. Además, se abrieron otros paquetes que revelaron contener dos cabezas, una de las cuales estaba envuelta en un mono de niiño; cierta cantidad de algodón y algunas hojas del Daily Herald del 6 de agosto de 1935; dos antebrazos con las manos pero sin las articulaciones superiores del pulgar y los demás dedos; y varios trozos de carne y piel. Una parte estaba envuelta en el Sunday Graphic del 15 de septiembre [lo que acabaría proporcionando una pista muy importante].

Los restos se hallaban cubiertos de gusanos y en tal estado de putrefacción que se ordenó su traslado inmediato al Departamento de Anatomía de la Universidad de Edimburgo para conservarlos lo mejor posible. Bajo la supervisión del doctor Millar, dichos restos y los descubiertos en los alrededores del Gardenholme Linn durante los días siguientes fueron sometidos a un baño, tratados con éter para acabar con los gusanos y sumergidos en una solución preservadora de formalina a la espera de ser trasladados al Laboratorio de Medicina Forense de Edimburgo, donde se llevaría a cabo la reconstrucción y el examen detallado. En total, se habían recogido setenta fragmentos que parecían pertenecer a dos cadáveres, y enseguida quedó claro que la considerable mutilación que habían sufrido obedecía a un intento deliberado de impedir la identificación. Por ejemplo, las orejas, ojos, nariz, labios y piel de las caras habían desaparecido, y también se habían extraído algunos dientes; los extremos de los dedos habían sido amputados, presumiblemente para impedir la identificación mediante las huellas dactilares. Sin embargo, se contaba con los indicios suficientes para afirmar que una de las cabezas pertenecía a una mujer joven, mientras que la otra fue considerada inicialmente del sexo masculino. Se redactó una declaración con tales datos y ésta fue publicada por la prensa.

Unos trescientos kilómetros al sur de Edimburgo, en el número 2 de Dalton Square, Lancaster -hogar y consulta del doctor Buck Ruxton-, las noticias publicadas por el Daily Express bajo el titular «El crimen de la cañada» estaban siendo recibidas con una considerable gratitud. «¿Ve, señora Oxley? ‘le explicó el doctor a su criada-. Son un hombre y una mujer, no nuestras dos mujeres.»

El doctor Ruxton nació en 1899 en el seno de una familia parsi que vivía en Bombay. Bautizado como Bukhtyar Rustamji Ratanji Hakim, abrevió su primer nombre a Buck Hakim y, más tarde, ya en Inglaterra, lo cambió legalmente por el de Buck Ruxton. Ruxton consiguió sus títulos de licenciado en medicina y cirugía en la Universidad de Bombay, y posteriormente trabajó para el Servicio Médico de la India en Bagdad y Basora. Irónicamente, como el tiempo se encargaría de probar, el doctor Ruxton asistió a clases en la Universidad de Edimburgo donde, aunque no logró convertirse en miembro del Real Colegio de Cirujanos, consiguió una compañera en la persona de Isabella Kerr, que estaba trabajando como encargada de un café y se había casado no hacía mucho con un holandés llamado Van Ess. Ruxton e Isabella nunca llegaron a casarse, aunque cuando entró en posesión de la consulta en Dalton Square ya vivían juntos como señor y señora Ruxton, e Isabella le dio tres hijos. Aparte de ellos, la casa también albergaba a Mary Jane Rogerson, una alegre joven de veinte años que cuidaba de los niños.

Los Ruxton no mantenían una relación totalmente annoniosa, pues la atmósfera del hogar estaba dominada por los enloquecidos celos del doctor, que carecían de todo fundamento. Aunque no cabe duda de que la pareja se profesaba un considerable afecto, las peleas se fueron haciendo más frecuentes a medida que Ruxton se dejaba obsesionar por las imaginarias infidelidades de su mujer, y según los archivos disponibles dichas disputas llegaron a ocasionar dos visitas de la policía local.

En 1934, dos años después de un intento de suicidio provocado por la desesperación, la señora Ruxton abandonó a su esposo y huyó a casa de su hermana en Edimburgo. Ruxton se presentó allí sollozando histéricamente y la convenció para que volviera a Lancaster, pero estaba claro que la relación se aproximaba al punto de crisis definitivo. Un año después de su regreso Isabella Ruxton fue injustamente acusada de tener una aventura con un joven llamado Edmonson, hijo de unos amigos de la familia. El 7 de septiembre de 1935 la señora Ruxton volvió a huir a Edimburgo, esta vez a casa de los Edmonson. Cuando regresó Ruxton dio comienzo a una escalada de malos tratos e insultos que duraría casi toda la semana siguiente…. hasta que la señora Ruxton cogió el coche de la familia y se marchó a Blackpool dispuesta a cumplir con la inocente costumbre anual de reunirse con sus dos hermanas y disfrutar de los adornos luminosos. Para Buck Ruxton estaba claro que había ido a reunirse con un nuevo amante.

Isabella Ruxton volvió a casa la noche del sábado 14 de septiembre, tal y como había dicho que haría. Nadie volvió a verla con vida fuera del número 2 de Dalton Square; y nadie volvería a ver con vida a Mary Rogerson.

Ruxton no informó a la policía de la desaparición de las dos mujeres hasta el 4 de octubre, y sólo después de haber sufrido presiones considerables para que hiciera la denuncia. Intentó calmar la preocupación de los padres adoptivos de Mary Rogerson contándoles una historia ridícula según la cual Mary estaba embarazada y la señora Ruxton se la había llevado consigo para que «se ocuparan de ella», afirmando que no había vuelto a tener noticias suyas desde entonces. Los Rogerson, dando muestras de un considerable sentido común, acudieron a la policia y proporcionaron una descripción de Mary Jane. La casualidad quiso que la policía interrogara a una de las criadas de Ruxton por un asunto que no guardaba ninguna relación con la desaparición de las dos mujeres: el asesinato de una mujer llamada Smalley cometido recientemente en Morecambe. El doctor empezó a preocuparse y a temer que las murmuraciones locales acabaran relacionando la desaparición de su esposa y aya con los horribles descubrimientos de Moffat, que habían ocupado los titulares de todos los periódicos británicos.

La tarde del 11 de octubre un inquieto doctor Ruxton se presentó nuevamente en la comisaría de policía de Lancaster blandiendo un ejemplar del Daily Express y pidió ver al jefe de policía, el capitán Henry J. Vann. «Mi querido Vann, ¿no puede hacer nada para acabar con esto? Mire. Este periódico dice que la mujer [Cadáver Número 1] conserva todos los dientes de la mandíbula inferior, y yo he visto con mis propios ojos que a Mary Rogerson le faltan por lo menos cuatro dientes en esa misma mandíbula.» Cuanto más hablaba Ruxton, más nervioso iba poniéndose: «¿No puede publicar alguna declaración afirmando que no hay ninguna conexión entre las dos para poner fin a todas estas molestias?»

El 12 de octubre la policía invitó al doctor Ruxton a presentarse en comisaría para responder a unas cuantas preguntas. A las siete de la mañana siguiente el capitán Vann hizo este anuncio:

-Escúcheme atentamente. Tengo intención de presentar una acusación muy seria contra usted. Se le acusa de que entre el 14 y el 29 de septiembre de 1935, en un acto de felonía premeditada, mató a Mary Jane Rogerson.

-No, lo niego. Naturalmente que no la maté. Nada podía estar más lejos de mi mente. ¿Qué motivo y por qué? ¿De qué está hablando?

El 5 de noviembre la policía le acusó de haber matado también a su esposa.

Mientras tanto el equipo forense de la Universidad de Edimburgo estaba realizando toda una serie de pequeños milagros. El profesor Glaister había solicitado la colaboración del profesor James Couper Brash, del Departamento de Anatomía de la Universidad de Edimburgo, ayudado por el doctor E. Llewellyn Godfrey. El examen odontológico fue confiado al doctor A. C. W. Hutehinson, Director del Hospital y Escuela de Odontología de Edimburgo, y al señor A. Johnstone Brown. Más avanzada la investigación (cuando se descubrieron los restos estaba fuera del país), el profesor Sydney Smith contribuiría a los exámenes aportando su considerable experiencia.

El profesor Brash había empezado la lenta y laboriosa tarea de reconstrucción de los restos. Los despojos que hasta entonces habían estado repartidos en cajas etiquetadas como Cuerpo Número 1 y Cuerpo Número 2 fueron adquiriendo identidades separadas. El tamaño y la forma de las cabezas eran tan distintos que se las podía distinguir sólo con mirarlas, y formaron la base de la identificación. El grado de decisión con que el asesino había intentado destruir la identidad de sus víctimas y el problema subsiguiente que ello planteó a los patólogos puede ser juzgado limitándose a describir las mutilaciones de una cabeza:

Cabeza número 1: La cabeza fue cercenada del tronco justo debajo del mentón, y había sido considerablemente mutilada mediante la eliminación de la piel y los tejidos subyacentes. La nariz y las dos orejas habían sido cortadas, y faltaban los dos ojos. Faltaba un gran fragmento de cuero cabelludo de la parte derecha, y casi toda la piel de la frente y la cara había sido arrancada. Apenas quedaban labios, faltaban los dos incisivos centrales superiores, y la lengua asomaba ligeramente por el hueco. Las mejillas conservaban un poco de piel que iba hasta el mentón y por debajo de éste.

Además, la limpieza con que había sido efectuado el desmembramiento, y el que se hubiera realizado sin más herramienta que un bisturí, indicaba un considerable grado de conocimientos anatómicos. La eliminación de otras partes de los cuerpos que habrían revelado con mayor precisión la causa de la muerte sugería que el asesino también poseía amplios conocimientos médicos. Pese a ello, cuando la noticia de la desaparición de Isabella Ruxton y Mary Jane Rogerson llegó a Edimburgo junto con sus descripciones, fue posible establecer comparaciones productivas con el Cuerpo Número 1 y el Cuerpo Número 2. Lo convincente del emparejamiento puede verse en los diagramas de comparación de las páginas 164 – 165.

Durante las primeras etapas del examen se observó que la Cabeza Número 1 y la Cabeza Número 2 eran marcadamente distintas en tamaño y forma. Los retratos de las dos desaparecidas de Lancaster indicaban que la Cabeza Número 1 podía no ser la de la señora Ruxton, y que la Cabeza Número 2 podía no ser la de Mary Rogerson. La identificación «positiva» fue lograda mediante una comparación fotográfica de los cráneos con los retratos, técnica que jamás se había usado antes en una investigación criminal.

Se utilizaron dos fotos de cada mujer: un retrato de estudio de la señora Ruxton (llamado Retrato A) y una instantánea que mostraba el perfil izquierdo de la misma mujer (Retrato B). En cuanto a Mary Rogerson, sólo se pudieron encontrar dos fotos suyas (Retratos C y D), ambas tomadas por un aficionado y, por lo tanto, no demasiado claras después de haber pasado por el proceso de ampliación. Los dos cráneos, a los que ya se había limpiado eliminando los restos de tejido, fueron fotografiados desde cuatro ángulos que coincidieran lo más posible con las posiciones de las cabezas en los retratos. Las fotografías a tamaño natural de los cráneos y los retratos permitieron reseguir con tinta sobre papel transparente los rasgos más destacados; una sobreimposición subsiguiente reveló que los Retratos A y B (señora Ruxton) encajaban con el contorno del Cráneo Número 2, y también se descubrió que los Retratos C y D (Mary Rogerson) encajaban con el Cráneo Número 1. Después se usaron técnicas fotográficas más elaboradas para obtener las imágenes positiva y negativa de los cráneos y retratos, y una vez superpuestas también demostraron coincidencias de notable consistencia. Aun así, hay que recalcar que por impresionantes que resultaran dichas pruebas no se trataba de pruebas concluyentes en el sentido que exigen los tribunales. De hecho, el abogado defensor pidió que las fotos no fueran admitidas como pruebas, basándose en que eran «evidencia fabricada y, por lo tanto, susceptible de contener errores».

Averiguar la causa de la muerte presentaba varios problemas, como era de esperar. En el caso del Cuerpo Número 1 (que se creía era el de Mary Rogerson) jamás se llegó a encontrar el cuello y el tronco con sus órganos internos, lo cual hizo imposible establecer la causa de la muerte, aunque la hinchazón de la lengua encajaba con la asfixia. El Cuerpo Número 2 (que se creía era el de la señora Ruxton) mostraba un estado congestionado de los pulmones y el cerebro que, asociado a los daños sufridos por el hueso hioides de la garganta, indicaba estrangulación manual.

Las investigaciones de la policía también habían seguido avanzando, y aunque la búsqueda de personas desaparecidas -que abarcó una considerable extensión de terreno alrededor de Moffat- no proporcionó ningún otro nombre de víctima probable, un segundo equipo de forenses había estado traba . ando sobre las telas en que se habían envuelto los restos de las víctimas. Un gran avance llegó con la identificación de las páginas del Sunday Graphic del 15 de septiembre de 1935 como pertenecientes a lo que las empresas periodísticas llaman «ediciones reducidas»; es decir, números que cubren acontecimientos de un interés puramente local y que sólo circulan en dicha área. La «edición reducida» en cuestión contenía noticias sobre el Festival de Morecambe, y sólo se vendió en ese pueblo, en Lancaster y en el distrito de los alrededores de Lancaster.

La policía hizo venir a la señora Jessie Rogerson desde Morecambe para averiguar si podía identificar alguno de los objetos encontrados junto a los restos. La señora Rogerson identificó la blusa de Mary Jane: estaba segura de que era su blusa porque debajo del brazo había un remiendo cosido por sus propias manos. Otra pista obtenida gracias a la señora Rogerson permitió que el mono de niño fuera identificado posteriormente por una tal señora Holme como parte de un paquete de ropas infantiles que le había entregado a los Ruxton cuando se alojaron en su casa el verano anterior. El doctor Ruxton tenía sólidas razones para sentirse nervioso, y todo justificaba su impresión de que estaba rodeado por dedos acusadores que le señalaban.

Pero si las cosas empezaban a ponerse feas para el doctor, el relato de su extraña conducta, que fue divulgado ante el tribunal, habría resultado risible si no fuera por el hecho de que dos mujeres habían perdido la vida en aquella espantosa carnicería.

El proceso Ruxton dio comienzo el lunes 2 de marzo de 1936 en el Tribunal Superior de Justicia de Manchester, presidido por el juez Singleton. El Director de la Fiscalía Pública encargó la acusación al señor J. C. Jackson, KC, el señor Maxwell Fyfe, KC, y el señor Hartley Shawcross. La defensa corrió a cargo de uno de los criminalistas más eminentes de la época, el señor Norman (posteriormente Lord) Birkett, KC, que contaba con la asistencia del señor Philip Kershaw, KC.

La proposición que sería expuesta de forma tan convincente ante el jurado durante los once días siguientes fue esbozada por el señor Jackson en su discurso inicial:

No hace falta mucha imaginación para sugerir lo que probablemente ocurrió en aquella casa. Es muy probable que Mary Rogerson presenciara el asesinato de la señora Ruxton, y ésa es la razón de que también fuera asesinada. Los dormitorios de esa casa se encuentran en el piso de arriba; el dormitorio de la parte de atrás estaba ocupado por Mary Rogerson, la señora Ruxton y sus tres hijos dormían en el dormitorio delantero, y el dormitorio del doctor estaba en ese mismo piso. Oirán testimonios según los cuales la señora Ruxton recibió golpes muy violentos en la cara y fue estrangulada. La acusación sugiere que su muerte y la de Mary tuvieron lugar fuera de esas habitaciones, en el descansillo que hay al final de las escaleras, justo delante del cuarto de la criada, pues ése es el punto donde nace el rastro dejado por enormes cantidades de sangre que baja por las escaleras y llega hasta el cuarto de baño. Sugiero que cuando la señora Ruxton se disponía a acostarse hubo una discusión MUY violenta; que el doctor Ruxton estranguló a su mujer y que Mary Rogerson le sorprendió en el curso de dicho acto y, por ello, también tuvo que morir. El cráneo de Mary estaba fracturado: recibió algunos golpes en la parte superior de la cabeza que debieron dejarla inconsciente, y después fue asesinada con algún otro medio, probablemente un cuchillo, como indica toda la sangre que se encontró en las escaleras.

Tal y como era de esperar, la evidencia médica fue presentada con la misma habilidad con que había sido recogida, y la impecable descripción de sus descubrimientos hecha por el profesor John Glaister le hizo ganar este elogio del juez: «Nadie podría sentarse en la sala de este tribunal y oír el testimonio prestado por el profesor Glaister, ya sea durante el primer interrogatorio o durante el contrainterrogatorio, sin tener la sensación de que se encuentra ante un hombre que no sólo domina perfectamente su profesión, sino que actúa de forma escrupulosamente justa y, por encima de todo, desea que sus opiniones, por muy grande que sea la convicción con que pueda defenderlas, no sean utilizadas indebidamente contra la persona juzgada en este proceso.»

El inatacable testimonio científico ofrecido al jurado pesó considerablemente en contra de Ruxton, y su defensor apenas pudo hacer nada para socavar los cimientos del caso presentado por la acusación’ Sin embargo, es de justicia recalcar que la valerosa y esforzado defensa de su cliente hecha por Norman Birkett estuvo a la altura de lo que podía esperarse de un abogado tan eminente, y que mostró una atención infatigable a cualquier detalle que pudiera redundar en beneficio de su cliente.

La ausencia de cualquier testimonio creíble que pudiera hablar en favor del acusado hizo que el doctor Ruxton se convirtiera en el único testigo de su inocencia y, en conjunto, lo cierto es que su comportamiento no fue muy digno de elogio. Mostró tendencia a sufrir accesos de llanto histérico y a ofrecer versiones ¡lógicas y confusas de su conducta, y su negativa a admitir incluso las evidencias más claras e indudables que podían incriminarle hizo mucho para enfatizar la impresión de que era culpable e intentaba salir bien librado con mentiras.

Según la tradición legal británica, el hecho de que Norman Birkett llamara a Ruxton al estrado para prestar testimonio le daba derecho a pronunciar su discurso final en nombre de la defensa después del discurso de la acusación, en vez de precederlo, con lo que sus palabras serían las últimas que oiría el jurado antes del resumen hecho por Su Señoría:

Apenas me parece necesario decirles que su convencimiento de que aquel día se encontraran en la cañada dos cadáveres que han sido identificados más allá de la sombra de toda duda no demuestra que el caso presentado por la acusación sea cierto. Si, por ejemplo, el acusado decía la verdad al afirmar que las dos mujeres salieron de su hogar, el caso está cerrado. Aunque sus cuerpos desmembrados fueran encontrados en una cañada y, aunque se tratara de sus cuerpos, eso no demuestra que la acusación presentada contra el prisionero sea cierta. La Corona debe demostrar que se ha producido un asesinato, y quizá hayan observado qué parte tan grande de este caso se basa en conjeturas. No es la defensa quien debe probar la inocencia; es la Corona quien debe demostrar la culpabilidad, y es deber de la defensa proponer una teoría que satisfaga a su mente colectiva…

Demostrar el motivo en un proceso por asesinato es algo que jamás entra dentro de las atribuciones de la acusación, pero la acusación ha dicho: «Les enseñaremos el motivo. Aquí está: celos motivados por la infidelidad». Les pido que acepten con la mayor de las reservas las evidencias reveladas con posterioridad al acontecimiento, como las contenidas en los testimonios prestados ante este tribunal por sirvientas y otras personas… El doctor ha sido detenido por asesinato, y eso ejerce una inmensa influencia sobre la mente. Está muy claro que hubo intervalos y períodos de la mayor infelicidad posible, y no pretendo negarlo. Recordarán la frase empleada por el doctor Ruxton, una frase tan reveladora y tan poderosa… «Éramos la clase de personas que no pueden vivir juntas y tampoco pueden vivir separadas.» La infelicidad no era algo nuevo para ellos… La Corona ha dicho que su vida conyugal fue una continua sucesión de infelicidades y terribles disputas-, que ella le había abandonado y que volvió después de ser persuadida por su hermana, que el cáncer de los celos roía a esa familia y que ésa fue la razón de que él la matara. Les sugiero que todo esto no es más que pura fantasía, y sugerir que ése fue el motivo y ésa la ocasión es, en mi opinión, no una forma de reforzar este caso en ninguno de sus puntos sino, al contrario, una forma de debilitarlo. Esa infelicidad había subsistido durante años, y las evidencias que se les han ofrecido no contienen nada revelador de que en ese momento hubiera algo que le impulsó a hacer aquello de lo que le acusa la Corona.

El juez efectuó un resumen impecable tanto por lo imparcial como por lo concienzudo, y el jurado necesitó poco más de una hora para emitir un veredicto de culpabilidad contra Buck Ruxton. Naturalmente, su defensor presentó una apelación en nombre de Ruxton ante el Lord Justicia Lord Hewart, el señor Justice du Parq y el juez Goddard. Sus Señorías obraron como les exigía la justicia, rechazando la apelación, y Ruxton no tuvo más remedio que enfrentarse al verdugo. La ejecución tuvo lugar el 12 de mayo de 1936 en la prisión de Strangeways, Manchester.

El domingo siguiente un periódico publicó lo que se afirmaba era una confesión sellada escrita por el doctor Ruxton con instrucciones de que se abriera si era ejecutado. Sin embargo, la carta de su cliente recibida por el señor Norman Birkett la mañana en que fue ejecutado arroja serias dudas sobre esta confesión. Ruxton le agradecía los esfuerzos que había hecho por salvar su vida y concluía con estas palabras: «Sé que dentro de unas horas me encontraré ante mi Creador, pero le aseguro que soy totalmente inocente de este crimen.»


Dr. Buck Ruxton

Última actualización: 16 de marzo de 2015

Parsi, nacido en 1899, licenciado en medicina por las universidades de Bombay y Londres (su verdadero nombre era Bikhtyar Rustomii Ratanji Hakim) y convicto el 13 de marzo de 1936 de la muerte de su amante escocesa Isabella Van Ess (divorciada de un holandés), conocida como Isabella Ruxton.

En 1930 los Ruxton se instalaron con su hijo en Lancaster, donde el doctor proyectaba ejercer su profesión.

Marido y mujer tenían un temperamento violento y continuamente surgían entre ellos discusiones provocadas casi siempre por los inmoderados celos de aquél, quien llegaba a enfurecerse de tal modo que su esposa tuvo que pedir protección a la policía más de una vez. Refiriéndose a sus relaciones conyugales, Ruxton declaró durante el juicio: «No podíamos vivir juntos, pero tampoco separados.»

La última discusión tuvo lugar el día 7 de septiembre de 1935, cuando el doctor acusó a su esposa de tener relaciones amorosas con un joven empleado del ayuntamiento de Lancaster, con cuya familia acababa de pasar Mrs. Ruxton unas vacaciones en Edimburgo. (Más tarde quedó aclarada la falsedad de tal acusación.)

El 14 de septiembre de 1935, siete días después del incidente, Isabella Ruxton se dirigió sola en el coche marca «Hillman» de su marido a Blackpool para ver a sus hermanas y las iluminaciones anuales de la ciudad; a las 11,30 se despidió de sus parientes, siendo ésta la última vez que fue vista con vida. Mrs. Agnes Oxley, la mujer que iba diariamente a hacer la limpieza a casa de los Ruxton, recibió a las seis de la mañana del 15 de septiembre la visita del doctor, que acudía a avisarla para que no fuera aquel día a su trabajo: «Misstres Ruxton y Mary (la niñera) han ido a pasar unas vacaciones a Edimburgo…, pero venga mañana como de costumbre.»

Aquella mañana, varios vendedores ambulantes y un paciente del doctor llamaron a la puerta del domicilio de los Ruxton; todos recibieron la misma información facilitado a través de un resquicio de la puerta: la dueña de la casa había salido de vacaciones. El paciente obtuvo más detalles: «Venga mañana…. estamos muy ocupados hoy levantando todas las alfombras y preparando la casa para cuando lleguen los decoradores; mire cómo me he ensuciado las manos.»

A las 11.30 de la mañana, Ruxton llevó sus tres hijos a casa de unos amigos, pidiéndoles que cuidaran de ellos mientras su mujer estaba ausente; uno de éstos notó que llevaba una mano vendada. El doctor contestó a sus preguntas diciendo que se había herido aquella mañana al abrir una lata de conservas.

Después, fue a ver a sus suegros para comunicarles que su esposa había dejado la ciudad por una semana o dos y a pedir a una de sus pacientes, Mrs. Hampshire, que fuese a su domicilio a fregar las escaleras y dejar la casa dispuesta para cuando llegasen los decoradores al otro día. Mrs. Hampshire encontró el baño cubierto de una capa amarilla…, «lo froté con agua caliente y «Vim», pero no conseguí quitarla». Ruxton le regaló uno de sus trajes («estaba muy manchado, pero pensé que era muy bueno y valía la pena mandarlo a una tintorería») y unas alfombras.

Al día siguiente, el doctor intentó que le devolviese el traje, «… dijo que era una humillación para un hombre llevar el traje viejo de otro». Cuando Mrs. Hampshire intentó limpiar las manchas que cubrían las alfombras con agua caliente, se dio cuenta que «el agua se ponía roja como la sangre».

El 16, Ruxton alquiló un «Austin», teniendo un pequeño accidente al chocar con un ciclista en Kendall, diciendo en aquella ocasión a la policía que volvía de Carlysle, adonde había tenido que ir en viaje de negocios.

El 20 de septiembre otras dos mujeres de la limpieza, Mrs. Smith y Mrs. Curwen encontraron manchas de sangre y un espeso hedor en el domicilio de los Ruxton; el doctor envió a la segunda a comprar agua de colonia y una jeringuilla para perfumar la casa.

El 29 de septiembre se encontraron en Moffat, Escocia, los restos de dos cuerpos descuartizados; al principio se creyó que una de las víctimas era un hombre; el Dr. Ruxton, al leer la noticia en el «Daily Express», dijo a Mrs. Oxley: «Entonces no pueden ser mi mujer y Mary» («espero que no sean», contestó aquélla). Sin embargo, pronto empezaron a correr rumores por la vecindad sobre la desaparición de las dos mujeres. Ruxton comenzó a sugerir a algunos amigos que su mujer le había abandonado definitivamente y que Mary no volvía para que no se descubriera que estaba embarazada (lo cual resultó falso).

El 9 de octubre, la madre de ésta acudió a la policía para comunicar la desaparición de su hija, y al día siguiente Ruxton hacía lo mismo: «me gustaría que se hiciesen algunas averiguaciones discretas sobre el paradero de mi mujer… ».

Parte de los restos habían aparecido envueltos en un ejemplar de un periódico local de Lancaster, el «Sunday Graphic», y en una blusa y unos delantales que resultaron pertenecer a los hijos de los Ruxton. La prensa comenzó a especular sobre una posible relación entre los cadáveres hallados en Escoda y las mujeres desaparecidas en Lancaster; Ruxton se presentó, indignado, en la oficina central de la policía de Lancaster: «esta publicidad está arruiriando mi carrera». El 13 de octubre el doctor era acusado de la muerte de Mary Rogerson y el 5 de noviembre de la de su esposa, Isabella Ruxton.

El juicio comenzó el 2 de marzo de 1936. Actuaron como fiscales mister J. C, Jackson, Mr. Maxwell Fyfe y Mr. Hartley Shawcross, y defendieron al acusado Mr. Norman Birkett y Mr. Philip Kershaw.

Los restos encontrados consistían en dos cráneos, dos troncos, diecisiete partes de las extremidades y otras cuarenta y tres diferentes porciones; fueron examinados por varios doctores, entre ellos el profesor john Glaister, de la Universidad de Glasgow; el Dr. Sydney Smith, profesor de medicina forense de la Universidad de Edimburgo, y el Dr. J. C. Brash, profesor de anatomía también de la Universidad de Edimburgo. Todos ellos intentaron reconstruir los cuerpos. Sin embargo, se había hecho desaparecer de ellos toda marca de identificación; por ejemplo, Mary Rogers era bizca, pero los ojos habían sido arrancados al cuerpo número 1 (el de la mujer más joven); Mrs. Ruxton tenía el mismo contorno de piernas en la rodilla que en los tobillos, pero las extremidades del cuerpo número 2 habían sido completamente descarnadas. Al aplicar fotografías de las cabezas de las supuestas víctimas, de tamaño natural, sobre las de los cráneos hallados, también ampliados a tamaño natural, se halló que coincidían exactamente. El cuerpo número 2 presentaba señales de haber sido estrangulado. Ambos cadáveres habían sido descuartizados y desangrados poco después de suceder la muerte.

Ruxton se declaró inocente del asesinato de su esposa, y al oír la sugerencia de que había matado también a Mary Rogerson por haber sido testigo del crimen, replicó: «Eso son calumnias, con C mayúscula.» Durante el juicio se hicieron frecuentes alusiones a la declaración que había hecho previamente el acusado, en que afirmaba que Mrs. Ruxton había salido el 15 de septiembre a las 9,30 de la mañana para Edimburgo, acompañada de Mary (diciendo un momento antes de salir: «te dejo preparada una taza de té en la mesa del vestíbulo … ») y que desde aquel momento no había vuelto a ver a ninguna de las dos mujeres. Decía también en su declaración que el 29 del mismo mes había llevado de excursión a sus hijos y a dos de sus pacientes a Gretna Green («… hice algunas bromas en el camino, qué tentación ir con dos mujeres solteras a Gretna»).

A pesar de sus protestas de inocencia, que mantuvo hasta el último momento, Buck Ruxton fue declarado culpable y condenado a muerte, siendo ejecutado en la prisión de Strangeways, Manchester, el 12 de mayo de 1936.

 


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