Ángel Maturino Reséndiz

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Ángel Maturino Reséndiz

El Asesino del Ferrocarril

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Violador - Robos
  • Número de víctimas: 15 +
  • Fecha del crimen: 1986 - 1999
  • Fecha de detención: 13 de julio de 1999 (se entrega)
  • Fecha de nacimiento: 1 de agosto de 1960
  • Perfil de la víctima: Mujer sin identificar / Michael White, 33 / Jesse Howell, 19, y Wendy Von Huben, 16 / Hombre sin identificar / Christopher Maier, 21 / Leafie Mason, 81 / Claudia Benton, 39 / Norman J. Sirnic, 46, y Karen Sirnic, 47 / Noemi Dominguez, 26 / Josephine Konvicka, 73 / George Morber, Sr., 80, y Carolyn Frederick, 52 / Fannie Whitney Byers, 81
  • Método del crimen: Golpes con objetos - Arma de fuego - Arma blanca
  • Lugar: Varias, Estados Unidos (California), Estados Unidos (Florida), Estados Unidos (Georgia), Estados Unidos (Illinois), Estados Unidos (Kentucky), Estados Unidos (Texas)
  • Estado: Ejecutado por inyección letal en Texas el 27 de junio de 2006
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Ángel Maturino Reséndiz – «El asesino del ferrocarril»

Edda Pujadas – Diariolavoz.net

Las víctimas fatales de Angel Maturino nunca fueron de características específicas, correspondiendo su forma de actuar al patrón del criminal desorganizado que agrede basado en la oportunidad del momento. Atacó tanto a jóvenes parejas universitarias como a adultos de más de 80 años.

Angel Maturino Reséndiz es el nombre usado para referirse a Angel Leoncio Reyes Recendis, asesino serial mexicano que cometió una serie de terribles crímenes en suelo norteamericano desde 1997 hasta 1999. Fue bautizado por los medios y las instituciones policíacas como «El asesino del ferrocarril», puesto que la mayoría de los asesinatos ocurrieron en localidades contiguas a las vías del tren.

Se sabe que el hombre transitaba con frecuencia de México a Estados Unidos y hasta Canadá, por lo que la verdadera cantidad de crímenes que haya cometido permanece desconocida. Lo que sí está establecido es que aprovechaba la oscuridad y soledad de los vecindarios que estaban cerca de las vías del tren para entrar en la casa de cualquier persona a robar objetos de valor y dinero. Cuando el dueño llegaba, era brutalmente atacado hasta la muerte.

Sus víctimas nunca tuvieron características específicas y algunas de ellas fueron violadas antes de ser asesinadas. Consumidor de alcohol y drogas como era, robaba para continuar con sus vicios y varias veces tomó los vehículos de las personas que asesinaba para transportarse.

Amplio prontuario policial

Los registros criminales de Reséndiz en los Estados Unidos son tan extensos que más bien parecen una novela de terror. Desde los 16 ya era deportado desde Bronxville, Texas, luego se sabe que, falsificando su identidad, hasta participó dos veces en elecciones locales. En 1979 fue sentenciado a 20 años de prisión en Florida por robo y asalto, pero después de seis años fue liberado y deportado a México.

Regresó y en 1986 purgó pena de 18 meses por pretender poseer la ciudadanía estadounidense. En Nueva Orleans, en 1988, también fue encarcelado por posesión de arma de fuego, pero fue liberado al año. En San Luis fue condenado a purgar 30 meses de cárcel por intentar defraudar al sistema de seguridad social y así varias veces más fue fichado por los entes policiales por delitos de variada gravedad.

Insólita burocracia policial

Lo increíble del asunto es que, cuando ya era uno de los hombres más buscados por el FBI, la falta de coordinación entre las autoridades judiciales impidió detener al asesino a pesar de que migración lo había retenido. Finalmente, fue la hermana de Reséndiz quien negoció un trato con la policía con el objetivo de mantenerlo a salvo.

El trato consistía en proteger la vida de Reséndiz y de aplicarle una prueba psicológica. En ningún momento se negoció la no pena capital, ni el posible resultado de un juicio. Lo curioso del asunto es que todos sabían que Texas es uno de los lugares donde más ejecuciones son efectuadas por crímenes como estos. Prácticamente estaba asegurada la pena capital.

Las víctimas reconocidas

El 29 agosto 1997 Christopher Maier de 21 años fue atacado cuando caminaba con su novia junto a las vías del tren, ella también fue agredida y violada, pero sobrevivió para identificar a Reséndiz como el asesino. En octubre de 1998, Leafie Mason, de 87 años, es golpeada con objeto contundente en la cabeza, el asesino había entrado por la ventana de su departamento.

En diciembre de ese mismo año, Claudia Benton, de 39 años, al llegar a su casa es violada, apuñalada y golpeada hasta la muerte. Su hogar estaba cerca de líneas ferroviarias, al igual que la iglesia para la que servían Norman y Karen Sirnic, de 46 y 47 años, respectivamente, quienes también fueron golpeados hasta morir.

El 4 de junio de 1999, Noemi Dominguez, de 26 años, maestra de escuela, es golpeada con un tubo hasta la muerte en su departamento junto a las vías y ese mismo día, Josephine Convicka, de 73 años, muere por heridas en la cabeza con una herramienta de jardín mientras dormía en su casa que estaba junto a un lote de trenes.

Días después, George Morber, de 80 años, muere por un disparo en la cabeza y momentos después la hija de este, Carolyn Frederick, de 52, es salvajemente golpeada en el rostro. Hay un par de crímenes que le son atribuidos en Ocala, Florida, los de Jesse Howell, de 19 años, y Wendy VonHuben, de 16 años, ambos asesinados a golpes y enterrados a ras de suelo.

El 12 de abril del 2006, la policía de San Antonio dio por resuelto el caso de Michael White hombre que murió de un tiro en un lote vacío de San Antonio. Reséndiz dio datos precisos sobre este crimen que lo convirtieron en sospechoso del mismo. Este asesinato tuvo lugar en 1991. En total se estima que cometió, al menos, 15 homicidios.

El 13 de julio de 1999, Reséndiz se entregó a la policía. Se determinó que estaba en plena capacidad de sus funciones mentales, con lo que se rechazaron los alegatos de sus abogados, que afirmaban que el condenado estaba loco y convencido de que resucitará tres días después de la ejecución. Finalmente, fue ejecutado, a los 46 años de edad, con inyección letal en la cámara de la muerte del estado de Texas el 27 de junio del 2006.

Pidió perdón…

«Dejé que el diablo manejara mi vida», dijo Maturino Reséndiz en lo que fueron sus últimas palabras antes de morir. Al cabo de una respiración profunda, el mexicano señaló con tranquilidad: «perdóname mi Dios. Diosito santo, aquí vengo mi diosito». Aprovechó sus momentos finales para dirigirse a sus víctimas y a sus deudos: «Solo quiero saber que existe en su corazón perdón para mí».


Ángel Maturino Reséndiz – «El Asesino de Las Vías»

Asesinatoserial.net

9 de febrero de 2011

Cometió una serie de crímenes en suelo norteamericano desde 1997 hasta 1999. No tenía un patrón fijo ni motivos para asesinar a excepción del robo y, pese a no ser un asesino organizado, su captura no fue nada fácil.

Railroad Killer

Ángel Maturino Reséndiz es el nombre comúnmente usado para referirse a Ángel Leoncio Reyes Recendis, asesino serial mexicano que cometió una serie de terribles crímenes en suelo norteamericano desde 1997 hasta 1999 (aún se investigan otros antes de este intervalo de tiempo).

Fue bautizado por los medios y las corporaciones policíacas como «El asesino de las vías», puesto que la mayoría de los asesinatos ocurrieron en localidades contiguas a las vías del tren. Se sabe que el hombre transitaba con frecuencia de México a Estados Unidos y hasta Canadá, por lo que la verdadera cantidad de crímenes que haya cometido permanece desconocida.

Según el especialista John Douglas, el perfil de este asesino corresponde al tipo de los desorganizados y, a pesar de que este tipo es de los más fáciles de atrapar por su poca inteligencia y nada sofisticada manera de conducirse, Reséndiz, por su exclusivo modus operandi, evadió eficientemente a la ley por mucho tiempo a pesar de que los esfuerzos para capturarlo eran considerables.

La infancia de Reséndiz no se caracterizó por la unidad familiar ni por un ambiente de solidez y valores. Al parecer no vivió con su madre, sino con otra familia y su vida era en las calles, expuesto a una existencia pendenciera y fuera de conducta. Según su madre, pudo ser incluso atacado sexualmente por los homosexuales de Puebla. A los 16 años ya estaba cruzando ilegalmente la frontera a los Estados Unidos.

Los crímenes que se le conocen o que le son legalmente atribuidos siguieron un procedimiento similar, todas las víctimas vivían junto a las vías de algún tren. Aprovechando la oscuridad y soledad de dichos vecindarios, entraba en la casa de cualquier persona a robar objetos de valor y dinero. Cuando la víctima llegaba era brutalmente atacada con cualquier objeto o herramienta que estuviera a mano.

Los oficiales de policía consideraban a este sujeto como extremadamente peligroso por la variedad de objetos que usaba para matar a sus victimas. Ya fuera un martillo o una roca, cualquier cosa le era útil. A pesar de que el hombre no era de gran complexión física, para las víctimas fue como si las hubiera atacado un gigante por la furia y malignidad del ataque sufrido.

Las victimas nunca fueron de características específicas, siguiendo el patrón del criminal desorganizado que ataca basado en la oportunidad del momento. Atacó tanto a jóvenes parejas universitarias como a adultos mayores de más de 80 años. A algunas de ellas las violó antes de asesinarlas aunque no era el objetivo primario en él, pero insistimos, si se daba la oportunidad de violar y hacer más daño, lo hacía sin mayores miramientos.

Consumidor de alcohol y drogas como era, robaba para continuar con sus vicios y varias veces tomó los vehículos de las víctimas para viajar. De hecho así fue como se le pudo conectar con varios crímenes, por las huellas dactilares y los restos de sangre que transportaba de un sitio a otro.

Los registros criminales de Reséndiz en los Estados Unidos son tan extensos que más bien parecen una novela de terror. Desde los 16 ya era deportado desde Bronxville, Texas, luego se sabe que falsificando su identidad hasta participó dos veces en elecciones locales.

En 1979 fue sentenciado a 20 años de prisión en Florida por robo y asalto, pero después de 6 años fue liberado y deportado a México. En 1986 purgó pena de 18 meses por pretender poseer la ciudadanía estadounidense.

En Nueva Orleans en 1988 también fue encarcelado por posesión de arma de fuego pero fue liberado al año. En San Luis el mismo año fue condenado a purgar 30 meses de cárcel por intentar defraudar al sistema de seguridad social. Y así varias veces más fue fichado por delitos de variada gravedad.

Lo increíble del asunto es, que cuando ya era uno de los hombres más buscados por el FBI, la falta de coordinación entre las autoridades judiciales impidió detener al asesino a pesar de que Migración lo había detenido. El sistema falló en identificar a Reséndiz como un criminal peligroso y éste fue deportado para que regresara a matar más gente en los Estados Unidos. John Douglas había predicho precisamente que, la falta de coordinación y de un sistema de base de datos que relacionara las detenciones, impediría la captura del Railroad Killer. Y así fue…

La esposa de Reséndiz, o al menos eso se cree que es, se puso en contacto con la Policía Norteamericana y les entregó diversas joyas que habían sido regalo de su esposo. Posteriormente los familiares de las víctimas reclamaron la mayoría de los objetos.

Entonces ya se tenía claro quién era el criminal, solo era cuestión de atraparlo ¿pero cómo?

Drew Carter, un joven agente de Texas, entró en contacto con la familia de Reséndiz, quien tenía varios familiares esparcidos por Estados Unidos. Fue la hermana quien negoció un trato con Carter con el objetivo de mantener a salvo a su hermano. Se dice que la hermana deseaba que el FBI no matara a su hermano, pero ya había caza recompensas merodeando la frontera.

El trato consistía en proteger la vida de Reséndiz y en aplicarle una prueba psicológica. En ningún momento se negoció la no pena capital, ni el posible resultado de un juicio. Lo curioso del asunto es que todos sabían que Texas es era de los lugares donde más ejecuciones eran efectuadas por crímenes como estos. Prácticamente estaba asegurada la pena de muerte.

Las víctimas reconocidas de Ángel Maturino Reséndiz

  • 29 de agosto de 1997, Lexington Kentuky: Christopher Maier, de 21 años, es atacado cuando caminaba con su novia junto a las vías del tren, ella también fue atacada y violada pero sobrevivió para identificar a Reséndiz como el asesino.
  • 4 de octubre de 1998, Hughes Spring, Texas: Leafie Mason, de 87 años, es golpeada con un objeto contundente de metal en la cabeza. El asesino había entrado por la ventana de su departamento, del cual la puerta principal estaba frente al paso de las vías.
  • 17 de diciembre de 1998, Houston, Texas: Claudia Benton, de 39 años, al llegar a su casa es violada, apuñalada y golpeada con un objeto contundente hasta la muerte. Su hogar estaba cerca de líneas ferroviarias. Mediante las huellas digitales halladas en la Jeep Cherokee de la víctima se identifica a Maturino, quien ya es un conocido ilegal en Estados Unidos. Pero no se le culpa directamente por el crimen de la Dra. Benton.
  • 2 de mayo de 1999, Weimar, Texas: Norman y Karen Sirnic, de 46 y 47 años respectivamente. Ambos son asesinados ya muy de noche en la parroquia de la cual era reverendo Norman Sirnic, ambos por golpe con objeto contundente. Obviamente la iglesia estaba junto a las vías que pasan por el pueblo. Tres semanas después es hallado en San Antonio el Mazda rojo de la pareja y, mediante evidencia forense, se vincula el incidente al de la Dra. Benton.
  • 4 de junio de 1999, Houston, Texas: Noemi Dominguez, de 26 años, maestra de escuela golpeada con un tubo hasta la muerte en su departamento junto a las vías. Siete días después su Honda Civic de color blanco es hallado cerca del puente internacional en Del Rio, Texas.
  • 4 de junio de 1999, Fayette County, Texas: Josephine Convicka, de 73 años, muere por heridas en la cabeza con una herramienta de jardín, siendo atacada mientras dormía en su casa que estaba junto a un lote de trenes y las vías. Esta vez el criminal no pudo llevarse el auto debido a que no pudo hallar las llaves.
  • 15 de junio de 1999, Gorham Illinois: George Morber, de 80 años, muere por disparo en la cabeza y momentos después la hija de este, Carolyn Frederick, de 52 años, también muere por golpes en la cabeza. La casa de ellos estaba a no más de 90 metros de las vías del tren. Al día siguiente un conocido reconoce la pick-up roja de Frederick manejada por un sujeto que coincide con la descripción de Reséndiz, éste sujeto fue Cairo Illinois.
  • Hay un par de crímenes que le son atribuidos del 23 de marzo de 1997 en Ocala, Florida. Jesse Howell, de 19 años y Wendy VonHuben, de 16 años, asesinados a golpes y enterrados a ras de suelo.
  • El 12 de abril del 2006 la Policía de San Antonio dio por resuelto el caso de Michael White, hombre que murió de un tiro en un lote vacío de San Antonio. Reséndiz dio datos precisos sobre este crimen, cosa que lo convirtió en sospechoso del mismo. Este asesinato tuvo lugar en 1991.

En total se estima que cometió al menos 13 asesinatos, aunque otras cifras barajan como 15 las víctimas.

Condenado y ejecutado

Maturino Reséndiz, de 46 años y originario de Puebla, fue condenado a recibir una inyección letal en la prisión de Huntsville por el asesinato, en 1985, de la doctora Claudia Benton. Benton, de 39 años, forma parte de un grupo de al menos 13 personas asesinadas en un período de 16 meses que terminó en junio de 1999 con un doble crimen en Illinois.

La mayoría de los crímenes fueron perpetrados cerca de estaciones de ferrocarril. El 13 de julio de 1999, Reséndiz se entregó a la Policía en el puente internacional de El Paso. Un juez de Houston dictaminó que Maturino Reséndiz estaba en plena capacidad de sus funciones mentales, con lo que rechazó los alegatos de sus abogados, que afirmaban que el condenado estaba loco y convencido de que resucitaría tres días después de la ejecución.

Reséndiz pidió que su cuerpo sea donado para la investigación médica en caso de ser ejecutado, acto que marcaría el fin de una tregua de cuatro años en las ejecuciones de mexicanos en cárceles de EU. La última tuvo lugar el 14 de agosto de 2002, en Texas, y fue la de Javier Suárez Medina.

Su ejecución estaba programada para el 27 de junio del 2006 por la muerte de Claudia Benton, tras apelaciones que fueron rechazadas por la Junta de Amnistía y Libertad bajo Palabra del estado de Texas, alegando enfermedad mental y tratando de sustituir la pena de muerte por una cadena perpetua, así como un aplazamiento de 180 días que también fue denegado.

Finalmente el mexicano Ángel Maturino Reséndiz fue ejecutado con inyección letal en la cámara de muerte del estado de Texas por uno de los asesinatos a los que fue vinculado. Reséndiz, conocido el «Railroad Killer», se convirtió en el sexto mexicano en ser ejecutado en Estados Unidos desde 1976 cuando la Suprema Corte de Justicia restableció la pena de muerte.

«Dejé que el Diablo manejara mi vida», dijo Maturino Reséndiz en lo que fueron sus últimas palabras antes de morir. Al cabo de una respiración profunda, el mexicano dijo con tranquilidad: «perdóname, mi Dios. Diosito santo, aquí vengo, mi Diosito».

Por primera vez desde que inició su proceso legal, Maturino Reséndiz aprovechó sus últimas palabras para dirigirse a sus víctimas y a sus deudos. «Solo quiero saber que existe en su corazón perdón para mí», agregó.

La inyección letal le fue aplicada a las 20:05 horas locales (01:05 GMT del miércoles). Siete minutos después fue declarado físicamente muerto. Antes de la ejecución, la Suprema Corte de Estados Unidos, en pleno rechazó las cinco apelaciones pendientes que pedían el aplazamiento de la pena capital contra el mexicano. Una fuente de la Corte dijo, sin embargo, a Notimex, que dos de los magistrados votaron a favor de la posposición.


El niño que se convirtió en «El Asesino de las Vías»

Darío Dávila – Darioantonio.blogspot.com

Ya no supieron de él. Lo vieron cruzar a sus 12 años la milpa y treparse a un camión dejando atrás San Nicolás Tolentino y sus campos de caña. Pero Ángel Leoncio regresaría a la memoria del pueblo 30 años después: era el «Asesino de las vías».

En San Nicolás Tolentino nunca sepultaron el recuerdo de Ángel Leoncio. Por eso, cuando una tarde de junio vieron a unos gringos llegar en camionetas para preguntar por Ángel, la memoria del pueblo revivió: ese niño, que ahora tenía 39, lo buscaba el FBI por un extraño rito: asesinar siempre en las cercanías del ferrocarril.

¡Sí, soy yo! -dijo don Rafael Reséndiz, tío de Ángel Leoncio, cuando los agentes del Buró Federal de Investigación se le aparecieron hace 8 años.

Don Rafael y San Nicolás Tolentino estaban en la base de datos del FBI. Su nombre para los investigadores no era gratuito. Ángel Leoncio, el niño a quien don Rafael crió recién nacido, había decido llamarse así desde que llegó a Estados Unidos a finales de 1976.

Así que la visita de los agentes a hasta el pueblo de San Nicolás Tolentino tenía un objetivo: cazar al mexicano que según ellos, podría estar ocultó entre la gente que lo vio crecer.

Don Rafael Reséndiz, recuerda ese momento y narra: «Llegaron varias camionetas y andaban por todo las calles del pueblo. Entonces fueron a buscarme cuando regresaba de ver lo de la siembra… para ese momento supe lo que había hecho Ángel».

El hombre acaricia los 72 años. No le gusta hablar mucho y con trabajos suelta: «Me lo trajeron cuando estaba recién nacido. Mi hermana Virginia Reséndiz, me lo dejó. Ella tuvo que irse. No sé por qué su padre se apartó de ellos. Sólo vino una mañana y me lo dejó»…

-¿Y ya no le dijo nada más don Rafael?

-No, se fue y ya no regresó.

-¿Tendrá una foto de él?

-¡Ah sí!, deje ver. ¡Vieja! -le pregunta entre gritos a una mujer que asoma de su casa- ¿tenemos de cuando Ángel estaba chiquillo? La mujer asienta con la cabeza.

-¡Híjole a ver si las encuentro!

Transcurren los minutos y no pasa nada. Al contrario, don Rafael, sus ojos lagañosos y sus piernas parecen cansarse del reportero.

¿Y dígame don Rafael, qué recuerda de Ángel?

-Pues era alegre como todos los niños. También juguetón. Los sábados me lo llevaba al campo. A la caña. Y ¿sabe algo? Él conoce el campo. Aquí se crío. Siempre ignoramos porqué desapareció. Una tarde ya no regresó de la escuela.

El señor Rafael se detiene por un momento en la plática. Se le recuerda la petición de la foto de Ángel, Hace que no escucha. Mejor sigue contando: …con decirle que hasta mi madre, hasta le ponía ofrenda cada año, porque nunca supimos de él. Me acuerdo que se ponía a jugar con sus amigos y se iban a nadar al río.

-Mire -dice señalando el horizonte- ¡allá se ponía a jugar con sus amigos de la primaria!

A don Rafael se le acaban pronto las palabras. También la paciencia. -Con su permiso -dice con dejo de fastidio- tengo que irme. Entonces se mete a casa y cierra la puerta.

Más abajo, las coordenadas del don Rafael dan en el blanco. Ahí, a unos 500 metros está el río donde jugaba Ángel al salir de la primaria. Ahora lleva detergente, orines y algunos cadáveres de perros. No queda nada de esa poza donde el niño menudito se echaba clavados para apaciguar el calor de aquel pueblo con viento abrasante.

San Nicolás Tolentino, ubicado a una hora de Puebla, siempre fue caluroso. De a poquito se fue quedando sin sus hombres por aquello de que cruzando la frontera les iría mejor. Y sus mujeres se quedaban ahí, azoradas viendo a sus críos correr en la explanada del pueblo o chuparse pedazos de sandía jugueteando por entre los enormes pilares de su acueducto sin agua.

Ahí también jugueteaba Ángel, escuchando a lo lejos los bramidos de los becerros regados por los corrales. Esa era su ruta a la primaria «Francisco I. Madero». Siempre a la misma hora. Con los botines de casquillo salpicados de lodo y el cabello puntiagudo como espina de maguey, Ángel había escrito en esa primaria otra historia que nadie ha contado.

La escuela de San Nicolás está pegadita a aquel acueducto por el que ya no circula agua. Se parece a esas primarias de pueblo que de colores chillones que aparecían en los relatos de libro de texto gratuito de los años 80. Los niños entran y salen corriendo. Ignoran los relatos que ahí se tejieron a finales de 1972.

Pero tampoco es conveniente que lo sepan. Por lo menos así lo piensa su director, Álvaro Castillo, un hombre de bigote tupido y piel rojiza. El profesor sabe que ahí estudió Ángel Leoncio Reyes y por eso pide. -Mire, no es muy grato que nuestros alumnos sepan que aquí estudió una persona que anduvo asesinando.

¡De verdad! -agrega- no es grato, entiendo que usted hace su trabajo pero no es bueno que la gente identifique a nuestra escuela con el asesino ese, comenta el maestro con un dejo de desdén sobre la historia de Ángel Leoncio

A su lado pasan corriendo niños bajitos con barritos en la cara. El profesor se contiene en llamarles la atención y para zafarse prefiere dar una pista del próximo eslabón: «El que debe saber es que el conserje que en su momento fue compañero de clase de Ángel. Miren -dice señalando a un montón de gente y una calle terregosa- vive por allá.» (El nombre lo omitimos por razones de seguridad).

Los gritos de los niños no cesan. Tampoco el calor que ya hace estragos con regueros de sudor por doquier. Pero al conserje parece no incomodarle. Algo tiene que no parece de 40. Casi la mitad de ellos ha prestado sus servicios como conserje en la escuela Francisco I. Madero.

Y así recuerda a Àngel Leoncio: -«Él tenía entonces 12 años y yo como 10. Bien que acuerdo cuando con cadenas y piedras comenzaron a pegarle a un conserje que había lastimado a uno de los profesores».

-¿Y qué paso aquella vez?, se le insiste al hombre.

Bueno -dice mientras se acerca a la entrada de la primaria- el conserje de aquel entonces estaba borracho y lastimó con una varilla al profesor de Ángel. Éste se enteró y junto con otros dos niños comenzaron a pegarle. Él traía una cadena y las demás piedras. El conserje quedó muy lastimado. Nadie quiso hacer público eso.

Calleja ha comenzado a hablar de más. Ya es muy tarde para arrepentirse. Tras haberlo convencido, se dirige con paso acelerado a la dirección de la primaria. Ahí, en un cuartito contiguo a la oficina del director, permanece una decena de cajas. Todos llenas de ese polvo denso que se aferra a las cosas viejas.

En realidad, las cajas resguardan los archivos escolares. Álbumes de fotos y más fotos de niños que han pasado por la primaria Francisco I. Madero. Algunos ya murieron, otros han matado. Sus fotos han quedado ahí, en forma de ovalo y con manuscrita los datos de cada uno de los alumnos.

Las imágenes amarillentas pegadas sobre hojas rayadas van de generación a generación. Cada una tiene un nombre distinto. Sin embargo existió una que quedó marcada la de 1966-1972: la «Generación Benito Juárez» de Ángel Leoncio.

La Revista tuvo acceso a ese archivo. En una de esas fotos está Ángel Leoncio Reyes y sus doce años. Con el cabello corto y puntiagudo. La mirada tranquila. «Uno nunca se iba a imaginar que Leoncio iba a hacer cosas tan malas», dice Calleja antes de marcharse apresuradamente sin dar más explicación.

La prisa de Calleja tiene una explicación. Días después de que el familiares de Ángel Leoncio se enteraron de la visita de La Revista, toparon a Calleja para decirle: mire, ya no queremos que vengan a estar chingando los periodistas, no se qué tanto buscan.

Pero Calleja lo piensa así: «Ya para que se enojan. De todos modos lo que es y lo que hizo Ángel ya ocurrió. No hay manera de cambiar las cosas».

Calleja tiene razón. Nadie puede cambiar lo que hizo Ángel. Eso lo saben muy bien los familiares de las 13 mujeres que asesinó en su paso por los Estados Unidos y los agentes del Buró Federal de Investigación que siguieron sus pasos para capturarlo.

Por ejemplo. El FBI tuvo que familiarizarse primero con el multihomicidad. Tuvieron que estudiar el fondo criminal, la historia social y la psicología de Ángel. Los resultados indicaron que antes de los asesinatos de mujeres en varias ciudades norteamericanas, cercanas la frontera con México, Ángel Matutino tenía antecedentes criminales.

Datos extraídos por La Revista con autoridades de McAllen y Bronwsville, Texas, indican que en 1976, cuando tenía 16 años, fue deportado luego de intentar cruzar la frontera por las vías del tren de Matamoros, una vieja estación ferroviaria que aún es utilizada para el paso de mercancía.

Después de su deportación en agosto de 1976, Ángel volvió como bumerang pero esta vez por McAllen. Las autoridades de migración lo volvieron a capturar para su deportación.

Nadie sabe cuándo cruzó otra vez la frontera. Pero en 1979 fue detenido por robar un auto y asaltar en Miami, Florida. Seis años después, tras purgar la condena por ese delito, fue lanzado otra vez a México.

Los registros se pierden hasta 1988, cuando Ángel se colocó en una agencia temporal y trabajó en una maquiladora en Texas. Ahí fue detenido y enviado a prisión por dos años hasta 1992. Meses después salió libre deportado nuevamente.

La policía sospecha que Ángel comenzó a asesinar en esas fechas, tras su última detención, pero no fue sino hasta agosto de 1997, cuando dio su primer golpe en Lexington, Kentucky, atacando a Christopher Maier de 21 años cuando caminaba en las cercanías de la universidad. Al parecer Ángel sólo quería asaltar y terminó por apuñalar al muchacho. Su novia que lo acompañaba, escapó de aquella muerte.

Por primera vez, la policía comenzó a recabar los datos del oriundo de San Nicolás Tolentino. Lo describía así: «pelo negro, ojos marrones y tez oscura. Un tatuaje en el brazo izquierdo en forma de serpiente. También un flor tatuada en su muñeca izquierda. Para ese momento Ángel ya se las había ingeniado para falsificar su número de Seguridad Social, su empleo y hasta su nombre: Rafael Reséndiz. Su método era simple: matar y después buscar la forma de salir de ahí. El transporte: el ferrocarril.

«Nunca supo necesariamente a dónde iría, por eso buscaba siempre las vías del tren. Por eso era muy difícil seguirle la pista», reconoció Juan Douglas, agente investigador que siguió los pasos del multihomicida.

Inició la cacería

A raíz de la primera víctima, la policía diseminó fotos del asesino. Primero invitando a los ciudadanos a denunciarlo, después ofreciendo una recompensa por su captura de 50 mil dólares. Eso fue un gran error.

Ángel Maturino con su método rústico de matar pues asesinaba a sus víctimas con objetos que encontraba a la mano, comenzó a tener más movilidad. Para el primero 4 de octubre de 1998 a su lista se sumó el crimen de un anciano de 81 años. El asesino mexicano le golpeó hasta matarlo con un martillo.

El FBI reorientó la cacería y ofreció 150 mil dólares. Destinó doscientos agentes a manera de cobertura «reloj». Es decir, cubrir las áreas en Texas donde existieran tramos con vías del tren. La captura del asesino comenzaba a tomar forma pero Ángel siempre iba dos pasos adelante: El 17 de diciembre de 1998, atacó de nuevo.

Esta vez, la víctima fue Claudia Benton. Ella fue apuñalada y violada. La policía encontró el Jeep Cherokee en San Antonio. El vehículo tenía las huellas digitales de Maturino en el volante.

Llevándose recuerdos

Las pesquisas dieron un dato. El FBI pudo hallar a la esposa del asesino. Se llamaba Julieta Reyes, una mujer que Ángel trajo de Houston. Julieta no sospechaba del comportamiento de su marido pues Maturino siempre buscaba consentirla con cadenas de oro y pequeñas medallas que le llevaba a casa.

En realidad, la joyería había pertenecido a las víctimas. Los parientes de Claudi Beton, identificaron varias de esas cadenas. No tardaron en reconocerlas. Eran de la mujer asesinada el diciembre de 1998.

Hasta esas fechas, Ángel había logrado escapar burlando el eficaz FBI. «Pocos lo han querido decir pero la carencia de un sistema informático que nos permitiera conocer rápidamente la forma en que se movía el asesino, nos impidió capturarlo rápido», expresa un ex agente migratorio en Bronsville que pide no publicar su nombre pues podrían fincarle cargos, según las leyes norteamericanas.

Por ejemplo, el 2 junio de 1999, cuando Ángel fue capturado intentado cruzar la frontera en El Paso, Texas, el servicio de naturalización, hizo una búsqueda por computadora como un chequeo de rutina con posibles fugitivos u homicidas. La computadora no pudo identificarlo. El homicida simplemente fue deportado.

La mala coordinación entre las autoridades norteamericanas traería consecuencias: en menos de 48 horas, el asesino serial ya había logrado cruzar de nuevo a Estados Unidos, matando a dos más, una mujer de 26 años y otra de 73. Las casas de estas dos víctimas estaban cerca de las vías del tren.

Un hombre hostil

Tras los asesinatos la policía ya tenía un perfil del hombre que prefería moverse en tren para huir después de matar. Era «un hombre con un resentimiento, confundido, hostil y enojado con la policía».

Algo tenía de cierto este diagnóstico pues coincide con lo que dicen los amigos de juego de Ángel Leoncio acá en México. Margarito Huerta Moctezuma fue uno de ellos. Ahora tiene 46 años. Su casa está a dos cuadras de la primaria.

-¡Uy sí!, Ángel era maloso y me acuerdo que era bien grosero. No les voy a mentir a veces nos agarrábamos a buenos madrazos pero a él no le importaba que fuera niña o niño.

Sentado debajo de una jacaranda, Margarito suelta: «Ahora que soy profesor yo lo catalogaría como un niño problema porque seguido mandaban a llamar a su papá (su tío Rafael Reséndiz)».

Margarito cuenta que Ángel era de esos ellos niños introvertidos que poco o nada hablaban de lo que pasaba en casa. Según Margarito, Ángel Leoncio sufría en ocasiones de maltrato y sus compañeros, se daban cuenta de ello: «Llegaba con golpes en los brazos y parece que su papá era militar porque llegaba con unas botas de casquillo con las que también pegaba. Yo creo que eso le afectaba mucho pues hasta su mamá lo dejó», señala el profesor.

Luego el profesor se mete a casa mientras el sol cae a plomo sobre San Nicolás Tolentino. El griterío de los niños comienza a marcharse. Con ellos la tarde. Sin embargo pocos saben que a unos metros de ahí, vive Francisco Gil Acevedo. Otro de los compañeros de juego de Ángel Leoncio.

El hombre está tan flaco que la carne se le pega a las costillas. Vive a un costado de la plaza principal. Parece ermitaño. Al toque de la puerta se para de un brinco. El reportero le menciona que su foto aparece junto a la de Ángel Leoncio Reséndiz en el álbum de generación de la primaria.

Abre la puerta con cierto recelo pero de pronto algo lo hace cambiar de opinión y la cierra en la cara del reportero. «Si hizo cosas malas no me interesa, no me interesa». Y azota la puerta.

Los eslabones de Ángel siguen hasta la vieja hacienda del pueblo que según los habitantes era preferida por varios de los niños para matar el tiempo en los calurosos veranos de San Nicolás Tolentino.

Ahí, entre la humedad y olor a orines que se cuela por entre las paredes de esta hacienda que era sinónimo de poder en el pueblo a principios de la Revolución, era sencillo esconderse de papa o sentarse entre sus arcos viendo pasar el tiempo.

La hacienda, según los relatos de los viejos, fue incendiada por Emiliano Zapata y poco a poco la gente se fue marchando. Con ella fue la infancia de Ángel cuando se fue para la frontera hasta encontrar el tren que lo ayudaría a «brincar» hacia los Estados Unidos escondido entre madera o granos de maíz.

El gusto por esas vías que conoció pasados los 13 años, fue su carta de presentación durante los 2 años que las autoridades norteamericanas le siguieron los pasos. Siempre escapando entre los vagones, luego robando y asesinando.

Ángel Leoncio fue arrestado en julio de 1999 en El Paso Texas. A mil 800 kilómetros de ahí, en su natal San Nicolás Tolentino, tuvieron que enterarse por televisión.

Sólo así su tío Rafael Reséndiz, el hombre que quiso enseñarle a ganarse la vida entre las milpas, pudo apagar la veladora que cada año encendía para pedir que estuviera vivo.

El ritual tuvo éxito a medias, Ángel Leoncio sobrevivió siempre que cruzó el Río Bravo en la frontera. Cada vez que asesinó a cada una de sus quince víctimas. Cada vez que se subió al tren y no cayó a los rieles. Pero lo que es difícil que sobreviva es la decisión de un jurado que ordenó: inyección letal para «El asesino de las vías».


Ángel exterminador: Ángel Maturino Reséndiz

José Luis Durán King – Operamundi-magazine.com

11 de noviembre de 2009

El martes 26 de junio de 2006, Ángel Maturino Reséndiz fue ejecutado en Texas, culminando así una historia de terror que en Estados Unidos se conoció como «El Asesino de los Rieles».

El plazo se cumplió sin contemplaciones. El ciudadano mexicano Ángel Maturino Reséndiz, de 48 años, fue ejecutado mediante inyección letal al interior de la prisión de Huntsville, Texas, el 26 de junio de 2006, a las 20 horas locales.

Todos los esfuerzos por detener el oscuro ritual punitivo fueron en vano. Desde meses antes de la ejecución, el gobierno mexicano, a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores y de su titular, Luis Ernesto Derbez, envió a la Junta de Perdones y Libertad de Texas diversas misivas solicitando clemencia para Reséndiz, condenado a muerte el 17 de mayo de 1999 por violar y asesinar, exactamente un año antes, a la doctora Claudia Benton, de 38 años.

La insistencia fue infructuosa. Hasta el día en que la ejecución estaba programada, la Suprema Corte de Estados Unidos había sido enfática en sus propósitos, al rechazar las cinco apelaciones que pedían el aplazamiento de la pena capital contra el mexicano.

La cita con el verdugo oficial de la cámara de la muerte de Huntsville llegó para Reséndiz en el curso de siete años, demasiado rápido si se considera que muchos asesinos seriales estadounidenses llevan decenas de años viviendo del presupuesto público, evadiendo una y otra vez el cadalso mediante artilugios legales. Incluso algunos de ellos fallecieron por causas naturales en prisión, como fue el caso de los temibles Ottis Toole y Henry Lucas, que en pareja sacrificaron a más de 100 personas. ¿Cuál era la prisa, entonces, en el caso del mexicano Reséndiz?

Asesino de los rieles

La primera causa es la antipatía que el asesino despertó en la opinión pública y judicial norteamericana. El régimen de terror que Reséndiz impuso del 27 de agosto de 1997 al 9 de junio de 1999 evidenció la debilidad en varios frentes del sistema burocrático de Estados Unidos. En primer lugar demostró que la línea fronteriza que une y separa a México y Estados Unidos es más geopolítica que real, ya que Reséndiz entraba y salía a placer a la Unión Americana.

Sin trabajo ni domicilios fijos, se transportaba por la extensa red ferroviaria del sur de ese país, asesinando en hogares aledaños a las vías. En junio de 1999, cuando la impronta del asesino era cada vez más recurrente, el FBI colocó la fotografía del sospechoso en la lista de los diez criminales más buscados por el gobierno de Estados Unidos.

El recurso no sirvió de mucho. Cuando el rostro impreso de Reséndiz aparecía pegado en supermercados, escuelas e incluso en los baños de las gasolineras, el sospechoso fue detenido por la patrulla fronteriza cerca de El Paso, Texas, y posteriormente regresado a México y liberado. Tras ese error, Reséndiz volvió a asesinar en cuatro ocasiones más.

La policía de Texas y el FBI recibieron más de mil llamadas de personas que aseguraban haber visto al presunto homicida. Una de ellas condujo a las autoridades al hogar del matrimonio Reséndiz. Al platicar con Julieta Reyes, esposa del sospechoso, ésta extrajo de un ropero un bulto que contenía 93 piezas de joyería que su marido le había hecho llegar vía correo. La señora Reyes tenía el presentimiento de que las joyas pertenecían a algunas de las víctimas de su marido.

El 13 de julio de 1999, Manuela Reséndiz, hermana de Ángel Maturino, acompañada por un cura y por el propio sospechoso llegaron al puente que comunica a Ciudad Juárez con El Paso y Ángel Maturino Reséndiz, el asesino de los rieles, se entregó voluntariamente a las autoridades estadunidenses [estadounidenses].

La muerte viajaba en tren

El asesinato de Claudia Benton, que fue el que condujo a Reséndiz a la cámara de la muerte, no fue el único cometido por el vagabundo nacido en Izúcar de Matamoros, Puebla, el 1 de agosto de 1960. Antes y después de ella hubo otros.

La saga homicida de Reséndiz comenzó el 29 de agosto de 1997, con el asesinato de Chistopher Maier, de 21 años, y el ataque sexual a la novia de éste.

Más de un año después, el 4 de octubre de 1998, acabó con la vida de la septuagenaria Leafie Mason, quien fue golpeada hasta morir con una barra de acero. Al igual que en el primer asesinato, Reséndiz dejó bastantes huellas, que a la postre sólo sirvieron para identificar que el asesino de los rieles era un solo individuo. La tercera presa fue la doctora Claudia Benton, quien fue violada en el interior de su casa antes de morir machacada por una pieza metálica.

La noche del 2 de mayo de 1999, el matrimonio formado por Norman y Karen Sirnic, de 46 y 47 años, respectivamente, y cuya iglesia estaba a un lado de un camino ferroviario, fue asesinado a golpes de martillo. El modelo se repetía: robo, violación ocasional y sacrificio con la ayuda de objetos pesados. La sexta víctima fue la profesora Noemí Domínguez, de 26 años, quien vivía en un apartamento adyacente a un camino ferroviario.

Josephine Konvicka fue la víctima siete. Fue asesinada el 4 de junio de 1999 en su cama. En esta ocasión, el asesino no pudo llevarse el automóvil de la anciana, como lo había hecho en las ocasiones anteriores. El asaltante nocturno se conformó con varias joyas de la mujer.

Once días después, George Morber, de 80 años, y su hija Carolyn, de 52, fueron asesinados a tiros. Su casa estaba ubicada cerca de unas vías.

Últimas palabras

La noche de su ejecución, Ángel Maturino Reséndiz justificó su conducta diciendo que el Diablo manejó su vida. Antes había dicho que no temía a la muerte, pues era un ángel que resucitaría al tercer día. Hasta el momento no hay indicios que tal cosa suceda.

Lo que es cierto es que el asesino de los rieles padecía esquizofrenia crónica paranoide, que tampoco fue obstáculo para que Reséndiz se convirtiera en una fría estadística: el ejecutado 1.023 desde que Estados Unidos reanudó la pena de muerte en 1977. De esa cantidad, Texas ahora presume de haber llevado a cabo nueve de las 18 ejecuciones que ocurrieron en 2006.

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