Antonio Boggia

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Antonio Boggia

El Monstruo de Milán

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Fraudes - Robos
  • Número de víctimas: 4
  • Fecha del crimen: 1849 - 1859
  • Fecha de detención: 26 de febrero de 1860
  • Fecha de nacimiento: 23 de diciembre de 1799
  • Perfil de la víctima: Angelo Serafino Ribbone / Giuseppe Marchesotti / Pietro Meazza / Ester Maria Perrocchio
  • Método del crimen: Golpes con hacha
  • Lugar: Milán, Italia
  • Estado: Ejecutado en la horca el 8 de abril de 1862
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Antonio Boggia, el «Monstruo de Milán»

14 de junio de 2015

Antonio Boggia es conocido como el Monstruo de Milán o de Stretta Bagnera, la zona de la ciudad donde solía actuar. Nacido en Ufio, en el lago de Como, en 1799, es posible que podamos considerarlo el primer asesino en serie italiano de la época moderna, en un período de la historia que todavía no conocía ni el fenómeno ni la definición de asesinato en serie.

La peculiaridad de este criminal es que no comenzó su actividad criminal hasta que tuvo cincuenta y dos años de edad, mientras que en la mayoría de los casos la actitud criminal se manifiesta a una edad más temprana.

Nuestra historia comienza el 26 de febrero 1860, cuando John Maurier, un pintor-decorador de la Sociedad Cerámica Richard que vivía cerca de la parroquia de San Cristóbal de la nave, denunció la desaparición de su madre, Maria Ester Perrocchio. Ésta era una viuda septuagenaria que vivía en el segundo piso de un bloque de Via Santa Marta: el hijo no pudo explicar las razones de la desaparición.

Maurier notó la desaparición de su madre el dia anterior, cuando había ido a visitarla y no la encontró ni en su casa ni en la iglesia de San Giorgio al Palazzo, a la que normalmente asistía. Los guardas del edificio, sin embargo, tranquilizaron a Maurier diciéndole que la mujer hacía unas semanas que estaba pasando unas vacaciones en el lago de Como.

Maurier no le dio mayor importancia, porque conocía las peculiaridades de su madre y su mal carácter, por lo que entre los dos nunca una relación especialmente buena. Sin embargo, es particularmente interesante que la madre no dijera nada a nadie. Pasado un tiempo, el hijo intenta nuevamente ver a su madre y tampoco la encuentra en esta ocasión, por lo que acaba sospechando y presionando con preguntas precisas a los guardas del edificio.

Las respuestas son evasivas y no ayudan a resolver el misterio de una anciana que no se encuentra en su casa desde hace mucho, y de quien nadie sabe dónde está. Sin embargo, aparece una pista que le lleva a un tal Antonio Boggia, un maestro de obras que vive en vía Nerino, que desde hace un tiempo parece haber trabado una gran confianza con la mujer. Los dos se habían conocido por algún trabajo que debía realizarse en el bloque, y pronto el hombre se había convertido en el administrador del edificio.

Desde que se fuera la mujer, Antonio Boggia se comportaba como el dueño y señor absoluto: había aumentado las rentas, proseguía con la realización de trabajos y los gatos habían desaparecido del patio.

Maurier buscó a Antonio Boggia, quien por un lado le confirma que su madre está de vacaciones por la zona de Como y, por otro, dice que él se limita a dirigir el edificio de acuerdo a las instrucciones precisas que recibe por correo. Boggia saca algunas cartas y se las hace leer a su hijo, cada vez más consternado. John Maurier sabe que su madre es rara y que de ella se pueden esperar locuras similares; después de eso, se resigna a la evidencia y vuelve a casa sin hacer más preguntas.

Entre otras cosas, una primera denuncia de Maurier en la central de policía no produjo efecto alguno, porque Antonio Boggia, convocado en las oficinas de San Gottardo, dijo que tenía en su poder una autorización como representante para administrar el inmueble y que no estaba al tanto de los desacuerdos entre madre e hijo.

Pero un día Antonio Boggia y su asistente visitaron a Maurier para informarle de que su madre quería instalar su residencia permanente en el lago de Como. El edificio se alquilaría por un largo período de tiempo a un solo gerente, mientras que el apartamento de la señora en el segundo piso se mantendría en préstamo a su hijo. Antonio Boggia lo invita a acudir a un notario para firmar todo y para recibir como prepago el alquiler anual que el arrendatario habría pagado.

A partir de ese momento, Maurier disipa sus sospechas sobre el confidente de su madre y está contento al pensar que esta última ha decidido hacer las paces con él mediante un regalo inesperado. Pero el notario Cattaneo había conocido a la madre de Maurier el día que se presentó para hacer oficial la entrega de los poderes de representación. Impresionado por la falta de claridad mental de la mujer se olió la posibilidad de que se estuviera cometiendo un abuso a una personada incapacitada y se negó, en consecuencia, a otorgar la representación, echa de su despacho a Antonio Boggia y se dirige a la corte de primera instancia para que dé inicio un proceso de descalificación.

Sin embargo, el procedimiento fue archivado porque la mujer vivía entonces en Como, fuera de la jurisdicción de la corte de Milán. Pero la denuncia de Maurier pone en marcha una investigación, a cargo del juez Crivelli, que comienza a vislumbrar un panorama no muy tranquilizador. Se abrió un expediente contra Antonio Boggia. Éste resultó ser un pequeño empresario de la construcción que vivió durante años en Milán y, que tras su fracaso, se trasladó al Piamonte. Recientemente había regresado a la ciudad, viviendo primero en vía Montenapoleone y luego en vía Nerino, llevando una anónima vida de viudo.

El juez colige que Antonio Boggia a duras penas puede ganarse la vida haciendo pequeños trabajos de carpintería y albañilería. Desde algún tiempo atrás, también es el encargado de encender las estufas del palacio Cusani, sede del mando militar austríaco, participa en subastas y en el entorno tiene una cierta reputación. Antonio Boggia asiste a la iglesia de San Giorgio al Palazzo, donde todo el mundo dice que es un buen cristiano temeroso de Dios, que hace lo imposible para ayudar a los demás, una persona realmente buena.

Antonio Boggia parece verdaderamente un individuo del que no se podía sospechar, y el juez intentó varias veces archivar un caso que a sus ojos era simplemente la rareza de un hijo que tiene malas relaciones con una madre que desapareció quién sabe dónde. Sin embargo, en algún momento el juez encuentra en relación con el sospechoso, una antigua denuncia de intento de asesinato contra un anciano contable llamado Comi.

Antonio Boggia, con la excusa de revisar la contabilidad, invitó el 3 de abril de 1851 al contable Comi a su pequeña tienda, ubicada en Stretta Bagnera. Mientras el contable estaba inclinado sobre el escritorio, Antonio Boggia lo dejó inconsciente de un fuerte golpe de hacha en la cabeza. Comi se recuperó y a pesar de la hemorragia logró escapar a la calle, a pesar de que Boggia lo persiguió con intenciones asesinas. Comi tuvo la fortuna de que se encontró con un miembro de la policía financiera a quien conocía; este lo rescató e hizo detener al agresor.

Antonio Boggia fue juzgado en un estado de locura y, en consecuencia, el juez ordenó su internamiento en el manicomio de Senavra, donde recibió tratamiento médico y fue liberado unos años más tarde. Sin embargo, la locura poco tenía que ver con el comportamiento criminal, lo que se vio claramente durante la audiencia de Comi en el juicio contra Boggia.

Llegado a este punto, el juez decidió interrogar a Antonio Boggia, enfrentándolo con su presunta responsabilidad. Por toda respuesta, el sospechoso se cierra en un silencio exasperante y comienza a esconderse detrás del “no me acuerdo”, el “no sé” o profiriendo exclamaciones angustiadas como “Oh, mi pobre cabeza”.

El juez Crivelli decide, pues, insistir con los porteros de Santa Marta y comienza a reconstruir la verdad. El portero Trasselli recordó haber visto por última vez a Maria Ester Perrocchio el día en que Antonio Boggia se presentó de buena mañana para arreglar el tejado del edificio. Asimismo, recuerda que más tarde el capataz le pidió que llevara a la primera planta un par de cubos de agua con el pretexto de terminar unos trabajos de albañilería.

Prosiguieron los interrogatorios, y una vecina recordaba el extraño hecho de que el día después había visto a Antonio Boggia bajar las escaleras con una gran canasta sobre los hombros. ¿Qué podría contener la canasta? ¿Qué estaba haciendo Boggia en ese apartamento?

De inmediato se organizó una búsqueda en el edificio, porque el juez está cada vez más convencido de que Antonio Boggia era un asesino. Según la reconstrucción del juez Crivelli, Boggia habría matado esa mañana a Maria Ester, la habría enterrado en el edificio (no sería capaz de pasearse por la ciudad con un cadáver sobre los hombros) y, finalmente, habría adquirido un falso poder notarial para administrar el edificio.

La reconstrucción del juez fue correcta y la investigación del lugar dio los resultados deseados: debajo de las escaleras, emparedado, se encontró el cuerpo ya descompuesto de la desgraciada mujer, y las piernas y la cabeza mutiladas. Antonio Boggia fue llevado al lugar del descubrimiento, reconoció a Maria Ester Perrocchio, admitió el homicidio y confesó haberla asesinado con un hacha en su piso. La sangre vertida fue abundante, lo que le obligó a engañar al portero para que le trajera unos cubos de agua. Después, saqueó el apartamento, apoderándose de algunos objetos de oro que vendió poco después a un joyero.

Como ya se ha mencionado, después del brutal asesinato, Antonio Boggia había ido junto con dos cómplices al notario Cattaneo, presentando a la madre de uno de ellos como la señora Perrocchio, que estaba deseosa de otorgar al maestro de obras una representación para administrar todas sus posesiones. El notario, presintiendo la estafa, los echó de su despacho, pero unos días después el grupo de delincuentes se presentó ante el notario Bolza Como, esta vez haciendo pasar exitosamente a la prima de Antonio Boggia por la señora Perrocchio. En los meses siguientes el asesino hizo escribir a uno de sus dos compinches, que trabajaba como calígrafo en los juzgados, cartas falsas con órdenes firmadas por la difunta, para acallar las sospechas de su hijo y los inquilinos.

Antonio Boggia demostró ser realmente un asesino de extraordinaria inteligencia y una imaginación sin límites que provocarían la envidia de escritores contemporáneos de la talla de Faletti o Camilleri. Además, después de esta historia absurda de asesinato, suplantacón de identidades, hechos falsos y madres desaparecidas, resultó que Antonio Boggia tenía otros asesinatos sobre su conciencia. Y no eran pocos.

El juez Crivelli prosiguió la investigación y realizó una inspección en el local de Stretta Bagnera, donde fueron encontrados las cartas falsas de Maria Ester Perrocchio y los poderes notariales como representante. Además de las cartas guardadas en un escritorio, aparecen otros dos poderes de representación otorgados a Antonio Boggia: el primero de un tal Serafino Ribbone; el otro, del herrero Meazza.

El juez reunió viejas denuncias, escuchó a varios testigos y, finalmente, descubrió que un comerciante, que murió hace algunos años, en sus últimos días había sido visto hablando con Antonio Boggia. Este último niega todo y se queja de que está sufriendo una injusticia como venganza del notario Cattaneo, que le guarda rencor desde el momento en que se negó a preparar los papeles de representación de la señora Perrocchio.

Pero los investigadores se habían dado cuenta de que este tipo de episodios delictivos no eran algo nuevo para Antonio Boggia. En 1848, un obrero llamado Angelo Serafino Ribbone, había encargado a Boggia, su antiguo empleador, que fuera a ver a un familiar al lago de Como para recuperar el dinero que tenía allí. Ribbone emite dos poderes de representación, debido a que el primer documento, notariado por el notario Gaslini en Milán, no se consideró válido, y la prima de Ribbone se negó a entregar el dinero a Boggia. Sólo con un segundo mandato, esta vez especial, redactado y firmado por el notario Terzaghi de Lodi, la mujer es convencida para que entregue el dinero, después de haber informado y haber obtenido la aprobación de un juez acerca de la validez del acto. Parece que Antonio Boggia le contó a su pariente que Serafino necesitaba ese dinero para casarse en Lodi.

Como se puede imaginar, el pobre Serafino Ribbone no había dado instrucción alguna a Boggia para retirar ningún dinero, sólo había cometido la ingenuidad de haberle hablado de la pequeña fortuna custodiada por su prima. El asesino lo atrajo a su almacén de los horrores con una excusa, para después matarlo de la manera habitual. Más tarde encontró a un amigo dispuesto a suplantar a Ribbone, y otros dos amigos que actuaron como falsos testigos, de este modo obtuvo los poderes notariales para robar el dinero del difunto.

El astuto asesino después encontró una segunda víctima que solía asistir a las subastas públicas. En esta ocasión el ingenuo era Marchesotti, un acomodado intermediario del negocio del grano, atraído a la trampa mediante una historia de dinero fácil que necesitaba de un capital inicial.

Antonio Boggia es un hombre muy astuto y preparado, tiene el carisma del charlatán capaz de convencer a alguien para hacer las cosas más absurdas solo manejando el tono de su voz y el modo de articular las palabras. Marchesotti es un hombre de negocios inteligente, curtido y, sin embargo, se deja convencer y finalmente es eliminado en el almacén de los horrores.

La pista del intermediario se perdió el sábado 15 de enero de 1850, el día en que salió de casa con el dinero en el bolsillo que había tomado prestado de un amigo, para acudir a una cita. Hubo quien lo vio esa mañana en una taberna de Puente Vetero en compañía de Antonio Boggia, y entonces ambos se alejaron.

En los siguientes días, la madre de Marchesotti presentó una denuncia por la desaparición de su hijo y poco después hubo una denuncia de un tal Castiglioni, que había prestado dinero a Marchesotti sin que le fuera devuelto tal como se acordó. En el momento de estos últimos hechos, los investigadores ya habían cerrado el caso al decidir que Marchesotti había huido de Milán con el dinero. Antonio Boggia había organizado, en este sentido, todo de la mejor manera posible, y si no fuera por el último asesinato nadie hubiera podido averiguarlo.

Retomando la investigación: se encontró una nueva víctima, la tercera, el herrero Pietro Meazza, propietario de una tienda con algunos empleados en la zona de Carrobbio. Todo había sucedido en 1851.

La empresa del herrero atravesaba tiempos difíciles, y esto había empujado a Meazza a contactar con Antonio Boggia, que le presentó a un amigo (un tal Binda) como un hombre serio y honesto, pero sobre todo como un hábil hombre de negocios. El archivo muestra los poderes notariales habituales emitidos por Meazza para nombrar a Antonio Boggia administrador de su negocio. Inmediatamente después hay un documento de venta del negocio a Binda, firmado por Boggia como representante de Meazza. Por último, hay una denuncia por desaparición de Meazza y acusaciones de fraude presentadas por un comerciante que se había hecho cargo de la tienda de Binda, sin haber sido pagado por los bienes vendidos.

Todas las quejas, sin embargo, cayeron en saco roto, ya que en esa época rastrear a una persona desaparecida era en general una empresa bastante ardua. A Antonio Boggia, por su parte, una vez más las cosas le fueron de cara, dejando caer la responsabilidad sobre la cabeza del desaparecido, que más que desaparecer había muerto bajo los golpes de su hacha. Boggia administró durante un período determinado la empresa, pagando a los trabajadores regularmente, y después vendió todo a Binda por una cifra menor al valor real del negocio. La escasa cantidad tendría que ir a parar a Meazza, pero estaba claro que el hombre había tenido un mal final. Lo único cierto de toda la historia es el poder notarial expedido por Meazza, que había confiado espontáneamente en Antonio Boggia, a pesar de ser un sinvergüenza emérito.

El juez Crivelli, empezando por el caso de la mujer desaparecida, descubrió todas las maquinaciones de este individuo, tan abyecto como brillante. El móvil de los crímenes eran el robo y el fraude: podemos hablar con fundamento de Antonio Boggia como un asesino en serie con el propósito de desarrollar una empresa criminal. Pero el juez Crivelli no encuentra los cuerpos de las víctimas anteriores, que son la única evidencia firme para vincular al estafador con su actividad.

Las investigaciones parten de Stretta Bagnera, tanto porque ahí está el almacén que Antonio Boggia utilizaba de oficina, con vistas a un callejón poco transitado en forma de «L» que hace imposible el paso de vagones y carruajes, como porque el intento de asesinato de Comi se consumó justamente en ese inmueble.

Fueron necesarias más investigaciones, pero finalmente la verdad salió a la luz, y encontraron que en el momento de los hechos Antonio Boggia disponía de una habitación mal amueblada, con sótano, a la que se accedía por una escalera interior. La habitación estaba iluminada por una sola ventana, pero la bodega estaba totalmente aislada de la curiosidad de los escasos transeúntes.

Antonio Boggia ya está bajo arresto por el asesinato de Perrocchio y es conducido al almacén de Stretta Bagnera, pero se niega a cooperar. A pesar de todo, se encontraron algunas pertenencias de Meazza, en especial una venda para su hernia. Los policías excavaron en el sótano y en poco de tiempo salieron a la luz tres esqueletos que fueron reconocidos como los cuerpos de Ribbone, Marchesotti y Meazza. El último no deja lugar a dudas, principalmente debido a que el cráneo (del herrero fallecido) tiene la característica inconfundible de carecer de incisivos.

Antonio Boggia es para toda la ciudad en el Monstruo de Stretta Bagnera o de Vía Nerino, se convierte en el protagonista de los cuentos populares y de las macabras obras teatrales escritas para la gente común. A lo largo del período de detención preventiva, se declara enfermo mental, dice que siempre ha hecho lo que le mandaba la cabeza, que le dolía la cabeza tanto que no podía dormir casi nunca. Sus compañeros de celda certifican las rarezas nocturnas del prisionero, que camina por la sala común completamente desnudo, quejándose de los dolores punzantes en la cabeza.

Pero Antonio Boggia es cualquier cosa menos un loco, la suya es una habilidad especial para reconocer un estado de locura o dificultad psicológica acompañada de una lúcida actitud asesina. Quizás Boggia espera volver de nuevo a Senavra o ser internado en un hospital psiquiátrico del que tarde o temprano saldrá para a atacar de nuevo, aplicar sus ingeniosas estafas y cometer sus asesinatos brutales. Los jueces, sin embargo, no cayeron en la trampa, principalmente porque delitos como el suyo, tan bien diseñados y estudiados en el más mínimo detalle detalle, no pueden estar en consonancia con la mente de un loco que mata presa de un rapto.

El asesino sostiene que mataba “como presa de un ataque”, algo realmente imposible, dada la premeditación que acompaña a los crímenes. Los asesinatos siempre están vinculados a ganancias sustanciales e ilícitas, algo propio de un asesino organizado, que aporta interés hacia la empresa criminal.

No existen muchos asesinos en serie de este tipo y Antonio Boggia representa una muy particular excepción. Parece ser que, después de matar a sus víctimas, cometía con los cadáveres actos de necromanía y necrofilia: también es algo excepcional, ya que es raro encontrar a un asesino en serie que aúna en sí los componentes de la ganancia y de la aberración sexual.

Tras la investigación, Antonio Boggia está acusado ​​de los siguientes cargos criminales: robo con asesinato de Ribbone (1849), robo con asesinato de Marchesotti (1850), robo con asesinato de Meazza (1850), intento de asesinato de Comi (1851) y el robo con asesinato de Perrocchio (1859). A estos delitos deben añadirse todas las estafas y las suplantaciones de personalidad en acto público.

El proceso se inicia el 18 de noviembre 1861 y tiene una duración de sólo cinco días. La defensa juega la carta de la enfermedad mental, alega que Antonio Boggia ya había sido absuelto del intento de asesinato de Comi y consecuentemente internados en una cárcel psiquiátrica. Esta vez, sin embargo, las cosas no le fueron tan bien en el estafador y al final de un breve juicio es condenado con la pena de muerte. Incluso la apelación posterior fue rechazada y el tribunal de tercera instancia confirmó la sentencia de muerte. La pena de muerte no era algo ordinario, e incluso en tales casos el rey solía conceder el perdón y se conmutaba la pena capital por largas penas de prisión, pero Antonio Boggia no tenía nada que hacer. El rey no consideró oportuno dictar una medida de clemencia, ya que los crímenes eran demasiado atroces y premeditados.

El 6 de abril de 1862 Antonio Boggia conoce en la cárcel que ha sido condenado a muerte por ahorcamiento pero, como si el caso no fuera lo bastante extraño, surge un nuevo problema que resolver, y no pequeño precisamente. En Milán no había un verdugo profesional, y no se sabe cómo ejecutar al asesino.

La noticia de los crímenes atroces de Antonio Boggia se difundieron por toda la ciudad, causando un gran escándalo, y tanto es así que muchos ciudadanos se ofrecieron voluntariamente para ejercer el papel de ejecutor del castigo. Muchos milaneses desean hacer justicia con sus propias manos y matar a un hombre tan malvado. Tales ofertas de cooperación se encontraban fuera de los límites de la ley y fueron rechazadas por las autoridades, que invitan a dos verdugos profesionales de Turín y Parma.

El día fijado para la ejecución, Antonio Boggia aparece en un carro cubierto con una lona negra de gran tamaño que se abría paso a través de una turba enfurecida a ambos lados del camino. La triste procesión se detuvo a la altura de las murallas, en un espacio abierto entre Porta Vigentina y Porta Ludovica, y ahí Antonio Boggia es colgado frente a una multitud formada por hombres, mujeres e incluso niños.

Al parecer, un espectáculo edificante, una triste diversión a la que es imposible no asistir, según las autoridades es un ejemplo que debería servir de advertencia, pero a la ejecución también asisten niños.

El cuerpo del criminal fue enterrado en el cementerio de Gentilino, a las afueras de Porta Ludovica, pero su cabeza se entregó en custodia al gabinete anatómico de Ospedale Maggiore, que lo había solicitado.

El cráneo de Antonio Boggia se convirtió en un objeto de estudio para los médicos y científicos de renombre, especialmente para Cesare Lombroso, una verdadera autoridad en el tema. Como puede imaginarse, Lombroso encontró plena confirmación de su tesis sobre el criminal nato y afirmó que Antonio Boggia presentaba los rasgos típicos del asesino. La cabeza del ajusticiado por un tiempo fue parte de una colección macabra que incluía otras cabezas humanas, hoy afortunadamente dispersa.

 


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