
- Clasificación: Asesinato
- Características: Lucha sindical - El presidente de la patronal de Ferrol fue asesinado durante un cierre patronal
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 15 de julio de 1921
- Fecha de detención: 16 de julio de 1921
- Perfil de la víctima: El joven presidente de la patronal de Ferrol, Nicasio Pérez Moreno, consignatario de buques, contratista y suministrador de carbones y propietario de la empresa de automóviles El Noroeste
- Método del crimen: Arma de fuego. Recibió 4 disparos, uno, en la pierna derecha; otro, en la parte alta del tórax; otro, en el muslo derecho, y el último en la espalda
- Lugar: Ferrol, A Coruña, España
- Estado: Fueron juzgados Nicasio López Fidalgo, obrero de la Constructora Naval; Celestino Cordero, obrero en paro, y Antonio Oroso Fraguela, cargador de muelle y uno de los dirigentes de la huelga, secretario contador del Sindicato. Se dictó orden de detención contra José Salido, pero no pudo ser localizado. Pasaron menos de 6 años en prisión al salir libres con la amnistía de la Segunda República en 1934
Índice
Asesinato del presidente de la patronal (el asesinato de Nicasio Pérez Moreno)
Carlos Fernández
21 de noviembre de 2017
Las agitaciones sociales de comienzo de los años veinte tuvieron su manifestación más acusada en la huelga obrera. Ésta era contestada con el cierre patronal, que venía a ser algo así como una advertencia de quién era el que tenía el verdadero poder, que no era otro que el que proporcionaba la propiedad de la empresa y, consiguientemente, del dinero.
La ciudad de Ferrol no podía ser menos en esta sucesión de conflictos y a comienzos del verano de 1921, la patronal mantenía su cierre como reacción a una huelga de obreros portuarios que se negaban a carbonear a los pesqueros a cualquier hora del día o de la noche. La patronal quiso coger obreros de fuera y los del muelle les hicieron el boicot.
A las veladas amenazas le sucedieron las directas. Primero fueron verbales, siendo uno de los destinatarios el joven presidente de dicha patronal, Nicasio Pérez Moreno, consignatario de buques, contratista y suministrador de carbones y propietario de la empresa de automóviles El Noroeste. Enterada de ello y como el conflicto iba enrareciéndose por momentos, la Policía destinó a un agente, Gregorio Beato, para que siguiese al señor Pérez Moreno a una discreta distancia. Ello, sin embargo, no iba a impedir la catástrofe.
Era el 15 de julio de 1921, víspera del Carmen. Un mes de julio criminalmente peligroso, pues en él habían ocurrido algunos de los más famosos crímenes gallegos: el de la Herradura, en Santiago, y el de la Alemana, en A Coruña. Ahora le tocaba a Ferrol.
Nicasio Pérez Moreno, como muchas otras tardes, había ido con su esposa, Antonia Rodríguez, a la sesión de tarde-noche del Teatro Jofre. Esta vez iba acompañado de sus hermanas políticas. Se representaba el juguete cómico Mi sobrino Fernando por la compañía de Loreto Prado. A la salida se dirigió a la calle Real, que estaba animadísima, dando un paseo hasta su domicilio. El policía, señor Beato, los seguía a una distancia prudencial.
Al pasar frente al palacio de Capitanía General, en el espacio comprendido entre la esquina de la calle de San Francisco y los jardines de Capitanía, de una forma rápida, se le acercaron seis desconocidos y le hicieron varios disparos. Nicasio cayó al suelo mortalmente herido, ante los gritos desgarradores de su esposa y la sorpresa del policía que le antecedía a distancia y que realizó varios disparos que no pudieron alcanzar a los autores, los cuales huyeron en dos grupos de tres hacia la plaza del marqués de Amboage.
Varias personas acudieron al lugar, no muy transitado a dicha hora, al oír las detonaciones. Se le colocó en una silla y se dispusieron a llevarlo a la Casa de Socorro. Cuando iban a la altura de la farmacia del señor Barreiro, alcanzó al grupo el coche del Capitán General del Departamento y en él fue trasladado a la Casa de Socorro, acompañado de los doctores Meirás y Pedrosa y su hermano político.
En la Casa de Socorro vieron que el señor Pérez Moreno tenía cuatro heridas: una en la pierna derecha, otra en la parte alta del tórax, otra en el muslo derecho y la cuarta en la espalda. En la cabeza presentaba una gran herida que se la había hecho al caer tras recibir los disparos.
Desde el primer momento se ve la gravedad. El capellán de la parroquia del Carmen le administra los auxilios espirituales. Los auxilios médicos se los prestan, junto con los ya citados Meirás y Pedrosa, los doctores Pubull, Pardo, Baliña, Gallego y Casares, así como los practicantes señores Rodríguez y Castro, además del propio director de la Casa de Socorro, señor Latorre.
Pero poco se puede hacer por la vida del señor Pérez Moreno, que se marcha a chorros. El prestigioso doctor santiagués Baltar es llamado en los primeros momentos para que se traslade a Ferrol, pero poco después de la medianoche se le vuelve a llamar para decirle que el presidente de la patronal acababa de morir.
La conmoción que el hecho causa en Ferrol es enorme. Los periódicos agotan sus ediciones. La Asociación Patronal, en asamblea celebrada a primeras horas de la mañana, acuerda un cierre general del comercio durante tres días en señal de protesta por el asesinato y celebrar una manifestación pública que se dirigirá a la Central de Telégrafos a fin de depositar un telegrama dirigido al Gobernador Civil de la provincia condenando el asesinato.
El entierro se celebra a las seis de la tarde y constituye una gran manifestación de duelo, presidiéndola el gobernador civil, señor Argüelles, y el Ayuntamiento de la ciudad en Corporación.
La víctima era hijo del difunto senador y diputado a Cortes Nicasio Pérez y sobrino del también diputado señor Moreno.
Un detalle premonitor del asesinato lo había constituido el que en la mañana del día 15, el joven consignatario había recibido un anónimo dándole una cita para por la tarde en el alto del Castaño.
Se le decía en el anónimo que fuese en automóvil completamente solo. El señor Pérez Moreno no acudió, aunque envió como emisarios a dos amigos suyos, que estuvieron esperando algún tiempo en dicho alto y no encontraron a nadie.
Las primeras acciones de la Guardia Civil no se hacen esperar. En automóvil salieron varias parejas por las distintas carreteras que parten de Ferrol, a fin de impedir que los autores del hecho pudieran escapar. Asimismo, se telegrafió a las cuatro provincias gallegas para que se movilizasen ante la posible presencia en sus demarcaciones de tales autores.
A última hora del 16 se hallaban detenidos tres personas, una de ellas peluquero, mientras se practicaban en Ferrol varios registros domiciliarios.
Entre los vecinos que declararon ante el juez del sumario instruido, destaca el de una señora, que vivía en la calle de la Magdalena esquina al paseo de Herrera, que manifestó que al oír los disparos se asomó a la ventana, viendo entonces huir por el citado paseo a cuatro hombres, tres de ellos muy jóvenes, que no pudo identificar.
Finalmente serían detenidos Nicasio López Fidalgo, obrero de la Constructora Naval; Celestino Cordero, obrero en paro, y Antonio Oroso Fraguela, cargador de muelle y uno de los dirigentes de la huelga, secretario contador del sindicato. También iba a ser detenido, pero no pudo ser localizado, José Salido.
El juicio
El 15 de diciembre de 1924 comienza el juicio en la Audiencia de A Coruña. La expectación es importante, tanto por la gravedad de las penas –tres penas de muerte– como por comparecer personas muy conocidas de Ferrol. Ello congrega a numeroso público en los pasillos de la Audiencia, que hacen mil y un comentario sobre los hechos a juzgar.
El duelo que se avecina es entre la acusación privada y la defensa. Por la primera el joven abogado madrileño señor Banet, que viene precedido de justa fama como promesa del Foro. Por la segunda, el ex alcalde de A Coruña, Gerardo Abad Conde, persona de gran predicamento en los medios obreros y que intentará presentar el hecho como un asesinato político.
El Tribunal de Derecho lo preside el señor Pintos Reino y está constituido por los señores Freire Marquina, Vieites, Martínez Santiso y Villacastín. Representa al ministerio fiscal el señor Gayoso.
Comienza el juicio con las conclusiones provisionales del fiscal. Para él los hechos son constitutivos de un delito de asesinato previsto y penado en el artículo 418, siendo responsables los procesados Celestino Cordero, Nicasio López Fidalgo y Antonio Oroso Fraguela (en rebeldía José Salido) por participación voluntaria y directa en la ejecución. La pena pedida es de cadena perpetua para los tres. El acusador privado sienta los mismos hechos, pero difiere en la petición de pena que, como ya dijimos, es de muerte para los tres. La responsabilidad civil se fija en 20.000 pesetas.
Recurso desestimado
Se desestima un recurso de Abad Conde para que se tenga por desistido a la acusación privada. Comienzan a continuación a declarar los procesados, siendo el primero Celestino Cordero. Dice que el día de autos estaba enfermo del estómago, por lo que tuvo que purgarse. Por ello no salió de su casa hasta avanzada la tarde, en que tuvo que llevar una herramienta a casa de una hermana.
A las ocho y media fue a buscar a su novia, Antonia Novo, que trabajaba en el obrador de Cándida Teijeiro en la calle de la Iglesia. Esperó un momento y salió poco después acompañado de Antonia y Encarnación López. Se dirigió a casa de María Fernández, que se fue con ellos.
A las diez de la noche dejó a Antonia en el portal de su casa, llegando a las diez y cuarto a la suya. Se produce este diálogo con el fiscal.
–¿Qué traje llevaba usted puesto? ¿Calzaba alpargatas?
– El traje es este mismo que llevo. No tengo otro. Calzaba botas.
–¿Es cierto que usted, en una época en que estuvo preso, dijo a un recluso que cuando volviese a la cárcel sería por algo sonado?
–No, señor.
–Usted a varias mujeres les dijo que no las volvería a ver. ¿Es verdad?
–No, señor.
–¿Era usted cargador de muelle?
–No.
Pregunta el acusador privado:
–¿Estaba usted sin trabajo el 15 de julio?
–Sí.
–¿Recuerda haberse dirigido a las ocho y media al Cantón?
–No, no he ido.
Pregunta la defensa:
–¿A qué distancia se encontraba usted cuando salió e iba en compañía de Antonia Novo y de sus amigos del sitio donde murió don Nicasio Pérez?
–A un cuarto de hora o veinte minutos aproximadamente.
–¿Perteneció usted a alguna sociedad obrera?
–Sí; en el año 14 pertenecí a una. Después ingresé en otra que no tenía nada que ver con la de cargadores del muelle.
–¿Es usted sindicalista? ¿Partidario de métodos violentos?
–No, señor.
–La hermana de la víctima, ¿era hermana de leche suya?
–Sí, señor, por eso lamenté su muerte.
Comparece a continuación Nicasio López Fidalgo. Dice que el 15 de julio de 1921 salió a las doce de trabajar de la Constructora y que después de comer tuvo un ataque de tos, quedándose en casa hasta las nueve menos cuarto en que fue al Cantón con objeto de comprar unas postales para felicitar a unos amigos, encontrándose con un grupo de gente que decía que habían matado a don Nicasio.
–¿No estuvo usted junto a la Capitanía?
–No.
–¿No pasó por allí?
–No, porque no lo necesitaba para ir a mi casa.
–¿El grupo que comentaba la muerte de don Nicasio, estaba cerca del lugar del suceso?
–No.
–¿Qué traje llevaba usted puesto?
–Uno verdoso, boina y botas.
–¿Conocía usted a don Nicasio? ¿Era usted anarquista? ¿Pensó en formar un grupo anarquista? ¿Escribió algo en el periódico Luz y vida?
–No.Pregunta el acusador privado:
–Cuando usted salió a las nueve menos cuarto de su casa, ¿quién estaba en casa?
–Una costurera: la Betanceira.
–¿No estuvo usted tocando la bandurria con un amigo?
–No.
–¿No estuvo usted en la Sociedad Mercantil esa tarde?
–No.
–Al llegar a casa, su hermana y su madre le preguntaron si había matado al señor Pérez Moreno, ¿verdad?
–No.
–¿No habló al llegar a su casa con la Betanceira del asesinato?
–No.
Pregunta la defensa:
–¿Estaba usted asociado en algún sindicato?
–Sí, en el Metalúrgico.
–¿Tenían ustedes algo que ver con los huelguistas?
–No.
–¿Conocía usted a don Nicasio?
–Personalmente no, pero oí decir que era muy bueno.
–¿Cree usted que su detención obedeció a tener algún libro exaltado?
–Sí, aunque también los tenía religiosos.
Comparece seguidamente Antonio Oroso Fraguela.
–¿Por dónde anduvo usted en la tarde del 15 de julio?
–A las siete me marché para casa porque me encontraba enfermo.
–¿Era usted cargador del muelle y huelguista?
–Sí.
–¿Sabía usted si había una colla vieja y otra nueva?
–No. Lo ignoro.
–¿Pero usted había oído que don Nicasio trataba de organizar una?
–Oí algo de eso.
–¿Era usted miembro de la directiva de la colla vieja?
–Sí.
–¿Por qué se declararon ustedes en huelga?
–Nosotros no la declaramos.
–¿Fue un paro acordado por los patronos y principalmente por don Nicasio?
–No lo sé, ni lo oí siquiera.
–¿Cuándo se enteró usted de la muerte de D. Nicasio?
–A las dos de la mañana. Cuando nos detuvieron.
Pregunta el acusador privado:
–¿Por qué tiró usted una botella con balas en la huerta de los señores de Zelada?
–Yo no tiré nada.
–¿Por qué se entrenó usted durante un año, tirando al blanco?
–No señor. Yo no me entrené nunca.
–¿Usted puede correr?
–No, por mi padecimiento.
–¿Tomaron ustedes en el sindicato algún acuerdo de violencia?
–Nunca.
–¿Tiene usted odio a la iglesia católica?
–No, aunque soy ateo.
Continúan los interrogatorios
Continúa la prueba testifical, declarando Josefa López Fernández, vecina de Oroso, que dijo no haber guardado éste una caja con cápsulas de revólver, pero tres meses antes del asesinato; Argimiro Sánchez, que vio a Oroso en la casa de los Mártires a las ocho y media de la noche del día de autos, tomando luego una dirección contraria a Capitanía.

La Capitanía General de Ferrol en 1924.
Carmen Fidalgo, madre del procesado Nicasio, dice que el día 15 de julio su hijo estaba en casa a las diez menos cuarto de la noche. Niega que en una ocasión, delante de unas lavanderas hubiese dicho que con cuatro como su hijo, le volaban la cabeza a don Nicasio. Pero Concepción González López, que declara a continuación, asegura que el comentario era cierto y que ella se lo había oído a Carmen Fidalgo en los días de la huelga. No obstante, cree que Nicasio era buen chico e incapaz de matar.
Josefa Pol, que estaba en la citada reunión lavandera, no oyó dicha amenaza de Carmen.
Importante declaración es la de Gregorio Beato, el policía de escolta de don Nicasio. Dice que al oír los disparos, tres de ellos seguidos, vio correr a dos individuos a los que persiguió. Cree que ninguno de ellos eran los procesados. «Al menos no lo parecen», añadió.
Carmen Fraga, la Betanceira, es la costurera que el 15 de julio estuvo trabajando en casa de Nicasio López. Dice que éste y un amigo estuvieron tocando la bandurria, saliendo por la tarde y regresando a eso de las diez y cuarto. Se solicita un careo entre la testigo y Nicasio por entender que había contradicción en sus declaraciones. En el careo se ponen de acuerdo.
Otro testigo importante es Antonia Novo, novia del procesado Cordero. Trabaja en un obrador de la calle de la Iglesia. Dice que salió con su amiga Encarnación y Cordero. Fueron a su casa, donde dejó algunos objetos que llevaba, y después a la de María Fernández. María salió con ellos y al regreso dejaron a Encarnación en su casa, y los tres restantes fueron a casa de la testigo. Habló allí durante un momento con su novio, y se despidieron, marchándose él a eso de las diez y cuarto. Se enteró por su madre de la muerte de don Nicasio. Encarnación López se manifiesta en los mismos términos que Antonia.
Francisca Rodríguez y Rosario Bermúdez comparecen a continuación y manifiestan que en el jardín próximo a Capitanía vieron a dos sujetos que les dijeron: «¡Busca, busca!». Ellas, amedrentadas, huyeron y no pudieron precisar quienes eran, aunque uno de ellos se parecía algo a Cordero. Aquél llevaba un traje de mahón y zapatillas blancas.
El martes 16 comienza la segunda sesión con la lectura por parte del secretario de las declaraciones de dos testigos propuestos por el fiscal que no habían comparecido. Uno de ellos es Bernardo Moreno. Manifiesta que trabajando en la huerta del señor Zelada, lindante con la casa del procesado Oroso, encontró enterrado en la finca una botella que contenía cápsulas de bala, haciendo entrega de ellas a la Policía. El otro testigo es Antonia Cabelos. Dice que estando en su habitación, vio correr por el lado de casas de numeración impar. Iban tan de prisa que la declarante notó como tomaban aliento. La testigo les preguntó: «¿Están jugando al escondite?», pero no contestaron nada. Al pasar por la casa número 5, tiraron las gorras en el portal y siguieron huyendo hasta que la declarante los perdió de vista. Le pareció ver que uno de ellos era Celestino Cordero. Este no llevaba impermeable. Poco después se entera de que habían matado a don Nicasio.
El testigo de cargo
El testigo clave de la sesión es la viuda del asesinado, Antonia Rodríguez y Rodríguez. Viste de luto riguroso y su semblante denota tranquilidad. Comienza interrogándola el acusador privado.
–¿Acostumbraba usted a volver con su marido por la calle Real?
–Sí, siempre.
–¿A qué hora se retiraban ustedes a su casa?
–Generalmente a las nueve. Sin embargo, como en esta ocasión había una compañía en el teatro, desde hacía días regresábamos a las nueve y media.
–¿Puede usted decirnos qué parte del trayecto que recorrían era la menos frecuentada?
–Precisamente en donde ocurrió la agresión.
–¿Cómo iban ustedes colocados en el paseo?
–Mi marido venía en medio, a su izquierda iba yo y, a la derecha, mi hermana María.
–¿Sospechaba su marido que sería agredido?
–No, precisamente íbamos hablando de cosas intranscendentes.
–¿Su marido pudo prevenirse para repeler la agresión?
–No, al sonar los disparos cayó inmediatamente al suelo.
–¿Sabe usted cuántos eran los agresores?
–Eran seis y estaban a muy corta distancia de nosotros.
–¿Qué hicieron los agresores después de efectuar los disparos?
–Se dividieron en dos grupos de tres. Uno huyo hacia la calle de San Diego perseguido por el policía de vigilancia. Y el otro se marchó por el paseo de Herrera, tirándose por un terraplén. Yo intenté perseguirlos, gritando y pidiendo auxilio.
–¿Reconocería usted a los que disparaban? Mire usted a los procesados y diga si algunos de ellos eran de los que huían perseguidos por usted.
Los procesados se ponen de pie. Es un momento de gran tensión. La testigo los mira con insistencia, pide que se vuelvan de espaldas y, tras unos segundos de suspende, dice:
–Al que está sentado delante [es Oroso] no lo vi. A los otros dos [Cordero y López Fidalgo], los reconozco. Estaban en el grupo que huía por el paseo de Herrera.
–¿Está usted plenamente segura? ¿Puede asegurarlo sin vacilaciones?
–Sí.
Un murmullo de admiración se propaga por la sala, mientras los acusados dan muestras de gran nerviosismo.
Interviene la defensa
Continúa el interrogatorio, en c el que se produce la intervención de la defensa.
–¿Puede usted decimos de dónde salieron los grupos que agredieron a su marido?
–Tres salieron de un portal. Otros tres, detrás de la balaustrada y éstos pasaron por mi izquierda. Entre estos tres iban dos de los procesados y otro que no reconozco.
–¿Conocía usted a Cordero y lo vio frecuentemente en su casa por ser hermano de leche de su cuñada?
–Yo no lo vi, y no me enteré de ese detalle hasta después de la muerte de mi marido.
–¿Qué traje vestían los dos procesados que usted cree reconocer?
–Por la oscuridad que había no puedo precisarlo. Pero desde luego vi que llevaban trajes oscuros y que calzaban botas con suelas de goma.
–¿Por qué sabe usted que la suela era de goma?
–Porque no oí ruido ninguno de pasos.
–¿En qué situación estaban los dos agresores? ¿Dispararon todos?
–Los seis tenían las manos levantadas, aunque no puedo precisar lo que en ellas tenían. ¡Pero son detalles penosos éstos!
–Lo reconozco señora. Pero el deber nos obliga a molestarla para esclarecer los hechos. ¿Sabe usted si su marido recibió algún anónimo?
–No me enteré de ello hasta que después de muerto se lo sacaron del bolsillo.
–¿Llevaba armas su marido?
–Sí, una pistola.
–¿Cuántos disparos oyó usted a los agresores?
–Creo que ocho o nueve.
Comparece a continuación María Rodríguez, hermana de la viuda de Nicasio Pérez. La mayor parte de sus declaraciones en la escenificación del asesinato son iguales que la de su hermana, variando en el número de atacantes, que ella supone de tres o cuatro.
El momento clave es la identificación.
–¿Podría usted reconocer entre los procesados a algunos de los agresores?
Tras examinarlos con detenimiento, declara:
–Sí, reconozco a ese que tiene el traje azul [es Cordero].
–¿Vio usted disparar a varios?
–Sí, pero no recuerdo con exactitud el número, como tampoco me fijé. Sí, todos empuñaban revólver.
–¿Recuerda si en la rueda de presos que se celebró en la cárcel reconoció usted a Cordero?
–Sí.
–¿Sabe usted cómo estaban vestidos los agresores?
– No.
–¿Cómo puede usted saber que era Cordero uno de los agresores? ¿Por qué señas lo distinguió usted?
–No lo sé. En la agresión lo vi durante un momento, de frente y de espalda.
–Por último, ¿tiene usted la completa seguridad de que Cordero era uno de los agresores?
–Sí.
Comparece a continuación Ceferino Talegán, agente de vigilancia el 15 de julio, que estaba cerca de la cárcel y vio pasar a Cordero, que iba de prisa, aunque sin correr, en dirección a Esteiro, con un impermeable en la mano, sobre las ocho de la tarde.
A ruego del defensor, declaran otra vez los procesados. Destaca Celestino Cordero, que recuerda cómo se efectuó el reconocimiento en la cárcel.
–Estaba ya formada la rueda por varios presos en el patio, cuando bajamos Nicasio López y yo, de tal forma que al bajar todos nos veían.
El juez preguntó al jefe de la prisión delante de la viuda de don Nicasio y de su hermana, si estábamos en la rueda Nicasio y yo. Pasado el tiempo me llamaron y me hicieron separar dos pasos de los demás presos, y aun en esas condiciones, al principio, las señoras indicadas no me reconocieron.
Otro testigo, Ramón Campos, que estaba en el momento de la agresión frente a las puertas de Capitanía e iba en dirección al muelle de Curuxeiras, dijo que los que huyeron por la calle de san Diego eran más altos que los procesados.
El guardia municipal, José Bouza, no cree que los procesados sean los autores del asesinato. Otros testigos, como Elena Rodríguez y Federico Valinaga, niegan que en casa del procesado en rebeldía, José Salido, se hubiesen reunido los otros procesados y niega también que hubiesen encontrado un revólver.
También intervienen Carmen Cortigas, madre de Salido; Rodrigo Núñez de la Fuente, oficial de Marina, y Juan Antonio Gil, que no aportan nada nuevo al conocimiento de los hechos.
En la sesión de tarde se lee la prueba documental. En uno de los folios leídos se contiene la declaración de la víctima. Dice que yendo con su esposa y con su cuñada y ya próximos a su casa, se sintió herido por disparos que le hicieron por la espalda. El día antes de la agresión había recibido un anónimo. Supone autor de él a algún individuo de la colla vieja del puerto.
En otro folio, Antonia Casclas Castro, en una diligencia de reconocimiento señaló en los individuos que corrían después de hechos los disparos a Nicasio López que iba en unión de Cordero.
Llegados a las conclusiones definitivas, el ministerio fiscal retira la acusación para Antonio Oroso, pidiendo cadena perpetua para los otros dos. El acusador privado eleva a definitivas sus conclusiones, siendo considerado el hecho como un delito de asesinato con alevosía, premeditación, nocturnidad y abuso de superioridad, o sea, tres penas de muerte.
La defensa solicita la absolución de sus patrocinados.
Habla el fiscal
La sesión del miércoles 17 empieza con el informe del fiscal Sr. Gayoso.
Dice éste que se trata de una causa que despierta pasión. No es –señala– un crimen social, sino antisocial, porque constituye un atentado a la vida de la sociedad, a lo que ésta significa.
Luego se vuelve lírico y dice:
–Sucede con este hecho lo que con el río. Cuando el río refleja la realidad es cuando las aguas están tranquilas. Pero cuando el viento las mueve, cuando ruedan por las cascadas, las figuras que ellas reflejan no tienen valor representativo, aunque el río se muestre muy bello, muy hermoso, con su corriente, con su espuma… Debemos, pues, ver las pasiones a nuestro alrededor, pero no deben de entrar en nosotros.
Dice que retiró la acusación contra Oroso no porque abrigase la convicción de que no había tenido participación en el atentado, sino porque no se había demostrado esa participación plenamente en el sumario. La retirada de la acusación era de «justicia moral».
Sobre los otros acusados hay pruebas muy serias para mantener la acusación con convicción y con seguridad de conciencia.
Afirma que los acusados no sólo eran conocidos por sus ideas exaltadas y por pertenecer a un sindicato, sino que se encontraron en su poder armas, municiones y folletos incitadores de violencia.
Cree que la agresión tuvo que partir de la colla vieja del puerto, dado que a don Nicasio se le atribuía la idea de constituir otra nueva. Considera a la víctima como el prototipo del patrón cristiano y, aunque no lo fuera, ello no justifica un asesinato como el padecido.
Interviene el acusador privado
A las once y media comienza su informe el acusador privado. El joven abogado madrileño Banet es la estrella del juicio. De verbo florido, pero en su justo límite, dicción perfecta y movimiento apropiado del gesto. Lo tiene todo a su favor, desde el público hasta las pruebas, especialmente el testimonio de cargo de la viuda de don Nicasio. Representa, además, al orden establecido, a la sociedad burguesa, a la religión.
Comienza justificando por qué la Sociedad Patronal actuó en este proceso, afirmando que se constituyó en Ferrol para oponerse al movimiento obrero que promovía muchas veces huelgas injustas que afectaban a la producción y que en un plazo no muy lejano podían paralizar la industria nacional.
Resalta la figura de don Nicasio Pérez Moreno y dice que no era el hombre que se oponía a las reivindicaciones legítimas de la clase obrera, mencionando que en un congreso de patronos celebrado en Vigo el mismo año de 1921, él había mantenido el criterio de hacer la mayor cantidad posible de concesiones al obrero.
Expone Banet los orígenes del conflicto, causa más o menos remota del hecho. Los pesqueros, debido a las faenas de captura, entraban y salían a las horas más intempestivas y la Sociedad de carbones se veía en la obligación de servirle el carbón a dichas horas. Fue entonces cuando los obreros que trabajaban en dicho servicio pidieron que se les pagasen las horas extraordinarias que a ello dedicaban. Pero si la Sociedad Carbonera accedía a ello, su fracaso económico sería grande, pues debido a dicha irregularidad de horarios habría que pagarle dos jornales a cada obrero. Surge entonces la idea de crear una plantilla fija con un sueldo fijo a quien no se tuviera que pagar horas extras. La Sociedad Carbonera le expuso el plan a los obreros y éstos le declararon el boicot. Fue entonces cuando la compañía trajo un equipo de Marín.
Era –para el abogado– una imposición injusta de la clase trabajadora. Y en esta situación se llegó al 15 de julio.
Analiza Banet las declaraciones de los procesados y de sus familiares y las califica de contradictorias. Examina lo dicho por la viuda de don Nicasio y por su hermana, haciendo notar que en ellas no hay señal de apasionamiento, por otro lado comprensible.
Menciona más adelante a las escuelas italianas, clásica y modernas, señalando algunos de sus caracteres, creyendo indispensable la condena para que estos crímenes sociales no se repitan, añadiendo:
–Así como Jesucristo, al ser misericordioso por excelencia, necesita arrojar del templo a latigazos a gente que no era digna de estar en él, así la sociedad debe arrojar de su seno a aquellos de los suyos que sean peligrosos, que ataquen a la vida de los demás.
Termina su oración pidiendo la pena de muerte para los procesados.
Habla la defensa
A primera hora de la tarde comienza hablar el abogado defensor, Sr. Abad Conde. Dado que según las declaraciones de la viuda de D. Nicasio y su hermana, la intervención en el crimen de sus patrocinados parece clara, a Abad sólo le queda como escapatoria aludir a la injusta desigualdad social que induce a los obreros a utilizar desesperadamente la violencia.
Cree Abad Conde que los atentados no son una enfermedad de Ferrol, ni siquiera de la provincia de A Coruña, donde apenas se dan casos como el que ahora se trata de obreros contra patronos. Se extiende en consideraciones acerca del movimiento social. Habla de la declaración prestada por D. Nicasio después de ser herido y hace resaltar la importancia que tiene, porque el Sr. Pérez Moreno, conocedor de la gente que le rodeaba, instantes antes de exhalar el último suspiro, no habla de agresor determinado y únicamente insinúa la sospecha de que los que lo hicieron pertenecieran a la colla vieja, a donde no pertenecían sus defendidos.
Se lamenta Abad de que el acusador privado haya basado la casi totalidad de su informe en el sumario. Cita sentencias del Supremo que estima pertinentes y manifiesta que para desvirtuar el informe de la acusación tiene que seguir el plan que ella adoptó.
Combate manifestaciones basadas en rumores públicos, exponiendo las injusticias a que dan lugar, citando ejemplos de causas célebres en que hubo inocentes que por el rumor público subieron al cadalso. Cree que los testigos de cargo han podido equivocarse.
Finaliza diciendo Abad Conde que hay que rehabilitar al obrero, que es un mandato de los nuevos tiempos, bien sea con doctrinas sociales o religiosas. Que la miseria es caldo de cultivo de la violencia, pues «el que nada tiene, nada pierde». Pide para sus patrocinados la libre absolución.
La sentencia
El sábado 20 de diciembre se hace pública la sentencia, que resulta conforme con la petición fiscal. Los dos considerandos más importantes son el segundo y el tercero.
Dice el segundo que la alevosía se halla determinada por la sorpresa y modo de realizar la agresión por haber tenido lugar la misma al amparo de la noche y por el número de agresiones, elementos que unidos entre sí, imposibilitaron la defensa de la víctima, haciendo inútiles las previsiones que para su resguardo estaban dispuestas.
Dice el tercero: «Considerando que una vez estimado que la alevosía está determinada en este caso por todos los indicados elementos, no hay forma ni es procedente dar a la nocturnidad ni el abuso de superioridad de los agresores la eficacia de circunstancias agravantes distintas, según en casos análogos ha declarado el Supremo».
En el cuarto considerando se manifiesta que no es de estimar la concurrencia de premeditación, porque no está probado hecho alguno de suficiente eficacia que aclare perfectamente que ha existido en el hecho de autos.
El quinto se refiere a la responsabilidad civil y el último, relacionado únicamente con Antonio Oroso. Se determina que no hay prueba suficiente en contra de éste para dictar una sentencia condenatoria.
La parte dispositivo dice así:
«Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los procesados, Celestino Cordero Gómez y Nicasio López Fidalgo, como autores del delito de que se hizo mérito con la pena de cadena perpetua, con las accesorias de interdicción civil; a que mancomunada y solidariamente abonen a los herederos de D. Nicasio Pérez Moreno, por vía de interdicción civil, la cantidad de 20.000 pesetas y el pago de una cuarta parte de las costas. Absolvemos libremente al procesado Antonio Oroso por falta de pruebas».
El público asistente acogería con desaprobación la sentencia. Queremos creer que era por considerarla dura, pues si hubiese sido blanda era porque quería la pena de muerte.
De todas maneras, los condenados no cumplirían ni seis años de la pena impuesta, pues les afectaría la amnistía de la llegada de la Segunda República.