Brian Donald Hume

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Brian Donald Hume

Flying Smuggler

  • Clasificación: Asesino
  • Características: Descuartizamiento - Robos
  • Número de víctimas: 2
  • Fecha del crimen: 1949 / 1959
  • Fecha de detención: 27 de octubre de 1949 - 30 de enero de 1959
  • Fecha de nacimiento: Diciembre de 1919
  • Perfil de la víctima: Stanley Setty, de 42 años (vendedor de coches) y Arthur Maag, de 50 años (taxista)
  • Método del crimen: Arma blanca - Arma de fuego
  • Lugar: Varios, Gran Bretaña, Suiza
  • Estado: Condenado a cadena perpetua el 30 de septiembre de 1959
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Brian Donald Hume

Brian Lane – Los carniceros

«Cometí un asesinato y salí bien librado»

A última hora de la tarde del 5 de octubre de 1949 una avioneta Auster emerge de entre las nubes, deja atrás la costa de Essex y se interna en el Mar del Norte, donde su piloto deja caer dos paquetes a las gélidas aguas. «Misión cumplida», podría haber dicho el ocupante de la avioneta, antiguo piloto de la RAF, después de haber hecho aterrizar su aparato en el aeródromo municipal de Southend.

O, al menos, una parte de la misión había sido cumplida. Al día siguiente el piloto fue a Southend en un coche alquilado, despegó en la misma avioneta y siguió la misma ruta, arrojando al mar un tercer paquete de mayor tamaño que los dos anteriores envuelto en fieltro y atado con una cuerda.

No es lo que pueda calificarse de conducta habitual o que se dé todos los días pero, ¿quién estaba allí para darse cuenta?

Quince días después, el 21 de octubre, las cosas empezaron a ir mal para el aviador que tenía un pasatiempo tan extraño. Un trabajador agrícola llamado Sidney Tiffen estaba cazando aves acuáticas en Tillingham, cuando vio un paquete envuelto en fieltro tirado en una de las ciénagas de esa zona de Essex. Tiffen sintió el natural aguijonazo de la curiosidad -¿quién no lo habría sentido?-, cortó la cuerda y fue desdoblando la tela. Teniendo en cuenta lo que encontró, es probable que el pobre hombre no volviera a abrir ningún otro paquete en su vida o, por lo menos, que decidiera mantenerse alejado para siempre de los pantanos de Essex.

El paquete contenía un torso humano al que le faltaban la cabeza y las piernas. Los brazos estaban atados a la espalda con una tira de cuero y los restos iban púdicamente vestidos con una camisa de seda color crema y unas bragas de seda azul. Sidney Tiffen, hombre práctico aparte de asustado, tuvo la presencia de ánimo suficiente para asegurar un brazo del «paquete» al fango con una estaca antes de dirigirse lo más rápidamente posible a la comisaría de policía más cercana.

A la mañana siguiente el cadáver mutilado ya había sido extraído del agua y, después de ser trasladado al mortuorio de Chelmsford, acabó en el Hospital de la Escuela de Medicina de Londres. El patólogo que se encargó de la autopsia era el doctor Francis Camps.

El examen indicó que la causa probable de la muerte podía deducirse de las cinco puñaladas encontradas en el pecho. Después de la muerte, la cabeza y las extremidades inferiores habían sido cercenadas con una sierra y un cuchillo muy afilado. El doctor Camps también descubrió fracturas en varios huesos del tórax, que parecían haber sido producidas en algún tipo de colisión; Camps incluso llegó a sugerir que el torso había sido arrojado al agua desde un avión (Camps pudo emitir esta sugerencia porque durante la guerra había tenido que examinar los cadáveres de los pilotos cuyos paracaídas no habían llegado a abrirse).

El torso de Essex fue identificado gracias a sus huellas dactilares, que correspondían al expediente policial de un tal Stanley Setty, nacido Sulman Seti en Bagdad, 46 años antes. Setty era un pequeño delincuente que obtenía sus ingresos deshonestos comerciando con coches de procedencia dudosa y sirviendo de «banquero» a otros individuos que se movían en la periferia de la delincuencia. Según el informe policial, Setty había desaparecido de su hogar en Lancaster Gate, Londres, el 4 de octubre, y no se le había vuelto a ver. Se sabía que esa misma fecha había recibido un cheque de 1.000 libras como pago de un coche.

Scotland Yard orientó sus investigaciones basándose en la teoría del doctor Camps, según la cual el cuerpo había sido arrojado desde un avión, y éstas acabaron llevando al Club de Vuelo United Services, donde Brian Donald Hume había alquilado una avioneta deportiva Auster el 5 de octubre. Cuando despegó con la avioneta rumbo a Southend, Hume llevaba consigo dos paquetes, y era el mismo hombre que había despegado con la avioneta del Aeródromo Municipal de Southend a la mañana siguiente acompañado por otro paquete de mayor tamaño.

Hume también era viejo conocido de la policía. Vivía con su esposa Cynthia y su hijita de tres meses en Finchley Road, Golders Green y, al igual que Setty, era un delincuente de poca monta. Pero cuando interrogó a Donald Hume el 26 de octubre, Scotland Yard tenía algo más guardado en la manga. Los investigadores habían encontrado manchas de sangre en la avioneta que pilotó, y también lograron dar con un taxista que había recibido un billete de 5 libras de Hume…. y el billete era uno de los que el Yorkshire Penny Bank entregó a Stanley Setty cuando hizo efectivo su cheque de 1.000 libras.

Después de un breve lapso de histrionismo durante el cual se llevó las manos a la cabeza y gimió: «Así que no me conformo con robar, ¿eh?», Hume se enfrentó a la situación siguiendo los dictados de su instinto. En otras palabras, contó una sarta de mentiras.

El hecho es que -según la declaración de Hume- había volado sobre el estuario y había dejado caer algunos paquetes desde la avioneta. Se había encontrado con dos hombres, Mac y Greenie, que le habían convencido de que alquilara una avioneta para participar en una pequeña e inofensiva operación de contrabando. El 5 de octubre Mac, Greenie y un tercer hombre al que llamaban «El chico» acudieron a la casita de Hume en Golder’s Green con dos paquetes, que Mac afirmó contenían planchas para imprimir cupones de gasolina falsos que debían ser eliminadas echándolas al mar desde una avioneta.

Cuando Hume volvió después de haber cumplido la misión se encontró con Mac, Greenie, «El chico» y otro paquete, pero dado que ya le habían pagado 50 libras y que le ofrecieron 100 más aceptó hacer el segundo viaje sin protestar. Hume no sospechó nada hasta que los periódicos informaron de que una parte de Stanley Setty había sido encontrada en los pantanos de Essex y «El chico» le telefoneó aconsejándole que no hablara con nadie de sus recientes actividades aeronáuticas; pero entonces ya era demasiado tarde.

La policía puso en marcha una operación de búsqueda para localizar a los enigmáticos Mac, Greenie y «El chico», y los agentes registraron minuciosamente la vivienda de Hume, descubriendo que la alfombra de la sala había sido limpiada hacía poco y que aún conservaba huellas de grandes manchas de sangre.

El 18 de enero de 1950, Brian Donald Hume compareció ante el juez Lewis en el tribunal de Old Bailey acusado de haber asesinado a Stanley Setty. A mitad del juicio, Su Señoría enfermó repentinamente y murió, por lo que fue necesario dar comienzo a un nuevo procedimiento legal presidido por un nuevo juez -el juez Sellers-, y un nuevo jurado.

Naturalmente, el caso presentado por la acusación se apoyaba sobre la prueba de la alfombra manchada de sangre, infiriendo que las manchas se habían producido como resultado del asesinato y desmembramiento de Stanley Setty. Hume afirmaba que las manchas no guardaban ninguna relación con la muerte de Setty; aun así, confesó que cuando le habló a la policía de los paquetes no había sido del todo sincero. Cuando llevaba el paquete de mayor tamaño al coche se le había caído al suelo de la sala; y una punta del paquete se había abierto dejando escapar un chorro de sangre que manchó la alfombra. A esas alturas, gimoteaba Hume, estaba tan asustado y el terrible trío que había matado a Setty le inspiraba tal pánico que no dijo nada.

Sí, su historia estaba volviéndose cada vez más ridícula y carente de lógica. El jurado se hallaba tan perplejo que no logró ponerse de acuerdo para emitir ninguna clase de veredicto, y no quedó más remedio que ponerle momentáneamente en libertad.

Y así dio comienzo el tercer juicio de Donald Hume. Esta vez la acusación decidió no ofrecer ninguna prueba referente a la acusación de asesinato, y Hume fue declarado finalmente «No Culpable». Muy prudentemente, Hume había accedido a declararse culpable de complicidad, delito por el que se le condenó a doce años de cárcel.

Posdata

Donald Hume salió de la prisión de Dartmoor en la primavera de 1958, después de haber conseguido la máxima reducción de condena posible por buena conducta. El 1 de junio el Sunday Pictorial publicó una historia con el siguiente titular: «MATÉ A SETTY… Y SALÍ BIEN LIBRADO.» Hume cobró 2.000 libras por la confesión, que fue publicada en ése y en los cuatro números siguientes (hay algunas fuentes que elevan la cifra hasta 10.000 libras), y aunque no se le podía volver a juzgar por el mismo crimen, consideró que lo más inteligente sería gastarse parte del dinero en un billete de ida a Suiza y el resto en unos cuantos meses de darse la gran vida.

Hacia enero de 1959, el hombre que ahora se hacía llamar Donald Brown descubrió que su cuenta bancaria se encontraba en las últimas. El 30 de enero disparó contra un taxista de 50 años llamado Arthur Maag mientras escapaba de un intento de robo fracasado a un banco de Zúrich. El taxista murió y Hume logró darle esquinazo al verdugo por segunda vez, pues el ordenamiento legal suizo no admite la pena capital. Fue sentenciado a cadena perpetua en la prisión de Regensdorf. En agosto de 1976 se le declaró oficialmente loco. Las autoridades suizas le devolvieron a Inglaterra -esposado y con grilletes en los pies-, y Hume acabó confinado en Broadmoor. El 19 de abril de 1988 Donald Hume, que acababa de cumplir 67 años de edad, fue trasladado a un hospital para pacientes de bajo riesgo en Southall, oeste de Londres.


Brian Donald Hume

Última actualización: 14 de marzo de 2015

Nacido en 1919, hijo ilegítimo de una maestra de escuela. Convicto de las muertes de Stanley Setty y Arthur Maag, ocurridas, respectivamente, en octubre de 1949 y enero de 1959.

Hume pasó los primeros años de su vida en una institución infantil, circunstancia a la que achacaría después su carrera criminal.

A los 8 años fue a vivir con su madre, que no le demostró cariño alguno y se hacía pasar ante los vecinos como su tía; a los 14 huyó de su casa y consiguió llegar a Londres, donde trabajó como aprendiz electricista.

En 1939 se alistó en las Reales Fuerzas Aéreas, contrayendo una meningitis al año siguiente, a consecuencia de la cual quedó imposibilitado para volar, siendo relegado a un servicio de tierra.

En 1941 fue declarado inútil y licenciado. Comenzó entonces a poner en práctica algunos ingeniosos métodos de estafa, vendiendo, por ejemplo, alcohol de quemar embotellado con la etiqueta «Ginebra añeja» o recorriendo las oficinas de la RAF (vestido con un uniforme que había comprado a un soldado por 5 libras), donde presentaba cheques falsificados. A consecuencia de estas actividades fue encarcelado durante unos meses. Al quedar en libertad emprendió con éxito algunos negocios, patentando, entre otras cosas, un nuevo modelo de tostador de pan.

Durante algunos años vivió casi en la opulencia; contrajo matrimonio y compró una casa de dos pisos en Finchley Road, Golders Green. Hacia 1948 los negocios comenzaron a fallarle; fue entonces cuando conoció a un judío nacido en Bagdad que vivía en Inglaterra desde 1907. Su verdadero nombre era Sulman Seti, pero era conocido por todos como Stanley Setty. Desde muy joven se había dedicado a los negocios, algunos de ellos de dudosa legalidad (en 1928 había sido condenado a quince meses de cárcel), pero en 1949, fecha en que conoció a su futuro socio, vivía suntuosamente con su hermana y su cuñado en un piso de Maitlan Court.

Hume y Setty emprendieron juntos un provechoso negocio consistente en la venta de coches robados. La noche del 4 de octubre de 1949 Hume volvió a su casa después de haber estado bebiendo unas copas en una taberna; su mujer y su hijo habían salido, pero Setty le esperaba en el salón; entre los dos individuos se desencadenó una borrascosa disputa a propósito del perro mestizo de Hume. Finalmente, éste atacó a Setty con un puñal de los utilizados por las SS alemanas: «Empuñé el arma como debieron hacerlo nuestros antepasados de la edad de piedra hace 20.000 años … ». «Veía cómo la vida se le escapaba poco a poco como el agua que corre hacia un sumidero».

Hume depositó el cadáver en la carbonera, conduciendo después el coche de su víctima al garaje donde lo encerraba habitualmente. Al día siguiente descuartizó el cuerpo con una sierra, haciendo tres paquetes separados con las piernas, la cabeza y el torso. De un fajo de billetes que encontró en un bolsillo del pantalón de su víctima, empapado de sangre, logró salvar 100 libras. Evitando ser visto por su esposa y por Mrs. Ethel Stride, una mujer que acudía a hacer la limpieza una vez por semana, transportó los envoltorios que contenían la cabeza y las piernas al interior de un coche «Singer» que había alquilado previamente y se dirigió al aeropuerto particular de Elstree, donde le esperaba un avión que había utilizado otras veces en sus aventuras como contrabandista. En lugar de marchar hacía Southend, como había declarado en las oficinas del aeropuerto, voló hacia el Canal, donde arrojó los envoltorios, la sierra y el puñal. Obligado a aterrizar en Southend por falta de combustible, tomó desde allí un taxi hasta Londres, pagando con un billete de 5 libras de los que había robado a su víctima.

Al día siguiente llamó a un pintor, encargándole recubrir las manchas de sangre de las paredes de la habitación en que había descuartizado el cuerpo y pidiéndole después ayuda para bajar hasta el coche el paquete que contenía el tronco del cadáver («Pesaba tanto que se me escurrió de las manos y cayó rodando por las escaleras haciendo un extraño ruido»). Acompañado ahora por su perro y manifestando al empleado del aeropuerto que quería transportar un cajón de pescado, Hume volvió a repetir su excursión al Canal, pero esta vez el peso que ató al envoltorio para impedir que flotase se desprendió y éste apareció días más tarde en una playa de Éssex, Burnham-on-Crouch.

El hallazgo fue efectuado por un jornalero de la localidad y cazador de aves salvajes, Mr. Sidney Tiffin, que dio cuenta del hecho a la policía; los restos fueron identificados por las huellas dactilares y Tiffin pudo cobrar la recompensa ofrecida por la familia de Setty a cualquiera que proporcionase una pista para hallar el paradero del desaparecido.

Uno de los billetes de la víctima apareció en circulación y la policía pudo rastrear su pista hasta llegar a dar con el taxista que había conducido a Hume desde el aeropuerto a Londres.

Poco a poco fue saliendo a la luz la verdad del crimen. En el registro efectuado en el domicilio del sospechoso fue hallado, escondido, el recibo de una consigna de la estación de Golders Green, lo que condujo al descubrimiento de un baúl vacío manchado de sangre que, según la confesión de Hume, había contenido durante algunos días el tronco de su víctima.

Brian Donald Hume fue arrestado el 27 de octubre; al principio hizo protestas de inocencia, pero más tarde inventó una historia según la cual tres malhechores, Mac, Greeny y un muchacho cuyo nombre desconocía, le habían persuadido con dinero y amenazas «uno de ellos me apuntaba con su revólver mientras decía que les ayudara a deshacerse de los tres paquetes» «Me dijeron que contenían planchas para imprimir cupones de gasolina falsos».

El juicio comenzó el 18 de enero de 1950 bajo la presidencia del magistrado Mr. Lewis (que fue sustituido después, enfermo, por Mr. Sellers). Actuó como fiscal Mr. Christmas Humphreys y defendió al acusado Mr. R. F. Levy.

Mrs. Stride, la mujer de la limpieza, declaró que el 5 de octubre, Hume la había mandado salir a comprar una bayeta, explicando que había destrozado la que tenía intentando quitar una mancha de una alfombra; no había oído ningún ruido extraño, «como el de aserrar huesos». por ejemplo.

Mrs. Linda Hearnden, encargada de una tintorería del norte de Londres, dijo que el acusado se había presentado en el establecimiento llevando una alfombra de color verde claro cubierta de manchas y encargando que fuese teñída de otro color más oscuro.

Un empleado del Midland Bank declaró que Hume había ingresado la cantidad de 90 libras, solucionando así un descubierto de 78.

El mecánico de un garaje de Golders Green afirmó que el día del crimen Hume le había interrumpido en su trabajo poco antes de la hora de comer pidiéndole que le afilase un cuchillo de trinchar.

Un empleado del aeropuerto de Elstree dijo haber visto a Hume depositando dos envoltorios en el interior del avión, y finalmente Joseph Staddon, decorador de interiores, contó cómo el día 6 había ayudado al acusado a transportar hasta su coche un paquete: «Era de unos 60 centímetros de ancho por 15 de largo… pesaba mucho. No pude levantarlo del suelo yo solo».

Sidney Tiffin fue llamado a prestar declaración sobre el hallazgo de los restos: «Até el envoltorio a una estaca que clavé en el barro y acudí inmediatamente a la policía».

Hume repitió la historia de los tres hombres que habían utilizado su habilidad para manejar un avión con el fin de deshacerse del cadáver. Ante las preguntas de Mr. Humphreys sobre las manchas de sangre del «hall» y del cuarto de estar, expresó un gran desconcierto, afirmando finalmente que debían haber sido causadas por algún amigo de su hijo:

Mr. Humphreys: «Me atrevo a sugerir que usted apuñaló a Setty en el cuarto de estar y … »

Hume: «Eso no son más que imaginaciones».

Mr. Humphreys: « … y que le descuartizó aquella misma noche».

Hume: «¡Mentira!».

El jurado no consiguió ponerse de acuerdo; fue nombrado otro al que el juez aconsejó pronunciar un veredicto de no culpabilidad. Hume fue juzgado de nuevo, esta vez por complicidad en el crimen, y condenado a doce años de prisión.

El 11 de febrero de 1958 salió de la cárcel de Dartmoor (donde los reclusos le habían apodado «El fusible» por sus conocimientos de electricidad). Adoptando un seudónimo, Donald Brown, se instaló en mayo en un hotel de Westclíff-on-Sea, donde escribió para el periódico «Sunday Pictorial» una serie de artículos titulada «Confesión», en los que admitía haber matado a Setty y que Mac, Greeny y su compañero no habían existido jamás.

El 25 del mismo mes se trasladó a Zúrich, haciéndose pasar por un piloto canadiense y gastando allí la mayor parte del dinero que había recibido del periódico (2.000 libras). Hizo un viaje a América, donde concibió la idea de robar un banco. A fines de junio volvió a Suiza, dedicándose a madurar el plan de asalto, eligiendo como objetivo el Midland Bank de Boston Manor Road, en Londres.

El sábado 2 de agosto a las doce del mediodía después de tomarse un doble de cerveza y dos píldoras de peptona en una taberna de Brentford, «El Globo», se presentó en el lugar elegido armado con un revólver; después de herir al cajero Mr. Frank Lewis, que opuso cierta resistencia, huyó con la suma de 1.500 libras, regresando de nuevo a Suiza al día siguiente. Allí continuó la interrumpida aventura amorosa que había comenzado en sus anteriores visitas con una muchacha suiza, Trudi Sommer (su mujer había obtenido el divorcio mientras él cumplía su condena en Dartmoor).

El 12 de noviembre volvió a asaltar el mismo banco de Londres, disparando esta vez sobre el director y consiguiendo huir con 300 libras hasta la estación de metro de Kew Bridge, donde cogió un tren para la de Waterloo. Bajo el nombre de Bird y fingiendo nacionalidad canadiense, volvió aquella noche a Zúrich. Una gabardina que había dejado olvidada en el departamento del tren y que llevaba uno de sus falsos nombres, ya conocidos por la policía, unido a la descripción del asaltante, descubrieron que éste y Hume eran la misma persona.

El 30 de enero de 1959, después de comulgar en la iglesia anglicana de Zúrich, «Johnny Bird» se dirigió al Banco Gewerbe llevando un fusil escondido en una caja de cartón; cuando se disponía a tomar el dinero que le alargaba el asustado empleado, sonó el timbre de alarma y tuvo que salir huyendo. En la persecución que siguió al asalto, disparó sobre el taxista de 50 años Arthur Maag, causándole la muerte.

Finalmente, arrestado por la policía, declaró ser polaco, pero el engaño fue descubierto con la llegada de un intérprete.

Mientras esperaba el juicio fue examinado por un psiquiatra de Zúrich, el Dr. Guggenbuhl-Craig, que le halló normal. En la prisión escribió una novela de sesenta mil palabras titulada «El muerto permanece mudo», sobre el consabido tema de «gangsters». Juzgado en Winterburg, fue declarado culpable y condenado a cadena perpetua.


El homicida ocurrente

Última actualización: 14 de marzo de 2015

Hume, un mentiroso lleno de recursos, se libró de la justicia después de asesinar a su primera víctima en un ataque de ira. Al cabo de diez años, en el último de sus temerarios atracos, volvió a matar a tiros a un taxista en Suiza.

El asesinato

Corría el año 1949 y la ciudad de Londres se encontraba en plena época de racionamiento. Entre dos sujetos dedicados al mercado negro fue gestándose un resentimiento mortal que hizo erupción en una tarde de otoño y acabó en asesinato.

El día 4 de octubre se había tornado sombrío mientras un hombre, llamado Donald Hume, de pelo oscuro y algo regordete se encaminaba de vuelta a casa acompañado por su perro Tony, un peludo cruce de alsaciano.

La casa era un edificio de tres pisos situado sobre una tienda de legumbres en el 620 de Finchley Road, al norte de Londres. Hume vivía cerca de Golders Green y venía de tomarse una copa en un pub de las inmediaciones. Eran las 7,30 de la tarde. Las tiendas ya habían cerrado, pero aún quedaba un montón de gente atareada por las calles.

Según se acercaba a su casa, vio el Citroën amarillo que estaba aparcado en la puerta. Esto le puso nervioso. Muy pocas personas podían permitirse poseer un coche en aquellos años de posguerra y escasez. Pero él conocía a alguien que sí podía permitírselo: un vendedor de coches llamado Stanley Setty.

Setty y Hume eran socios en algunos negocios del mercado negro. Hume había ganado un buen montón de dinero gracias a Setty, un judío de cuarenta y dos años de ascendencia iraquí que tenía buenos contactos en otros países. A la edad de veintinueve años, Hume se veía a sí mismo como alguien que estaba empezando a ganarse una posición.

Pero a éste le desagradaba Setty profundamente. Era un tipo que siempre miraba a la gente por encima del hombro, y que hacía ostentación de sus carísimos abrigos, corbatas y joyas.

A Hume le molestaba particularmente que hubiera venido a su casa. Cuando tenían que hablar de negocios lo solían hacer en el garaje de Setty o en algún club nocturno del West End. Siempre era Setty el que organizaba las operaciones (de contrabando), Setty quien conocía los contactos, Setty quien financiaba todo el tinglado…

Todo esto le daba aún mayor importancia al intento de Hume de mantener su independencia y una base operativa diferente de la de Setty. Sí, así sentía que él era un hombre con sus propios intereses. Intereses de los que Setty no tenía por qué saber nada. La casa de siete habitaciones en la que vivía con su mujer, Cynthia, y su hija de once semanas, Allison, era su primer hogar verdadero, suyo y solamente suyo. Por eso lo protegía celosamente.

La simple visita del Citroén, matrícula CJN 444, indispuso a Hume. Era un hombre dado a enfurecerse con facilidad. Pero había aún otra razón para que se sintiese ofendido por la presencia del Citroën. Algunas semanas atrás había visitado a Setty en el depósito que éste poseía en Cambridge Terrace Mews, una de las zonas más ricas de Londres, situada al este de Regent’s Park. Hume había llevado consigo a su perro y mientras los dos hombres hablaban, el perro había dejado algunas huellas de sus uñas en la carrocería de uno de los coches de Setty.

Este, furioso, se puso a insultarle ferozmente y lo pateó con saña. Tony lloriqueó desconsoladamente. Su amo se excusó entre dientes mientras acariciaba al animal. Pero había empalidecido de rabia. Setty no sabía lo mucho que significaba Tony para Hume, o quizá le importaba un bledo. Ni siquiera su mujer, Cynthia, estaba autorizada para compartir a Tony con él. Su marido le había comprado un perrito para ella sola.

Tras este incidente, Hume se dio cuenta de que Setty le despreciaba. Para éste, él no era más que un colaborador ocasional, un segundón del que prescindiría cuando ya no le resultase útil. Y ahora ese hombre estaba en su propiedad, haciendo y deshaciendo a su voluntad. Hume corrió escaleras arriba hasta la puerta de la casa en el segundo descansillo. Cuando entró en el salón -que daba a la calle principal-, estaba casi sin aliento.

Setty, vestido con un traje a rayas, se había acomodado en el sofá. «Si vuelve a venir aquí, será tu perdición», le previno Hume. Setty le miró con sorna.

«¿A ver, quién me lo va a impedir, tú, y quién más?», contestó. Y acto seguido empezó a reírse en tono burlón. «Si quiero venir aquí, vendré. Punto.»

Hume se acercó a Setty y le amenazó con tirarle escaleras abajo. Pero éste respondió: «Tú sí que vas a ser el que vueles hasta abajo … ».

Entonces Hume salió de la habitación y descolgó de la pared uno de sus tesoros más preciados. Se trataba de un puñal alemán de las fuerzas de seguridad de Hitler, las SS. Volvió al salón y cerró la puerta. «La próxima vez que vengas te encontrarás con esto», le dijo furibundo.

Setty subestimó fatalmente el grado de ira y resentimiento que hervía dentro de Hume. Ignorando el puñal, contestó en tono despreciativo: «Anda, vete con eso, estúpido bastardo… ¿Pero qué crees que estás haciendo? ¿Jugando a los soldaditos?»

Bastardo… Jugando a los soldaditos…

Esas palabras hacían referencia a las cosas que hasta el momento habían salido torcidas en la vida de Hume. «No es un juego», le replicó muy tranquilo.

Pero el contrabandista seguía sin darse cuenta de las señales que presagiaban el desastre.

Intentó apartarle de la puerta y Hume le atacó. Los dos hombres cayeron al suelo.

Al final, el cuerpo del pesado vendedor de coches yacía sobre el sofá. En su pecho estaban marcadas las repetidas cuchilladas que habían acabado con su existencia.

Hume levantó la vista: las cortinas estaban abiertas. Cualquiera podía haber visto la pelea a través de las celosías desde el otro lado de la calle. Los golpes que habían dado en el suelo… Seguro que ese ruido se oyó en el piso de abajo. Hume esperó y escuchó; pero no hubo ninguna reacción, nadie dio la alarma.

Hume arrastró el cuerpo hasta la puerta, cruzó el pasillo y el comedor, y llegó al otro extremo de la casa. Hubo de detenerse varias veces para recuperar fuerzas. Siguió tirando del cadáver para cruzar la cocina hasta la carbonera, que se encontraba ubicada bajo una vertiente del tejado.

Volvió al salón y colocó en su sitio los muebles que se habían caído durante la pelea. La habitación recuperó en un instante su antiguo aspecto, a excepción de las pequeñas manchas de sangre sobre la alfombra verde claro y la tapicería del sofá. Hume cogió un trapo, les echó un poco de agua, e intentó borrarlas… Pero no consiguió más que empeorar su aspecto. Lo mismo ocurrió con las manchas que había dejado de camino a la carbonera.

Se topó con la llave de contacto del coche de Setty; bajó, se sentó al volante, y en veinte minutos, a las 21 horas, había llegado a Cambridge Terrace Mews, donde la víctima solía guardar el automóvil. Comprobó si había alguien rondando por los alrededores. Después aparcó el coche y se aseguró de que no quedasen huellas dactilares en su interior.

Seguidamente dio un corto paseo, tomó un taxi, y volvió al 620 de Finchley Road.

Eran las 22 horas. Su mujer se había acostado y estaba dormida.

Hume verificó la sala de estar y la carbonera. Estaban tal y como las había dejado al marcharse. Pasó el resto de la noche despierto, fumando cigarrillos y planeando el siguiente paso.

El cuerpo era demasiado voluminoso para trasladarlo entero. Hume concibió la horrenda idea de separar la cabeza y las piernas del torso. Así lo hizo al día siguiente; envolvió las piernas y el torso en tela de fieltro, e hizo un paquete con la cabeza a base de trozos de cartón.

*****

La visita

Nunca se ha podido averiguar con exactitud cómo entró Stanley Setty en la casa de Hume el 4 de octubre, día en que fue asesinado. Cynthia, la esposa de Hume, declaró durante el juicio que habitualmente solía llevar de paseo a su hijita por la tarde y regresaba a las 18 horas, para darle la cena.

La señora Hume dijo que nunca había visto a Setty, quien debió llegar a la casa hacia las 19,30 horas. La acusación fue incapaz de encontrar a un solo testigo que hubiese visto entrar a la víctima en el 620 de Finchley Road. Es posible que Hume o su esposa dejaran la puerta sin cerrar, y que Setty no se tomara la molestia de tocar el timbre.

Cynthia pasaba las tardes en el piso superior de la casa; declaró que parte de dicha tarde la dedicó a escuchar un serial radiofónico titulado «La Justicia en otros países». Fue emitido entre las 20 y 21 horas, mientras su marido arrastraba el cuerpo de Setty hasta la carbonera. Esta vez la emisión estuvo dedicada a Henri Landru, el múltiple asesino francés.

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El perro Tony

En su «Confesión», publicada por el Sunday Pictorial en junio de 1958, Hume declaraba que su perro cruzado, Tony, había sido «el único amigo de verdad que jamás he tenido». Hume vio por primera vez al perro en 1946 ó 1947, cuando él y su dueña le adelantaron caminando por la calle. El perro se le acercó mirándole afectuosamente. Esta actitud le emocionó como casi nunca lo había hecho un comportamiento humano.

Hume le dijo a la mujer que había estado buscando un perro como ése. Aseguró que le cuidaría en su casa y le ofreció una libra por él. La mujer aceptó. El perro fue rebautizado: Tony. Era un animalito de carácter alegre. «Pasábamos tanto tiempo juntos que nuestras personalidades eran similares -decía Hume- nos entendíamos bien.»

Nadie, ni siquiera su mujer, estaba autorizada para hacerle carantoñas al perro y mucho menos regañarle. «Era del todo mío», solía decir. Stanley Setty subestimó fatalmente el enorme cariño que Hume sentía por su compañero.

*****

Encuentro mortal

En diciembre de 1947 Hume se convirtió en uno de los clientes de Setty al comprarle una pequeña camioneta por 37 libras. El encuentro en la calle Warren fue breve, pero ambos se reconocieron al volverse a encontrar por casualidad a principios de 1949 en el club Hollywood, cerca de Marble Arch.

Por esta época Hume había vendido algunas acciones, antaño lucrativas, de empresas eléctricas, y estaba cansado de ser un hombre honrado que debía trabajar duro para sobrevivir. «Nos «medimos» recíprocamente -comentaría más tarde-; nos dimos cuenta que podíamos beneficiamos el uno del otro.»

El más joven envidiaba la soltura con que Setty pagaba las copas en los bares sacando un gran fajo de billetes de una lujosa chaqueta de Savile Row. Setty dejó caer pronto alguna indirecta sobre suministrar vehículos militares al ejército iraquí, y sobre cupones falsificados de gasolina (estrictamente controlados debido al racionamiento). Hume, a su vez, procuró impresionarle haciéndole ver que podía serle de utilidad, de que él era el tipo de aventurero audaz dispuesto a realizar «recados peligrosos», si la remuneración valía la pena.

*****

Chica de club nocturno

Hume conoció a su mujer, Cynthia, en el club «M» de la calle londinense de Welbeck. Ocurrió una noche de 1947, ella tenía veintiséis años. Hume estaba bebiendo solo en la barra, cargado de billetes, cuando Cynthia y su marido, Renato, entraron en el bar. Pronto estaría acompañando a la pareja en sus salidas nocturnas.

Cynthia era hija de un empleado de banca. Había sido criada en Herefordshire. Tras un corto periodo universitario se enroló en las Fuerzas Aéreas Auxiliares Femeninas durante la guerra. El propio Hume había pertenecido a la RAF, aunque siguiera guardando el rencor de su expulsión en 1941 debido a una meningitis.

En el verano de 1948, Cynthia y Renato se divorciaron, y ella y Hume se marcharon de vacaciones por España y Francia. A ella le gustaba esa vida llena de lujos, pero él comentaría años más tarde: «Yo quería volver cuanto antes para estar con mi perro Tony

La pareja se casó el 29 de septiembre de 1948 en la oficina del Registro de Hendon, al norte de Londres. Hume trabajaba por entonces en Hay-on-Wye, pero Cynthia se negó a reunirse con él allí. Consiguió un empleo de recepcionista en un club de Mayfair, la vecindad en la que se encontraba más a gusto.

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PRIMEROS PASOS – El bastardo

Hume creció resentido de no conocer a su verdadero padre, y confundido por no saber la identidad de su madre. Esto generó en su interior un profundo odio hacia las personas que le habían engañado alguna vez.

Brian Donald Hume nació en Swanage, Dorset, en diciembre de 1919. No se sabe la fecha exacta, y fue un hijo ilegítimo. En aquella época la palabra «bastardo» implicaba una deshonra que sólo pocos estaban dispuestos a soportar. Hume, en particular, estaba muy sensibilizado al respecto.

No tenía una idea clara de lo que había ocurrido durante sus dos primeros años de vida. Tras su segundo cumpleaños fue enviado a un antro de huérfanos en Burnhamon-Sea, Somerset.

Según Hume -sus recuerdos no han sido confirmados- el orfanato lo dirigían tres señoras. Dormían ocho niños por cama -cuatro a los pies y cuatro a la cabecera-, y sólo les daban mermelada el día de Navidad.

La disciplina era estricta. Uno de los castigos habituales -siempre según Hume- era encerrarles durante horas en un sótano oscuro. Otro de los castigos era el producto de una imaginación macabra, aunque es imposible saber si se trata de la imaginación de Hume o de la de una de las tres regentas. Se les asustaba con la visita de una «vieja gitana verde», que aparecía de repente, blasfemando y amenazando con llevarse consigo a los niños que se portasen mal.

Hume contó que una noche, mientras estaba encerrado en el sótano con otro niño, la vieja gitana había aparecido, pero la había reconocido: era una de las tres señoras. Acto seguido, la ahuyentó del sótano. En su «Confesión», Hume empañó la historia al referirse al objeto que utilizó para echar a la vieja verde del sótano: un cuchillo de carnicero que se había encontrado tirado en el suelo.

A los ocho años, las señoras le dijeron que había sido adoptado: «Te vas de aquí para vivir con tu abuela a Londres», le explicó una de ellas. Antes de abandonar la institución, añadieron que se trataba de la madre de su madre. La casa estaba en Golders Green, al norte de Londres, muy cerca del 620 de Fincl-dey Road, donde veinte años más tarde asesinaría a Setty,

Los seis meses siguientes fueron probablemente los más felices de la niñez de Donald. Él y la «yaya», tal como la llamaba, se tomaron cariño. El niño recibió de ella el amor que hasta ahora la vida le había negado. Uno de sus pasatiempos favoritos era ir al cine y las películas que más le gustaban eran las de gángsters con muchos tiros.

El pequeño se disgustó cuando la «yaya» le dijo que se iba a ir a vivir con su tía. Esta vivía en un pueblecito cerca de Basingstoke, Hampshire, donde trabajaba como directora de la escuela de la localidad. A Hume le dijeron que debía llamarla «tía Doodie» y a su marido, un mecánico de motores, debería llamarlo «tío Don». Hume ganó dos hermanitas con las que podía jugar. Una de ellas de un matrimonio anterior de su tía.

Al cabo de dieciocho meses murió la «yaya» y Hume contó que después de esto la actitud de la tía Doodie hacia él cambió por completo. Le hicieron sentir que era una molestia. En el pueblo corrían rumores sobre la tía y el chiquillo que había adoptado. Un buen día, la criada, Doris, le contó que, en realidad, él era el hijo de la tía Doodie. Desde ese momento Hume empezó a odiar a su madre.

A los catorce años Donald salió de la escuela Queen Mary Grammar y su madre le buscó un empleo como pinche de cocina en Farnborough, donde además tenía que residir. Al cabo de los tres meses, se cansó y volvió a casa. Pero se dio cuenta de que no era bien recibido. Así las cosas, Hume metió sus pertenencias en una maleta durante la noche y, sin despedirse, abandonó la casa. Durmió sobre una gavilla de heno y por la mañana hizo auto-stop hasta Londres. Una de las primeras cosas importantes que hizo al llegar a Londres fue pasarse por Somerset House, el gran edificio gris que alberga el registro de nacimientos y muertes ocurridas en Gran Bretaña, donde descubrió que lo que le había contado Doris era verdad. La tía Doodie era su verdadera madre. El espacio donde debía figurar el nombre de su padre estaba en blanco.

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Peleas callejeras

Hume se hizo del Partido Comunista a los diecisiete años; por envidia de los «tipos que iban por ahí en grandes y potentes coches». Entró en el PC a través de la rama de Hammersmith, en West London. Pronto le encargaron que vendiese el diario oficial del partido, el Daily Worker (rebautizado como The Morning Star), por el West End.

En 1936 tomó parte en violentos enfrentamientos con los partidarios del movimiento fascista de sir Oswald Mosley. En 1937 se presentó voluntario para luchar en la Brigada Internacional que se envió contra el general Franco durante la guerra civil española. Cuando le rechazaron por ser demasiado joven, la desilusión fue mayúscula.

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LA CAZA – Entierro en el mar

Hume, un hombre atrevido y temerario, decidió poner en práctica un plan audaz para deshacerse de su víctima. Al fin tuvo la oportunidad de demostrar que podía muy bien haber sido un héroe de guerra, en vez de una persona nacida «por error» que intentaba sepultar su pasado.

Poco antes de las 15 horas del 5 de octubre, Donald Hume condujo un coche Singer negro alquilado a una de las carreteras que llevan al aeropuerto de Elstree en Hertfordshire.

Iba acompañado de su perro, Tony, y de dos paquetes envueltos en sábanas y sujetos con cuerdas. Dentro se hallaban los restos troceados de Stanley Setty. Aún quedaba un tercer paquete en la carbonera de su casa de Finchley Road.

En la torre de control del aeropuerto, Hume explicó que deseaba hacer un vuelo de ida y vuelta hasta Southend. En Elstree el personal le conocía de sobra, y pusieron a su disposición una avioneta Auster G-AGXT. Se despidió cariñosamente de Tony y llevó los dos paquetes hasta el avión.

Al cabo de una media hora, Hume elevó la avioneta a 600 metros de altitud y, volando a 43 kilómetros por hora, puso rumbo hacia el canal de la Mancha. Más tarde lo recordaría así: «… Lo que me impulsaba era la desesperación. No podía permitir que me vieran tirar paquetes de aspecto sospechoso cerca del malecón de Southend.»

La Auster podía volar tres horas y media de forma ininterrumpida con el tanque lleno. Hume agotó todo el combustible, tomando la precaución de que quedase justo lo suficiente para regresar. Continuó volando una hora más. Entonces empezó a distinguir entre la bruma el perfil de la costa francesa. Bajo la avioneta las aguas estaban despejadas, ningún barco a la vista. Hume sacó el puñal de las SS del bolsillo de su gabardina, lo tiró al mar junto con otros objetos incriminatorios.

Después se deshizo de los dos bultos que contenían los restos descuartizados de Setty. Dio varias pasadas para asegurarse de que los paquetes se habían hundido, y puso rumbo a Inglaterra. Llegó al aeropuerto de Southend hacia las 16 horas. La visibilidad era mala y efectuó un aterrizaje accidentado, se salió de la pista y detuvo el aparato en medio del recorrido de otro avión.

Hume se puso de acuerdo con la torre de control para recoger el avión al día siguiente. Acto seguido tomó un taxi hasta el 620 de Finchley Road. Pagó al taxista con parte de las 100 libras que había cogido de un fajo de 1.000 que habían pertenecido a Setty. Destruyó 900 (todas en billetes de cinco) porque estaban manchadas de sangre y con el dinero sobrante liquidó una deuda bancaria.

Hacia las 20,30 llegó a su casa. Cynthia, su mujer, estaba en el piso de arriba. Hume echó un vistazo a la planta de abajo. Aquella misma mañana había limpiado el salón y todas las cosas en que Setty pudiera haber dejado huellas dactilares. La alfombra verde la había bajado a una lavandería cercana; después se dedicó a fregar el suelo a fondo. Compró un bote de barniz oscuro para repasar los lugares donde la limpieza había producido abrasiones o rozaduras. También recortó algunos trozos manchados de sangre de la arpillera que utilizaban como base para la alfombra. Llamó al aeropuerto de Eistree, donde aún estaba Tony, y lo arregló de manera que el perro pasase la noche en el coche Singer alquilado.

A la mañana siguiente, 6 de octubre, dos días después del asesinato, Hume contrató a un decorador para barnizar de nuevo el suelo del salón. Fue a Elstree para recoger el coche, y estaba de vuelta hacia las 11. Cuando llegó el decorador le pidió que le ayudara a bajar un bulto de la carbonera al automóvil.

A las 14,30, Hume regresó al aeropuerto de Southend. Ya habían llenado el tanque de la avioneta Auster y estaba cargando el bulto en la cabina. Un mecánico le preguntó qué era lo que llevaba ahí. «Pescado», respondió Hume. La Auster despegó con dificultades y puso rumbo al canal de la Mancha a una altura de 900 metros. La visibilidad era escasa. Cuando reapareció la costa francesa, bajó hasta los 600 metros, y tiró el tercer paquete al mar, pero cuando se estrelló contra la superficie, se abrió y el contenido quedó flotando.

La gasolina empezaba a escasear; Hume ya no podía regresar a Elstree. Se dirigió a Gravesend, donde aterrizó a las 18,30. De nuevo volvió a casa en taxi, esta vez con Tony.

La desaparición de Setty ya había llenado algún que otro titular en la prensa; los periódicos hablaban del oscuro vendedor de coches en posesión de un buen fajo de billetes. Dos días después de que la víctima hubiera visitado a Hume en su piso, el Daily Express publicaba: «Vendedor con 200 billetes de cinco libras desaparece.»

La hermana de Setty, Eva, y su marido, habían denunciado la desaparición a la policía. También se había investigado en el coche que Hume dejó aparcado en Cambridge Terrace Mews. Este no podía saber que el contrabandista, habitualmente, guardaba el Citroén en el garaje. Los vecinos se extrañaron de que estuviera al aire libre a la mañana siguiente. Uno de ellos oyó cómo lo aparcaban a las cuatro de la mañana del 4 de octubre. Hume estudió la información de prensa con mucha atención.

Más tarde, el asesino comentó al respecto: «Al principio, la policía y los periodistas que les llevaban de un lado a otro, parecían estar lejos de la buena pista.» Una de las líneas de investigación resultaba obvia: a Setty le habían matado para robarle las 1.000 libras. La policía buscó también por ciertas zonas minadas y aún no «limpiadas» por las que el judío se solía pasar para hacer negocios y citarse con cierta gente.

El viernes 7 de octubre, tres días después del asesinato, Hume se dirigió a Southend para recoger el Singer; y se puso de acuerdo con otro piloto para que volara con la Auster desde Gravesend hasta el aeropuerto de origen. Pero al día siguiente se alarmó: la prensa decía que la policía había hecho pública la numeración de los billetes de cinco libras que Setty retiró del banco la tarde que fue a ver a Hume.

Este había destruido la mayoría del dinero, pero una parte la ingresó en su propia cuenta corriente; y con el resto pagó a los taxistas de Southend y Gravesend. «No me fijé en que los números de serie eran consecutivos, y por, lo tanto, fáciles de localizar», admitiría posteriormente.

Las noticias fueron empeorando. El 14 de octubre la familia del desaparecido ofreció una recompensa de 1.000 libras por cualquier información útil. El 21, viernes, parte del cuerpo de Setty fue lanzado por la marea a los barrizales de Essex. Hume se enteró de todo ello por la prensa. Más tarde diría: «El cadáver de mi víctima me había seguido a casa». La policía empezó a investigar en las zonas de Southend y Gravesend.

A las 7,30 de la mañana del jueves 27 de octubre un amplio despliegue policial rodeó la casa del 620 de Finchley Road. Hume fue arrestado y trasladado a la comisaría de Albany Street, donde fue interrogado. Tres detectives estaban a cargo de la investigación, el comisario Colin MacDougall, el inspector jefe John Jamieson, y el sargento-detective Sutherland. Hume comprendió en seguida que los tres estaban al corriente de sus movimientos los días que efectuó los vuelos.

«Está bien, dijo de pronto, les contaré lo que ocurrió.» Acto seguido, el detenido relató una historia acerca de tres hombres, Mac, Greeny y The Boy, los cuales le ofrecieron 100 libras en billetes de cinco por deshacerse de dos paquetes tirándolos al mar desde un avión. Él aceptó el trabajo. Al día siguiente volvieron con un tercer paquete y le pagaron otras 50 libras. Uno de los hombres llevaba una pistola.

«Después de que se hubieran marchado empecé a sospechar que había algo raro en aquel bulto», dijo Hume en su declaración policial. «Pero ya era demasiado tarde para volverse atrás. Pensé que la policía nunca me creería, no le dedicaría mucho tiempo a un sujeto que, como yo, andaba metido en asuntos turbios».

El viernes 28 de octubre Donald Hume fue oficialmente acusado de asesinato en la comisaría de Bow Street. En ese momento dijo rotundamente: «No, se equivocan, soy completamente inocente.»

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El contrabandista errante

Hume y Setty empezaron a «hacer negocios» en enero de 1949. En octubre Setty estaba muerto. Durante ese corto espacio de tiempo, Hume había comprado a Setty cupones de gasolina falsificados y había robado coches para él, al precio de 300 libras por entrega. Setty intentaba ganar dinero incluso protestando porque le habían dado, supuestamente, un cambio equivocado al pagar los billetes del autobús. A pesar de que estaba forrado, intentaba estafar a la gente cantidades miserables de dinero», recordaría Hume posteriormente.

En 1949, Hume se ganó de amigos del mercado negro ser «el contrabandista errante». Despegaba de Elstree llevando cualquier cosa, desde nylon hasta armas del ejército de pequeño tamaño. Gran parte del material militar iba en dirección a Oriente Medio. Algunas veces, incluso los propios aviones eran objeto de contrabando, que iban a parar a manos de los contactos ultramarinos de Setty. En una ocasión, Hume consiguió llevar dos Douglas Dakota desde una base americana en la Alemania ocupada hasta Palestina.

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El aviador

A Hume le entusiasmaban los aviones. De niño ya hacía maquetas. Pocos días antes de que se declarara la guerra a Alemania, añadió tres años a su edad real, veinte, y fue a la oficina de reclutamiento de las Fuerzas Aéreas de Acton, en West London. El 7 de septiembre de 1939 se convirtió en el soldado de aviación nº 902233. Tres semanas más tarde fue trasladado al Ala de Entrenamiento de Hastings, en Sussex.

Pero nunca llegaría a ser el as del aire que soñaba. En 1940 contrajo una grave enfermedad, meningitis, una inflamación cerebral. Le sobrevino tras un accidente ocurrido en un vuelo de entrenamiento nocturno sobre Andover. Pasó dos temporadas en el hospital, y fue finalmente licenciado el 13 de mayo de 1941. Hume estaba profundamente desilusionado. Más adelante intentó ingresar de nuevo en la RAF, pero un tribunal de selección de aspirantes le rechazó.

A principios de 1948 se integró en el Club United Services del aeropuerto de Elstree, una escuela privada de Hertfordshire. Pronto consiguió una licencia que le permitía pilotar aviones.

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El impostor

A principios de 1942 Hume le pagó cinco libras a un ex oficial de la RAF a cambio de su uniforme y de sus medallas. Poco después, el oficial-piloto Don Hulme, con documentos falsificados, estaba recorriendo los almacenes de la RAF y firmando cheques sin fondos para adquirir bienes fácilmente vendibles, como piezas de repuesto y neumáticos. En junio de 1942 fue arrestado en el aeropuerto de Northolt, en Middlesex, y acusado de fraude.

Tras estar en observación médica durante un mes, Hume, con 22 años, hubo de personarse ante el tribunal de Old Bailey. Como su vida le había creado «un resentimiento», fue amonestado legalmente con la obligación de observar un buen comportamiento durante un período de dos años.

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La tumba marina

Volando en solitario con su horrenda carga, Hume realizó dos arriesgadas escapadas al canal de la Mancha para borrar toda huella de su primera víctima.

Al principio, Hume deseaba venderle la historia de sus años en la cárcel al Sunday Pictorial. Pero el periódico insistía: quería la historia del asesinato. Con el reportero Victor Sims, Hume y un fotógrafo reprodujeron todas las fases del mismo. Una fotografía muestra fríamente cómo el asesino tiró el cuerpo de Setty al mar desde la avioneta. Su perro, Tony, está con él. Los bultos fueron lanzados en alguna parte frente a la costa de Normandía. El torso de Setty, vestido con la camisa y los pantalones, tardó catorce días en ser arrastrado por la corriente hasta las fangosas marismas de Essex. Allí lo descubrió Sidney Tiffin, un vecino de la localidad que había salido de caza.

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EL JUICIO – Salvar el pellejo

Sólo había tres hombres entre Hume y el patíbulo y los describió con todo detalle. La acusación le llamó mentiroso. Al jurado le tocaría decidir si en verdad no eran más que el producto de su desesperada imaginación.

El juicio de Donald Hume por la muerte de Stanley Setty empezó el 18 de enero de 1950 en la sala n.º 1 de los juzgados de Old Bailey, presidido por el juez Lewis. La acusación estaba encabezada por el fiscal Christmas Humphhreys. Hume estaba representado por R. F. Levy, y se declaró inocente.

El acusado, de 30 años, tenía aspecto de hombre duro y algo peligroso y no hizo el más mínimo esfuerzo por aparecer elegante y cuidado ante el jurado. Llevaba chaqueta y pantalones de franela. Ni rastro de la corbata de la RAF que había engalanado su camisa la primera vez que se personó ante los magistrados de Bow Row el 30 de octubre. Su defensa se basaba parcialmente en el hecho de que era un tipo dudoso que temió confiarse a la policía.

Pruebas incontestables.

Casi ninguna prueba era discutible. La acusación explicó con detalle los movimientos de Hume en los aeropuertos de Elstree y Southend. También se expuso, al margen de toda duda, el camino seguido por los billetes de cinco libras que llevaba Setty. El 16 de noviembre, veintitrés testigos de la acusación habían sido citados a testificar.

La propia historia de Hume sobre Mac, Greeny y The Boy, le convertía en sospechoso de haber participado como cómplice en el asesinato. Si el jurado estimaba que el acusado era un perjuro, casi seguro le colgarían.

«Las pruebas serán en su mayoría circunstanciales», dijo el fiscal en su alegato inicial. Los hechos de la causa se expusieron ante el jurado de forma incontrovertible. Humphreys no profundizó en la vida de Setty. Simplemente lo describió como un «vendedor de coches sin más». Cuando le tocó referirse a Mac, Greeny y The Boy, dijo: «Es una invención de cabo a rabo, se trata de tres hombres que sólo existen en la fértil y romántica imaginación de Hume.»

A la mañana siguiente, el juez Lewis hubo de ser reemplazado a causa de una enfermedad. Le sustituyó un magistrado del Alto Tribunal, llamado Sellers. Se eligió un nuevo jurado. Esta vez Humphreys expresó su deseo de que el jurado se formase su propia idea en base a las pruebas y no realizó alegato inicial alguno.

El tercer día del juicio, 20 de enero, se leyó la declaración efectuada por Hume a la policía. El encargado de la lectura fue el comisario MacDougall. Tanto la defensa como la fiscalía estudiaban con atención las caras del jurado, pero permanecieron inescrutables. El abogado defensor de Hume se dispuso a recuperar el terreno perdido interrogando a MacDougall. El oficial admitió que tras un cuidadoso estudio del piso no se había encontrado ni una sola huella dactilar de Setty. Esto encajaba con la tesis de la defensa: el cuerpo de la víctima se llevó a la casa de Hume previamente descuartizado y envuelto en tres paquetes. Tampoco se encontraron manchas de sangre en la ropa del acusado.

El cuarto día del juicio, el lunes 23 de enero, Levy inició las alegaciones de la defensa. «Hume no pretende ser un ángel, le dijo al jurado… No es un ángel. Quizá sea un exhibicionista, pero no todo ladrón es un asesino.»

El letrado atacó el planteamiento de la acusación: Setty no podía haber sido asesinado y descuartizado en la casa sin que la señora Hume no se hubiera dado cuenta, o asistido a tales actos. También intentó echar una sombra de duda sobre la declaración del doctor Henry Holden, director de los Laboratorios de Investigación de la Policía Metropolitana.

Este testificó la presencia de manchas de sangre en un ángulo de la alfombra del salón después de que ésta hubiera sido lavada y teñida, y también sobre el linóleo del pasillo. Asimismo, existían indicios de sangre en las junturas de los baldosines del suelo del salón y del comedor. Restos de otras manchas fueron localizados en el yeso y la madera del piso inferior. Todas las manchas eran del grupo O, el de Setty. Sin embargo, también era el grupo sanguíneo de cuatro de cada diez seres humanos.

Levy mantuvo que tales manchas no podían ser de sangre porque si lo hubieran sido habría aparecido algún rastro en la arpillera que servía de base a la alfombra.

Entonces Hume fue llamado a declarar. Estaba pálido pero mantenía el tipo. Volvió a contar la historia de Mac, Greeny y The Boy. Mac era un tipo gordito de alrededor de treinta años con el pelo rubio. Hume daba detalles que impresionaron al jurado. De Greeny dijo que «medía 1,53 aproximadamente, vestía un traje verde chillón con pantalones excepcionalmente anchos y zapatos de ante. Además, llevaba una gabardina muy ceñida, con cinturón. He de decir que era griego o quizá chipriota».

Después añadió hábilmente algún que otro detalle más de los que había mencionado en sus primeras declaraciones a estas descripciones. Esto ayudó a darles visos de verosimilitud. Y evitó que se pensara que él se había limitado a memorizar una serie de detalles sin más. También hizo una viva descripción de The Boy. Tenía una «frente rehundida, llevaba gafas con montura metálica y zapatos marrones muy brillantes».

A estas alturas la imaginación de Hume funcionaba a toda máquina. Audazmente añadió: «Creo que también llevaba impermeable, si recuerdo bien … » Tras dos horas de testimonio, el acusado se enfrentó a una serie de preguntas del fiscal sobre los paquetes.

«¿Qué creyó usted que era?»

«Pienso que podía haber sido parte de un cuerpo humano».

«Evidentemente era parte de un cuerpo humano, ¿no?»

«Pues no, señor, evidente no lo era».

«¿Aunque Setty hubiera desaparecido?»

«Yo no relacionaba ambas cosas.»

Humphreys leyó entonces parte de la declaración policial de Hume, en la que decía que se le ocurrió que aquel paquete podía contener parte del cuerpo de Setty.

«¿Con qué otra cosa se puede relacionar un bulto del que sale sangre humana que no sea un cuerpo humano?», le preguntó el fiscal.

Hume no contestó. Después la acusación afirmó que los tres hombres se habían puesto en realidad en sus manos. Hume podía haber avisado a la policía y ésta hubiera rodeado la casa antes de la segunda visita.

«No señor, estaba muerto de miedo», replicó el presunto asesino.

«¿Y por qué no; no dice usted ser un hombre honesto?»

El jurado ya había oído cómo Hume se hacía pasar por un oficial de la RAF sin serlo. Hume se puso de muy mal humor.

«Yo no digo que soy honesto al ciento por ciento… Lo que digo es que soy un hombre semihonesto; pero que no soy un asesino.»

El interrogatorio prosiguió a la mañana siguiente. Hume contó cómo había secado y limpiado la sangre que goteaba de los bultos. El abogado defensor protestó airadamente diciendo que la acusación intentaba desfigurar las pruebas. Cuando Humphreys recalcó que Setty había sido efectivamente asesinado y descuartizado en el piso de Hume, éste replico: «Eso no son más que tonterías. »

Empezó entonces a responder a las preguntas antes de que el fiscal las hubiese terminado de formular. El juez Sellers tuvo que amonestarle e indicarle que escuchase con atención antes de contestar.

Humphreys había estado aguijoneándole durante todo el interrogatorio y cuando le acusó de mentir, éste se puso hecho una furia. «Yo soy el que sabe si maté a Setty o no, y no como los hombres que sí lo mataron. Tengo una conciencia muy tranquila en relación con la muerte de ese pobre hombre.»

El juez le enfureció aún más cuando le dijo: «Se está tomando usted esto como una cosa personal…»

«Mi vida es una cosa muy personal», contestó el acusado.

Al final el juez le preguntó si sería capaz de localizar a Mac, Greeny y The Boy. «No», respondió Hume.

Cynthia Hume subió al estrado para declarar. Su buena apariencia puede que redundase en beneficio de su marido. Impresionó gratamente al jurado. El abogado defensor le preguntó que si había notado algo extraño el 4 y 5 de octubre. Manchas de sangre o cuchillos ensangrentados… Respondió que no; y que Hume no podía haber descuartizado un cuerpo humano en la casa sin que ella lo hubiera notado.

El abogado le preguntó si creía que su marido podía haber asesinado a alguien en la casa antes de las nueve de la tarde sin que ella lo hubiera percibido de alguna manera. «Eso es del todo imposible», contestó. Se le interrogó sobre si había oído algún ruido que indicase violencia. Volvió a contestar con seguridad que no. Asimismo, Cynthia afirmó que si su marido no se hubiese acostado esa misma noche, lo recordaría.

Humphreys la interrogó a su vez. La señora Hume hubo de admitir que no sabía mucho de la vida de su marido y que nunca había visto a Mac, Greeny o a The Boy.

En su resumen final, Levy se concentró en la falta de pruebas que indicasen que se había cometido un asesinato. Ni los vecinos, ni Cynthia Hume, ni la mujer de la limpieza, ni el decorador habían oído o visto nada sospechoso. «¿Pueden ustedes aceptar el hecho de que los tres hombres nunca existieron?», le preguntó al jurado. «La víctima no fue asesinada por un solo sujeto, sino por varios… Y ahí tienen: Mac, Greeny y The Boy.»

Humphreys insistió sobre las manchas de sangre y sobre el hecho de que Hume hubiera aceptado deshacerse del cadáver. De los tres desconocidos dijo que eran una «completa invención». Y si Setty estaba vivo al llegar a la casa el 4 de octubre, entonces Hume tenía que haber participado forzosamente en el asesinato.

La alocución del juez se inició en la tarde del sexto día de juicio. Sellers repasó cuidadosamente los puntos fuertes y débiles de las dos partes, acusación y defensa, y después se centró en la cuestión clave: la fiabilidad de las declaraciones de Hume.

«Pueden pensar que cuando su testimonio es contradictorio con el de otra persona, este último es preferible … » Y mirando al jurado: «Tendrán que enfrentarse a ese dilema.» A las 12,30 del séptimo día de juicio el jurado se retiró a deliberar. Volvieron a la sala a las 15 horas.

«Señor juez, no hemos llegado a una decisión unánime, dijo el portavoz, y dudo mucho que la alcancemos.»

El acusado se puso blanco, esperaba una condena por asesinato. Humphreys dijo que la acusación no pediría un nuevo juicio. Como simple normalidad, se juramentó a un nuevo jurado con la misión expresa de dar un veredicto de inocencia sin asistir a la fase de pruebas ni escuchar testimonio alguno.

Pero Hume seguía enfrentándose a la acusación de complicidad en el asesinato. Se declaró culpable y fue condenado a doce años de prisión. Saludó respetuosamente al juez y fue conducido a los calabozos.

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Trío ficticio

En su «Confesión», publicada en el Sunday Pictorial en junio de 1958, Hume admitía haberse inventado al trío de Mac, Greeny y The Boy. Nunca habían existido tales personajes; los había creado a partir de los tres detectives que dirigieron la investigación policial.

«Mi descripción de Mac estaba basada en el recto y perspicaz comisario Colin MacDougall. Para Greeny me inspiré en el inspector jefe John Jamieson; y The Boy recreaba al sargento detective Sutherland.»

La acusación no interrogó a Hume durante el juicio sobre el origen de estos tres personajes, pero el comisario MacDougall declaró más tarde lo siguiente: «Yo mismo, y los otros dos oficiales de policía, éramos perfectamente conscientes de que Hume se inspiraba en nosotros para darle entidad a los tres caracteres.»

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El testimonio de un perito

Hume fue considerado inocente del asesinato. Este veredicto se debió en gran parte al testimonio de uno de los patólogos más famosos de la época en Gran Bretaña, el doctor Donald Teare. Declaró que las heridas de Setty indicaban que había sido asesinado por más de una persona, y que era poco probable que la víctima hubiera podido ser asesinada y descuartizado sin hacer bastante ruido.

La acusación ya había interrogado al renombrado doctor Francis Camps, quien declaró que Setty fue casi con toda seguridad asesinado por un solo hombre. Pero el testimonio de Teare reforzó la posibilidad de que el asesinato hubiera sido ejecutado por Mac, Greeny y The Boy antes de que llegaran a casa de Hume. Posteriormente, éste confesó que se había inventado toda la historia.

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Testigos de la Defensa

El abogado de Hume consiguió dos testigos que mediante sus declaraciones ayudaron a que el jurado se convenciera de que los tres personajes, Mac, Greeny y The Boy, eran algo más que una pura ficción imaginada por su defendido. Hume no conocía a ninguno de los dos testigos. Cyril Lee, un ex oficial del ejército que fue vecino de Setty en Cambridge Terrace Mews hasta siete meses antes del asesinato, testificó que el vendedor de coches recibía visitas de tipejos que aparentaban ser poco de fiar. Lee declaró que su domicilio se encontraba cerca del garaje de Setty, y que «oí los nombres de Maxie y The Boy».

El segundo testigo, un escritor llamado Douglas Clay, dijo que en París, durante la primavera-verano de 1949 y antes del asesinato de Setty en Londres, se había encontrado con varios miembros de una banda de contrabandistas de coches y armas. Dos de ellos realizaban los trabajos para los que se requerían buenos músculos, y se les conocía como The Boy y Maxie.

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Equipaje abandonado

Al intentar borrar todo rastro del asesinato, Hume se olvidó de una buena cantidad de detalles. Sin embargo, él consideraba que había cometido una sola torpeza, pero grave. Es lo que llamaría más tarde «la extraña y estúpida» forma de esconder un maletín que estaba manchado de sangre. Hume lo dejó en la consigna de equipajes de la estación de Golders Green, cerca de su casa; pero se guardó el resguardo y lo colocó tras los cables del cajetín del teléfono en su piso.

El escritor John Williams, autor de «Hume: Retrato de un Doble Asesino» (1960), dice en su libro que la negativa del asesino a destruir el resguardo, a pesar de saber que la policía terminaría interrogándole al respecto, era una típica imprudencia de este hombre. «La razón le decía que la red le estaba envolviendo por completo, pero se negaba a enfrentarse cara a cara con la verdad.»

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«Niños huérfanos y abandonados»

Los orfanatos de la época de Hume estaban regidos por gente sin la adecuada especialización y compasión. La ilegitimidad condenaba a muchos niños a la miseria. Este triste comienzo, en muchos casos, conllevaba un futuro de los peores imaginables.

A la edad de dos años Hume fue enviado a un orfanato. Era un tiempo en que ser un niño ilegítimo comportaba quedar marcado. Las modificaciones legales de los años veinte llegaron demasiado tarde para Hume. Él era un niño que vivía permanentemente con el miedo de que se descubriera que nunca había conocido a su padre.

Cuando llegó al orfanato aún existía la Sociedad de Niños Huérfanos y Abandonados, fundada en 1881. Su nombre refleja la sensación victoriana de vergüenza que suscitaba esta condición. El cambio en la actitud pública fue tan lento, que la Sociedad no se transformó en un internado para niños desatendidos hasta sesenta y cinco años más tarde. Y sólo en 1943 el gobierno decidió hacer plenamente responsables a las autoridades locales de las madres solteras y sus hijos.

Hasta esa fecha el estigma recaía principalmente sobre el recién nacido y su madre. Tras la Primera Guerra Mundial, el Comité de Investigación Social y Reforma (fundado privadamente) empezó a hacer pesquisas en el campo de la llamada «labor de salvamento» (entiéndase «salvación moral») que se «ofrecía» a las madres solteras y a sus hijos. Se publicó un informe en 1919. En él se llegaba a la conclusión de que la mayor parte de dicha «labor de salvamento» británica se basaba en que «la madre había cometido el más atroz de los crímenes, de forma que la mejor rehabilitación consistía en organizar su vida de modo que pasase la mayor parte del tiempo purgando el «crimen» cometido».

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ATRACOS – ¡Arriba las manos!

Al final, Hume era libre. Tenía una nueva identidad, y un montón de dinero, pero lo despilfarró en poco tiempo. Inspirándose en las películas de gángsters americanas, decidió hacerse rico robando.

El 25 de mayo de 1958 un hombre con gafas y bigote, vestido con un traje azul oscuro, presentó su pasaporte ante el oficial de aduanas del aeropuerto del Ringway, en Manchester. El pasaporte estaba a nombre de Stephen Bird, un ingeniero químico de Mortlake, Surrey. Pero en realidad se trataba de Donald Hume. Volaba a Zúrich, Suiza, por razones de negocios.

El 1 de febrero, justo a los ocho años de ser encarcelado, Hume fue puesto en libertad a las puertas de la prisión de Dartmoor, en Devon. Obtuvo la máxima remisión de sentencia posible, un tercio sobre los doce años. Además, tenía ahorradas 2.000 libras, que la prensa londinense le pagó a cambio de su historia sobre Setty. Hume, contraviniendo las leyes sobre exportación de capitales, llevaba todo el dinero encima al llegar al aeropuerto de Ringway. Ya no estaba atado por ningún lazo familiar. Su mujer, Cynthia, se había divorciado y Tony, su perro, había pasado a mejor vida, lo que le apenó muy especialmente.

Cuando llegó al aeropuerto de Kloten, en Zúrich, estaba, según sus propias palabras, «loco por salir». Tenía dinero. Tenía planes. Y buscaba mujeres. Al cabo de unas semanas se hacía pasar no por el soso Stephen Bird, sino por Johnny Bird, un piloto de pruebas canadiense con base en Montreal, y en seguida encontró una mujer, una peluquera suiza llamada Trudi Sommer.

Pero Hume se dio cuenta de que la vida de Johnny, duro y bebedor, estaba empobreciéndole con rapidez y se le ocurrió una manera de salir de nuevo a flote. «Suiza era justo el sitio indicado para mí», diría más tarde. «Los bancos parecían cosa de niños. El personal era tan amable, tan agradable, tan ingenuo.»

En la última semana de julio de 1958 Hume revisó sus planes. Robaría bancos, sí, pero en otros países. Y utilizaría Suiza como base de operaciones. Voló a Londres. «Si alguien hacía un agujero en un banco allí, nadie me echaría el guante a mí», declaró posteriormente.

Hume se alojó en un hotel de Baker Street y se dedicó a elegir «su» banco: finalmente sería el Midland Bank de la Boston Manor Road, en Brentford.

A las 9 de la mañana del 2 de agosto, Hume depositó sus maletas en la terminal del aeropuerto y se dirigió al banco con un maletín de tela. Tuvo que matar el tiempo durante dos horas jugando con un ajedrez de bolsillo. Después entró en el banco y pidió abrir una cuenta. El cajero le explicó cómo hacerlo, y Hume dijo que les llamaría más tarde.

Faltaba un minuto para las doce del mediodía cuando regresó al banco. Las puertas se cerraban a partir de esa hora para los nuevos clientes. Hume se quedó solo con el personal del banco. Entonces sacó un revólver automático.

«¡Esto es un atraco!» «Y no voy de broma.» Uno de los cajeros, Frank Lewis, le increpó dando grandes voces y Hume le metió una bala en el estómago. «Nadie más saldrá herido si hacen lo que yo diga.» El personal estaba aterrorizado. «Sólo quiero el dinero.» El atracador ató a los otros tres empleados, dos hombres y una mujer. Al cabo de unos minutos había metido en el maletín unas 1.500 libras. Preguntó qué había en las cajas fuertes de la parte trasera, pero le contestaron que sólo contenían libros de contabilidad de empresas.

Hacia las 12,10 salió del banco, avisó por teléfono a un médico, y tomó un tren en la estación de Kew Bridge. A las veinticuatro horas llegaba a Zúrich, vía París, como Stephen Bird.

Trudi Sommer estaba empezando a sospechar que su flamante amiguito era algo más que un simple aviador canadiense. Antes del atraco, Hume le había contado que trabajaba para el servicio de espionaje de los EE.UU., la CIA. Para explicar sus frecuentes viajes le contó a Trudi que ahora también se dedicaba a probar aviones para las Fuerzas Aéreas Americanas en Europa.

En la prensa británica, Hume leyó que el asaltante del banco no había sido relacionado con él. Era un alivio… Pero la información también decía que el ladrón perdió la oportunidad de hacerse con una importante suma de dinero guardada en las cajas fuertes. El personal del banco le había engañado y decidió vengar la afrenta.

Esperó unos tres meses para que se acallara la publicidad que había rodeado el atraco. Después llegó a Londres por tren el 5 de noviembre. Se inscribió en el libro de registro de un hotel de Kensington como Donald Brown. Al día siguiente descubrió que la Midland Bank de Brentford se había trasladado a doscientos metros de su emplazamiento original.

A las 2,58 del 12 de noviembre, justo antes de que cerrasen la sucursal, Hume entró como un rayo. Sacó dos pistolas y repitió su estribillo del cine negro: «¡Esto es un atraco!» Pero el sistema de seguridad había mejorado mucho. El personal del banco se echó al suelo y salió de la sala por una puerta trasera, cerrándola tras de sí.

Hume recogió el dinero que había en los cajones de las ventanillas. Sonó la alarma y salió huyendo. En ese momento, el director, Eric Aires, intentó detenerle y el ladrón abrió fuego sobre él. Al igual que el cajero del primer atraco, se recuperaría lentamente.

Hume se dirigió de nuevo a Kew Bridge intentando mantener la calma. Se topó con dos policías de ronda, pero controló los nervios. Tomó un tren, saltó de él en marcha, y alcanzó finalmente el aeropuerto de Heathrow. Regresó sano y salvo a Zúrich bajo la apariencia de Stephen Bird. El atraco había supuesto unos beneficios de 300 libras.

Durante un tiempo, Hume estuvo rumiando planes en Zúrich. Él y Trudi se habían comprometido. Pero le preocupaba el dinero, y que ella empezase a sospechar de él; un día descubrió una de sus pistolas. Entonces él le dijo que no era un espía americano, sino que trabajaba para los soviéticos.

La mayor parte de diciembre de 1958 Hume estuvo en Canadá. No se sabe bajo qué nombre supuesto. Al regresar a Zúrich llevaba encima 1.700 libras; no obstante, con esa cantidad no resolvería sus problemas financieros y decidió retomar su plan original: atracaría un banco en Suiza.

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En Dartmoor

Hume se hizo popular entre sus compañeros de cárcel. Era respetado como un delincuente veterano, allí obtuvo el grado de respeto que nunca le concedió el mundo exterior. Su experiencia en el manejo de aparatos eléctricos le valió en seguida el mote de «The Fuse» (El fusible o la mecha»). Enseñó a otros reclusos cómo se podía construir un radiorreceptor a base de material eléctrico de desecho y unas cuantas piezas introducidas en la prisión clandestinamente.

Hume recordaba con orgullo que a la «fiesta» que se celebró para celebrar su liberación acudieron «muchos cuyos delitos habían llenado los titulares de los periódicos». El convite se realizó sobre una mesa de ping-pong en la sala de recreo común, e incluyó fruta en almíbar y un gran pastel. El glaseado del pastel representaba una avioneta y un bulto, en recuerdo de los famosos vuelos que realizó sobre el canal de la Mancha. En crema pastelera se podía leer: «Una mecha brillará en breve.»

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De película

La noche antes de su primer atraco al banco Midland, Hume vio una película de gángsters para «tranquilizar los nervios», según dijo después. El grito que empleó en sus robos. «¡Esto es un atraco!», forma parte de la leyenda de los criminales americanos, tal como se refleja en la película Public Enemy, protagonizada por James Cagney.

En 1958, antes de cometer los atracos londinenses, Hume visitó brevemente los EE.UU. Incluso estuvo dándole vueltas a la idea de asaltar una furgoneta blindada que transportaba las pagas de una compañía en Los Angeles. Por una vez las dificultades prácticas le obligaron a olvidarse de semejante plan. Pero su fracaso le reconcomía. Los atracos a los bancos le permitieron vivir en la realidad las escenas de gángsters americanas.

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Los alias

El primer nombre falso de Hume del que se tiene noticia corresponde al piloto del ejército Don Hulme, DFM. En 1949, mientras disfrutaba de unas vacaciones en Torquay, un Cadillac de su propiedad fue empleado en la caravana de coches de la semana de carnaval. Nuestro hombre se sintió muy halagado, y firmó en el libro de registro del hotel como el «capitán D. B, Hulme».

Tras salir de prisión en 1958, Donald Hume se cambió el nombre, esta vez legalmente (constando en las listas electorales), por el de Donald Brown. Poco tiempo después encontró en Somerset House cierta información sobre la identidad de un hombre cuyas características de peso y edad coincidían con las suyas propias: se trataba de John Stephen Bird. Hume, es decir, Brown, falsificó los documentos necesarios para obtener un pasaporte; y después lo utilizó para conseguir el auténtico certificado de defunción de Bird.

Antes de viajar a Suiza aquel mismo año, Donald también se valió temporalmente del alias John L. Lea.

En Suiza se transformó en Johnny Bird, as del aire y espía.

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Sed de venganza

Hume nunca olvidaba ni perdonaba una mala pasada. Estaba resentido a causa del tratamiento recibido de la sociedad; y dispuesto a recuperar lo que el mundo le adeudaba.

Tanto en Inglaterra como en Suiza, los dos escenarios de sus crímenes, Hume fue considerado como una persona cuerda, inteligente, que debía cargar con la responsabilidad de sus ataques de violencia.

En Inglaterra, antes del asesinato de Stanley Setty, sólo fue examinado psicológicamente una vez, por pura rutina. Ocurrió en 1941, mientras se recuperaba de un agudo ataque de meningitis en un hospital. Un especialista dictaminó que la enfermedad había debilitado la capacidad de Hume para adaptarse a entornos y a ideas cambiantes. A los veintiún años aún se encontraba embebido en una serie de actitudes adolescentes, en otras palabras, era un típico caso de inmadurez.

En Suiza, antes del juicio en 1959, fue examinado más a fondo por un notable doctor suizo: el doctor Guggenbuhl-Craig. En su informe decía que Hume no sufría ningún retraso ni daño mental que pudiese afectar su conciencia moral. De la misma manera se decía que no era víctima de alucinaciones o «ideas enloquecedoras». En ambos juicios, el inglés y el suizo, se dejó sentado que el acusado no había planeado con anterioridad los asesinatos de Stanley Setty o Arthur Maag.

No obstante, la capacidad de violencia de Hume creaba a su alrededor una atmósfera que para el especialista suizo era «de tal grado de maldad, que frecuentemente sentía verdaderos escalofríos». En Inglaterra, algunos asistentes al juicio se sintieron más sorprendidos por el hecho de que descuartizara a Setty sobre el suelo de su hogar que por el mismo asesinato.

Los niños ilegítimos sufrían terriblemente en los primeros años de vida, pero en el caso de Hume la displicencia con que le trató su madre también debió jugar un papel esencial en la generación de su rabia hacia el mundo. Siendo una respetada directora de escuela de Basingstoke, Hampshire, prefirió enviar a su hijo a un hospicio antes que aceptar la vergüenza que recaería sobre ella a causa del niño. Y al adoptarlo, pretendía ser su tía.

Hume se enfureció hasta lo más hondo a causa de este engaño. Pero no cambió su idea de que la sociedad «respetable» era en cierto sentido mejor que él mismo. También se enrabietó al verse engañado por el personal del banco Midland en el primer atraco. Como dijo más tarde: «¡Yo creí que la gente que estaba fuera de la prisión decía normalmente la verdad!» Juró vengarse de aquella sucursal porque «nadie le miente a Donald Hume y se queda tan fresco».

Pero de hecho lo hicieron. Las tres ancianas que se hacían pasar por la «gitana verde» le engañaron a él y a los otros chicos del orfanato en repetidas ocasiones, lo mismo que su madre, «la tía Doodie», pero sólo hasta que se empezó a murmurar en el pueblo. De la misma manera le engañaron los directores de cine americanos que convencieron a Hume de que el simple grito de «¡Esto es un atraco!» aterrorizaría a cualquier empleado de banco hasta la médula. Y él no podía soportar que le tomaran por loco o por ingenuo.

En vez de aceptar la idea de que la sociedad «respetable» no era mucho mejor que él, el bastardo, la situación le puso el cerebro al rojo vivo. Resulta curioso observar que los asesinatos de Setty y Maag ocurrieran en lo que se podía considerar barrios acomodados; en un piso confortablemente amueblado del norte de Londres y una tranquila plazoleta suiza. En el ambiente enrarecido de Los Angeles (Hume visitó la ciudad en 1958) le faltaba la motivación para cometer actos delictivos.

No se sabe si la afición por adoptar otras personalidades se inició a causa de los engaños de su madre y las tres ancianas del orfanato, o bien había prendido en su espíritu de forma natural.

Pero mucha gente en Inglaterra sintió algo más que una compasiva admiración por la historia que inventó sobre Mac, Greeny y The Boy. Precisamente porque los tres personajes estaban evidentemente inspirados en los tres policías que llevaron la investigación y por su audacia.

Hume, el descarado: parecía que se complacía en desafiar al tribunal para que desenmascarase sus mentiras, para que diese muestras de su solidez. Desafiar a los cultos y bienhablados abogados para que desvelasen su engaño. Era como si deseara que la sociedad «decente» justificase en la práctica la admiración que sentía por ese calificativo.

*****

EL FUGITIVO – El lance final

El tranquilo ambiente suizo no reconfortaba a Hume. Si vida se deshacía. Al final, una cruel aventura puso fin a la suerte y la multitud, furiosa, le acorraló.

Hume, alias Johnny Bird, entró en la Gewerbebank de la Ramistrasse (centro de Zúrich) en la mañana del viernes 30 de enero de 1959. Había dormido poco la noche anterior y estaba nervioso y fatigado. Llevaba unos pantalones marrones, un jersey azul y una chaqueta gris. Bajo el brazo sujetaba una caja de cartón, que contenía un revólver.

Sin decir palabra, colocó la caja frente a una ventanilla, sobre el mostrador. Metió la mano y disparó la pistola a través de la caja. Uno de los cajeros, Walter Schenkel, cayó herido al suelo. El ladrón, saltó por encima de la reja de la ventanilla y golpeó a otro cajero, Edwin Hug, con la pistola. Pero Schenkel había conseguido apretar el botón de la alarma.

Hume cogió algún dinero suelto y salió corriendo del banco. Un gentío, a cuya cabeza se puso Hug, salió detrás de él para darle caza. Hume se volvió para disparar, pero se le encasquilló el revólver.

Casi sin aliento llegó a una parada de taxis en una plaza, Arthur Maag, un taxista de cincuenta años: se dio cuenta de lo que pasaba e intentó detenerle. Esta vez el revólver funcionó, Maag cayó sobre la acera y murió en cuestión de minutos. Un montón de gente se echó encima del asesino y consiguió desarmarlo y retenerlo. La policía, cuando llegó a la plazoleta, tuvo que proteger a Hume de la ira de la gente.

Durante el primer interrogatorio, el detenido intentó varios trucos para ocultar su identidad. «Divagaba y echaba pestes -declaró-, hice de todo para que no averiguasen que yo era Donald Brown, anteriormente Hume … » A pesar de ello, la policía suiza no tardó en descubrir quién era en realidad, y se puso en contacto con Scotland Yard. Poco a poco, ambas policías completaron el rompecabezas de las andanzas de Hume desde su desaparición en mayo de 1958.

Mientras tanto, en la prisión del distrito, el preso pasaba un examen psicológico con el doctor Guggenbuhl-Craig. El psiquiatra concluyó que estaba cuerdo y sano a efectos legales cuando disparó contra Arthur Maag. Hume no intentó engañar en ningún momento al doctor recurriendo a sus dotes de interpretación. Había perdido las ganas y la fuerza. «Esto es el final del camino para mí… », le dijo al jefe de detectives suizo, Hans Stotz.

El juicio de Hume por la muerte de Arthur Maag se inició el 24 de septiembre de 1959 en Winterthur, unos ocho meses después de su arresto. Duró cinco días. Aparte de la acusación de homicidio, hubo de encarar la de intento de asesinato, robo a mano armada, amenazas contra la vida de terceros y quiebra de las leyes de extranjería suizas.

El acusado declaró al inicio del proceso que aceptaba las inculpaciones hechas por la fiscalía. No obstante, el juicio se vio continuamente interrumpido por los gritos de Hume, que llevaba unos cascos para oír la traducción simultánea realizada por un intérprete. El primer día Hume, vigilado de cerca por dos guardias, se enfadó con el magistrado jefe del proceso, el doctor Hans Gut, y le dijo al intérprete: «Dígale que si quiere hacer un concurso de insultos, le hago pedazos físicamente.» La amenaza no se tradujo.

Según el sistema suizo, el acusado fue interrogado por el magistrado jefe que presidía el proceso, o si no por uno de los jueces, pero no por la fiscalía o la acusación.

«¿Para qué necesitaba usted una pistola?», le preguntó el doctor Gut.

«Me sentía solo», contestó Hume.

El magistrado repasó con Hume sus atracos a bancos en Londres, su vida en Suiza, y sus quehaceres bajo el nombre supuesto de Johnny Bird.

Insistió sobre algo que Hume había dicho ante la policía en Zúrich, poniendo de manifiesto que el robo planeado en Suiza estaba destinado a ser un fracaso.

«¿Por qué lo realizó usted a pesar de pensar de ese modo?», le preguntaron.

«Es difícil de explicar -respondió Hume con aire pensativo-; no quería que mi conciencia me tildase de cobarde.»

En otras ocasiones, el acusado volvió al estilo insolente y grosero. Parte de su antiguo descaro volvió a revivir cuando habló sobre el empleado del banco de dieciséis años de edad, que había dirigido su caza tras el robo. «Ese jovencito, Fitze, merece cualquier recompensa que el banco Midland tenga a bien conceder. Los otros no hicieron más que seguirle … »

Hume no había recurrido a las circunstancias eximentes de responsabilidad disminuida o incapacidad mental. Por tanto, sus abogados defensores poco pudieron hacer por él. El 30 de septiembre el jurado se retiró a deliberar. Al cabo de tres horas le consideraron culpable de todos los cargos. En Suiza no existe la pena de muerte, y fue sentenciado a cadena perpetua y trabajos forzados.

Donald Hume no apeló la sentencia. Mientras bajaba escoltado las escaleras del juzgado, intentó darle una patada a un fotógrafo. Fueron necesarios varios agentes para dominarle y meterle en el coche celular que le conduciría a la prisión.

*****

Solemne despedida

Hume pasó su último día de libertad en la iglesia inglesa de Zúrich. Se había despedido de su amiga Trudi Sommer la tarde del día anterior, perdiéndose después entre la fronda de un parque. Ella no tenía ni idea de lo que planeaba, pero estaba acostumbrada a las idas y venidas de Johnny Bird, piloto de pruebas y espía.

Hume se pasó toda la noche en la iglesia y, la mañana del atraco, se afeitó en la habitación del cura. Su desayuno fue el pan y el vino que iba a utilizarse para consagrar. En la misma iglesia encontró la caja de cartón en la que escondió el revólver que usó durante el atraco.

El magistrado jefe del proceso interrogó a Hume sobre su visita a la iglesia. Esto es lo que Hume le contestó al doctor Hans Gut: «Quizá fue la influencia de Trudi Sommer. Estaba pensando si habría algo de verdad en eso de la religión. Estaba pensando que uno no puede entrar en el paraíso con una pistola en la mano.»

*****

El informe médico

El psiquiatra suizo que examinó a Hume en prisión tras su arresto, dijo que era incapaz de comprender normalmente a la gente y de relacionarse con ella. El doctor Guggenbuhl-Craig presentó un informe al Tribunal que le enjuiciaba. En él decía: «A lo largo de todo el examen sólo mostró rasgos de profunda emoción cuando hablaba de violencia. Cuando empezaba a hablar de esos actos, su cara adoptaba una expresión tan malvada que frecuentemente me dieron escalofríos».

El doctor opinaba que Hume abandonó la prisión en Inglaterra con el mismo rencor con el que había entrado en ella. El psiquiatra decía que el paciente daba muestras de una absoluta falta de sentimientos positivos. «Es incapaz de amar, sólo sabe odiar».

*****

Conclusiones

Hume empezó a cumplir la sentencia con tres meses de aislamiento total en la prisión de Regensdorf. Esta era una de las más duras de Suiza, pero el recluso se ganó una semana de rebaja por su buen comportamiento.

Después permitieron que recibiera visitas de Trudi Sommer. Esta sólo acudió al principio, hasta que fue capaz de rehacer su vida sin él.

Hume se fue haciendo cada vez más truculento dentro de la prisión. Se cuenta que una vez le lanzó canicas a un cura que celebraba un oficio religioso en la cárcel. Se le permitió tener una máquina de escribir, y se dedicó a redactar novelas cortas. Mientras esperaba el juicio había escrito una novela policíaca, pero nunca se publicó.

El comisario Colin MacDougall, que dirigió las pesquisas para capturar al asesino de Stanley Setty en 1949, comentó que supo en todo momento que «Mac» estuvo moldeado por la imaginación de Hume sobre su persona. MacDougall llegaría hasta jefe suplente de Scotland Yard. Se retiró del servicio en 1966.

Las autoridades suizas insistieron ante las británicas para que éstas solicitasen la extradición de Hume y que fuese juzgado por los atracos cometidos en Brentford. Pero los británicos, sabiendo que Hume estaba a buen recaudo en Suiza, se negaron repetidamente.

El 20 de agosto de 1976 las autoridades suizas otorgaron a Hume la remisión del resto de la condena y salió de la prisión, tras haber permanecido en ella dieciséis años. Pero no quedaría en libertad en Suiza. Se le escoltó hasta el aeropuerto y fue trasladado a Inglaterra, donde fue examinado por dos psiquiatras. Acto seguido, y bajo fuerte vigilancia policial, se le condujo a la prisión de Broadmoor, para criminales mentalmente desequilibrados.

*****

Fechas

  • 5-10-49 – Hume lanza al canal de la Mancha dos bultos y cuchillos.
  • 6-10-49 – Hume se deshace del tercer bulto en el canal de la Mancha.
  • 14-10-49 – La familia de Setty ofrece 1.000 libras de recompensa por cualquier información.
  • 21-10-49 – La corriente deposita los restos de Setty en las orillas de Essex.
  • 27-10-49 – Detención de Hume.
  • 28-10-49 – Hume es acusado del asesinato de Setty.
  • 30-10-49 – Hume es puesto en libertad condicional por los magistrados de Bow Street
  • 16-11-49 – Hume es citado a juicio
  • 18-1-50 – Comienza el juicio de Hume, acusado de asesinato en los juzgados de Old Bailéy
  • 19-1-50 – El juez se pone enfermo. Se reinicia el juicio con un nuevo juez y un nuevo jurado.
  • 23-1-50 – Hume empieza a declarar acerca de tres hombres que le visitaron en su piso
  • 25-1-50 – El juez resume la causa.
  • 26-1-50 – El jurado no alcanza un veredicto unánime sobre la culpabilidad de Hume, es condenado a doce años de prisión en calidad de cómplice.
  • 1-2-58 – Hume sale de prisión.
  • 25-5-58 – Hume vuela a Suiza.
  • 5-58 – Se publica la «Confesión» de Hume.
  • 2-8-58 – Hume atraca el banco Midland.
  • 12-11-58 – Segundo atraco al banco Midland. Hume vuelve a Suiza.
  • 30-1-59 – Hume atraca el banco de Zurich, dispara contra el cajero y mata a un taxista
  • 30-1-59 – Hume es detenido y acusado de asesinato
  • 24-9-59 – Comienza el juicio de Hume por asesinato en Winterthur
  • 25-9-59 – Hume admite haber atracado el banco Midland de Londres
  • 30-9-59 – El jurado considera a Hume culpable de asesinato. Es sentenciado a cadena perpetua y trabajos forzados.

 


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