
El Loco Carnicero de Kingsbury Run
- Clasificación: Asesinatos en serie
- Características: Desmembramiento - El Torso fue el primer asesino en serie en ser identificado por una fuerza policial moderna en Estados Unidos
- Número de víctimas: 12
- Fecha del crimen: 1935 - 1938
- Perfil de la víctima: Hombres y mujeres - Elegía a personas en situación de exclusión social sin hacer distinción de sexo o raza
- Método del crimen: Decapitación
- Lugar: Cleveland, Estados Unidos (Ohio)
- Estado: El sospechoso principal de la investigación, un médico llamado Frank E. Sweeney, nunca fue enjuiciado y permaneció en varios hospitales psiquiátricos desde 1938 hasta su fallecimiento en 1965
Índice
El asesino que acabó con el «intocable» Eliot Ness
Miguel A. Delgado – Elespanol.com
28 de agosto de 2016
El 17 de octubre de 1931, Eliot Ness se convirtió en toda una celebridad cuando el mafioso Al Capone fue finalmente condenado a la cárcel por evasión de impuestos. Al frente de sus famosos «intocables», Ness había protagonizado una guerra sin cuartel contra la mafia de Chicago y el formidable negocio ilegal crecido al calor de la Prohibición. Era, sin lugar a dudas, el héroe nacional.
Y como tal llegó en 1935 a Cleveland, ciudad que le había nombrado director de Seguridad Pública, con competencias sobre todos los cuerpos, como la policía, los bomberos o protección civil. Su misión era luchar de nuevo contra el crimen organizado y el juego ilegal, pero se enfrentó con un caso totalmente distinto: el primer asesino en serie de Estados Unidos, que le mantuvo en jaque y acabó con su fama de eficacia, como relata J.M. Mulet en su reciente libro La ciencia en la sombra (Destino).
Los dos primeros cadáveres habían sido encontrados el 23 de septiembre por dos niños. Se trataba de dos hombres, uno de ellos identificado como Edward Andrassy y el otro sin identificar. Ambos, sin brazos ni cabeza y, en el caso del primero, con los órganos genitales también cercenados. La prensa, pues, lo tuvo fácil para bautizar al criminal: el Asesino del Torso (también conocido como el Carnicero Loco de Kingsbury Run, por la zona en la que fueron hallados).
Los crímenes causaron conmoción, pero no fueron los únicos. Hasta doce cadáveres de ambos sexos fueron apareciendo hasta el 16 de agosto de 1938. La mayoría, compartían las características de las decapitaciones (en varios casos, fue ésa la causa de la muerte) y las mutilaciones. Nueve quedaron sin identificar y no se encontró ningún patrón consistente. La angustia se apoderó de una comunidad que aguardaba el hallazgo de nuevos cuerpos.
La presión llevó a Ness a involucrarse personalmente en la investigación. Confundiendo los métodos útiles para desarticular una organización mafiosa con los de caza de un asesino en serie, llegó a ordenar el desmantelamiento e incendio del enorme poblado donde se producían los hallazgos, infraviviendas construidas por el aluvión de trabajadores en paro que habían acudido a la ciudad buscando una oportunidad en plena Gran Depresión, y entre los que el asesino parecía escoger a sus víctimas. Esa intervención fue muy polémica, pero lo cierto fue que terminó con el conteo de víctimas, al menos con el oficial.
En cuanto a la autoría, la policía detuvo a Frank Dolezal, que había sido amante de Florence Polillo, una de las pocas víctimas identificadas. Tras un brutal interrogatorio, acabó confesando el crimen, pero en su relato existían muchas contradicciones que lo hacían poco creíble. El hecho de que apareciera convenientemente ahorcado en su celda antes del juicio, y de que la autopsia desvelase que tenía varias costillas rotas, lo que habría ocurrido durante su custodia policial, hizo que terminara descartándose «post mortem» que fuera el verdadero asesino.
Quien sí estuvo convencido de haber hallado al culpable fue Ness. Una agente a sus órdenes, Virginia Allen, le había llamado la atención sobre Francis Sweeney, un médico con problemas psicóticos que tenía los medios y la capacidad para hacer las trabajosas manipulaciones que sufrían los cuerpos. El problema era que era sobrino de un famoso congresista, y pertenecía a una de las familias más poderosas de Cleveland. Aún así, Ness lo interrogó en una habitación de hotel durante largas sesiones, en las que Sweeney enfrentaba sus preguntas con una media sonrisa y sin responder realmente. Dos pruebas con el polígrafo indicaron que mentía. Cuando Ness llegó a acusarle directamente, él contestó, divertido: «¿De verdad cree que soy el asesino? Entonces, pruébelo».
Ness nunca lo consiguió. Sweeney se autorrecluyó en un psiquiátrico, lo que en la práctica hizo imposible que pudiera ser juzgado, y desde allí se dedicó a martirizar a Ness hasta la muerte de éste, enviándole constantemente postales en las que se burlaba de él por no haber resuelto el caso. Sweeney moriría en 1964. Para muchos, fue el verdadero Asesino del Torso, aunque el caso oficialmente nunca se resolvió, por más que algunos estudiosos hayan adjudicado al misterioso criminal hasta la muerte de Elizabeth Short, la Dalia Negra, por las similares mutilaciones sufridas por ésta.
Ness acabó dejando el puesto en 1942, con el prestigio totalmente arruinado. Cayó en un grave pozo de depresión y alcoholismo, agravado por su fracaso cuando se presentó a alcalde y la pérdida de su trabajo en una empresa de seguridad. Convertido en una sombra de sí mismo, acabó poniendo su vida en forma de libro. Los intocables se convirtió, en 1957, en un sensacional best seller que acabaría trayendo consigo exitosas adaptaciones televisivas y cinematográficas. Ness nunca llegó a verlo: murió al poco de editarse por un infarto; tenía sólo 54 años.
El asesino de los torsos
Asfria.blogspot.com.es
23 de marzo de 2015
Los años treinta del pasado siglo fueron muy duros para la ciudad de Cleveland, con altos niveles de corrupción en los órganos gubernamentales, fruto de la gran depresión y los problemas contraídos a causa de la Ley seca y su posterior abolición, por lo cual las mafias campaban a sus anchas y se dedicaron a nuevas formas de obtener recursos a través del juego y la explotación de los sectores más marginales de la población. Para colmo de sus males, durante más de seis años, la urbe albergó además una serie de crímenes terroríficos. El 5 septiembre de 1934, se encontró junto a la orilla del lago Erie el cuerpo desmembrado de una mujer sin identificar, a la que denominaron «La mujer del lago». Un año después, el 23 de septiembre de 1935, dos jóvenes encontraron los restos de un hombre en una colina cerca de Kingsbury Run, cerca de un centro neurálgico de ferrocarriles. Al cuerpo le faltaba la cabeza y los órganos genitales. Cerca del lugar, la policía halló otro cuerpo en un alto grado de descomposión sin cabeza. A unos 20 metros de este cadáver se encontraba la cabeza del anterior. Sólamente se pudo identificar uno de los cuerpos, que pertenecía a Edward Andrassy, un delincuente habitual.
El alcalde Harold Burton, ante la alarma creada y la impotencia de no tener ni una pista sobre el autor de dichos crímenes, puso toda su confianza para resolver la situación en manos del recién nombrado Director de Seguridad Pública de Cleveland, Eliot Ness, que ganó gran reputación por haber encarcelado al mismísimo Al Capone. Ness siguió con la ardua tarea de limpiar los órganos policiales de agentes corruptos y perseguir el juego ilegal, iniciada años atrás cuando se le encargó el caso de Capone, ya que creía fervientemente que no se podía combatir el crimen con policías corruptos. En dos años, varios agentes y oficiales fueron despedidos, retirados o trasladados a otros destinos, aunque al no prosperar las investigaciones tomó el mando del caso.
El 26 de enero de 1936, un hombre encontró dos grandes bolsas que contenían un brazo descuartizado, dos muslos y parte del torso de una mujer. En la investigación se econtró una huella en la nieve, al lado de las bolsas, y en el interior de estas plumas de pollo y restos de carbón. Por las huellas dactilares se pudo identificar a la mujer. Se trataba de Flo Polillo, una prostituta; pero nada más, los indicios no mostraron ningún dato revelador.
El 5 de junio de 1936 de hallaron los restos de un joven, otra vez en Kingsbury Run, al que llamaron «el hombre tatuado», ya que nuevamente no consiguieron identificarle. Un testigo vio a un Sedan negro por las inmediaciones poco antes de ser descubierto el cadáver.
El 10 de septiembre de 1936 apareció otra víctima decapitada y nuevamente, sin identidad. Esta vez, otro testigo afirmó haber visto una furgoneta de color verde de la marca Ford.
El 23 de febrero de 1937, el torso superior de una mujer en el lago Erie, en el mismo lugar que la primera víctima.
El 5 de junio de 1937 los restos de una mujer negra aparecieron en una bolsa, y dentro de ella un periódico de fecha 5 de junio de 1936, justamente un año antes cuando se hallaron los restos de «el hombre tatuado».
El jefe de investigación criminal de la policía de Cleveland, Moe Delist no soportó más la presión y abandonó el caso, incluso la ciudad.
Hasta la fecha, todas las víctimas eran personas marginales, principalmente vagabundos y prostitutas, pero el «modus operandi» y la elección de las víctimas cambió en el siguiente crimen. Se encontró el torso de una mujer cuyas manos presentaban una manicura implecable y además las amputaciones habían sido hechas de forma diferente a las demás víctimas, ya que la disección de miembros presentaba cortes hechos con algún instrumento aserrado o mal afilado, además el corazón había sido sacado de la caja torácica.
El 3 de marzo de 1938 apareció otro torso y otra vez fue visto un turismo negro en las inmediaciones.
Cuatro días después, otro torso más y varios miembros amputados, entre ellos un pie de una mujer negra, con restos de morfina en su interior, además de seis cabellos largos rubios pegados a la extremidad y la cabeza había sido arrancada de forma manual.
Ness creó un perfil: podía ser un hombre rubio, diestro, fuerte, con conocimientos de cirugía, por el modo de desmembrar los cuerpos y la forma en que eran movidos de lugar, y que debía tener algún lugar oculto para efectuar los atroces crímenes y posteriores desmembramientos. La policía registró cualquier sótano, cuarto, guarida o lugar sospechoso, pero no se encontró nada.
Las sospechas recayeron entonces en Francis E. Sweeney, hijo de una familia acomodada de Cleveland, y pariente de un congresista, que frecuentaba el suburbio de Kingsbury; era médico y que padecía de brotes psicóticos. Ness le realizó la prueba del polígrafo, la cual no superó, aunque antes de que pudiera ser arrestado ingresó voluntariamente en un centro psiquíatrico y debido a su estado mental, legalmente no podía ser procesado.
Unos meses más tarde, en agosto de 1938 dos torsos más fueron encontrados en un descampado, a dos manzanas de la oficina de Ness, como si el criminal se estuviera burlando de él.
Se incrementó la presión sobre Ness, y sin importarle ya los medios empleados, ordenó quemar las chabolas de Kingsbury Run y detener a cualquier vagabundo que concurriera la zona.
En julio de 1939 se arrestó a Frank Dosel, un alcohólico conflictivo que frecuentaba los suburbios. Al parecer, la tortura policial le obligó a firmar una confesión. Un mes después fue encontrado ahorcado en su celda.
De repente los asesinatos cesaron pero en 1940 se hallaron tres cadáveres más correspondientes a dos hombres y una mujer en el interior de unos furgones, en un desguace de Pensylvania. Los cuerpos aparecieron decapitados y habían permanecido bastante tiempo en el lugar.
El declive de Eliot Ness
Ness se vio obligado a cerrar el caso sin hallar un culpable. La reputación de Ness cayó en picado y le afectó profundamente. Quiso hacerse un hueco en la vida política y se presentó a la alcaldía de Cleveland en 1947, pero no salió elegido.
Ironías del destino acabó alcoholizado, y pudo sentir cómo en un lapso corto de tiempo lamió tanto la miel del éxito como la hiel del fracaso.
Murió en 1957, a los 54 años de edad, víctima de un infarto.
«El Asesino del Torso»
Grotesqueandarabesque.blogspot.com.es
16 de noviembre de 2013
Los duros años 30, en Estados Unidos, son uno de los pasajes más controversiales de la historia moderna. El nacimiento de La Mafia, la corrupción policial, el desempleo y la pobreza, marcaron a toda una nación. Sólo un defensor desinteresado como Eliot Ness, podía devolver la fe en el pueblo. Su constante lucha contra la corrupción y La Mafia, lo convirtieron en una leyenda; pero tuvo el infortunio de cruzarse en el camino de un astuto y sádico psicópata que no cometía sus crímenes por dinero ni poder; sino por placer. Ness estaba lejos de entender los motivos de un asesino en serie, y su desesperación por resolver el caso terminó por destrozarlo moral y psicológicamente.
Los años de La Gran Depresión marcaron a Estados Unidos. No sólo la moral estaba baja, sino también los niveles de empleo. Los criminales se encontraban en cada esquina; pero los que más abundaban, eran los vagabundos. Hombres con historias familiares inconclusas, contando sus penurias en los callejones húmedos y pestilentes de Cleveland, al borde de una fogata improvisada, abrigándose con tapas de cartón o bien escondiéndose en los vagones de trenes que circundaban la zona de Kingsbury Run. El escenario parecía propicio para todo tipo de ladrones u homicidas; pero aun así la policía no estaba lista para lo que se le venía encima.
En 1934, se encontró la parte superior del torso desnudo y mutilado de una mujer no identificada a la cual, además, le faltaba la cabeza. El cadáver mostraba señales de haber sido conservado durante algún tiempo en cal viva o quemada con alguna sustancia. Días después aparecería la parte baja del abdomen, cercenada a la altura de las rodillas. La data del cuerpo parecía de unos 3 o 4 meses. A pesar del espanto que provocó el descubrimiento, no pasó a ser más que un macabro crimen, intrascendente a esas alturas, en donde los asesinatos de La Mafia concentraban el interés popular y acaparaban las primeras planas de los periódicos. No fue hasta el 23 de septiembre de 1935 que el caso tomó notoriedad.
Dos niños jugaban cerca de una pendiente llamada Jackass Hill hasta que, en el fondo de ésta, divisaron algo extraño. Decidieron bajar a investigar, y fue entonces cuando encontraron un cadáver sin su cabeza y en avanzado estado de putrefacción. Cuando llegaron los investigadores, supieron que el asunto se pondría feo, pues no había un cuerpo; sino dos, ambos decapitados. Los cadáveres estaban sobre la hierba, desnudos; aunque uno de ellos llevaba puestos unos calcetines negros. Las cabezas aparecerían enterradas por separado y, cerca de una de éstas, se encontraron los penes cercenados de ambos cuerpos. Los investigadores notaron que no había mucha sangre. Los cuerpos parecían haber sido lavados y drenados, para borrar cualquier evidencia.
Uno de los cuerpos había sido parcialmente quemado con alguna suerte de ácido o aceite corrosivo. Además de estar decapitado, se le había extraído el pene y uno de sus testículos. Tenía entre 40 y 45 años de edad, y llevaba unos 10 días descomponiéndose. Lo que llamó la atención, fue que el sujeto había sido asesinado por medio de la decapitación, método tremendamente complejo y poco común por aquellos años.
El más joven de los cuerpos (el segundo hallado ese día), parecía llevar menos tiempo ahí. Cuando se analizó el cadáver, se descubrió que los músculos del cuello estaban tensionados, lo que indicaba que el hombre había sido decapitado vivo y consciente, con varios golpes de cuchillo. Se descubrió que ambos tenían quemaduras en sus muñecas, debido al forcejeo y roce con cuerdas, con las cuales habrían sido atados antes de ser cruelmente decapitados.
Hasta ese momento, el hallazgo de estos dos cuerpos no se había ligado a los restos femeninos encontrados a orillas del lago, un año antes, los cuales también parecían haber sido preservados en alguna extraña sustancia que dejaba la piel dura y quemada. Con los años, el primer caso sería recordado como el de «La Dama del Lago» o «La Víctima Cero», pues la policía siempre se negó a vincularlo con el «Asesino del Torso».
Uno de los cuerpos fue identificado como Edward A. Andrassy, un hombre de 28 años y muy atractivo; pero de mala fama. Andrassy solía meterse en demasiados líos. Se juntaba con amigos de dudosa reputación, en barrios conflictivos y peligrosos. Solía intoxicarse, beber y tener problemas con la policía. Durante los últimos meses que se le vio con vida, aseguraba haber apuñalado a un italiano y que La Mafia lo estaba buscando para ajustar cuentas. Su propia madre declararía haber presenciado las amenazas de un hombre que prometió matarlo por haberse acostado con su esposa. Andrassy era un hombre al cual muchos querían ver muerto; pero esto parecía ir mucho más allá de un simple ajuste de cuentas. La policía trazó un mapa de su desaparición; pero la huella se perdía y no serviría de mucho a la investigación.
Una de las primeras declaraciones, aseguraba que ambos hombres (las víctimas) debían de conocerse. Que habían sido engañados y secuestrados. Alguien los habría matado por encargo. Primero, al hombre de 40 o 45 años. Después de esto, lo habría sumergido en una suerte de aceite corrosivo o cal, hasta encontrar y matar a Andrassy. Después de lavarlos, los habría llevado al Jackass Hill, donde enterró las cabezas, cortó sus penes y dejó un balde con sangre coagulada y algunos cabellos de las víctimas. La historia parecía coherente hasta la parte del secuestro; pues desde ese punto en adelante, se volvía sumamente inverosímil.
En 1935, toma el poder de la alcaldía de la ciudad de Cleveland el republicano Harold Burton. Con la promesa de combatir la corrupción y el crimen, nombra al joven Eliot Ness como Director de Seguridad Pública. Ness ya había tenido éxito rotundo al limpiar las calles de Chicago de mafiosos, tahúres y criminales, incluido el mismísimo Al Capone. La fama de Eliot Ness lo precedía; pero como hizo su labor de forma tan exitosa, quedó desempleado. Aceptó este nuevo cargo con el fin de seguir su faena; pero lidiar con mafiosos y matones no era lo mismo que atrapar a un psicópata que comete asesinatos sexuales.
El joven Eliot, demostró ser muy diligente en su cargo, capturando a varios mafiosos y manejándose con destreza en su cargo. Pero a los pocos meses de su nombramiento, aparecería un nuevo cuerpo salvajemente desmembrado, el 26 de enero de 1936. Los restos fueron hallados dentro de una cesta, cubiertos con papel de diario. Algunos testigos lo habían confundido con chuletas de cerdo, pues estaban cerca de una carnicería, en medio de la nieve. Era el cuerpo de una mujer; sin embargo la cabeza no pudo ser encontrada. Gracias a las huellas dactilares se reconoció el cuerpo como el de Florence Polillo, una mujer de 42 años que tenía registro de arresto por haber ejercido la prostitución en Chicago, varios años antes. Otras partes del cuerpo de Florence (a excepción de la cabeza) fueron halladas detrás de una casa abandonada. Los músculos del cuello mostraban, nuevamente, que la mujer había sido decapitada mientras estaba viva y consciente.
Días después, dos niños iban de pesca al río Kingsbury Run. Uno de ellos encontró un pantalón que envolvía algo, debajo de un arbusto. Cuando lo abrió, salió rodando por el piso una cabeza humana. Los niños, horrorizados, avisaron a sus padres, y éstos a la policía. Al día siguiente, el cuerpo desnudo del hombre aparecía casi en frente del departamento de policía de ferrocarriles. Era evidente que el asesino estaba burlándose de la policía, que nada podía hacer ante aquellos brutales crímenes.
El hombre encontrado no parecía ser un vagabundo. Lucía afeitado, bien alimentado y tenía varios tatuajes que hicieron suponer que había sido marino. También se encontró su ropa cerca del lugar, y parecía casi nueva. A pesar de que se difundieron fotografías de su rostro, se señalaron los tatuajes en un diagrama, e incluso se realizó una réplica del rostro del hombre en cartón (como una suerte de máscara), nadie pudo reconocerlo, y fue bautizado en los anales del crimen como «Tatooed Man». El cuerpo, al igual que los anteriores, había sido lavado y desangrado, sin dejar huellas. Cuando la autopsia reveló que el hombre había sido decapitado en vida, la prensa dio el grito de alerta. Un asesino en serie rondaba Kingsbury Run, y no tenía un perfil de víctima en particular. Hombres y mujeres corrían peligro. El asesino no tenía predilección por nadie, y sus crímenes iban en aumento. Eliot Ness decidió intervenir en el caso, pues con este último hallazgo, el terror y los rumores comenzaron a sofocar la ciudad. ¿Sería capaz, el legendario Eliot Ness, de detener a este monstruo?
Los periódicos ya lo habían bautizado como «El Asesino del Torso», pues amputaba cabeza, piernas y brazos a sus víctimas. Lo cierto era que, hasta el momento, se habían identificado ciertas pistas que no hablaban más que del modus operandi. Si bien decapitaba siempre a sus víctimas, no a todas las desmembraba completamente. A los hombres los decapitaba, cortaba sus penes y dejaba sus cuerpos sin otras mutilaciones. En cambio a las mujeres, además de decapitarlas, las cortaba en pedazos. Brazos, piernas, manos… todo quedaba diseminado. Mientras Ness discutía con especialistas para verificar si, efectivamente, se trataba del mismo asesino, David Cowles, jefe del laboratorio de delincuencia, le aseguró a Ness que no entendía por qué el homicida desmembraba de forma distinta a hombres y mujeres; pero que, sin duda, se trataba del mismo asesino y no dos como se había empezado a barajar. Por su lado, Ness no quería involucrarse en la cacería de un criminal desquiciado que eliminaba a personas desconocidas. Ness quería limpiar las calles de la corrupción y La Mafia. Pero las órdenes eran claras. Eliot Ness debía detener al asesino como fuera.
El hallazgo de un nuevo cadáver decapitado y cercenado alertó a la policía. El cuerpo estaba parcialmente desmembrado, con la palabra «Nazi» escrita con cortes de cuchillo en el cuerpo. La policía dictaminó que no se trataba del mismo homicida; sino de un imitador.
El 22 de julio de 1936, otro cuerpo decapitado aparecía en Big Creek, al lado sudoeste de la ciudad. Una adolescente de 17 años se topó con el cuerpo desnudo de un hombre pequeño, de unos 40 años de edad, que yacía en un barranco. La cabeza apareció a varios metros, envuelta en los pantalones de la víctima. No logró ser identificado debido a su avanzado estado de putrefacción y el actuar de insectos, roedores y gusanos que consumían el cadáver. Durante los peritajes, los especialistas descubrieron que el hombre había sido asesinado dos o tres meses antes; sin embargo, esta vez había rasgos de sangre, y mucha. El suelo, bajo el cuerpo, estaba lleno de sangre seca, lo que indicaba que había sido decapitado en ese mismo lugar, algo que no coincidía con los anteriores asesinatos cometidos por el «Torso Slayer»; pero que, sin embargo, podía tomarse como una excepción nada más, pues el hombre había sido decapitado vivo, la inusual e innegable firma del «Asesino del Torso».
Los medios de comunicación, comenzaron a hacer referencia a los antiguos «Barba Azul» (estrechamente relacionados con lo que hoy conocemos como «Asesino Serial»), señalando que la seguidilla de asesinatos sin un motivo en particular, se asimilaban al actuar y la trascendencia del clásico «Jack el Destripador» o el distinguido Henry [Henri] Desiré Landrú; pero a niveles mucho más grotescos. Por ese entonces, crímenes como estos, eran vistos en Europa. Ni la policía, ni el mismo Eliot Ness, estaban habituados a la presencia de un asesino serial.
El 10 de septiembre, un vagabundo divisó el torso de un hombre flotando en las estancadas aguas de una cloaca. La multitud se acercó, sedienta de morbo, al ver que la policía trataba de recuperar los trozos humanos de las pantanosas aguas. En la rivera, se encontró una camisa azul empapada en sangre. Se buscaron las manos y la cabeza, con el fin de identificar a la víctima; pero no se encontró nada. Eliot Ness decidió tomar el caso. No podía seguir evitándolo ni delegar responsabilidades. Se siguió a cada enfermo mental, homosexual travestido, doctor, cazador y carnicero de la ciudad. Pero, hilando más fino, también se sospechaba de cada persona que tuviera horarios inusuales, llevara consigo alguna navaja o transportara paquetes sospechosos en mitad de la noche.
La policía mandó a varios agentes a hacerse pasar por mendigos e incluso homosexuales, que frecuentaban los ambientes de las víctimas que lograron identificarse; pero fue inútil. El The Cleveland News ofreció 1.000 dólares por cualquier dato que ayudara a atrapar al asesino. Una cantidad bastante considerable para aquellos años; sin embargo no se logró llegar a nada.
Obviamente, no era coincidencia que el asesino no dejara pista alguna en el escenario de los crímenes. Parecía ser que el «loco homicida» no estaba tan loco como parecía, y más bien era un psicópata muy listo, tanto o más que los detectives que lo perseguían.
Eliot Ness sabía que estaba contra el tiempo y que este criminal no era ordinario. Se reunió con patólogos, el forense que había practicado la mayoría de las autopsias de las víctimas del «Asesino del Torso», el juez Pearce, entre otros involucrados en el caso. Se concluyó que la cantidad de víctimas era de seis, y decidieron excluir a «La Dama del Lago» en el caso del «Mad Butcher of Kingsbury Run», otro de los tantos alias que «El Asesino del Torso» había recibido.
El homicida, para empezar, debía ser un hombre de gran corpulencia física como para eliminar y decapitar a hombres y mujeres por igual; además de cargar los cadáveres a lugares alejados. Seguramente se escondía en algún lugar para realizar las decapitaciones con más tranquilidad. Quizá una clínica, un matadero o una casa grande, sin vecinos curiosos.
Otro de los aspectos que llamó la atención, fue el innecesario riesgo que corría el asesino al dejar algunos cadáveres en lugares cercanos al departamento de policía. Parecía estar burlándose de sus perseguidores con cada temerario acto que cometía.
Se interrogó a al menos 10 mil de sospechosos. Desde un tipo llamado «Doctor Voodoo», pasando por un gigante maniático que vagaba por las calles de Kingsbury Run con un enorme cuchillo en la mano, hasta un tipo apodado «Chicken Freak», que acostumbraba pagarle a prostitutas para que se desnudaran y decapitaran pollos, mientras él se masturbaba.
El 23 de febrero de 1937, aparecía otro torso partido en dos, flotando en la playa, en el mismo lugar donde se encontró el cuerpo de «La Dama del Lago» en 1934. Parecía ser que el asesino quería recordarles que ese crimen también era de él. Que sus víctimas ahora eran ocho, y no siete como aseguraba la policía. A pesar de las coincidencias, la policía confirmó que el cadáver correspondía a la séptima víctima del «Asesino del Torso». Un detalle grotesco y que llamó la atención a la policía, fue la tela del bolsillo de un pantalón que el asesino introdujo en el ano de su víctima. Jamás se logró dar con la cabeza ni con las piernas y brazos de ese cuerpo.
A pesar de la nula experiencia en este tipo de casos, Eliot Ness sabía que los titulares amarillistas respecto a las matanzas, sólo seguían alimentando el ego retorcido del homicida; por lo que instó a los periodistas a no dar tanto énfasis a las noticias relacionadas con el asesino; pero pedir eso era como solicitar una baja en las ventas.
El 6 de junio de 1937, un adolescente descubrió parte del esqueleto podrido de una mujer de baja estatura, dentro de una bolsa de arpillera en un pequeño dique de piedra. El cadáver parecía haber estado ahí por lo menos un año. Se hallaron el torso, parte de las piernas y la cabeza. Estaba parcialmente envuelto en periódicos, algo que también caracterizaba al asesino que, al parecer, envolvía partes de los cuerpos con diarios comprados el mismo día de los asesinatos. El estado del cuerpo era irreconocible. Sólo se supo que se traba de una mujer de color, y que las vértebras destrozadas acusaban una violenta decapitación. Los periódicos y la policía no tardaron en reconocer, en éste, el octavo caso ligado al «Asesino del Torso».
La existencia de un asesino en serie suelto en la ciudad se convertía en un dolor de cabeza, y un nuevo hallazgo volvió a remecer a Kingsbury Run. El torso decapitado y los muslos de un hombre aparecían flotando en el río Coyahoga. La muerte del sujeto se debía a la decapitación, la indudable firma del homicida; sin embargo el «Torso Slayer» volvía a renovar su repertorio de sadismo. Esta vez había sacado los intestinos y el corazón de la víctima.
Por lo general, los asesinos en serie poseen un patrón de ataque. El asesinato es un ritual, y este asesino siempre empleaba el mismo método para eliminar a sus víctimas, la decapitación. La selección de una víctima, en el caso de los asesinos organizados, es esencial para la gratificación sexual. El «Asesino del Torso» no mostraba una clara preferencia por hombres o mujeres. Tampoco tenía reparos en asesinar a un hombre blanco, y la próxima vez, a una mujer negra. No existía un perfil de víctima definido, lo que lo hacía aun más peligroso e impredecible.
Eliot Ness se dedicó a detener maleantes menores y contener revueltas durante 1937. Intentaba mantenerse alejado del caso del «Mad Butcher». Uno de los pocos movimientos que hizo al respecto, fue el pedirle a los medios que no difundieran tanta información sobre los crímenes. Sabía que la popularidad alcanzada por el asesino, lo motivaba a seguir cometiendo crímenes. También sabía que, quizá, al ver que no llamaba tanto la atención, el homicida sería más osado la próxima vez, y que ese sería el momento de atraparlo. Pero 1937 pasó, sin que se hallaran más cuerpos.
El jefe del laboratorio de delincuencia, David Cowles, seguía la investigación del «Mad Butcher», tercamente, mientras Eliot Ness parecía alejarse del caso. Cowles era muy tenaz. Dentro de su investigación, apuntó el nombre de un tal Dr. Francis Edward Sweeney, un hombre alto, corpulento, con tendencia bisexual, alcohólico, sicótico y violento, el cual viajaba constantemente por Ohio.
Francis había tenido una triste infancia. Sus padres habían muerto cuando él era muy pequeño; pero eso no le impidió terminar sus estudios. Se graduó como cirujano y se casó, formando una bella familia y teniendo dos hijos. Con el tiempo, la presión, el exceso de trabajo y una tendencia hereditaria hacia el alcoholismo, comenzaron a mermar la conciencia de Francis. Había dejado de ser la persona preocupada y amable. Su alcoholismo lo había consumido, y en dos años su matrimonio se desvaneció debido a su constante estado de embriaguez, trato abusivo, golpizas y abuso sexual para con su propia esposa. La separación, coincide exactamente con la aparición de «La Dama del Lago», lo cual no fue un detalle menor a la hora en que Cowles comenzó a perfilar su sospechoso. También consiguió un alta médico de la Primera Guerra Mundial, en donde se daba cuenta de una grave lesión que Sweeney habría sufrido en una batalla.
Cowles había recorrido la infancia de Sweeney, y descubrió que, durante su niñez, Francis solía recorrer los caminos y quebradas de Kingbury Run. También sabía que por su profesión, no habría tenido problemas en realizar el tipo de mutilaciones relacionadas con el «Torso Slayer», sobre todo la decapitación. También su tendencia bisexual podría explicar que las víctimas fueran hombres y mujeres. La gran envergadura del doctor Sweeney, explicaría además el cómo podría haber transportado por lugares poco accesibles los cadáveres encontrados.
Cowles decidió elaborar un plan de seguimiento sobre el Dr. Sweeney. Esta labor sería llevaba a cabo por el joven policía Thomas Whalen. Sin embargo, Sweeney lo descubrió de inmediato. El hombre era brillante; pero hacía gala de un sentido del humor muy retorcido. Se burlaba constantemente de Whalen, el cual debía seguirlo sin importar qué ocurriese. En una ocasión, Whalen siguió a Sweeney hasta un lúgubre bar en donde sólo asistían hombres de raza negra. Ambos estaban sentados en los extremos del mesón, siendo escrutados con sorpresa y resentimiento por los cientos de ladrones y asesinos de color que había en el lugar. Whalen estaba muy nervioso; mientras Sweeney se limitaba a observarlo y mandarle jarrones de cervezas con el mesero.
El homicida volvía a aparecer en primera plana, tras el hallazgo de otro cuerpo desmembrado dentro de un saco. El cadáver pertenecía a una mujer, posiblemente prostituta. No se encontraron las manos, ni tampoco la cabeza. Evidentemente, el asesino no quería que se identificara a sus víctimas. No podía ser una coincidencia que casi todas sus víctimas no pudieran ser reconocidas. El asesino tenía el suficiente cuidado de escoger a personas relativamente ignoradas por la comunidad. Un homicida frío y calculador era lo que menos necesitaba Eliot Ness en su pueblo.
La policía no lograba entender los motivos del asesino, y en realidad estaba muy lejos de hacerlo. En aquellos años, no se sabía mucho sobre este tipo de criminales. Se trató de resolver el caso de la forma convencional, pensando que si descubrían la identidad de las víctimas, podría hallar algo que las ligara al homicida. Pero este tipo de homicidas prácticamente nunca conoce a su víctima. Era un asesino muy inteligente y precavido como para ser descubierto.
Dos nuevos cuerpos se hallaron en un vertedero. Ambos estaban en avanzado estado de descomposición. Esta vez, el homicida, no había cortado las manos ni las cabezas. Un cambio radical en su actuar. Partes de uno de los cuerpos se conservaban bien, e incluso llegaron a rescatar sus huellas digitales. Sin embargo su registro no aparecía en la fuente de datos.
Nuevamente la policía se quedaba sin pistas. Aun no estaban muy de acuerdo sobre si este hallazgo correspondía a un nuevo actuar del «Mad Butcher» o no; pero a la gente de Cleveland ya no le importaba mucho. Estaban aterrados, pues la situación era insostenible. Querían una respuesta y a un culpable tras las rejas, para poder dormir tranquilos.
El 18 de agosto de 1938, dos días después del hallazgo, Eliot Ness tomó una drástica decisión. Durante meses había eludido la responsabilidad de encabezar las investigaciones respecto al caso del «Asesino del Torso». La presión fue tal, que decidió recorrer los bosques de Kingsbury Run, sacando de sus chozas a todos los mendigos, en busca de pruebas incriminatorias. Se aseguró de dejar registro de sus huellas digitales, antes de dejarlos en libertad. Como si fuese poco, en una medida desesperada y sin sentido, incendió todas las chabolas, dejando a los vagos sin un lugar donde cobijarse.
La prensa criticaría duramente el actuar de Ness. Todo el mundo se estaba dando cuenta que su proceder, era el de un hombre desesperado.
En su abatida búsqueda, Eliot Ness debió acudir a su último estandarte: David Cowles. Cowles no sólo había seguido de cerca el caso; sino que, incluso, tenía a un sospechoso, el excéntrico Dr. Sweeney. Bajo mucha presión y con exclusivo cuidado, Ness buscó someter a un interrogatorio a Francis Sweeney. Uno de los problemas principales, era que el Dr. Sweeney era familiar de un famoso político de la época. Cualquier alerta que Sweeney diera a su hermano, seguramente cerraría toda opción de seguir con el interrogatorio. Curiosamente, el doctor se mostró ansioso de ser interrogado y durante las entrevistas, se dedicó a burlarse de la situación y nunca fue muy claro en sus respuestas.
Los especialistas estaban seguros de que Sweeney era un inteligente psicópata con tendencia esquizoide; pero eso no lo hacía responsable de los 12 asesinatos que se le adjudicaban al afamado «Torso Slayer».
Ness solicitó hablar a solas con el Dr. Sweeney. El hombre, de tamaño descomunal, logró amedrentar de tal forma a Eliot Ness, que este mismo le contaría a su mujer, años más tarde, que nunca se había asustado tanto al interrogar a un sospechoso. El doctor estaba vestido de punta en blanco, bien peinado y denotaba una gran educación. Ni la misma policía podía creer que ese fuera su sospechoso número uno.
El joven Ness había entrado a la habitación. Se sentó en la cama, frente a Sweeney y le dijo que pensaba que él era el asesino. El hombre se acercó de manera amenazadora y se posó a pocos centímetros de Ness, el cual se había armado de valor, a duras penas, ante el enorme Sweeney. «¿De verdad cree que soy el asesino? Entonces pruébelo». Ness se levantó, asustado y llamó a sus compañeros; pero ya no estaban en la sala contigua. Sweeney sonrió complacido «Parece que todos se fueron a almorzar».
A pesar de que Ness estaba seguro de que el Dr. Sweeney era el «Mad Butcher», no existían pruebas. Mientras tanto, el extraño doctor se autoexilió en varias instituciones mentales, a la vez que los problemas con el alcohol y su esquizofrenia aumentaban. Era imposible no imaginar que Sweeney se había regocijado con el hecho de encarar al propio Ness; pero que tampoco quería pasar el resto de su vida en la cárcel.
Los asesinatos se detuvieron en 1938, y la policía no logró resolver los crímenes del «Asesino del Torso». Por su parte, Eliot Ness jamás pudo sobreponerse a la decepción de no haber podido atrapar al asesino, el cual según varios, debía de ser el Dr. Sweeney. Por su parte, Francis Sweeney se dedicó a enviarle burlescas postales a Ness, desde el sanatorio, las que terminaron por obsesionarlo y sumirlo en una depresión de la que nunca logró sobreponerse.
Los homicidios siguieron siendo investigados, e incluso se les llegó a ligar con el caso de «La Dalia Negra», pero la racha asesina se había detenido en 1938… o al menos se dio a entender eso por los medios. El asesino había dejado de matar en Kingsbury Run y no pudo ser apresado. Años después, apareciera otro sospechoso, pero nunca se le logró ligar, satisfactoriamente, a los doce crímenes cometidos por el «Asesino del Torso».
Actualmente, en el Museo de la Policía de Cleveland, se exponen algunas de las máscaras mortuorias realizadas para la identificación de las víctimas del sádico psicópata. Se cree que siguió activo incluso hasta 1950, y la cifra total de asesinatos podría elevarse a más de 40.
Los asesinatos canónicos de El Torso
Datos extraídos del libro «Perfiles criminales» (Ariel, 2011) de Vicente Garrido
- Desconocido 1. Hallado el 23 de septiembre de 1935 en Jackass Hill, en la zona de Kingsbury Run. El informe de la autopsia determinó que había sido decapitado. La cabeza se pudo recuperar. El asesinato ocurrió entre agosto y septiembre de 1935.
- Edward W. Andrassy. Hallado el 23 de septiembre de 1935 en Jackass Hill. Se encontró a nueve metros de la víctima anterior. La cabeza también se recuperó. El asesinato se cometió en septiembre de 1935.
- Florence Genevieve Polillo. Hallada el 26 de enero de 1936 en Downtown de Cleveland, entre la 2315 y la 2325. Fue decapitada y la cabeza nunca se halló. Asesinato: enero de 1936.
- Desconocido 2, «El hombre tatuado». Hallado el 5 de junio de 1936 en Kingsbury Run. La víctima fue decapitada mientras estaba con vida. Se recuperó la cabeza. Asesinato: junio de 1936.
- Desconocido 3. Hallado el 22 de julio de 1936 en la zona de Brooklyn, Big Creek, al oeste de Cleveland. La víctima fue desmembrada mientras estaba con vida. Se recuperó su cabeza. Fue la única en la zona oeste. Asesinato: mayo de 1936.
- Desconocido 4. Hallado el 10 de septiembre de 1936 en Kingsbury Run. Sólo se encontró la mitad del torso. No quedaba nada a partir de la cadera. Nunca se encontró la cabeza. Asesinato: septiembre de 1936.
- Desconocida 5. Hallada el 23 de febrero de 1937 en la playa de Euclid en el lago Erie. El cuerpo se encontró en el mismo lugar que la «Dama del lago», crimen no canónico. Nunca se halló la cabeza. Asesinato: febrero de 1937.
- Desconocida 6. Hallada el 6 de junio de 1937 debajo del puente de Lorain Carnegie. La única víctima negra. Fue decapitada y le faltaba una costilla. Se recuperó la cabeza. Asesinato: junio de 1936.
- Desconocido 7. Hallado el 6 de julio de 1937 en el río Cuyahoga, Cleveland Flats. Se recuperó el cuerpo, pero no la cabeza. Asesinato: julio de 1937.
- Desconocida 8. Hallada el 8 de abril de 1938 en el río Cuyahoga, Cleveland Flats. El cuerpo estaba desmembrado. No se recuperaron los brazos ni la cabeza. Asesinato: abril de 1938.
- Desconocida 9. Hallada el 16 de agosto de 1938 en la calle 9 Oeste, en el vertedero de la orilla del lago. El cuerpo estaba troceado. Se encontró la cabeza. Asesinato: entre febrero y abril de 1938.
- Desconocido 10. Hallado el 16 de agosto de 1938 en la calle 9 Oeste, en el vertedero de la orilla del lago. Se encontró al mismo tiempo que la víctima anterior. Fue decapitado. La cabeza se encontró dentro de una lata. Asesinato: entre noviembre de 1937 y enero de 1938.