
- Clasificación: Asesinato
- Características: ¿Venganza? - Algunos especialistas sostienen que la muerte del galeno fue planificada por las altas esferas costarricenses
- Número de víctimas: 3
- Fecha del crimen: 23 de agosto de 1938
- Perfil de la víctima: Ricardo Moreno Cañas, de 48 años; Carlos Manuel Echandi Lahmann (38); Arthur Maynard
- Método del crimen: Arma de fuego
- Lugar: San José, Costa Rica
- Estado: Beltrán Cortés Carvajal fue condenado a cadena perpetua en 1938. En la década de 1970 fue puesto en libertad tras la reforma del Código Penal
Índice
El asesinato del Doctor Moreno Cañas
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Ricardo Moreno Cañas (San José, 8 de mayo de 1890 – San José, 23 de agosto de 1938) fue un médico y político costarricense. Era hijo de Inocente Moreno Quesada y Clara Cañas Alvarado, quienes procrearon once hijos, primero cinco mujeres y luego seis varones. Se casó con Graciela Ulloa Banuet el 16 de julio de 1920 y tuvieron tres hijas, Flor de María, que falleció a los 15 años, Cecilia y Graciela, todas Moreno Ulloa. Graciela sería por muchos años la Directora del Teatro Nacional de Costa Rica.
Primeros estudios
Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Seminario y posteriormente en el Liceo de Costa Rica, obteniendo un Bachillerato en Humanidades. Le gusta jugar fútbol y correr, por lo que participa en la primera carrera de maratón que se celebra en Costa Rica en 1910 y gana la «Copa de la República».
Ginebra
Con una beca se traslada a la Universidad de Ginebra, (Suiza), para estudiar medicina. Sin embargo, la beca le es retirada poco después, por lo que financia sus estudios por medio de préstamos hechos por su pariente Julia Álvarez de Rojas. El 23 de marzo de 1912 obtiene el Bachillerato en Ciencias Médicas y el 11 de noviembre de 1915 el Diploma de Doctor en Medicina. En esa época estudiaba también en Ginebra el Dr. Solón Núñez Frutos. Su tesis doctoral se llamó «Un cas d’amaigrissment extreme esencial» («El enflaquecimiento extremo esencial»).
Primera Guerra Mundial
Se le nombra interno de Clínica Quirúrgica del Hospital Cantonal de Ginebra. Viaja a París, que está en guerra y se une como cirujano del Cuerpo de Ambulancias. Es nombrado además interno en el Hospital Broussais de París, operando a los soldados heridos en batalla, lo que le permite adquirir una experiencia especial en la atención de traumatismos graves.
Al terminar la guerra en 1918 el Gobierno francés, agradecido, lo premia con la Medalla Conmemorativa de la Guerra Europea, la Medalla del Reconocimiento Francés, la Medalla de la Abnegación de la Cruz Roja Francesa, las Palmas de Oro de la Cruz Roja Francesa y se le nombra Caballero de la Legión de Honor.
Ejercicio profesional en Costa Rica
Terminada la guerra vuelve a Costa Rica y se incorpora a la Facultad de Medicina el 21 de junio de 1919, ingresando como médico al Hospital San Juan de Dios, donde se especializa en la atención de traumas ortopédicos.
En 1923 es nombrado cirujano asistente y en 1925 llega a ser Presidente de la Facultad de Medicina, habiendo sido antes vocal y secretario. En 1936 es nombrado Jefe de Cirugía del hospital y ya para entonces tiene una abundante clientela y un gran reconocimiento profesional.
Una de estas proezas quirúrgicas fue el caso ampliamente difundido en la prensa del Gonzalo Madriz Rojas, quien fue atacado en San José y recibió dos balazos; uno en el codo y otro en el corazón, donde se alojó el proyectil. El doctor Moreno Cañas le abre el pecho -por primera vez en Costa Rica- y extrae la bala del pericardio; luego sutura mientras el corazón está latiendo. El joven supera la operación y vive por muchos años más. Este acontecimiento coloca a Moreno Cañas en la cúspide de su fama profesional.
La Liga Cívica y la política
El 18 de junio de 1928 los doctores Moreno Cañas y José Víctory, junto con los licenciados José Joaquín Quirós, Ricardo Fournier y Víctor Quesada Carvajal convocan a unas 75 personas para fundar la «Liga Cívica», una entidad que se denomina como una sociedad defensora de los intereses de la Patria.
Participan en ese grupo Adriano Urbina, Luis Demetrio Tinoco, Luis Felipe González Flores, Omar Dengo Guerrero, Francisco Trejos y Juan Arias Romero. Dan luchas muy importantes contra las compañías eléctricas, lo que desemboca en la nacionalización de los recursos hidroeléctricos.
La Liga Cívica, conjuntamente con el Ingeniero Max Koberg Bolandi redactaron y propusieron un Proyecto de Ley que buscaba la nacionalización de las fuerzas hidroeléctricas del país. Como resultado de esa gestión, se promulgó la Ley 77 del 31 de julio de 1928, que creó el Servicio Nacional de Electricidad (SNE), cuyo primer presidente fue Alfredo González Flores. Por razones políticas y económicas el SNE no pudo continuar su labor y el problema eléctrico se mantiene hasta los años 40.
En 1929 se involucra en la candidatura de Joaquín García Monge. En 1932 encabeza la papeleta de diputados por Alajuela y resulta electo, siendo Ricardo Jiménez Oreamuno electo presidente por tercera vez.
Para la campaña de 1936 se vuelve a postular como diputado por el primer lugar de San José del Partido Nacional, opositor al gobierno, con Octavio Beeche Argúello como candidato y resulta electo en dos períodos (1932-1936 y 1936-1940).
Durante esa campaña de 1935-1936 ocurre entonces el confuso incidente del 9 de diciembre de 1935, cuando se efectuaba una reunión política en el Parque Victoria de Puntarenas y se enfrentan los bandos de León Cortés Castro con los «beechistas» y dentro del incidente hay dos disparos que hieren a un niño de 14 años, quien es operado luego por el propio doctor.
Se culpa a Moreno Cañas de haber disparado al aire y haber agitado a la multitud, pero otros señalan que el doctor no llevaba armas y por eso no pudo haber disparado. La prensa destaca el asunto por varios días y finalmente partidarios de ambos bandos le hacen un desagravio público en uno de los diarios nacionales. Se ha considerado que tenía grandes posibilidades de postularse para presidente de la República para el período 1940-1944, con el apoyo de Ricardo Jiménez Oreamuno y en abierta oposición a Calderón Guardia.
El asesinato y funeral
Durante los años 1928, 1929 y 1932, el doctor Moreno Cañas practicó una serie de operaciones en el brazo derecho al joven herediano Beltrán Cortés Carvajal. En los procedimientos fue asistido por su colega, el doctor Carlos Manuel Echandi Lahmann.
Beltrán Cortés había sufrido una fractura cuando niño y se le trató de corregir mediante las cirugías, las cuales no tuvieron éxito, en parte porque el paciente padecía de sífilis. El brazo le quedó con un acortamiento de diez centímetros respecto al otro y con una seria discapacidad.
Este problema se volvió una obsesión para Cortés, que estaba limitado de trabajo y de dinero por esa razón. Un abogado y un médico lo instigaron a reclamar a Moreno Cañas por haberlo operado con mal resultado, pero bajo los efectos del licor, Beltrán Cortés tomó la determinación de matarlos.
La noche del 23 de agosto de 1938 llegó a la casa del doctor Moreno Cañas a ser las 7:30 de la noche y tocó la puerta, dando un nombre falso a la empleada doméstica. Entró a la casa y viendo al doctor sentado en la sala, le disparó tres veces: una bala pasó a través del brazo derecho levantado y traspasó el cuello, la segunda entró por la axila izquierda y la tercera pasó por la nariz, hasta la base del cuello. El doctor cayó muerto en el lugar, frente a su esposa y sus dos hijas pequeñas.
Beltrán Cortés salió del lugar y se dirigió a la casa del doctor Carlos Manuel Echandi, llamó a la puerta y le pidió al criado que llamara al médico. Al salir éste, le disparó dos veces, un tiro falló y dio en la puerta, el segundo entró por el pecho y perforó la arteria pulmonar, cayendo muerto en el jardín.
En su escape, Beltrán Cortés mató además al canadiense Arthur Maynard e hirió gravemente a Egérico Vargas Loría y a Rodolfo Quirós Quirós antes de ser atrapado.
Fue condenado a cadena perpetua por este crimen, pero lo pusieron en libertad 32 años después.
Al día siguiente fueron los funerales de ambos médicos en la Catedral Metropolitana, en una solemne ceremonia que congregó a representantes de los poderes de la República, a las altas esferas de la sociedad, pero especialmente al pueblo.
La conspiración
Después de la muerte del doctor y dada su popularidad en el campo médico y el político, se divulgaron dos hipótesis sobre su muerte.
La primera de ellas sugería que Beltrán Cortés había sido instigado para cometer el crimen por los partidarios del doctor Calderón Guardia, con el fin de evitar que se le opusiera como candidato en las elecciones de 1940-1944.
De conformidad con la obra de Eduardo Oconitrillo esta teoría es poco probable, dado que para la fecha del crimen, Calderón Guardia ya era el candidato oficial del Partido Republicano y contaba con todo el apoyo del Presidente Cortés Castro; por otra parte, el doctor Moreno Cañas «apenas estaba considerando» la posibilidad de presentarse como candidato.
La segunda teoría sugiere que el autor intelectual habría sido el propio presidente León Cortés, como una venganza política por la dureza de la campaña anterior cuando Moreno Cañas militaba con la oposición encabezada por Octavio Beeche.
El mito de Moreno Cañas
Recién muerto el doctor, algunas personas aseguraron haber obtenido curaciones milagrosas por su intercesión y la fama y las leyendas se fueron extendiendo cada vez más, hasta convertirse en un icono de la religiosidad popular costarricense.
Se hizo muy popular en las siguientes décadas una oración especial que se le rezaba en las noches y junto a su fotografía se dejaba un vaso de agua donde el doctor ponía su medicina y sanaba al enfermo al tomar esa agua por las mañanas. Es común encontrar flores en su tumba, especialmente para la época en que se conmemora su muerte. Fue declarado Benemérito de la Patria por Decreto Ejecutivo el 21 de noviembre de 1949.
En Costa Rica, en 2009 el cineasta Andrés Heidenreich proyectó la película La región perdida, que intenta mostrar un enfoque diferente de la historia de Moreno Cañas. La producción del largometraje estuvo a cargo del grupo Terruño Espressivo y Área 51 Producciones Cinematográficas S.A.. Por otro lado, el guion de la nueva docuficción es obra de Heidenreich y Tobías Ovares.
Beltrán Cortés Carvajal
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Beltrán Dalay Cortés Carvajal, fue un costarricense que nació el 21 de noviembre de 1908 en Santa Bárbara, Heredia, Costa Rica y falleció el 11 de junio de 1984, a la edad de 76 años. Era hijo de Rosendo Cortés Madrigal y Amelia Carvajal. Fue el asesino de los doctores Ricardo Moreno Cañas y Carlos Manuel Echandi Lahmann y uno de los presidiarios más famosos y visitados del penal de la isla San Lucas, en Puntarenas.
Infancia
Era el hermano menor de un hogar de dieciocho hijos. Para 1938 vivía con su madre y tres hermanas en su casa de Santa Bárbara, Heredia. Estudió los primeros grados de primaria y luego se dedicó a trabajar como agricultor. Nunca se casó ni se le conocieron hijos reconocidos. De niño sufrió un accidente en el Mercado de Heredia, cuando le cayó una puerta encima. Como resultado de ese accidente tuvo una herida en la cabeza que le dejó una cicatriz y una fractura del húmero del brazo derecho que por no ser atendida, se consolidó mal.
Las cirugías de los Drs. Moreno Cañas y Echandi Lahmann
A la edad de 20 años, en 1928, los doctores Moreno Cañas y Echandi Lahmann lo operan tres veces; el 1 de junio para alambrar el húmero del brazo derecho; el 23 de julio siguiente el doctor Echandi Lahmann lo vuelve a operar y el 3 de agosto le toca el turno de nuevo al doctor Moreno Cañas. El 2 de agosto de 1929, Moreno Cañas le pone unas placas de Lane y el 4 de abril de 1932 le extraen las placas. El diagnóstico seguía siendo fractura del húmero derecho sin consolidar, al parecer, producto de la sífilis que padece el paciente.
Antecedentes penales
Fue policía en San Rafael de Heredia y estando de servicio el 28 de julio de 1934, asesinó a su colega Benjamín Garita Ramírez, por lo que fue sentenciado el 11 de junio de 1935 a 5 años de prisión en la Isla San Lucas, de los cuales no cumplió la totalidad, porque le rebajaron el trabajo en la prisión.
Al salir de prisión consiguió una recomendación del Dr. Chacón Paut y se le dio trabajo en el Asilo Chapuí, a lo cual renunció posteriormente para dedicarse a la venta ambulante de mercadería.
El asesinato
Como resultado de las operaciones fallidas, Beltrán Cortés se fue obsesionando poco a poco con el tema y al menos un médico le habría dicho que era culpa del mal trabajo de los doctores. Un abogado le habría dicho a su vez que Moreno Cañas debería indemnizarlo por el daño que le había ocasionado. La versión que sostuvo Beltrán Cortés después del crimen fue que él se internó para operarse de una dolencia en una pierna y que Moreno Cañas lo había operado de su brazo sano para sacar un trozo de hueso e injertarlo en un paciente extranjero, dejándolo en ese estado de incapacidad.
Desde tiempo atrás del día del crimen, Beltrán Cortés había comenzado a decir cada vez con más insistencia que iba a matar a los dos médicos, lo que motivó advertencias de su madre para que lo internaran en el Asilo Chapuí.
Cortés compró un arma a un policía amigo y el 23 de agosto de 1938 a las 7:30 de la noche se dirigió a la casa del doctor Moreno Cañas y tocó la puerta. Al salir la empleada doméstica, entró a la casa detrás de ella para toparse con el doctor en la sala de su casa y dispararle tres veces.
Escapó del lugar y se dirigió a la casa del doctor Echandi Lahmann, preguntando incluso por la dirección de la que no se acordaba bien. Al llegar a la casa del segundo doctor, llamó a la puerta y preguntó al criado por él. Carlos Manuel Echandi salió a la puerta vestido y con sombrero, pues ya se escuchaba en la radio la noticia de la muerte de Moreno Cañas e iba para la escena del crimen, cuando en el portal de su propia casa le hicieron dos disparos, uno que dio en la puerta y otro que le dio en el pecho, matándolo en el acto.
En su escape, Beltrán Cortés mató además al canadiense Arthur Maynard e hirió gravemente a Egérico Vargas Loría y a Rodolfo Quirós Quirós antes de ser atrapado.
Presidio de San Lucas
En agosto de 1938, Beltrán Cortés es condenado por tiempo indeterminado a pena de cárcel y se le envía a la Isla San Lucas. En ese lugar, el presidente León Cortés Castro manda construir una celda de dos metros cuadrados exclusivamente para él, donde quedaba expuesto a las miradas de los visitantes a la isla. Así, durante muchos años los turistas que llegaban a Puntarenas eran llevados en un tour a la isla para ver a Beltrán Cortés exhibido en una jaula.
El escritor José León Sánchez hace una semblanza de él en la novela La isla de los hombres solos, llamándolo «Ciriaco». En una visita del presidente Otilio Ulate Blanco (1949-1953) al presidio, dio la orden de que lo sacaran de esa celda y lo dejaran con los demás presos. Durante la administración Figueres Ferrrer (1970-1974) se reformó el Código Penal y se estableció que la pena máxima en Costa Rica eran 30 años de cárcel. Como Beltrán Cortés llevaba ya 32 años en prisión fue puesto en libertad de inmediato.
Murió de cáncer de próstata, en la casa de su hermana en Santa Bárbara de Heredia.
Vida, muerte y mito del Dr. Ricardo Moreno Cañas
Mislibrosconnotas.blogspot.com.es
2 de enero de 2015
En este libro encontramos un personaje que fue médico en la I Guerra Mundial y, de regreso a su país, se destacó como cirujano y estuvo involucrado en intrigas políticas. Murió asesinado por un antiguo paciente una noche de triple homicidio. Su muerte desató todo tipo de especulaciones que apuntaban a una conspiración fraguada en las más altas esferas. Mientras su asesino, encerrado en una jaula como un animal de zoológico, se convertía en una atracción morbosa para los visitantes que iban exclusivamente a verlo, el fantasma del médico asesinado continuaba visitando a sus pacientes en el hospital. De cirujano destacado y líder político frustrado, acabó convertido en un santo popular, a quien sus fieles le piden curaciones milagrosas o lo invocan en sesiones espiritistas. Con aventuras, intriga, política, drama, crimen, asesinatos, detectives, conspiración, hechos sobrenaturales y fenómenos inexplicables y misteriosos, a este libro no le faltan ganchos para atraer lectores. Pero no se trata de una novela escrita por un autor de imaginación desbordada, sino de una biografía fruto de la investigación seria que se limita a consignar los hechos.
Vida, muerte y mito del Dr. Moreno Cañas de Eduardo Oconitrillo García, como lo indica el título, presenta una semblanza de su vida, un recuento de las extrañas circunstancias de su asesinato y un asomo al culto popular de su figura tras su muerte. Digo asomo, porque la devoción a su memoria es el aspecto menos investigado del libro pero, en todo caso, el surgimiento de creencias sobrenaturales no es un asunto del que se ocupen los historiadores.
Ricardo Moreno Cañas nació en San José de Costa Rica el 8 de mayo de 1890, hijo de don Inocente Moreno Quesada y doña Clara Cañas Alvarado. Hago un paréntesis para incluir una información que, aunque no tiene ninguna importancia, no consta en el libro. Una vez, en una conversación casual, don Beto Cañas me comentó que la pandilla de niños de Barrio Amón, de la que él formaba parte, se burlaba de los nombres de los padres del Doctor, doña Clara y don Inocente, a quienes llamaban, a sus espaldas, por supuesto, doña Oscura y don Culpable. El dato es irrelevante, naturalmente, pero lo menciono porque a mí me sirvió para que no se me olvidaran nunca esos nombres.
Ricardo Moreno Cañas, aunque era un gran fumador (fumaba hasta en la sala de operaciones), fue también un gran deportista: corrió la primera maratón realizada en Costa Rica y en su juventud fue uno de los que introdujeron en el país, a inicios del siglo XX, un nuevo deporte llamado fútbol. Estudió en el Colegio Seminario y obtuvo una beca para cursar la carrera de medicina en Suiza. A mitad de los estudios, por razones que el libro no explica, le quitaron la beca y debió recurrir a un préstamo para cubrir sus gastos hasta graduarse. Años después, cuando abrió su consultorio en Costa Rica, tuvo tantos pacientes que pudo pagar rápidamente la deuda. Antes de regresar al país, y ya con el título de médico, sirvió a Francia durante la I Guerra Mundial. Las cirugías que realizó, en circunstancias tan difíciles que no hace falta describir ya que son fáciles de imaginar, le merecieron numerosas condecoraciones, incluida la Legión de Honor.
Instalado de vuelta en Costa Rica, fue cirujano en el Hospital San Juan de Dios. Tenía también su consultorio privado, cerca del Correo, donde atendía una amplia clientela. A los que podían pagarle, les cobraba cuatro colones. A los pobres, les regalaba la consulta y hasta les daba las medicinas. Además de ser un hombre conocido y respetado, su reputación alcanzó proporciones de héroe de leyenda en 1934. El día de año nuevo, un marido celoso atacó a balazos a dos amigos de su mujer. Uno murió en el acto, pero el otro llegó al hospital seriamente herido. La radiografía mostraba que la bala estaba alojada justo al lado de su corazón. El Dr. Moreno Cañas le abrió el tórax y, detrás del órgano herido, pudo ver el proyectil. Coordinando el movimiento de sus manos con el palpitar del corazón, logró sacar la bala, suturar las lesiones internas causadas por el disparo y salvarle la vida al paciente. Fue la primera operación de corazón abierto en Costa Rica. El Doctor fue condecorado y el poeta Rogelio Sotela le dedicó una poesía muy hermosa que escribió a propósito del hecho.
Moreno Cañas era un hombre sencillo. Leía a Rubén Darío y a José Santos Chochano. Disfrutaba cazar y pescar, cultivaba orquídeas, tenía buenos perros, coleccionaba los paisajes campesinos que pintaban Fausto Pacheco y Teodorico Quirós y llevaba una vida apacible con su esposa y sus hijas. Aunque era tímido y de pocas palabras, fue uno de los fundadores de la Liga Cívica en 1928 y llegó a ser diputado en 1931. No fue un parlamentario distinguido, leía sus discursos y no presentaba iniciativas. Don Ricardo Jiménez Oreamuno bromeaba diciendo que Moreno Cañas debía estar donde hubiera lesiones o huesos fracturados, pero no en el Congreso. Sin embargo, no faltaban quienes veían en él un candidato ideal a la presidencia.
En las elecciones de 1936, Moreno Cañas apoyó la candidatura de Octavio Beeche. León Cortés, el otro aspirante al cargo, le parecía peligroso por su autoritarismo y sus simpatías pro nazis. Beeche, un abuelito de bigote y cabello blanco que era un distinguido jurista, habría sido un gran presidente, pero no era un buen candidato y Cortés ganó las elecciones.
El 23 de agosto de 1938, el Dr. Moreno Cañas leía el periódico después de cenar, cuando la empleada doméstica le anunció que lo buscaba un visitante. El hombre entró a la sala y le disparó tres balazos. El tiro que le dio en la cabeza fue el mortal. El asesino, Beltrán Cortés, tenía experiencia. En 1935 había matado a un policía, pero de los cinco años de cárcel a los que fue condenado solamente cumplió dos y lo dejaron libre. Beltrán Cortés, además, había sido operado cinco veces por Moreno Cañas entre 1928 y 1932, con miras a corregirle un problema del hueso en uno de sus brazos. Como Beltrán era un hombre pobre, las cinco operaciones fueron por el servicio de caridad del hospital.
Tras asesinar a Moreno Cañas (que vivía en Barrio La California), Beltrán Cortés corrió hasta Barrio Amón. Tocó a la puerta de la casa del Dr. Carlos Manuel Echandi Lahmann, cirujano graduado en Yale y, cuando el galeno salió a atenderlo, también lo mató de un balazo en la cabeza. En la calle le disparó a tres personas más: Arthurd Maynar (tiro en la frente y muerte instantánea), Egérico Vargas (la bala le dio en el pecho y se alojó en un pulmón) y Rodolfo Quirós (herido en una mano). Vargas y Quirós sobrevivieron.
Cuando Beltrán fue arrestado, León Cortés, el Presidente de la República, fue a interrogarlo por varias horas. En el juicio, Beltrán fue condenado por cinco asesinatos, aunque en realidad solo hubiera matado a tres y herido a dos. Su pena fue de noventa y nueve años de cárcel que debía cumplir en la isla de San Lucas. Por orden del propio presidente Cortés, se construyó en el penal una jaula de dos metros de largo por dos metros de ancho (apenas del tamaño de una cama), con techo de concreto, en que Beltrán debía permanecer aislado. Inspirado en Beltrán, el escritor José León Sánchez creó al personaje Ciriaco, de la novela La isla de los hombres solos.
Los turistas que pasaban sus vacaciones en el puerto de Puntarenas, solían tomar una lancha para visitar la isla de San Lucas, conocer el presidio, comprar artesanías y ver a Beltrán Cortés, a quien llamaban «monstruo», encerrado en su jaula. «Yo no soy monstruo. Monstruos son los que me tienen encerrado así», gritaba Beltrán. Once años estuvo Beltrán sufriendo calor en el día y frío en la noche en aquella jaula. Cuando salió, por acción humanitaria del presidente Otilio Ulate, prácticamente debió volver a aprender a caminar.
Las teorías conspirativas circulaban. ¿Por qué el Presidente Cortés, enemigo de Moreno Cañas, interrogó a Beltrán la noche de su arresto? ¿Por qué la condena de cinco asesinatos si solamente murieron tres? ¿Por qué condenarlo a noventa y nueve años de cárcel en una jaula? ¿Pretenderían acaso que muriera pronto? Se manejaron todo tipo de hipótesis. Beltrán llegó a afirmar que a él le encargaron matar a los dos médicos y le ofrecieron sacarlo de la cárcel pronto, pero sus versiones eran muchas y contradictorias. El libro incluye una entrevista del autor a Beltrán Cortés, realizada cuando Beltrán ya era un anciano y estaba senil. Su mente, en todo caso, tal parece que nunca estuvo clara.
El libro no lo menciona, pero existe también la teoría de que Beltrán no haya sido el asesino, sino que hubo más de un sicario. Se necesitaría ser un verdadero atleta para desplazarse corriendo del barrio La California al barrio Amón en el tiempo en que supuestamente lo hizo Beltrán. Según esta teoría, Beltrán, por su demencia, su antecedentes como asesino de un policía y su condición de paciente de Moreno Cañas, sería el chivo expiatorio perfecto.
En 1970, una nueva ley dispuso que la pena máxima de cárcel no podía pasar de treinta años. Como Beltrán llevaba ya treinta y dos preso, quedó en libertad. Se dedicó a vender lotería, obtuvo una modesta pensión y vivió sus últimos años en casa de una hermana. Durante el tiempo que estuvo en la cárcel, los visitantes creían que era de buena suerte tocarle el brazo que había sido operado por Moreno Cañas, pero cuando vendía lotería, quienes lo reconocían preferían no comprarle porque podría ser de mala suerte.
Recién muerto el Dr. Moreno Cañas, pacientes internados en el hospital San Juan de Dios empezaron a asegurar haberlo visto visitando enfermos. Se habló de curaciones milagrosas, personas operadas en sueños y apariciones. El alma del Doctor empezó a ser invocada en sesiones espiritistas y muy pronto se popularizó una devoción que consistía en poner, ante un retrato del Doctor, una vela encendida y un vaso de agua. Antes de dormir, se hacía una oración invocando el poder curativo de Moreno Cañas y, a la mañana siguiente, se bebía el agua como medicina. Las estampitas con la imagen del Doctor se vendían, como era de esperarse, frente al San Juan de Dios. Todavía en los años noventa era común mirar la foto del médico asesinado publicada en un aviso en el periódico junto con la leyenda «Doy gracias al Dr. Moreno Cañas por un favor recibido» seguida de unas iniciales. Pese a la extendida devoción a su memoria, la Iglesia costarricense nunca inició su proceso de beatificación, quizá porque no aprobaba un culto surgido a partir de visiones de un fantasma y sesiones espiritistas.
En 1949, Ricardo Moreno Cañas fue declarado Benemérito de la Patria. La escuela de Zaragoza de Palmares lleva su nombre, así como la Clínica del Seguro Social al sur de la capital. Frente a la clínica, por cierto, está su monumento, obra del escultor Juan Rafael Chacón. La práctica de rezarle ha venido desapareciendo, así como el recuerdo de su extraordinaria vida y su misteriosa muerte. En la actualidad son cada vez menos quienes saben algo de Ricardo Moreno Cañas, pese a ser uno de los personajes más interesantes de nuestra historia.
Doctor de prodigios
Lidiette Brenes – Nacion.com
Ricardo Moreno Cañas fue un hombre creador y visionario que, aún después de muerto, se negó a desaparecer, y más bien se convirtió en una leyenda. Hoy hace 60 años se cruzó con un hombre lleno de ira, Beltrán Cortés, quien terminó con su vida, la del doctor Carlos Manuel Echandi Lahmann y la de don Arthur Maynard, en una jornada de horror que sacudió al país. Aquí están los protagonistas de esa historia.
Posiblemente el doctor Ricardo Moreno Cañas guardaba un lápiz especial para escribir páginas enteras en el libro de la historia: primero en realizar una operación de corazón abierto, primero en tomar la bandera de las luchas nacionalistas en nuestro país, primero en situarse en una trinchera en la política nacional, primero en subirse a una ambulancia en la Primera Guerra Mundial, primero en ganar una maratónica en Costa Rica, primero en crear una federación de futbol. Primero en todo lo que hacía.
Pero ocurrió un problema de sincronización entre el reloj de la historia, que caminaba tan bien, y su reloj vital. Este se adelantó y se paró la dramática noche del 23 de agosto de 1938, cuando recibió tres tiros de manos de Beltrán Cortés. Las circunstancias de su crimen y el de otros estimables ciudadanos conmovieron durante décadas a la sociedad costarricense.
Al cumplirse hoy el 60 aniversario de su muerte, puede decirse que su pacto con la historia está vigente, porque el Doctor sigue aquí, con las curaciones que le atribuye la mente popular, por las «operaciones» que realiza con la ayuda de una oración, por el recuerdo de quien -como dijo Rodrigo Facio- fuera estadista en el salón de operaciones y rotundo cirujano en la sala del Congreso.
La jornada del terror
La noche del 23 agosto de 1938 fue horrible: así la catalogan quienes la vivieron y otros muchos que han tenido la referencia de los trágicos acontecimientos. Se juntó la circunstancia del asesinato en serie de un hombre famoso, el doctor Moreno Cañas, con la muerte del doctor Carlos Manuel Echandi Lahmann, otro connotado médico, y del señor Arthur Maynard, un respetable ciudadano canadiense. Al saldo deben añadirse además dos heridos. Tanto daño causado por las balas de un solo asesino que corría por las calles disparando.
Beltrán Cortés, con un acto premeditado, dejó su estela de muerte en un episodio de la crónica roja nunca antes vivido y jamás repetido.
Ricardo Moreno Cañas ya había cenado ese martes, y estaba descansando en el hall de su casa. En los aposentos de adentro estaba su esposa, doña Graciela Ulloa Banuet, sus hijas Cecilia, de 12 años y Graciela de 9 -que iba para la cama- además de cinco empleados.
Los disparos retumbaron. Todos corrieron, la esposa se abalanzó sobre el doctor, quien tenía un pañuelo en el pecho que poco a poco se teñía de sangre. Pero ya había expirado. El chofer buscó un teléfono y avisó al hospital San Juan de Dios, mientras la casa se iba llenando de vecinos pesarosos.
No hubo nada que hacer, como tampoco sus colegas pudieron hacer algo por la vida del doctor Echandi Lahmann, un brillante cirujano de 38 años, egresado de la Universidad de Yale, exdiputado y gran amigo de Moreno Cañas.
Al día siguiente fueron los funerales de ambos en la Catedral, en una imponente ceremonia que congregó a representantes de los poderes de la República, a las altas esferas de la sociedad, pero especialmente al pueblo, para quien don Ricardo era el mejor exponente de la ciencia humanizada, el amigo que se desvelaba junto a los enfermos, que les regalaba las medicinas y que además nunca les cobrara por sus visitas. Era el médico más famoso de Costa Rica y el primer cirujano de la época, además de diputado y futuro candidato de la oposición a la Presidencia de la República.
Y Dios se asomaba a verlo
Nació el 8 de mayo de 1890, con la estrella del éxito en la frente o la pluma de la historia en la mano, porque nunca fue uno más, sino el mejor de todos en las tareas que emprendía.
Fue un gran deportista. Corrió y ganó la primera maratón realizada en Costa Rica, en 1910. Dicen sus hijas, Cecilia y Graciela, que nunca se entrenaba solo, sino que siempre lo seguía su perro a corta distancia y la lora, muy rezagada, pero que los tres ofrecían un espectáculo poco común.
También fue futbolista sobresaliente, fundador y primer presidente de la Liga Nacional de Fútbol, entidad que con el tiempo se convertiría en la Federación Nacional de Fútbol. Además, tuvo un importante papel en la construcción del Estadio Nacional.
Con una beca partió a Suiza a estudiar medicina; obtuvo en 1915 el título de doctor y el respeto de sus condiscípulos y profesores por sus especiales dotes para la profesión. La Primera Guerra Mundial ya había estallado, por lo que Moreno Cañas se cuelga del guardabarro de una ambulancia para ir a un hospital de campaña. Allí operó heridos que venían del frente y adquirió una gran pericia en cirugía, porque en esos días todo era emergencia, todos eran casos críticos.
Cuenta Graciela -directora del Teatro Nacional- que allí también se puso de manifiesto la humanidad de su padre. Le asignaron la misión de amputarle dos miembros a un soldado francés muy mal herido. Al soldado no le importaba tanto su pierna, pero le suplicaba que le salvara el brazo, porque era escultor y con su mano cosechaba el pan de la vida. El doctor estudió, se desveló, hizo prodigios de cirugía y salvó el brazo.
Profundamente agradecido, el militar esculpió un busto con la efigie de Moreno Cañas, que Graciela conserva como tesoro y todos admiran con respeto.
En 1919 regresó a Costa Rica y aquí domina. En el hospital San Juan de Dios subió los peldaños de su disciplina muy rápido: fue jefe del servicio de ortopedia, de cirugía, presidente de la Facultad de Medicina, consejero de médicos, maestro de todos.
Moreno Cañas creaba, inventaba nuevos métodos, buscaba otras alternativas que ni la ciencia ni la tecnología ofrecían en esa época. Era un estratega de la cirugía, y nada tenía de raro que se encerrara antes de practicar la operación a buscar la mejor técnica para realizarla, o que llamara al encargado para pedirle que le construyera un instrumento o un aditamento. Por eso no se amedrentó la madrugada que supo que tenía que sacar la bala de un hombre moribundo. Abrió un corazón, como si fuera rutina, cuando no había un solo antecedente.
Sin embargo, la rama de la medicina que ejerció con más sabiduría fue la rama humanitaria. Generoso, dedicado, no distinguía entre días y noches para ver pacientes, a quienes no cobraba y más bien, regalaba medicamentos. «Ya no hay médicos así», dijeron sobre él las personas entrevistadas para este reportaje.
Nunca ausente
La vida fue otra después de la muerte del padre, confiesan Cecilia, hoy de 72 años, y Graciela, de 69, aunque ambas reconocen que la madre hizo grandes esfuerzos por hacerles la vida llevadera. Eliminó de la casa todo lo que hacía recordar al padre, desde fotografías hasta libros, pero las rodeó de especiales cuidados. El golpe fue durísimo cuando doña Graciela falleció, ocho años después.
La circunstancia económica fue difícil, puesto que el doctor -que no lucraba con su profesión- falleció sin dejar mayores bienes materiales. La familia se mantuvo gracias a la renta de unos cuantos bonos, así como del alquiler de la casa y de un pequeño terreno en Río Segundo. «Encontraron unas 20 facturas de gente muy adinerada, pero cuando se les cobró, nadie, excepto un caballero, nos pagó», aclaró Graciela.
La ausencia fue acrecentando la presencia del padre. Extrañaban su cariño, su manera de ser con ellas, tan sonriente y comprensivo y paciente con sus travesuras.
Así era con ellas y con toda la chiquillada familiar. Cuentan que el doctor se convirtió en un extraordinario cirujano de muñecas, porque a las de antes, de cuerpo de celuloide, resultaba muy fácil para las niñas traviesas empujarles los ojos. Con sus manos privilegiadas, don Ricardo las abría y les colocaba los ojotes azules en su lugar.
Por eso fue tan duro para él la muerte de su hija de 15 años Flor de María, ocurrida dos años antes de su asesinato. Falleció de una crisis asmática, sin que el médico pudiera hacer nada para salvarla, porque entonces no había medicamentos apropiados ni los instrumentos de ahora. Desde entonces, en señal de duelo, cambió el color de sus corbatines por el negro, rememora Cecilia.
Presidenciable
Moreno Cañas no solo hacía milagros con sus manos sino también con el tiempo, porque le alcanzaba para todo. En 1932 obtuvo el primer lugar en la papeleta para diputados por Alajuela por el Partido Republicano que jefeaba Carlos María Jiménez. En esa misma elección, el partido Republicano Nacional, que postulaba a Ricardo Jiménez para la Presidencia de la República, no obtuvo mayoría absoluta. Se convocó a una nueva elección entre los partidos que habían tenido más votos, con lo que el candidato del tercer partido participante, Manuel Castro Quesada, quedaba fuera de la contienda.
Castro no lo pudo soportar, movió a sus huestes y tomó el cuartel Bellavista durante cuatro días. El famoso «bellavistazo» dejó un saldo de diez muertos y 15 heridos y provocó el repudio del pueblo.
Tras la violenta confrontación, se decidió que el Congreso, en la sesión del 1º de mayo, eligiera un Primer Designado a la Presidencia. La oposición escogió como su candidato al novato Moreno Cañas, quien perdió la elección por 7 votos contra Ricardo Jiménez, el fogueado, el gran liberal, el político de enorme trayectoria, a quien se le autorizó ser considerado el mandatario electo.
Moreno Cañas no se salió de la política, y en 1936 fue elegido otra vez diputado. Carecía de oratoria, por lo que tenía que leer sus discursos, pero era duro, violento, peleador, implacable, honesto. No fascinaba, pero convencía a todos.
Si no lo hubieran asesinado, habría tenido grandes posibilidades de llegar a la Presidencia de la República. Ya Rafael Angel Calderón Guardia le había ofrecido la candidatura y el financiamiento respectivo, para oponerse al partido de León Cortés Castro. Aquellos que todavía hablan de una conjura política como el origen de su asesinato se refieren a esta circunstancia.
Al enterarse de su muerte, Ricardo Jiménez, su enemigo político, dijo: «No solo el cuerpo humano sino que la República necesitaba su intervención decidida y su entereza moral para sajar tumores sociales y políticos». Por eso tenía enemigos implacables.
El país, primero
Lo que llena de entusiasmo fue su lucha nacionalista; es decir, sus peleas por recobrar la soberanía nacional en algunos campos. Por ejemplo, por mejorar los contratos bananeros de parte de la United Fruit Company o por nacionalizar los servicios de energía eléctrica que entonces prestaba la Electric Bond and Share.
Con este propósito fue que fundó, con otros notables ciudadanos, la Liga Cívica en 1928. En su consultorio se reunieron 75 caballeros para firmar el acta constitutiva, que incluso, se acabó de llenar en el papel membretado del doctor.
Origen de esa cruzada fue la creación del Servicio Nacional de Electricidad, semilla del Instituto Nacional de Electricidad y de la nacionalización de los servicios. Alfredo González Flores fue su presidente y Ricardo Moreño Cañas el vocal de la primera junta directiva.
Además, la Liga Cívica continuó con otras jornadas brillantes en los turbulentos años 40, y allí se distinguen Omar Dengo, Carmen Lyra y Joaquín García Monge. Seguro que el doctor les prestó su pluma de la historia.
En vida, Ricardo Moreno Cañas tuvo grandes reconocimientos. Recibió la Medalla Conmemorativa de la Guerra Europea; la Medalla del Reconocimiento Francés; la Medalla de Abnegación de la Cruz Roja Francesa; la Palma de Oro de la Cruz Roja Francesa; fue Caballero de la Legión de Honor y la Facultad Medicina de Costa Rica lo condecoró con medalla de oro por su extraordinaria operación a corazón abierto.
Una vez muerto, fue declarado Benemérito de la Patria el 21 de noviembre de 1949. La escuela de Zaragoza de Palmares lleva su nombre; una clínica periférica del suroeste de San José ostenta sus apellidos; una calle en el barrio González Lahmann se bautizó con su nombre. Después del 23 de agosto de 1938, cuando murió el médico, el hombre y el político, nació la leyenda.
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Cuando el pueblo no quiere olvidar
Nada tenía de extraño que una vez desaparecido físicamente el gran doctor, el pueblo quisiera seguir contando con sus curaciones y operaciones milagrosas. Así, la gente inventó a un enviado de Dios para que bajara a la tierra a continuar con su misión. Solo se requería de un poco de fe.
Así nació el mito del doctor Moreno Cañas. La creencia popular es que basta con rezar una oración y dejar un vaso de agua encima de un mantelito blanco (por aquello de la higiene que necesitan los galenos) para que, de noche, el doctor agregue los medicamentos gloriosos. Un ingrediente más: una rosa roja de cortesía (aunque este detalle es opcional) para que la persona se sane de sus males.
Son ya 60 años de repetir una tradición que traspasó las fronteras patrias. La señora dueña de un tramo ubicado en la entrada noreste del Mercado Central, vende la oración del doctor entre otras estampas y bultos de santos. Ella asegura que la devoción tiene gran auge en Panamá, porque son muchos los turistas con esa procedencia que llegan a llevarse el pedacito de cartón milagroso.
En Nicaragua, asimismo, tiene fieles desde hace años. Encima de su lápida en el Cementerio General hay una especie de libro abierto donde puede leerse «Hermandad Cristiana Nicaragüense, 26 aniversario. A su querido Dr. Moreno Cañas, 23/8/64. Eternamente a tu espíritu.»
En la tumba siempre hay testimonios de la fe y el agradecimiento del pueblo. «Nunca faltan flores» -aseguró un cuidador de jardines que dijo llamarse Pineda a secas-, «tampoco frascos o botellas con agua de los que usan para hacer las curaciones. Además, son muchas las personas con las que hablo que vienen a visitarlo para darle gracias.»
Todo costarricense, aun en nuestros días, tiene algún pariente o amigo que conoce o practica la devoción por el doctor. Las dos hijas cuentan que cuando están en público y por algún motivo la gente a su alrededor se entera de quién fue -o más bien, quién es- su padre, les comenta de las cosas que el médico portentoso ha hecho por ellos. En Tortuguero, relató Graciela, se encontró una fotografía del doctor en un restaurante, y al preguntar quién era ese, el dueño respondió que era el mejor médico de la zona.
Cecilia, la mayor, considera que Dios es quien hace el milagro a través del doctor, pero que él no se entromete en la medicina de los médicos de la tierra. Quien cree ciegamente en los milagros de su padre es Graciela. «Mire, yo soy testimonio vivo de su curación. Hace poco, cuando tuve un serio accidente en Cuba, del cual pensé que no salía con vida, me despertaron una noche los rezos de otra paciente compañera de habitación. Le dije que por qué rezaba tan de madrugada y me dijo que era para ayudar a mi papá, que acababa de entrar al cuarto. Me curé perfectamente y salí del hospital antes de lo esperado. No me importa que me critiquen porque digo esto, pero yo tengo una excelente relación con él. Mi papá está ahora más vivo que cuando lo mataron.»
La fe, la confianza, las flores anónimas en la tumba, las esquelas de antes en el aniversario de su muerte, todo esto está muy bien; lo malo es cuando se utiliza la figura del doctor en la curandería o el espiritismo vulgar para explotar a los ingenuos. De eso hay mucho.