Angel Emilio Mayayo

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Angel Emilio Mayayo

El asesinato de María Teresa Mestre

  • Clasificación: Asesino
  • Características: Descuartizamiento - El esposo de la víctima se encontraba en prisión implicado en el «caso de la colza»
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 9 de enero de 1984
  • Fecha de detención: 26 de marzo de 1984
  • Fecha de nacimiento: 1961
  • Perfil de la víctima: María Teresa Mestre Guitó, de 44 años
  • Método del crimen: Golpes con una llave tubular de neumáticos
  • Lugar: Cambrils, Tarragona, España
  • Estado: Condenado a 21 años de prisión el 6 de julio de 1985
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Índice

Angel Emilio Mayayo – El asesinato de María Teresa Mestre

Francisco Pérez Abellán

Las sospechas de un secuestro. Al fondo, el fraude del aceite de colza. La aparición del cadáver seccionado. La carta que exigía un rescate de veinticinco millones. La máquina de escribir y la confesión incompleta. El crimen de un enajenado. El misterio del móvil.

La mujer entró en el apartamento, dejó los paquetes que llevaba encima de la butaca, se quitó la chaqueta y el cuello de piel que la abrigaba y tomó asiento en una de las sillas que rodeaban la mesa. El hombre cerró la puerta. La mujer abrió una carta que el hombre le había dado y se entretuvo en leerla. El hombre permaneció de pie a su lado.

Cuando terminó de leer hizo un comentario que el hombre pidió que precisara. Conversaron durante unos minutos acerca del papel que él le mostraba. Todo parecía normal. Cuando la mujer acabó de hablar se dio cuenta de que algo terrible y amenazador flotaba en el ambiente.

El hombre no había prestado atención a sus palabras a pesar de que su mirada miope se posaba en su rostro. Estaba muy serio y parecía mentalmente ido. La mujer sintió miedo y trató de ponerse de pie para marcharse.

El hombre la detuvo con su mano, que se cerró en el hombro como una garra. Ella inició un suave movimiento hacia la puerta y mostró su intención de salir. El hombre entonces abandonó su expresión bobalicona y la miró fijamente sin decir nada.

Ella expresó su deseo de abandonar el apartamento midiendo mucho sus palabras. El hombre le pidió algo y ella dijo que no brevemente, como disculpándose. El hombre guardó silencio pero se acercó más interponiéndose ante la puerta.

Ella no podía saber lo que pretendía pero intuyó que era su última oportunidad. Volvió a decir que tenía que marcharse, esta vez con más fuerza que antes, pidiéndole que le dejara salir. En el rostro de la mujer había una fuerte crispación que revelaba su miedo.

Fue entonces cuando el hombre, sin previo aviso, la abofeteó por primera vez. Acto seguido descargó sobre ella una lluvia de golpes. La mujer trastabilló y fue retrocediendo hacia atrás hasta que tropezó con el sofá y cayó sobre él.

El hombre agarró con fuerza una llave tubular de neumáticos, que descansaba sobre un mueble, y no dejó que ella se recuperase. Acercándose violentamente la golpeó varias veces en el cráneo. La mujer, un segundo después, se desplomó sin vida. El hombre cesó en su ataque. El cuerpo quedó en el suelo, inerme y desmadejado.

Fue entonces cuando el hombre pareció despertar de una especie de trance. No había tomado drogas ni alcohol, pero se sentía aturdido. Se concedió unos momentos para aclarar sus ideas.

Después lo primero que hizo fue poner en orden las ropas de la mujer que habían quedado en una posición en la que daban a la muerte un tinte obsceno. A la vez sintió un estremecimiento y se preguntó cómo había sido capaz de golpearla.

En su mente se apiñaban pensamientos confusos que la recorrían vertiginosamente. Pasó por un fuerte estado de excitación en el que por un momento se dejó arrastrar por el pánico. Pensó que no había querido hacer aquello, que nunca quiso hacerle daño.

Pensó que si lo confesaba en seguida, el juez podría apreciarle el beneficio de arrepentimiento espontáneo. Pero decidió que no quería aparecer como culpable. Tuvo que sobreponerse y tranquilizarse. Durante varios minutos no supo qué hacer. Luego reaccionó y fue trazando su plan.

Primero llevó el cuerpo hasta el cuarto de baño y lo metió en la bañera. Después trató de borrar todas las huellas de la presencia de la mujer. Recogió las bolsas de la compra que llevaba, el bolso, la chaqueta y el cuello de piel. Del bolso sacó el monedero con la documentación y lo guardó.

El resto lo disimuló en el interior de una maleta plegable y bajó con ella a la calle donde encontró en seguida el coche de la víctima. Abrió con las llaves, que también había sacado del bolso, y lo puso en marcha conduciendo hasta las proximidades de un hotel. Allí vació la maleta y se la llevó junto a las llaves de contacto. Dejó el coche bien aparcado, sabiendo que era la mejor manera de que tardaran en encontrarlo.

Regresó al apartamento a pie, dando un paseo por la playa. Al llegar a la altura de un cámping situado junto a una zona rocosa, tiró las llaves del vehículo al mar.

Cuando llegó al apartamento se dirigió sin perder un momento a la bañera donde con una sierra procedió a trocear el cuerpo. Comenzó cortando los pantalones y el jersey con unas tijeras. Luego seccionó las piernas a la altura de las ingles y después dividió el tronco en dos, partiéndolo por la cintura. Antes había lavado con la alcachofa de la ducha la parte superior del cadáver.

El cuerpo quedó en cuatro grandes pedazos: el tórax con la cabeza y los miembros superiores, el tronco pelviano seccionado a la altura del ombligo y los dos miembros inferiores separados. A medida que cortaba los trozos los fue introduciendo en grandes bolsas de plástico que a su vez ocultó en el interior de otras destinadas a guardar ropa. Tuvo que atar las manos del cadáver al cuello para que le fuera más fácil manejarlo. El cadáver troceado entró completamente en tres bolsas.

Una vez puso fin a su macabra tarea se apresuró a limpiar el baño y el resto de la casa. Recogió los restos que habían quedado en el fondo de la bañera e intentó deshacerse de ellos por el lavabo, para lo que tuvo que utilizar el desatascador.

En el salón no pudo borrar por completo una mancha de sangre que cubrió con cera y ocultó poniendo encima la pata de un sillón. Cuando estimó que todo estaba limpio y en orden, transportó las bolsas al maletero de su coche.

La asesinada era María Teresa Mestre Guitó, de cuarenta y cuatro años, esposa del industrial aceitero Enrique Salomó, que se encontraba procesado y en prisión por su supuesta responsabilidad en el famoso fraude del aceite de colza desnaturalizado que tuvo lugar en España en la primavera de 1981.

Según la policía, el crimen se produjo el 9 de enero de 1984, el mismo día que se había dado por desaparecida a María Teresa, en un apartamento de la urbanización Reus Mediterrani, en Cambrils (Tarragona), situado en la primera planta del edificio donde en el tercer piso pasaba el verano la fallecida con su familia.

El presunto autor de la muerte era Ángel Emilio Mayayo Pérez, de veintidós años, íntimo amigo de los hijos de la víctima. Pero hasta que la policía llegó a esta conclusión y Mayayo fue detenido pasaron dos meses y medio.

Catorce días después de la desaparición de María Teresa, el lunes 23, su cadáver troceado fue hallado por tres trabajadores de recogida de basuras, a las dos menos diez de la madrugada, en un vertedero cercano a su domicilio, en Cambrils.

El cuerpo conservaba los pendientes, un anillo, el collar, guantes y calcetines. En el guante de la izquierda, dentro del espacio del dedo pulgar, se encontraron siete monedas, y aunque en un principio parecía un número cabalístico no era más que las vueltas de una compra que sumaban ochenta y ocho pesetas. Por el contrario, un dato verdaderamente misterioso es que el cuerpo fue hallado completamente sin sangre y con un escaso grado de putrefacción.

Los forenses estimaron, de forma errónea, que la muerte había ocurrido entre cuarenta y ocho y setenta y dos horas antes, y que el cadáver había sido congelado o al menos conservado en un frigorífico, extremos que todavía hoy resultan incoherentes con el relato policial que afirma que fue asesinada el mismo 9 de enero en el que desapareció, es decir, catorce días antes.

Durante la desaparición de María Teresa, sus familiares recibieron una carta firmada con las siglas GADAC en la que eran informados de que había sido víctima de un secuestro por el que se pedía un rescate de veinticinco millones de pesetas. Algunos detalles de esta carta dieron la clave a la policía.

Los agentes encargados de la investigación realizaron una labor de descarte partiendo de una lista de sospechosos del círculo íntimo de la familia. El último de esa lista era Ángel Emilio Mayayo.

El jefe del operativo policial, Víctor Cuñado, por entonces destinado en Barcelona, a fuerza de releer la carta, una y otra vez, tuvo la sensación de que había encontrado una pista. Llegó a la conclusión de que el autor era una persona joven, del entorno de la familia Salomó-Mestre, que no sabía escribir bien a máquina.

A Víctor Cuñado le tocó comprobar si Mayayo tenía máquina de escribir. Cuando llegó a la casa del joven, en Reus, este no estaba, encontrándose en el domicilio sólo su madre. Le explicó que investigaba a jóvenes relacionados con la familia Salomó y la madre sacó la agenda de su hijo ofreciéndole que apuntara los nombres que quisiera.

El inspector utilizó la argucia de preguntarle si disponía de máquina de escribir para que sus anotaciones fueran más claras. La señora sacó una «Hispano Olivetti» y unos folios que ya al pronto le parecieron muy semejantes al papel con el que estaba escrita la supuesta carta de los secuestradores. El policía sintió un nudo en el estómago. Cuando empezó a teclear no tuvo dudas: era la máquina que buscaba.

Fue en ese momento cuando se presentó «Angelito». Con el fin de que todo fuera más fácil, el inspector le invitó a tomar un café en el cercano hotel Gaudí. Cuando sacó el tema del crimen, la preocupación y el nerviosismo de Ángel Mayayo hizo que lo llevara a comisaría. Allí confesó.

Contó cómo con su coche llevó los restos de María Teresa al lavadero de su casa de Reus donde los ocultó hasta que decidió trasladarlos al vertedero en el que fueron encontrados. Lo único que no quiso explicar fue el móvil del crimen. Afirmó que no lo declaraba porque «le daba vergüenza». Todo lo que se supo es que sufrió un impulso repentino, quizá debido al «pequeño monstruo» que llevaba dentro como había dicho en alguna ocasión.

Fue juzgado a principios de julio de 1985 y el día 6 de ese mes se dictó la sentencia que le condenó por asesinato con alevosía, con la circunstancia atenuante de enajenación mental incompleta, a la pena de veintiún años de reclusión.


Descuartizada con aceite de colza

Mariano Sánchez Soler – Los crímenes de la democracia

1. Primer viaje: 23 de enero de 1984

Ni el gobernador civil de Tarragona, Vicente Valero Costa, ni la Guardia Civil esperaban un desenlace semejante. El cadáver de María Teresa Mestre Guitó, cuarenta y cuatro años, secuestrada trece días atrás, aparecía muerta y descuartizado, en tres partes, en un vertedero de Cambrils, a sólo cuatro kilómetros de la residencia familiar, y a tres kilómetros del lugar donde había sido presuntamente secuestrada el 9 de enero de 1984, en Salou, un cementerio turístico de invierno. Contra todo pronóstico, María Teresa Mestre no había salido de la zona.

El lunes 23 de enero, mientras los forenses examinaban a la víctima en la clínica municipal de San Juan, las autoridades de Tarragona guardaban silencio. Sólo el jefe de prensa del Gobierno Civil afirmaba: «Hay muchos puntos oscuros y el gobernador no descarta ninguna de las hipótesis; ni siquiera las relacionadas con ceremonias secretas de vudú.»

Eran ya las nueve de la noche y el cadáver había sido encontrado a las dos de la madrugada. Dos horas más tarde, a las once, el gobernador Valero descartaría el móvil económico del crimen y cargaría las tintas sobre «un psicópata sádico». María Teresa murió de fractura de cráneo durante una lucha y fue descuartizada con una sierra para facilitar su transporte. Tal era la hipótesis policial sobre el caso, aunque no habían podido determinar el número de asesinos.

Enrique Salomó, marido de la víctima, era uno de los principales procesados por el envenenamiento masivo del aceite de Colza, una «epidemia» de aceite adulterado que se cobró, desde 1980, un total de 500 víctimas mortales y más de 21,000 enfermos. El 27 de julio de 1981 había sido detenido y permanecía encerrado en la cárcel de Tarragona, donde compartía la gestión del economato de los presos con otro empresario de la colza llamado Ramón Alabart.

Tras el secuestro de su mujer, la Audiencia Nacional le concedió un permiso especial de tres horas diarias desde el 20 de enero, «en tanto que persistan las circunstancias que rodean la desaparición de su esposa». Para el gobernador Valero, la salida de Salomó permitiría que dirigiera los trámites «para conseguir el feliz desenlace del secuestro».

Por la liberación de María Teresa Mestre, unos secuestradores autodenominados GADAC (Grupo de Afectados del Aceite de Colza) pedían como rescate 25 millones de pesetas. Aquellas siglas, sin duda, eran una tapadera de delincuentes comunes, según la Guardia Civil, y el comunicado también podría ser falso.

Salomó tenía que negociar la liberación de su mujer y esperaba la segunda comunicación de los secuestradores. En su primera carta, el GADAC advertía del «riesgo para la vida de María Teresa si se da cuenta a la Policía».

El abogado de Salomó, Jordi Claret Andreu, afirmaba: «No creo que los autores pertenezcan a la mafia de la colza, porque Salomó no estaba metido en eso. Me extraña que sea un secuestro por dinero, porque la familia no lo tiene. En los meses que trato a los Salomó he observado que tienen gastos, pero no entra dinero en sus cuentas y están pasando estrecheces económicas.»

No obstante, tres meses antes de que estallara el escándalo del Síndrome Tóxico, en febrero de 1981, la fábrica de aceite que Salomó poseía en Reus sufrió un incendio y la familia cobró por el seguro una indemnización de más de veinte millones de pesetas.

Los puntos oscuros del crimen hablaban de curiosas simbologías. El cadáver descuartizado de María Teresa Mestre tenía puestos los guantes y, entre la tela y la mano, se encontraron siete monedas de peseta, duro y cinco duros. Para los investigadores podía ser «un mensaje dirigido a Salomó por parte del criminal. Se trata, sin duda, de un signo usual en la mafia siciliana; cuando se mata a alguien porque no ha pagado una deuda contraída, los mafiosos colocan varias monedas en la mano del cadáver».

Cuando María Teresa fue encontrada creyeron que llevaba sin vida 48 horas, según el primer dictamen forense. Días antes, mientras Salomó abandonaba temporalmente la cárcel para mediar por su esposa, el otro procesado de la colza, Ramón Alabart, no podía ocultar su nerviosismo. Tanto que Salomó solicitó regresar a la prisión a las ocho de la tarde del lunes 23 «para hablar durante diez minutos con sus compañeros del economato», y muy especialmente con Alabart.

En las primeras horas, la Guardia Civil, desplegando a sus especialistas y perros amaestrados, rastreó toda la zona. Buscó también en el mar y en la montaña. A los ocho días de la desaparición, abandonaron el empeño. Los perros perdieron la pista en la carretera de Tarragona, a cincuenta metros del lugar donde fue encontrado el coche abandonado de María Teresa.

Para las autoridades, la secuestrada estaba lejos. Lo que jamás hubieran imaginado es que su cadáver, desangrado y descuartizado, estuvo ante sus propias narices durante varios días, en el piso inferior al que posee la familia Salomó en el bloque de ocho plantas de la urbanización Reus Mediterrani, de Cambrils. Se acabaron los controles y crecía la vana sospecha de que todo pudiera ser un montaje del infortunado Salomó para conseguir la libertad provisional, cuando ya había cumplido treinta meses de cárcel.

En Tarragona existía desde hacía tiempo una gran tensión entre el gobernador Valero y los cuerpos de seguridad. Problemas de competencia. En el mes de diciembre de 1983, Vicente Valero, al objeto de acabar con la delincuencia, planteó una estrategia de «peinados» periódicos. Para ello cercó Reus, detuvo a setenta personas, de las cuales solo tres pasaron a disposición judicial como presuntos violadores. Otro «peinado» semejante y con los mismos resultados fue realizado en el mercado de Tarragona.

Durante el secuestro de María Teresa, el gobernador manifestó su creencia de que la mujer se encontraba en el casco antiguo de Reus y, sin embargo, no ordenó «peinar la zona». Muchos miembros de las fuerzas de seguridad se preguntaron entonces por qué no lo hizo.

2. La autopsia

«La muerte debió producirse sobre el día 20 de los corrientes [fue secuestrada el día 9] y sobrevino por fractura de la base del cráneo, causada por un golpe brutal con un objeto contundente que presenta alguna arista ya que se aprecian hendiduras. Presenta corte abdominal perfecto realizado desde la parte posterior, en posición decúbito prono. Duodeno seccionado y corte en riñón derecho. En el estómago existe una especie de papilla, al parecer por haber ingerido verdura, no apreciándose degeneración mucosa del mismo. El cadáver presenta pérdida total de su sangre, lo que retrasa la degeneración de los tejidos. No se observan lesiones ginecológicas. Ha sido retirada la vértebra inferior lumbar para determinar el corte, que parece ser efectuado con una hoja fina y muy revolucionada. Igualmente ha sido retirado el fémur derecho para la práctica de pruebas de laboratorio en Barcelona. Al cadáver le falta parte del intestino grueso y casi todo el intestino delgado, y presenta lesión tumoral en pulmón como consecuencia de metástasis en ambas bilaterales. Presenta igualmente golpe en región temporal derecha. La fractura de la base del cráneo afecta toda la base occipital, con lesión cerebral superficial. Se aprecia quemazón a nivel del corte de sierra, que corresponde al número de revoluciones de la hoja. El seccionamiento de ambas piernas se ha producido al mismo nivel y también en posición decúbito prono.

»Todos los cortes son limpios a nivel posterior y con desgarros en la parte anterior, apreciándose apergaminamiento en el corte, posiblemente por quemazón. Se aprecia calvicie en parte superior de la cabeza. Igualmente, se aprecian contusiones en ambas manos, sin fracturas, así como surcos de cuerdas, finas, a la altura del muslo, en ambas piernas pudiendo establecerse que fue cortada primero la pierna izquierda y posteriormente la derecha. El arrugamiento epitelial es consecuencia de la humedad. En la cabeza se observa lo siguiente. – dos orificios en la parte posterior de la oreja derecha. Tres pequeñas heridas en la parte lateral izquierda a la altura del ojo, – hematomas en ambos párpados, – pérdida de la ceja izquierda y hematoma en pómulo izquierdo. El cadáver no ha permanecido en congelador o nevera. El fémur presenta corte oblícuo posiblemente producido por sierra eléctrica de disco, usada con la mano. El cráneo aparece astillado y abierto. Recogidas muestras de sangre para análisis de laboratorio.»

Los forenses, además, comprobaron un hecho nuevo: «El cáncer de mama que padecía la esposa de Enrique Salomó, del que fue operada hace algún tiempo, se había reproducido en los pulmones.»

3. Reseña de videntes

Pilar Prades de Alimbau, curandera, parapsicóloga de Vilanova i la Geltrú, trataba profesionalmente a María Teresa Mestre Guitó desde hacía seis años. La conocía muy bien. «Yo sé quien secuestró y asesinó a María Teresa -declaró públicamente-. Pero sólo puedo decir que fueron dos hombres y una mujer. No puedo decir más. Temo que vengan a por mí y me rajen como a ella. A los cinco días de estar secuestrada, debía de haber venido a mi consulta con su hija Mayte, pues a la chica no le venía la regla y su madre estaba muy preocupada. Desde que Enrique Salomó ingresó en prisión, yo no he cobrado ninguna peseta a María Teresa Mestre. De eso hay testigos, ahí está su gran amiga Pilar Mayayo para decirlo; venían juntas a mi consulta y a todas partes.»

En sus frecuentes viajes a Madrid, María Teresa trabó contacto con el vidente Diego Araciel, un hombre que vinculó la muerte de esta mujer a los entresijos de la mafia aceitera. «Su empeño -dijo Araciel- era sacar a su marido de la cárcel y salvarle como fuera. Esto la obsesionó de tal forma que empezó a meterse en un terreno peligroso. Había encontrado papeles comprometedores y esa fue su fatalidad.»

Donde la criminología y las ciencias indagatorias no accedían, allí llegaban los «poderes ocultos» para aportar su granito de arena esotérica. Lo peor fue que la Guardia Civil hizo caso a los charlatanes y pretendió conocer, a través de ellos, el estado anímico de la víctima. Los videntes empezaron a indagar en «el más allá» y creyeron descubrir las causas de la muerte y las características físicas del asesino. A partir de ahí, sus opiniones apenas fueron tenidas en cuenta.

La gran incógnita estaba en las siete monedas halladas en el guante de María Teresa Mestre. Nadie podía creer que fuera simplemente (como demostró la realidad) el cambio de una compra efectuada minutos antes de su muerte, porque ni siquiera se sospechaba que la infortunada mujer había fallecido el mismo día de su desaparición. La autopsia -el único dictamen científico disponible- hablaba sólo de 76 horas muerta. María Teresa guardaba a menudo el cambio, la calderilla, en un guante, pero todos, y en especial la Policía, creyeron ver en aquel número siete una clave del asesinato.

4. Segundo viaje: 2 de febrero de 1984

La cárcel de Tarragona era casi una oficina para Enrique Salomó. Durante la charla que mantuvo conmigo, tras una maratón de ruedas de prensa concedidas el día antes, utilizó el teléfono continuamente para hablar con su secretaria, su hija Mayte y su abogado.

Los funcionarios de la prisión le pedían permiso para nuevas visitas y él repetía una vez más las argumentaciones del día anterior, como si se tratase de una lección aprendida. Desarrollaba una gran actividad para conseguir su libertad provisional. El abogado Claret ya la había solicitado en la Audiencia Nacional el día siguiente de la desaparición de María Teresa Mestre. Ahora, dos semanas más tarde, el industrial procesado por la colza daba el último empujón.

-Mayte -dijo Salomó a su hija que estaba al otro lado del auricular-, mientras no salga de la cárcel no vengáis a vivir a Tarragona.

Y al abogado: ¡Al gobernador no me lo toques, que se está portando muy bien!

Y ya, de nuevo en el sofá, afirmaba:

-No se debe interpretar que quiero aprovechar la ocasión para salir de la cárcel.

Mientras tanto, un telegrama pedía la libertad a los jueces de Madrid con este argumento:

Circunstancias desenlace, no descartar móvil venganza, hipótesis que inquieta al señor Salomó, quien teme por la seguridad de sus hijos.» La Audiencia Nacional, ese mismo día, respondió concediendo «la prisión atenuada en su domicilio, con la vigilancia necesaria para evitar que se sustraiga a la acción de la justicia ».

Ante mis preguntas sobre la relación del crimen con la mafia de la colza, Salomó respondió con evasivas:

-No quiero que se mezcle la colza con esto. En treinta meses no ha venido ningún químico a visitarme. Es un asunto del que todos han sacado provecho. Al doctor Pestaña le dan muchos millones para laboratorios y no investiga nada sobre el síndrome tóxico. De subsecretario de Sanidad ponen a cualquiera cargado de medallas… ¡De la colza ya hablaremos cuando pase todo!

Y tras hacer un gesto fatalista musitó:

-Alabart está muy asustado por su familia y teme que les pueda pasar algo.

El puerto de Tarragona es considerado un importante foco del contrabando aceitero. Barcos con bandera francesa y árabe atracan durante la noche y en fines de semana descargando aceites de soja, semillas y colza. La Organización de Trabajadores Portuarios (OTP), los estibadores, está al margen. La descarga, realizada en conducciones que también sirven para otros productos químicos, es efectuada por empresas subsidiarias. Las compañías receptoras de aceite se encargan de contratar a los trabajadores que ejecutan la operación en cada momento. La cobertura legal es absoluta.

El aceite clandestino proviene de Rotterdam, Amberes o Marsella. Una de estas importadoras, con un capital social de más de cien millones de pesetas, vendía a Enrique Salomó oleínas de soja, según consta en la declaración judicial del industrial aceitero contenida en el sumario de la colza.

Las posibles vinculaciones del crimen con la llamada «Mafia del aceite» y el entorno familiar de la víctima eran las puntas de lanza de una investigación que estaba resultando desconcertante. Por un lado, la Brigada de la Policía Judicial de Barcelona había enviado a Tarragona un equipo de especialistas que mantenían sus indagaciones en el más absoluto de los secretos.

Por el otro, la Guardia Civil, tras tomar declaración a curanderos y videntes, intentaba poner cerco a las amistades más íntimas de María Teresa. En el centro, una lluvia de comunicados y contracomunicados, de falsas detenciones, y una desesperada carrera por ver quién descubría primero a los asesinos. «El principal problema -se quejaba un policía- es la descoordinación.»

La Comisión de Seguimiento integrada por las máximas autoridades del orden público no servía para nada. A la deriva, la Guardia Civil interrogó al portavoz de la familia durante el secuestro, Josep María Virgili, a dos agricultores que cuidaban una masía propiedad de éste, en la que se había encontrado una sierra y manchas de sangre, y a un joven apodado El Madriles que había sido compañero de Salomó en la cárcel de Tarragona. Para hablar con él, me desplacé a un barrio de Tarragona conocido por el Liam Sham-po, por ser un suburbio lejano.

El Madriles fue interrogado por la Policía y la Guardia Civil, unos detrás de otros y sin coordinación; estaba siendo vigilado en todos sus movimientos. Es un hombre joven y rubio que ha cumplido condena por el atraco de una Caja de Ahorros.

-Personalmente -afirmó-, no creo en un posible ajuste de cuentas entre expresos. Por experiencia sé que entre los presos se respeta a la familia del otro; porque todas las personas que hemos estado en la cárcel sabemos, por desgracia, que si engañas a cualquier compañero te puede costar la vida cuando salgas. Salomó sabe que todo es obra de un grupo de personas con poder suficiente, político y económico, involucradas en el aceite de colza. A finales de noviembre, el señor Salomó me dijo que iba a tirar de la manta y lo soltaría todo cayera quien cayera.

La Policía y la Guardia Civil andaban como locos por implicar a alguien. Ninguna hipótesis era abandonada y, al mismo tiempo, se saltaba de una a otra sin orden ni concierto. En todo este maremagnum, nadie se molestó en interrogar al vecino «de abajo», amigo personal de los hijos de Salomó, el joven Ángel Mayayo, una persona retraída que, desde el primer instante, cedió su casa para que los familiares de María Teresa Mestre realizaran sus ruedas de prensa. Como así se hizo.

5. Tercer viaje: 27 de marzo de 1984

El 5 de marzo, la Policía y la Guardia Civil habían agotado todas sus posibilidades de investigación y habían perdido las esperanzas de llegar a un rápido esclarecimiento del caso. «Sólo alguna revelación de un confidente o una nueva actuación del asesino, en caso de que se trate de un psicópata, podrían desbloquear el caso, que por todos los datos que poseemos fue perfectamente realizado y sin apenas dejar pistas», explicó un portavoz policial, apostillando con pesadumbre: «No se esperan novedades en los próximos días.»

El inspector de primera Víctor Cuñado, jefe del grupo de Homicidios de Barcelona, estaba desde las últimas semanas obsesionado por una idea: «La clave está en la carta de los supuestos secuestradores, GADAC.»

El inspector Cuñado se hallaba inmerso, a finales de febrero, en la resolución del secuestro del industrial catalán Raimundo Gutiérrez. Tuvo que viajar a Toulouse (Francia), donde su grupo logró rescatar a Gutiérrez. Cuñado leía y releía la carta y, como un novelesco investigador anglosajón, comenzó a hilvanar sus hipótesis. Estaba convencido. La carta era auténtica. Por el trato que se daba a la víctima de «Sra.», el jefe del grupo de Homicidios llegó más lejos en sus planteamientos: «Ha sido escrita por un hombre joven que conocía personalmente a la víctima. Ése es el asesino y pertenece al círculo de amistades de los hijos de María Teresa Mestre.»

Descartadas otras posibilidades, Víctor Cuñado elaboró una lista de jóvenes cercanos a los Salomó. El inspector se mostraba casi convencido de que su línea de investigación conduciría al culpable. El jefe de Policía de Barcelona, el comisario Agustín Linares, le dio carta blanca. Ante la pasión que Cuñado ponía en sus argumentos, valía la pena intentarlo.

-Jefe, creo que del contexto de la carta se desprende que quien la ha escrito tiene un nivel cultural de preuniversitario y pretende desviar las investigaciones.

Esta carta no intenta pedir un rescate.

Después de las diez de la noche del lunes 26 de marzo, el comisario Linares seguía trabajando en su despacho barcelonés de la Vía Layetana. Sonó el teléfono.

-¡Jefe, soy Cuñado! ¡Mayayo ha confesado, reconoce que mató a la mujer de Salomó!

Horas antes, el inspector llegó a la cafetería del Hotel Gaudí, en Reus. Pidió un Ballantine’s y se sentó en una mesa del fondo, cerca del televisor. Eran las ocho de la tarde y Angel Emilio Mayayo, de 22 años, llegó a los pocos minutos. Se acercó a la barra, pidió un gin-lemon y se acercó a la mesa del policía. Nadie se percató de que ocurriera algo extraño, charlaron durante medía hora y en ningún momento la tensión fue visible.

«Ángel Emilio respondía perfectamente al símil que me había imaginado -declaró más tarde el inspector Cuñado-. Era un estudiante que había dejado sus estudios dos años antes, tenía un carácter difícil y era amigo y vecino de la familia. Cuando llegué a Reus, no estaba en casa. Cuando apareció, le dije que quería hablar con él y me lo llevé a una cafetería. Decidí jugar fuerte e intenté acorralarle, se contradijo. Le había descubierto.»

Angel Emilio Mayayo Pérez, hijo huérfano de un juez muy conocido en Tarragona, fue a la comisaría sin resistirse. Allí confesó de plano. Volvió a escribir en la máquina Olivetti Lettera 35, propiedad de su padre, el mismo texto del comunicado de los supuestos secuestradores. Además, el papel de la carta, de fabricación francesa era el mismo utilizado por los «GADAC». En su casa, se encontró además el bolso de María Teresa Mestre con su documentación, incluyendo el DNI de Enrique Salomó.

¿Por qué mató a la madre de sus dos mejores amigos? Mayayo no lo sabe, no hay móvil; se pone tenso y clava la mirada en el suelo. Su crimen es inconfesable. Como un castillo de naipes, toda la «trama» que rodeó al asesinato se vino abajo. Como afirman los investigadores experimentados: «Las claves de los enigmas siempre son las hipótesis más sencillas y próximas a la víctima, no se puede fantasear. Mayayo mató a María Teresa Mestre. Ni mafias de la colza ni vudú. Y por aquí debía de haber empezado todo.»

Sin embargo, la Guardia Civil que rastreó con perros toda la zona de Salou Cambrils, inexplicablemente no registró el bloque de viviendas donde residían la víctima y el asesino. «No registramos allí -se justificaría un oficial de la Guardia Civil- por vergüenza a que los vecinos pensasen que sospechábamos de ellos. Ya hemos aprendido, y otra vez no pasará.» De hacerlo, el crimen se hubiera resuelto dos meses antes.

El día 9 de enero Mayayo estaba sólo y triste en su casa, María Teresa pasó un momento a verle y, cuando pensaba marcharse, sin razón alguna, recibió un golpe mortal en la cabeza propinado por el homicida con una barra de hierro. Nadie sabe la razón, ni él mismo, ya que este joven, según los psiquiatras, «sufre transtornos mentales en su personalidad sin llegar a la enajenación completa».

Luego descuartizó el cadáver, tras desangrarlo totalmente en la bañera, y lo metió en bolsas. Para atarlo necesitaba una cuerda y para ello tuvo una idea siniestra: subió al piso de los Salomó y se la pidió a la angustiada madre de María Teresa Mestre. Al joven no le faltó sangre fría.

Al día siguiente, aprovechando que su madre estaba en Pina de Ebro (Zaragoza), trasladó los restos de María Teresa hasta su casa de Reus. Allí los mantuvo al aire libre durante catorce días.

El 28 de marzo, Ángel reconstruyó el crimen en presencia de juez instructor Mariano Muñoz. Su tranquilidad era completa. Mientras el joven mantenía que el crimen lo habían consumado el día 9 de enero, los forenses que realizaron la autopsia no variaron su informe y repitieron: «Si la señora Salomó hubiera estado quince días muerta, habríamos encontrado sus vísceras en estado de putrefacción.»

Tan sólo las bajas temperaturas de aquellos días explican parcialmente que el cuerpo se mantuviera en tan buen estado de conservación. La parsimonia de Mayayo para realizar su crimen tiene todavía un detalle más sorprendente: no se deshizo de la documentación de María Teresa, que podía ser encontrada en cualquier registro policial, y sin embargo recorrió con su coche doscientos kilómetros para arrojar en el río Ebro la sierra con que descuartizó a su víctima.

Angelito Mayayo fue procesado el 5 de julio de 1984 por un presunto delito de homicidio y robo. El juez desestimó la calificación fiscal de asesinato. Un año después, en 1985, la Audiencia de Tarragona sentó en el banquillo al misterioso e inesperado homicida. El tribunal estaba compuesto por antiguos compañeros de su padre en la carrera judicial.

Tras quince horas de juicio, quedaron sin desvelar todas las incógnitas que rodean la muerte de la esposa del industrial Salomó. El propio fiscal del caso, Antonio Carvajo, mantuvo la tesis de que el crimen podía estar relacionado con circunstancias que no habían sido aclaradas en un año y medio. El negocio del aceite adulterado, que generó beneficios de cientos de millones de pesetas, fue un punto de referencia constante a lo largo del juicio.

Ángel Mayayo mantuvo en todo momento una actitud displicente hacia cuanto ocurría en la sala, pero se puso visiblemente nervioso cuando la secretaria de Salomó, Rosa María Batista, declaró que Mayayo se había interesado en varias ocasiones por la fortuna de la familia de Enric Salomó, antes incluso del asesinato. Las frases cortas de Rosa María parecieron llegar como descargas eléctricas hasta la frágil memoria del presunto homicida que, por sus contestaciones, parecía no recordar lo sucedido aquella fría tarde del 9 de enero de 1984.

El introvertido y solitario Angelito Mayayo Pérez fue condenado a veintiún años de cárcel.

Recobrará la libertad antes de cumplir los treinta y cinco años.


La Guardia Civil registra una masia de Cambrils en busca de pistas del asesinato de María Teresa Mestre

Albert Montagut / Xavier Bas – El País

29 de enero de 1984

Una masía de Cambrils (Tarragona) fue registrada ayer por la Guardia Civil en busca de pistas del asesinato de María Teresa Mestre, esposa del industrial aceitero Enrique Salomó.

El matrimonio de agricultores que trabaja en esta masía fue trasladado por la tarde al cuartel de la 441 Comandancia de la Guardia Civil de Tarragona para firmar el acta del registro efectuado horas antes. Una tercera persona, José María Virgili, propietario de la finca investigada, acudió también al citado acuartelamiento para interesarse por sus trabajadores.

Según una nota difundida a primeras horas de la tarde por el Gobierno Civil de Tarragona, el matrimonio había sido «detenido» en relación con la investigación del secuestro y posterior asesinato de María Teresa Mestre. Una segunda nota del Gobierno Civil afirmaba que se había considerado «conveniente» interrogar al matrimonio.

Otros medios afirmaron a media tarde que los detenidos eran tres, confundiéndose, probablemente, por la presencia de José María Virgili en la comandancia de la Guardia Civil. A las 21.30 horas, un comunicado oficial del Gobierno Civil de Tarragona explicaba que el matrimonio de agricultores había sido puesto en libertad después de ser interrogado.

Sin embargo, a esa misma hora fuentes próximas a la investigación declararon que estas personas no habían estado detenidas «en ningún momento» y que se habían limitado a firmar el acta de registro efectuado en la masía.

Llamada anónima

Esta misma fuente afirmó que la operación se había ceñido al registro de la masía, después de que una llamada telefónica pusiera en alerta al Servicio de Información de la Guardia Civil en Salou. Era una voz anónima que afirmaba: «En la masía que hay junto al vertedero donde encontraron a la señora Mestre hay algo».

Los investigadores, pese a estar cansados ya de llamadas anónimas que reivindican el asesinato, dan pistas falsas, o simplemente gastan bromas, no quisieron cometer un error, ignorando esta comunicación. Llamaron al juez de Reus y éste autorizó oficialmente el registro. La masía resultó ser propiedad de José María Virgili, amigo íntimo del matrimonio Salomó.

A pesar de que este dato no ha sido confirmado oficialmente, parece que los investigadores se centraron en buscar sierras, restos de sangre, o cualquier otra pista que pudiera relacionarse con el caso Mestre. Según las fuentes citadas el registro resultó infructuoso y los trabajadores de José María Virgili no fueron relacionados con el asesinato.

El hombre que custodia la masía, quien también trabaja en unos viveros de plantas que el propio Virgili tiene en las afueras de Reus, tenía antecedentes policiales por contrabando, y no por actos violentos, como algunos medios afirmaron en principio. Algunos medios hablaron de tres personas detenidas, el matrimonio de agricultores y un horticultor de un vivero propiedad de Virgili. El enredo se deshizo al saberse que el capataz de la masía de Cambrils y el horticultor son la misma persona.

Inmediatamente después de haber terminado el registro, el matrimonio fue acompañado a Tarragona, al cuartel de la Guardia Civil, sobre las 13 horas. Allí estuvieron acompañados por el propio José María Virgili. La presencia de estas tres personas en el acuartelamiento alentó también la confusión sobre las supuestas detenciones.

Salomó, informado

El propio Enrique Salomó fue informado a media tarde en la prisión provincial de Tarragona de que había tres detenidos. El abogado del industrial estuvo comentando con su cliente los avances de la investigación y, según explicó él mismo a este diario, en todo momento estuvieron convencidos de que, efectivamente, tres personas estaban detenidas.

Según un alto jefe de la Guardia Civil se espera iniciar en breve una serie de interrogatorios y añadió que no se descarta la posibilidad de «hacer varias preguntas» a algunos periodistas que han venido cubriendo el caso desde que se tuvo noticia de la desaparición de María Teresa Mestre.

Según fuentes próximas a la familia Salomó, María Teresa Mestre y su marido habían visitado con cierta asiduidad la masía investigada dada la amistad que ambos mantenían con su propietario, José María Virgili, quien restó importancia al registro en declaraciones efectuadas anoche a este diario.


Los investigadores temen que Salomó esté ocultando datos por temor a venganzas

Xavier Bas – El País

30 de enero de 1984

En medios próximos a la investigación del asesinato de María Teresa Mestre se teme que Enrique Salomó, esposo de la víctima, no haya «contado todo lo que sabe, por miedo a que les ocurra algo a sus hijos», según explicaron ayer fuentes oficiales.

Esta circunstancia avala parcialmente las sospechas policiales de que el secuestro y posterior asesinato de María Teresa Mestre sea obra de una mafia vinculada al mundo del aceite.

En este sentido, algunos de los efectivos de la Guardia Civil que participan en la investigación han estado repasando los archivos y siguiendo pistas puestas al descubierto en anteriores episodios relacionados con la industria y la comercialización del aceite.

Sin embargo, la misma fuente oficial explicó que se descartaba definitivamente que el crimen pueda ser obra de la denominada mafia de la colza, por lo que más bien cabe suponer que la investigación se centra en otros grupos de este mismo ambiente y en supuestas rivalidades internacionales, entre industriales dedicados a diferentes tipos de aceites.

Los investigadores también han descartado ya definitivamente la posibilidad de que el crimen sea atribuible a delincuentes comunes, que pudieran haber realizado un secuestro para obtener un rescate, así como el temor inicial de que fuera obra de algún afectado por el síndrome tóxico, siempre según esta misma fuente.

El estado en que fue descubierto el cadáver de María Teresa Mestre parece obsesionar a los investigadores, en cuya opinión el descuartizamiento de la víctima parece obra de un psicópata.

Tras el registro efectuado el sábado en una masía de Cambrils, la Guardia Civil iniciará los interrogatorios a personas que pudieran tener alguna relación, directa o indirecta, con el caso.


La Audiencia Nacional decreta la prisión atenuada de Salomó debido a «los excepcionales sucesos» que le afectan

El País Madrid / Barcelona

31 de enero de 1984

La sala segunda de lo penal de la Audiencia Nacional decretó ayer la prisión atenuada de Enrique Salomó, por razones de tipo humanitario, permitiendo que éste se traslade a vivir a su domicilio de Tarragona, donde deberá permanecer custodiado por las fuerzas policiales, a partir de hoy mismo.

Por su parte, el titular del Juzgado número 2 de Primera Instancia e Instrucción de Reus, Mariano Muñoz, ordenó ayer por la mañana el ingreso en prisión de los dos agricultores de Cambrils interrogados el pasado sábado por la Guardia Civil. El mismo juez, sin embargo, revocó minutos más tarde su decisión por razones no aclaradas. En la masía que habita el matrimonio fue hallada una sierra y un cabezal de cama con manchas de sangre.

El auto de libertad atenuada, que está firmado por los magistrados jueces Juan Orde Fernández-Losada, José Bermúdez de la Fuente y Siro Francisco García Pérez asegura que esta decisión se ha adoptado «atendiendo a los excepcionales sucesos que recientemente han afectado al entorno familiar de Enrique Salomó».

Poco después de que se firmara el auto, la sala segunda de la Audiencia Nacional remitió tres telegramas; uno al juzgado de guardia de Tarragona; otro a la prisión provincial, y un tercero al gobernador civil, Vicente Valero. El mensaje decía textualmente: «Se acordó mantener prisión provisional no eludible de Enrique Salomó Caparró, si bien se atenúa de manera que tenga lugar en propio domicilio, con la vigilancia necesaria, para evitar se sustraiga a la acción de la Justicia. Se comunica al Gobierno Civil de Tarragona para que adopte las medidas pertinentes y al juzgado de guardia».

La resolución recoge también el dictamen del fiscal que se opone a la puesta en libertad provisional de Salomó, aun «constatando la dramática situación producida en la vida personal y familiar del procesado, como consecuencia de la muerte violenta de su esposa».

El abogado de Enrique Salomó, Jordi Claret, aseguró que se sentía satisfecho con el auto de la Audiencia Nacional y añadió que, de común acuerdo con su cliente, había decidido no presentar la querella por «detención ilegal» que pensaba plantear contra quienes se opusieran a la libertad provisional del industrial.

Los responsables de la 441 Comandancia de la Guardia Civil de Tarragona entregaron ayer por la mañana al Juzgado número 2 de Reus, que instruye las diligencias en tomo al asesinato de María Teresa Mestre, las pruebas obtenidas el pasado sábado en el registro de la masía situada en las inmediaciones del vertedero de basuras donde fue hallado el cadáver, en el término municipal de Cambrils.

Restos de sangre

Asimismo, hicieron entrega de los resultados del interrogatorio a que fue sometido el mencionado matrimonio de agricultores a lo largo de más de seis horas.

Entre los objetos entregados al juez se encuentran, según ha podido saber El País en círculos judiciales, una sierra mecánica, unas cuerdas y un cabezal de cama con manchas de sangre.

Aunque está pendiente de realización un peritaje exhaustivo de la sierra, medios policiales aseguraron que no tienen indicios que permitan establecer que la sierra es la utilizada en el descuartizamiento del cadáver de la esposa de Enrique Salomó. La sangre descubierta en el cabezal de cama podría corresponder al propio agricultor interrogado, que días atrás se hirió en un brazo.

A la vista de los datos presentados por la Guardia Civil, el juez Mariano Muñoz ordenó el ingreso en prisión del matrimonio, formado por Juan López y su esposa Mari Carmen. Unos minutos más tarde, sin embargo, el juez revocó su decisión y el matrimonio se encuentra en libertad, aunque bajo la vigilancia de la Guardia Civil. La Guardia Civil ha investigado en los últimos días a varios matrimonios amigos de los Salomé [Salomó], entre los que se encuentran Josep Maria Virgili, propietario de la masía registrada, y su esposa.

El matrimonio de agricultores trabaja desde hace tres años en un masía propiedad de Josep Maria Virgili, de 48 años de edad, natural de Riudoms aunque afincado en Reus y amigo íntimo de la familia Salomó. Desde el momento en que se produjo el secuestro de María Teresa Mestre, Virgili ha estado permanentemente junto a los hijos de Salomó e incluso ha actuado como intermediario entre la familia y las fuerzas policiales.

Está absolutamente confirmado, al parecer, que la víctima debía de conocer a su secuestrador o secuestradores y que, durante el período en que se prolongó su secuestro, estuvo confortablemente acomodada.

Respecto a la posibilidad de que Virgili estuviera implicado en el caso, círculos próximos a la investigación han indicado a El País que no es más sospechoso que cualquier otra persona que hubiera tenido relación de amistad o confianza con María Teresa Mestre.


Paseo por el amor y la muerte de la familia Salomó-Mestre

Milagros Pérez Oliva – El País

31 de enero de 1984

María Teresa Mestre Guitó descansa en la misma tumba del cementerio de Riudoms en que fue enterrado su padre, Jaume Mestre Guinart, hace ahora 28 años, y no lejos del lugar en que reposa también su suegro, Enric Salomó Vidal, muerto apenas hace un año. Dos familias, los Mestre y los Salomó, y tres muertes, ninguna de ellas lo suficientemente convencional como para pasar inadvertida. La de María Teresa Mestre es la más reciente y también la más atroz.

Tiempo atrás, nadie hubiera dudado de que estas familias eran víctimas de una extraña maldición. Hoy, todo el mundo sabe lo que es un infarto y un crimen, por muy misterioso que sea, de modo que apenas queda ya lugar para las supersticiones.

Y, sin embargo, una sensación extraña embarga a quienes explican los avatares de estas familias, dos sagas de aceiteros unidas por el matrimonio de Teresa Mestre y Enrique Salomó Caparró, el 22 de junio de 1961. No fue éste, sin embargo, un matrimonio por interés, sino un matrimonio por amor en el que el interés se daba por añadidura.

Los Salomó

En Riudoms siguen los troncos principales de ambas familias, y también, testigo muda, la anciana madre de Enrique Salomó, Antonia Caparró Torrens, aturdida por tanta desgracia: la terrible muerte de su nuera se ha producido apenas un año después de que le llevaran a casa el cuerpo inerte de su marido, muerto en circunstancias absurdas, cuando discutía de precios en la cámara agraria. Enric Salomó Vidal, hombre temperamental, se acaloró durante la discusión: «Para ver las cosas que tengo que ver, más valdría que el Señor me llevase consigo», dijo, y su corazón octogenario quedó inmóvil.

El viejo mas de los Salomó, Can Salató, construido en un recodo de la carretera que conduce a Vinyols, es hoy, fruto del esfuerzo de tres generaciones impetuosas, una mansión custodiada por dos grandes mastines, con pista de tenis, rosales y bancales de olivos y avellanos hasta donde se pierde la vista. La saga de aceiteros la inició el abuelo del procesado, Pere Salomó Folch, a principios de siglo, con una simple prensa de aceite.

El abuelo Salomó era un hombre de sólidas convicciones religiosas y mentalidad reaccionaria. Quiso que sus hijos tuvieran una educación moral sin fisuras y los internó en la escolanía de Montserrat, donde tenía un hermano monje. Con este bagaje continuaron luego el negocio familiar, que navegó con las velas desplegadas al viento del desarrollismo. El procesado Enrique Salomó tuvo sobre los demás jóvenes de Riudoms la ventaja de llevar siempre algún billete en el bolsillo, cuando el dinero no corría fácilmente. Su Montesa y su Ossa fueron de las primeras motos que circularon por las calles empedradas del pueblo.

En una de sus correrías motorizadas ocurrió el primer suceso trágico. Disputaba una carrera con un amigo en el camino que conduce a la ermita de San Antonio cuando, en un desafortunado adelantamiento, aparecieron de improviso tres niños que jugueteaban en la calzada. Uno de los pequeños murió. Su amigo el motorista, también.

Los Mestre

Por aquella época, María Teresa Mestre pasaba todas sus vacaciones en Riudoms, de donde era hijo su padre adoptivo, Jaume Mestre Guinart, un industrial emprendedor y del Régimen de toda la vida, que había logrado montar en Zaragoza una próspera empresa de transformación de grasas y aceites en la que fabricaba jabones y productos de farmacia.

También ella estaba marcada por un trágico suceso, pero el luto no le impedía ser una chica jovial y decidida, encantadora a los ojos de todos. Había nacido en Barcelona en octubre de 1940, pero vivía en Zaragoza desde que tenía pocos años y gozaba plenamente su condición de hija única de una familia acomodada en rápido ascenso social.

Su padre era un hombre tenaz, como lo había sido el abuelo Mestre. La fábrica, Cogisa, llegó a tener 500 trabajadores al final de la década de los cincuenta. Fue en Nochebuena de 1958 cuando ocurrió la desgracia. Un empleado de la empresa, excombatiente, de los del cupo de contratación obligatoria, esperó a que Jaume Mestre acabara su discurso de Navidad a los empleados del turno de noche, para descargar un martillo sobre su cabeza, ofuscado por haberse visto degradado y acusado de ladrón. Jaume Mestre murió a las pocas horas y fue enterrado en Riudoms, en el mismo lugar donde ahora descansa su hija.

Todo Riudoms recuerda a María Teresa Mestre como una especie de flor venerada, especialmente ahora, tras su muerte. Sus amigas de entonces la recuerdan casi con devoción. Era simpática, alegre, decidida, no excesivamente hermosa, pero muy atractiva. Y venía de la capital. Era rubia natural en un tiempo en que los tintes se consideraban un lujo extravagante sólo al alcance de las estrellas del cine, y seguía la moda con celosa puntualidad. Una de las primeras minifaldas que se paseó por Riudoms fue la suya.

Comenzó a festejar con Enrique Salomó con apenas 16 años y se casó a los 20. Para entonces ya se había trasladado con su madre al chalé de la calle de La Salle, 6, en Tarragona, después de la muerte de su padre, que proyectaba instalarse allí con su familia en cuanto hubiera trasladado a Reus su fábrica de Zaragoza.

Fue su yerno, Enrique Salomó, quien levantó la fábrica en Reus, la misma que poco antes de ser detenido fue pasto de dos polémicos incendios en los que se quemaron todos los archivos. En esta fábrica comenzó el joven matrimonio Salomó sus negocios de transformación de grasas y aceites, que pronto se extendieron al suministro de suelas de zapato para las fábricas de Elche, la producción de piensos compuestos y abonos en una fábrica instalada en el propio Riudoms, y al refino de orujo de aceite, en l’Ametlla de Mar.

Por la pendiente

Después de casados, la vida del matrimonio Salomó transcurrió en Tarragona primero y en Cambrils después, con una intensa relación social que acabó formando un importante círculo de amistades influyentes. María Teresa Mestre siguió proyectando de casada la misma imagen que de soltera: una señora moderna, atractiva, de acusada personalidad. Todo iba bien, el negocio crecía, los hijos también, su posición se consolidaba. Hasta que le salió un bulto en el pecho. Cáncer. Hasta que detuvieron a su marido. Colza.

De repente, comenzó la pendiente. Con su marido en prisión, los negocios dejaron de funcionar. Se había operado, pero tuvo miedo. Visitó curanderos y médicos naturistas, recurrió a procedimientos curativos no convencionales. El cáncer se reprodujo, pero los médicos le dijeron que su vida no corría peligro. Ella siguió visitando curanderos, médiums, gentes que profesan extramuros. Nadie cree, sin embargo, que formara parte de ninguna secta.

A pesar de tanta contrariedad, María Teresa Mestre trató de mantener el ritmo de vida que había llevado siempre y no dejó de frecuentar las playas de la Costa Dorada. Batalló legalmente con tenacidad para sacar de la cárcel a Enrique Salomó, y en eso estaba cuando desapareció. En el apartamento de Cambrils permanecen sus dos hijos y su anciana madre, Teresa Guitó Felip, inválida sobre su silla de ruedas, con la memoria saturada de infortunios y sin fuerza apenas para cerrar los ojos.


Un joven de 22 años, vecino de la víctima e íntimo amigo de sus hijos, se confiesa autor del asesinato de Maria Teresa Mestre

Xavier Bas – El País

28 de marzo de 1984

El joven Ángel Emilio Mayayo Pérez, de 22 años de edad, fue detenido el pasado lunes como presunto asesino de María Teresa Mestre, esposa del industrial aceitero Enrique Salomó, procesado por su supuesta implicación en el fraude del aceite de colza desnaturalizado.

Ángel Emilio Mayayo, íntimo amigo de los hijos de la víctima, ya que vivía en el mismo bloque de apartamentos, fue detenido por inspectores del grupo de homicidios de la Jefatura Superior de Barcelona, alrededor de las 19.30 horas de la tarde del lunes, en la cafetería del hotel Gaudí de Reus. Con esta detención, la policía considera prácticamente resuelto el asesinato, aunque falta por esclarecer el móvil y descubrir la sierra con la que fue descuartizado el cadáver de María Teresa Mestre.

La amistad de las familias de la víctima y del presunto asesino se remonta a la época en que María Teresa Mestre era compañera de curso de la madre de Angel Emilio Mayayo en una escuela de Zaragoza. La relación se intensificó al habitar ambas familias en el mismo inmueble, el edificio Reus Mediterrani, de una urbanización de Cambrils (Tarragona). La familia Mayayo ocupa el primer piso de este edificio, mientras que la familia Salomó habita en el tercero.

El gobernador civil de Tarragona, Vicente Valero, y el jefe superior de Policía de Barcelona, Agustín Linares, junto a otros mandos policiales y de la Guardia Civil de la provincia, así como el jefe del grupo de homicidios de la policía barcelonesa, dieron a conocer al mediodía de ayer numerosos detalles en torno a la detención de Ángel Mayayo, de quien los investigadores sospechaban desde los primeros días de marzo.

Asesinada el primer día

Según la confesión del detenido, efectuada alrededor de las dos de la madrugada del martes, María Teresa Mestre fue asesinada el día 9 de enero, el mismo día en que se la dio por desaparecida en el trayecto de regreso a su casa desde la estación de Tarragona, adonde había acompañado a su hija. Según la misma versión policial, María Teresa Mestre entró voluntariamente en el apartamento de la familia Mayayo para pedir un número de teléfono al joven Ángel Emilio.

Cuando ya estaba en el interior del apartamento, y por razones aún desconocidas, el joven golpeó en la cabeza a la mujer con una barra de hierro, utilizada para desmontar neumáticos. Posteriormente, la descuartizó en la bañera del apartamento con ayuda de una sierra manual que, según algunas informaciones, habría ido a buscar a otra vivienda que posee su familia en Reus.

En su confesión a la policía, el presunto homicida explicó que posteriormente lanzó la sierra al río Ebro, a su paso por la localidad de Pina de Ebro (Zaragoza). El presunto asesino vive habitualmente con su madre en el piso del edificio Reus Mediterrani, pero el día de autos ésta se hallaba descansando en Pina, por lo que el joven pudo actuar con toda impunidad.

El cadáver, seccionado y depositado en bolsas de plástico, fue guardado durante algunas horas en el apartamento, hasta que el día siguiente, ya denunciada la desaparición de María Teresa Mestre, Ángel Mayayo lo trasladó a su vivienda reusense, donde lo guardó durante dos semanas en un lavadero situado al aire libre.

Al anochecer del 22 de enero, el joven recogió las bolsas y las trasladó hasta el vertedero de basuras de Cambrils, donde fueron halladas cerca de las dos de la madrugada. Para empaquetar el cadáver de María Teresa, el joven Mayayo acudió hasta el apartamento de los Salomó a fin de solicitar unas cuerdas que le prestó la propia suegra de la víctima.

La policía ha intervenido en el domicilio del presunto asesino la máquina de escribir y los folios de papel especial, de origen francés, utilizados en la confección del anónimo recibido por la familia días después de la desaparición de María Teresa Mestre, en el que se exigía la cantidad de 25 millones de pesetas para su liberación.

El anónimo pretendía tan sólo despistar a la policía, según la declaración policial del detenido, al que se le ha intervenido, asimismo, la documentación de Teresa Mestre, así como un documento de identidad a nombre de Enrique Salomó, que guardaba su esposa cuando fue asesinada.

En cuanto al móvil del crimen, Ángel Mayayo ha declarado que «no sabe por qué lo hizo, aunque reconoce que lo ha hecho», según la policía, en cuya opinión el joven no presenta síntomas de desequilibrio psíquico o mental.

El jefe superior de Policía de Barcelona, Agustín Linares, señaló que los resultados de la investigación policial pueden presentar algunas contradicciones con los de la autopsia practicada en su momento al cadáver de María Teresa Mestre.

Según Linares, «las conclusiones de la autopsia pudieron haber sido elevadas a definitivas y a casi dogmáticas cuando posiblemente no lo fueron tanto a la vista de las declaraciones del supuesto asesino, que habrá que comprobar».

El cadáver no fue congelado en ningún momento, y su relativo buen estado de conservación se explica por las bajas temperaturas registradas a mediados de enero y por haber sido guardado durante 14 días en un sitio totalmente ventilado y haber sido previamente desangrado.

Según los responsables policiales, hace unos 15 o 20 días que se empezó a sospechar de Ángel Mayayo. En su momento, y pese a ser amigo de la familia y haber estado junto a ella en los días previos al desenlace del suceso, el joven no fue llamado a declarar por el titular del Juzgado de Primera Instancia número 2 de Reus, que practicó las diligencias, que sí lo hizo con otros allegados.

La versión facilitada por la policía mantiene que Ángel Mayayo actuó completamente solo y descarta la existencia de cómplices. Según un alto responsable policial, «es el primer caso en que una persona no sabe por qué ha matado a otra».

El joven Mayayo ha declarado, al parecer, que «desperté de un estado mental extraño». Este estado, sin embargo, no responde ni a embriaguez ni a toxicomanía. Aunque conocía a toda la familia, Ángel Mayayo era amigo, sobre todo, de los hijos de la víctima, Maite y Enric, de 21 y 19 años de edad.

La relación entre los jóvenes era tal que las conferencias de prensa que ofreció la familia Salomó durante los días posteriores a la desaparición de María Teresa Mestre se celebraron precisamente en el apartamento de Mayayo, el mismo en el que la mujer había sido asesinada. El presunto asesino era quien pedía la acreditación a los periodistas para poder acceder al piso.

Ángel Mayayo se encuentra en estos momentos en las dependencias de la comisaría de policía de Reus, donde ha prestado declaración en presencia de su abogado, y hoy será puesto probablemente a disposición judicial.

El destino de Salomó

En la conferencia de prensa ofrecida a mediodía de ayer, el gobernador civil de Tarragona, Vicente Valero, resaltó «la dificultad con que se encontró desde un principio la policía, ya que el caso se presentó oscuro y complejo». Añadió que «hasta hace unos días no se pudo descartar ninguna de las hipótesis barajadas en un principio». Vicente Valero felicitó a los cuerpos de seguridad por su labor, en especial a la Jefatura Superior de Barcelona, y a las comisarías provincial de Tarragona y local de Reus.

El esposo de la víctima, el industrial Enrique Salomó, seguía ayer en compañía de sus hijos en un piso de Tarragona en situación de libertad bajo vigilancia policial. La Audiencia Nacional deberá decidir ahora si Salomó es internado de nuevo en la cárcel de Tarragona, en espera de ser juzgado por su presunta implicación en el fraude del aceite de colza desnaturalizado, o si se le prorroga la libertad vigilada.


La policía halla restos de sangre en el piso del presunto asesino de María Teresa Mestre

Xavier Bas – El País

29 de marzo de 1984

Restos de sangre coagulada fueron descubiertos ayer por la tarde en el domicilio de Angel Mayayo, presunto asesino de María Teresa Mestre, mediante la práctica de varias pruebas periciales realizadas por miembros de la Brigada de Policía Judicial de Cataluña.

Tres agentes realizaron una inspección ocular del apartamento de Mayayo, en la urbanización Reus Mediterrani, de Cambrils (Tarragona), en el que supuestamente se cometió el asesinato de la esposa del industrial Enrique Salomó, y practicaron la denominada «prueba de la hemoglobina» en varios puntos de la vivienda.

Los resultados de las pruebas fueron positivos en el suelo de la sala de estar, en el respaldo de uno de los sillones de la misma y en la bañera, concretamente en uno de los grifos y en el borde del alicatado. La madre del joven detenido, Pilar Pérez Laga, estuvo presente durante las diligencias, así como otras personas presentadas por la policía en calidad de testigos.

Pese a todas las pruebas y los interrogatorios practicados ayer por la policía, ésta sigue desconociendo los móviles del asesinato. Según el comisario de Reus, Emilio Ruiz Almunia, «cada vez que se ha abordado ese tema en el interrogatorio, el detenido rehuye el diálogo y enmudece». «El muchacho se limita a repetirme [que le] da vergüenza hablar del móvil», explicaron a este diario otras fuentes próximas a la investigación.

Tenía novia

Pese a que determinadas versiones apuntan al móvil sexual -basándose en la agresión que sufrió la víctima y en el hecho de que el presunto homicida guardara en su poder el bolso de la mujer-, fuentes oficiosas sostienen que el asesino pudo actuar simplemente «por una reacción violenta que le desencadenó momentáneamente un cúmulo de razones diversas».

Estas mismas fuentes insisten en que el joven no puede ser considerado un desequilibrado. Ángel Emilio Mayayo tenía novia desde hace algunos años. Se trata de una joven de su misma edad que reside en Reus y estudia en Barcelona.

Durante todo el día de ayer, el detenido se mostró «algo decaído, pero globalmente normal», según los policías que le interrogaron. Hoy pasará a disposición del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Reus, una vez concluidas las diligencias policiales, que han sido consideradas como «muy trabajosas».

Funcionarios de la comisaría de esta ciudad, en colaboración con el grupo de homicidios de la Jefatura Superior de Barcelona, ultimaron ayer los detalles del informe que, junto al detenido, será entregado esta mañana al juez.

Según fuentes policiales, «se puntualizaron innumerables datos revelados por el supuesto asesino en su confesión». El lunes por la tarde Ángel Mayayo fue conducido tanto a su domicilio, en el segundo piso del número 28 del arrabal Robuster, de Reus, como al apartamento situado en la planta baja del edificio Reus Mediterrani, donde fue asesinada María Teresa Mestre.

El juez Mariano Muñoz, encargado del caso, había citado a declarar a más de 12 personas relacionadas con la familia. Ángel Mayayo no había prestado declaración porque todavía no le había llegado el turno, aunque estaba previsto que lo hiciera en las próximas semanas. Todas las amistades del matrimonio Salomó y de sus hijos, entre los que se encuentra el presunto asesino, debían pasar por el juzgado próximamente.


La abreviatura «Sra»

Albert Montagut – El País

29 de marzo de 1984

La abreviatura de la palabra señora, Sra, utilizada en dos ocasiones en la carta escrita por Ángel Emilio Mayayo Pérez y enviada a la familia Salomó para reivindicar el secuestro de María Teresa Mestre en nombre de un supuesto grupo de afectados por el síndrome tóxico, fue la clave para que la policía descubriera la identidad del presunto asesino.

Después de semanas y semanas de manosear una fotocopia de la carta, cuyo original se encontraba ayer en manos policiales después de que el juez instructor de este caso, Mariano Muñoz, lo cediera a los investigadores, éstos llegaron a la conclusión de que el asesino era un hombre joven que conocía y respetaba a la víctima y a su familia.

Llegar a esta conclusión le costó a Víctor Cuñado, el jefe del grupo de homicidios de la Brigada Judicial de la policía barcelonesa, horas y horas de reflexión.

El texto de la carta, aparecido en la edición de El País del sábado 21 de enero pasado, era corto, conciso y confeccionado intencionada o involuntariamente con errores mecanográficos y ortográficos. Utilizando una máquina de escribir del tipo Olivetti Lettera 35, el presunto asesino escribió el siguiente mensaje, en el que se respetan los errores señalados:

«La Sra del aceitero Enrique Salomo ha sido raptada y para/ su rescate pedimos la cantidad de VEINTICINCO MILLONES/ (en billetes de mil y cinco mil)

LaSra no sufrira ningun daños mientras la polícia este/ alejada del asunto.

El lugar en don de tendran que dejar el dinero ya se/ les dara.

Tienen Cinco dias para reunirlo a partir del martes.»

La carta, firmada en mayúsculas con la composición de letras GADAG, subrayadas mecanográficamente con dos líneas irregulares, fue enviada al hogar de la víctima con un claro destinatario: «Enrique Salomó Reus-Mediterrani c/ Salou-Cambrils Cambrils (Tarragona)».

Según el comisario jefe de Reus, Emilio Ruiz Almunia, «Víctor Cuñado, el jefe de homicidios de Barcelona, el policía que tuvo la inspiración de creer quién era el asesino y acertar, creyó ver en la abreviatura de la palabra señora un claro reflejo del sexo y la edad aproximada del autor del documento». Las apreciaciones del comisario, de 58 años, experto en trabajos de brigadas judiciales y comisario de Reus desde hace tan sólo ocho meses, iban más allá.

«Creo que Cuñado vio en esa abreviatura el respeto del autor de la carta hacia María Teresa Mestre, a la que, efectivamente, conocía desde hacía muchos años», explicó también el comisario de Reus.

La carta que recibió la familia Salomó, en la que aún pueden apreciarse las manchas de los elementos químicos empleados por los investigadores para la localización de huellas dactilares, será una de las principales pruebas de la acusación en el juicio contra Ángel Emilio Mayayo Pérez.

En la vista, la acusación también presentará como prueba el monedero de la víctima hallado en el domicilio del presunto asesino poco después de que la policía le acusara formalmente de ser el autor del asesinato y mutilación de María Teresa Mestre, la señora Salomó.


La reconstrucción policial del asesinato de Teresa Mestre indica la ausencia de móvil sexual

Albert Montagut / Xavier Bas – El País

31 de marzo de 1984

Ángel Emilio Mayayo, el joven de 22 años de edad presunto autor del asesinato de María Teresa Mestre, no actuó por motivaciones sexuales, sino por un repentino instinto violento producto de un carácter en el que se evidencian algunas particularidades propias de un esquizofrénico. Así se desprende de la reconstrucción de los hechos realizada a partir de sus propias declaraciones ante la policía y el juez, según ha sabido El País de fuentes solventes.

Según esta reconstrucción, María Teresa Mestre entró en el apartamento de Ángel Emilio Mayayo a requerimiento de éste, que le pidió ayuda para rellenar unos formularios para solicitar la instalación de un teléfono. Cuando la mujer acabó de darle las indicaciones necesarias y mostró su intención de salir del apartamento, para dirigirse a su propio domicilio, dos pisos más arriba, el joven la abofeteó repetidamente a y la empujó hacia atrás haciéndole caer sobre el sofá.

Al parecer, Ángel Emilio Mayayo, que llevaba más de una semana solo en su domicilio, encontró en la visita de la mujer la compañía que deseaba y sintió la amenaza de una nueva soledad cuando ésta se levantó para marcharse.

La súbita aparición de una fuerte sensación de miedo en el rostro de la esposa de Enrique Salomó, cuando se sintió atacada por el joven, fue un factor determinante para la culminación del cambio de personalidad de Mayayo, que la golpeó en la cabeza con una barra tubular utilizada para la reparación de neumáticos. Angel Emilio Mayayo declaró el pasado lunes ante el juez, al igual que antes hiciera a la policía, que no recuerda nada de lo que pasó a partir de ese momento.

Esta versión de lo sucedido se complementa con lo expuesto públicamente el día de la detención del joven por el inspector jefe del grupo de homicidios de la Policía de Barcelona, Víctor Cuñado. Éste señaló que Ángel Emilio «parecía despertar de un estado mental extraño, que no se correspondía ni con la embriaguez ni con toxicomanías».

Según se desprende de los testimonios recogidos por este periódico, Ángel Emilio Mayayo había mantenido una fuerte discusión con su novia, con la que mantenía relaciones desde hacía varios años, el mismo día de la desaparición y asesinato de María Teresa Mestre.

De las declaraciones del detenido se desprende que se sintió muy afectado por la muerte de su padre, y que a partir de ese momento su personalidad sufrió cambios importantes, ya que no se compenetraba tan bien con su madre. Al parecer, el presunto asesino ha declarado que en algunas ocasiones había pegado a su madre. Este hecho, unido a su progresiva soledad y a la ruptura con su novia, ayudaría a explicar el cambio sufrido en su personalidad, al ver que su vecina Teresa Mestre quería abandonar su apartamento y que se sentía asustada.

Traslado aplazado

El titular del Juzgado número 2 de Reus, Mariano Muñoz, que instruye las diligencias sumariales, ha ordenado el ingreso del joven en la prisión de Lérida 1. El traslado, previsto para ayer por la mañana, fue aplazado por un período de 24 horas por decisión del juez, cuando ya un furgón celular de la Guardia Civil había acudido a la Comisaría de Policía de Reus, alrededor de las 9.30 horas.

El aplazamiento, del que no tenía conocimiento el abogado de Ángel Mayayo, puede deberse a la práctica de nuevas diligencias judiciales. El joven permaneció ayer custodiado en la Comisaría de Policía de Reus. Sin embargo, el juez instructor negó a El País haber ordenado alguna otra actuación sobre el caso, al margen del auto de prisión dictado la noche del jueves, y manifestó desconocer si Ángel Emilio Mayayo había sido ya trasladado a Lérida.

Fuentes próximas a la familia Salomó comentaron que el industrial se siente muy molesto por el traslado a Lérida del presunto asesino de su esposa cuando el conducto normal sería la Cárcel Provincial de Tarragona. La decisión del magistrado Mariano Muñoz obedece a un intento de «evitar situaciones desagradables para el detenido», según fuentes de la defensa, que la valoraron como «una medida de prudencia acertada por parte del juez».


El Juzgado de Reus ordena el traslado de Ángel Mayayo a la cárcel de Figueres

Xavier Bas – El País

1 de abril de 1984

El titular del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Reus, magistrado Mariano Muñoz, modificó ayer el auto de prisión que dictaminaba el encarcelamiento en la cárcel de Lérida de Angel Emilio Mayayo Pérez, presunto autor del asesinato de María Teresa Mestre, y ordenó su traslado a la cárcel de Figueres (Gerona), que realizó ayer mismo.

El cambio de actitud del juez se debe a que recientemente fueron internados en la cárcel de Lérida 35 presos procedentes de Tarragona, algunos de los cuales conocían o habían trabado amistad con Enrique Salomó durante los dos años en que éste permaneció en el citado establecimiento penitenciario.

El furgón celular de la Guardia Civil de Tarragona, que trasladó ayer a Mayayo a la prisión de Figueres partió a las 16.00 horas de la Comisaría de Policía de Reus, donde había permanecido el joven desde el momento de su detención en la noche del pasado lunes.

Tras la declaración prestada por Ángel Mayayo en la tarde del jueves ante el juez, éste evitó su ingreso en la prisión de Tarragona «para eludir situaciones desagradables».

La constatación de que la cárcel de Lérida no ofrecía suficientes garantías de protección para Mayayo le fue comunicado al juez en la mañana del viernes, cuando un vehículo celular de la Guardia Civil se encontraba ya en la comisaría de Reus para proceder al traslado del detenido. El magistrado Mariano Muñoz paralizó inmediatamente el traslado hasta ayer por la tarde, una vez modificado el auto de prisión. Durante este período, Ángel Mayayo no ha sido interrogado de nuevo.

El cambio de destino del presunto asesino de María Teresa Mestre ha sido valorado positivamente por el abogado defensor de Mayayo, José Luis Calderón, quien manifestó que constituía «una nueva medida de prudencia por parte del juez instructor».

Los investigadores judiciales han hallado una segunda máquina de escribir, en un desván de la vivienda de Ángel Mayayo, con la que fue escrito el sobre enviado a la familia de María Teresa Mestre que contenía un anónimo solicitando 25 millones de pesetas en concepto de rescate.


El forense discrepa con la fecha de la muerte de Teresa Mestre dada por Mayayo

El País

17 de abril de 1984

El titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Reus (Tarragona), Mariano Muñoz, ha ordenado la reconstrucción, el próximo día 25, del asesinato de María Teresa Mestre, esposa del industrial Enrique Salomó.

Uno de los objetivos de la reconstrucción es confirmar si Ángel Emilio Mayayo, el presunto asesino, actuó solo, tal como ha declarado en las diligencias policiales y judiciales, o fue auxiliado por un cómplice.

Con esta reconstrucción se intentará también aclarar la contradicción planteada entre el informe del médico forense y las declaraciones de Mayayo. Según el dictamen pericial, María Teresa Mestre fue asesinada pocos días antes de localizarse el cadáver, pero esta tesis se contradice con la de Mayayo, según la cual asesinó a la mujer el mismo día de su desaparición.

Hace pocos días el forense se reafirmó oficiosamente en su dictamen y aseguró que el cuerpo de María Teresa Mestre habría estado más deteriorado si la confesión de Mayayo fuera cierta.


Las cuatro confesiones de Angel Emilio Mayayo

El País – Barcelona

20 de abril de 1984

Ángel Emilio Mayayo Pérez confesó el asesinato de María Teresa Mestre el pasado 27 de marzo, a las cinco de la tarde, ante los inspectores 8.529 y 9.458 de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona. A esta primera declaración le seguirían otras tres, en las que el joven explicaría los detalles de la acción y su estado de ánimo en el momento de atacar a la esposa del industrial aceitero Enrique Salomó.

A través de la lectura atenta de las cuatro confesiones de Ángel Emilio Mayayo Pérez, a las que ha tenido acceso El País, ha sido posible reconstruir el crimen y la personalidad de este joven de 22 años de edad, que permanece en la prisión de Figueres (Gerona), donde, perplejo, no se explica aún las razones que le han llevado a cometer su acción.

«Ángel Emilio Mayayo Pérez voluntariamente manifiesta que conoció a María Teresa Mestre Guitó desde su infancia, digo desde su nacimiento, a la que consideraba como una segunda madre. En este sentido esta relación está incrementada en los períodos estivales, debido a la ubicación del apartamento de la familia Salomó, situado en Cambrils, urbanización Reus Meditarránia, apartamento número 23, lindante con el que la familia del declarante, sito en la misma dirección, número 21, correspondiente al primero y tercer piso, respectivamente, del bloque número 8. En relación con los hechos que motivan la instrucción de las presentes manifiesta que el día 9 de enero del presente año se encontraba solo en el apartamento…».

Éste es el principio de una larga declaración que se iniciaría el día 27 de marzo a las cinco de la tarde y que finalizaría tres días después ante el magistrado-juez Mariano Muhoz [Muñoz]. Fue en esta última declaración cuando Ángel Emilio Mayayo Pérez intentó explicar su confuso estado anímico, que se había agravado en los últimos días al haber roto con su novia. Recordó que un año antes había pasado por una situación similar, al verse rechazado por su compañera y por sus amigos. Pensó también que desde hacía tiempo no se encontraba a gusto en casa, donde únicamente acudía para comer, ver la televisión o dormir. Todo el día estuvo en el apartamento, solo, pensando en ello.

«Que sobre las 17.20 horas de dicho día, y debido a encontrarse la puerta del apartamento abierta, vio salir a María Teresa Mestre Guitó acompañada de su hija María Teresa Salomó Mestre, manteniendo una breve conversación con la primera de ellas, teniendo así en conocimiento que se dirigían a Barcelona, sin concretarle si la hija de ella o ambas. A partir de aquella hora permaneció en su apartamento, hasta que transcurridas aproximadamente de dos a tres horas, y cuando se encontraba sentado en el portal de la vivienda, vio llegar el coche que conducía María Teresa …»

Una serie de golpes

Telegráficamente, Angel Mayayo recogió en su primera declaración aquel encuentro con la mujer en la escalera, a quien le pidió que le explicara el papeleo necesario para instalar un teléfono en su casa. De manera mucho más detallada, el muchacho describió en su tercera declaración, la última que realizó ante la policía, cómo entró en la casa para buscar la documentación de la Telefónica y una carta dirigida a la familia Salomó que el mismo había recogido en conserjería. María Teresa Mestre, recordó el muchacho, franqueó la puerta, dejó los paquetes encima de una butaca y se sentó en una silla que estaba colocada en torno a la mesa. María Teresa, continuó confesando Ángel Emilio, tomó la carta, la abrió y empezó a leerla. Él esperó de pie, a su lado.

«Al entrar María Teresa en su casa, el declarante sintió el deseo de hablar con alguien y, a medida que iban hablando, se percató de que María Teresa debía verle algo raro y que quería marcharse, siendo el propósito del declarante que no lo hiciera. En un momento dado, ella trató de levantarse de la silla donde estaba sentada y el declarante se lo impidió poniéndole la mano encima del hombro, ya que estaba muy nervioso. Ella le dijo que se tenía que marchar, que le esperaba la abuelita. Él trató de impedir que se marchara y, en un momento de gran excitación, cogió una llave tubular, de las utilizadas para desmontar ruedas, y le dio una serie de golpes, no recordando el número exacto. Sí recuerda que era de hombros para arriba y que uno de estos golpes produjo un ruido muy extraño. También cree recordar que María Teresa se puso las manos sobre la parte de atrás de la cabeza, en cuyo momento se desplomó cayendo al suelo.»

Un cadáver en la bañera

Veinte días más tarde, Ángel Emilio Mayayo Pérez buceó de nuevo entre sus recuerdos, intentando reencontrar sus sentimientos. En su declaración ante el juez hablé [habló] de miedo, de desconcierto y de otras confusas sensaciones. Junto con frases balbuceantes como «no tenía intención de hacerle daño», los expedientes sumariales recogen otras frases más rotundas; «si María Teresa no hubiera entrado en la casa, no hubiera, pasado absolutamente nada».

Intentando buscar una justificación y una explicación aseguraría más adelante que, al ver el cadáver de la mujer en el suelo, «sintió miedo», preguntándose después «cómo había sido capaz de golpearla». Su cabeza se encontraba en desorden, notando reacciones raras, aseguraría textualmente más adelante. Luego señaló que no quiso aparecer como culpable, aunque por un momento pensó que «si lo confesaba podría apreciársele el arrepentimiento». Pensó también en Enrique Salomó, en ambas familias y sobre todo en María Teresa.

«No puede recordar el tiempo que estuvo en esta situación. Más tarde transportó el cuerpo hasta el cuarto de baño, depositándolo en el interior de la bañera. Acto seguido recogió las bolsas de la compra, el bolso de señora, el cuello de piel y la chaqueta de María Teresa que había dejado en el piso, transportándolos hasta el coche de la citada, conduciendo dicho vehículo hasta un camino próximo al hotel Augustus de Cambrils, aparcando el mismo y tomando las llaves de contacto y una maleta plegable, que había utilizado para trasladar las bolsas de la vivienda al vehículo. Regresando a pie por la playa, aprovechó para tirar las llaves al mar, a la altura de un camping, próximo a una zona rocosa. Regresando al apartamento procede a cortar el cuerpo con una sierra, comenzando por las piernas y el tronco, introduciendo los trozos a medida que los cortaba en grandes bolsas de plástico comerciales. Únicamente el trozo correspondiente al tronco lo lavó con agua, antes de introducirlo en la bolsa, utilizando para ello el teléfono de la ducha».

En la declaración del día 29 de marzo, a las 11 de la mañana, Ángel Emilio Mayayo relataría la operación detalladamente. Explicó cómo apuntaló el cuerpo de María Teresa con el codo de desagüe del retrete para poderlo trocear con más seguridad, cómo secó su cabello con una secadora de aire caliente, cómo cortó los pantalones y el jersei [jersey] con unas tijeras, y cómo finalmente, después de aserrado el cuerpo, lo metió en unas bolsas comerciales de plástico y éstas, a su vez, en otras de guardar la ropa.

Después, procedió a limpiar el baño y el comedor. Los restos de sangre y carne que quedaron como posos en el fondo de la bañera, continuó relatando el muchacho, los recogió con la mano y los trasladó al lavabo, donde intentó hacerlos pasar por el desagüe, viéndose obligado entonces a utilizar un desatascador. Minutos más tarde llevó el cuerpo troceado hasta el interior de la maleta del coche.

«Luego subió al apartamento de la familia Salomé [Salomó], donde únicamente se encontraba Teresa Guitó, madre de María Teresa, a la cual solicitó que la permitiera llamar por teléfono a su madre a Pina de Ebro, accediendo ésta. En estas circunstancias, Teresa Guité [Guitó] le comunicó su extrañeza por la tardanza de su hija, por lo que el dicente intentó tranquilizarla diciéndole que podía tardar por haberse desplazado a Barcelona. Asimismo, en aquellos momentos pidió a Teresa Guitá [Guitó] si podía darle una cuerda para atar al gato, si bien una vez que le dio la cuerda de cáñamo, de longitud que no recuerda, la utilidad de la misma fue para atar las manos de María Teresa Mestre, con el objeto de que no le hicieran tanto bulto».

El extraño viaje de la adivina

Ángel Emilio Mayayo permaneció aquella madrugada en el domicilio de la familia Salomó, colaborando en las tareas de búsqueda de María Teresa. Junto con Pilar Prades, la adivina amiga de la familia, se trasladó a Tarragona con la esperanza de localizar a la desaparecida. Ángel Mayayo y Pilar Prades realizaron este viaje en el coche del primero, en cuyo interior estaba escondido el cuerpo descuartizado de María Teresa Mestre.

En Tarragona se les unió en la búsqueda, Rosa, la secretaria de Salomó. Horas más tarde, los tres localizarían el vehículo abandonado de María Teresa en una calle de Salou. Pasado el mediodía, después de haber comido, y finalizada aquella primera búsqueda, Ángel Emilio Mayayo se atrevió, por fin, a depositar el cuerpo de la mujer en su domicilio de Reus.

«El declarante tomó su coche, aparcado junto a los apartamentos, que en su maletero contenía los restos de María Teresa Salomó, así como la sierra. Dirigiéndose hacia su domicilio de Reus, depositando en el mismo, concretamente en el lavadero de la vivienda, las tres bolsas transportadas. Seguidamente emprendió viaje a Pina de Ebro para encontrarse con su madre, de donde regresó el día 12. El domingo día 22 de enero, a las 19 horas, tomó las tres bolsas y se dirigió por la carretera de Reus a Cambrils, entrando por un camino que encontró a la izquierda, donde vació el contenido de las mismas, regresando al apartamento, para momentos después dirigirse a las inmediaciones del snack Vilafortuny, donde junto a una farola dejó todas las bolsas de plástico manchadas de sangre».

El relato pormenorizado del asesinato y descuartizamiento de María Teresa Mestre se cierra con un rosario de consideraciones sobre su estado anímico y su relación con la víctima. Después de afirmar textualmente que «no sentía admiración sexual» hacia la mujer, aseguraría que aquel día «deseaba hablar con ella de sus problemas» y «admiraba que ella lo hiciera con sus hijos», cosa que «no podía hacer en su casa desde que murió su padre».

Incoherentemente, justificó la razón por la que había guardado el monedero de María Teresa en su domicilio, asegurando que «tratándose de documentos y cosas personales pensó que no debía de tirarlos». Ángel Emilio Mayayo Pérez acabó afirmando que «cuando golpeó a María Teresa no pensaba que podía estar golpeando a la sociedad o a la madre del manifestante». A continuación, el detenido, al pie del documento, estampó su firma.


Mayayo insiste en que actuó en solitario, en la reconstrucción del asesinato de Teresa Mestre

Xavier Bas / Albert Montagut – El País

26 de abril de 1984

Ángel Emilio Mayayo, presunto asesino de María Teresa Mestre, se reafirmó ayer durante la reconstrucción del crimen en que actuó en solitario y en que dio muerte a su víctima el mismo día en que ésta desapareció.

La reconstrucción de los hechos fue dirigida por el juez instructor del sumario, magistrado Mariano Muñoz, en el apartamento número 21 de la urbanización Reus Mediterrani de Cambrils (Tarragona), propiedad de la familia Mayayo.

La versión de Mayayo sigue contradiciendo los dictámenes de al menos uno de los forenses, que afirma que la muerte de Teresa Mestre ocurrió varios días después de su desaparición. Esta discrepancia es uno de los motivos que impulsaron al juez a ordenar la reconstrucción del asesinato.

Un segundo examen médico practicado al cadáver de María Teresa Mestre en su día reafirmó la tesis de que la muerte le sobrevino por un fuerte golpe en la nuca solamente 48 horas antes de su hallazgo en un vertedero de basuras de Cambrils, ocurrido en la madrugada del 23 de enero. El presunto asesino declaró ante el juez y la policía, sin embargo, que mató a la mujer el mismo día de su desaparición, es decir, a última hora de la tarde del 9 de enero.

Poco antes de las cinco de la tarde de ayer, Ángel Emilio Mayayo fue trasladado hasta la urbanización Reus Mediterrani en un furgón de la Guardia Civil. El juez instructor y personas próximas a la magistratura y la defensa llegaron alrededor de las cinco de la tarde.

A las 17.16 horas, Mayayo fue introducido en el interior del apartamento, discretamente custodiado y cubierto con una chaqueta de pana marrón que le prestó un agente de la Guardia Civil. El joven vestía pantalón tejano, camisa y suéter violeta y zapatillas de deporte de color blanco.

Además del juez, estuvieron presentes durante la reconstrucción del crimen el abogado defensor de Mayayo, José Luis Calderón; el procurador Viceng Just; el fiscal de la Audiencia Provincial, Antoni Carbajo; los dos médicos forenses que practicaron la autopsia; tres inspectores del Gabinete de Identificación de la Jefatura Superior de Barcelona, y un número de la Guardia Civil, así como varios funcionarios del juzgado.

El abogado de la familia Salomó, Jordi Claret, que se ha hecho cargo de la acusación particular, tuvo que ausentarse del apartamento porque Ángel Emilio Mayayo se negó a efectuar la reconstrucción en su presencia. Los familiares del detenido, a quienes se había comunicado la posibilidad de presenciar la reconstrucción, estuvieron ausentes.

El abogado defensor de Ángel Emilio Mayayo declaró que la Prensa había dado «demasiada repercusión» al caso, aunque se mostró confiado en que los tribunales no se verán influidos en ningún momento por el estado de opinión creado por las informaciones difundidas acerca de la personalidad de su cliente.

Desde las tres de la tarde, aproximadamente, permaneció ante el apartamento de Mayayo la neurópata Pilar Prades, residente en Vilanova i la Geltrú (Barcelona), que trató hace algunos años una afección cancerígena de María Teresa Mestre y con quien llegó a trabar una profunda amistad. Pilar Prades, que ha sido citada para hoy por el juez, habló durante unos minutos con Mayayo, quien le repitió que había obrado completamente solo y afirmó desconocer el motivo de su acción.

Bajo un sol sofocante, se fue concentrando ante el apartamento donde se procedió a la reconstrucción del crimen un elevado número de curiosos, en especial, turistas españoles que pasan unos días de vacaciones en la Costa Dorada, atraídos por la presencia de la Guardia Civil y de periodistas.


El retrato íntimo de un presunto homicida

Ferran Sales – El País

11 de noviembre de 1984

Ángel Emilio Mayayo Pérez fue detenido el pasado mes de marzo acusado de la muerte y descuartizamiento de María Teresa Mestre, esposa del industrial Enrique Salomó, implicado en el escándalo de la colza. Tres meses más tarde, el Juzgado de Instrucción de Reus encargó a un equipo de cinco psiquiatras que investigaran la personalidad del acusado.

Los médicos, para cumplir con su misión, se entrevistaron con el procesado y con otras seis personas, entre las que se encontraban la madre de éste, una tía, un primo, la novia y el inspector que lo detuvo. Surgió así el retrato íntimo del presunto homicida al que ha tenido acceso El País.

Los psiquiatras investigaron primero el entorno familiar de Ángel Emilio Mayayo Pérez. Descubrieron que su padre había fallecido cinco años atrás de una cirrosis hepática, seguramente etílica. Contaba sólo 59 años de edad y había sido juez en Salou. Todos le recuerdan como un hombre de carácter autoritario, con una única debilidad: su hijo.

Ángel nació cuando él contaba 42 años de edad. Los dos, padre e hijo, siempre se habían protegido mutuamente, incluso en los últimos años de la vida del padre, cuando la enfermedad alcohólica de éste se agravaba y el muchacho veía como se moría.

Los médicos han aportado al historial clínico de Ángel Mayayo varias anécdotas con las que se ilustran estas singulares relaciones paterno-filiales. En una ocasión ambos estaban en un bar e iban a cerrar; el chico quería seguir jugando con las máquinas tragaperras, por lo que su padre convenció, autoritariamente, al dueño para que no cerraran y el muchacho continuara jugando. En otra ocasión, el padre estaba bebiendo una cerveza en un bar y el muchacho se fue hasta él, cogió el vaso y derramó el líquido por el suelo delante de todo el mundo. El padre no reaccionó a pesar de la humillación, concluyen los psiquiatras.

Descubrieron también los psiquiatras en ese entorno familiar un «episodio psíquico no precisado» que afectó a la madre, ocho meses después del nacimiento de su hija, que fallecería a consecuencia de un accidente. La mujer fue asistida durante un tiempo por un médico psiquiatra en régimen de ambulatorio.

Por último, los cinco investigadores clínicos localizaron la increíble historia de un abuelo materno, que estuvo ingresado durante muchos años en el Instituto Pedro Mata de Reus. Al parecer, la enfermedad mental le sobrevino durante la guerra civil, cuando la autoridad militar decidió movilizarlo y considerarle útil para el servicio, a pesar de que padecía fiebres de Malta. Esta decisión le impresionó de tal manera que tuvo que ser ingresado en el manicomio, donde falleció.

Un puñal en la mesilla

Con este retrato familiar el equipo de cinco médicos psiquiatras inició la investigación sobre Ángel Emilio Mayayo Pérez. Se trata en principio, de una historia gris y anodina, sin otro interés que las contradicciones entre las declaraciones de la madre y de la tía. Mientras la primera se refiere al muchacho como a una persona que «se adaptaba bien y era constante»; la segunda asegura que es un chico «distraído, que se pasaba el rato mirando el reloj o alrededor, que no tenía iniciativa y que estaba un tanto sobreprotegido».

En la biografía precoz se recogen detalles sobrecogedores, como esa luz permanentemente encendida en su dormitorio, o ese puñal que cada noche colocaba en su mesilla, o esa permanente agresividad hacia su madre, a la que un día cogió por el cuello porque creía que le había dado poco dinero para sus gastos.

La historia personal de Ángel Mayayo comenzó a torcerse a los 17 años, cuando, fallecido su padre, se retrasó en los estudios. Él mismo reconoció que no le «entraban» ciertas asignaturas como las matemáticas, la física, la química o el latín. Empezó presentándose sólo en las convocatorias de septiembre y acabó abandonando el bachillerato, a pesar de que siempre había asegurado que quería estudiar Derecho o Económicas. La alternativa de los cursillos de comercio, banca o idiomas fue también un fracaso. Lo único que le gustaba era leer enciclopedias, ir al cine, a las discotecas y, sobre todo, conducir.

Por un instante, Ángel Mayayo interrumpió su relato biográfico y explicó a los médicos cómo se veía a sí mismo. Afirmó que «difícilmente tolera la soledad» y la incomodidad que le provocan ciertas situaciones, como la del velatorio de su padre, donde se sintió obligado a contar chistes. Luego se justificó diciendo: «siempre tengo que ocultar, no puedo mostrar lo que me pasa y también pienso que los otros no tienen porqué pasarlo mal cuando a mí me pasa algo».

«Se considera muy cuidadoso y detallista», indican los médicos en su relato, «fijándose en pequeños detalles, cosas como enderezar cuadros, colocar sillas, lavarse las manos, tardar en leer libros porque tiene que volverse atrás. No tolera llevar cosas en el asiento posterior del coche cuando viaja. Tiene que ponerlo todo en el maletero y en un orden determinado. Cada viaje es un problema por este motivo. Le resultaba difícil tener que hacer encargos que le encomendaba su madre.»

También relata que tenía «complejo» de su necesidad de hacer planos, croquis o esquemas de los edificios que, a su manera, proyectaba en especial al ver un solar vacío. «Lo medía a pasos para pasar luego horas pensando en proyectos de edificios de casas corrientes de pisos».

Ángel finalizó la introspección afirmando que se encuentra insatisfecho de sí mismo, que «piensa demasiado y luego no hace nada, al tiempo que ignora lo que quiere, para, a continuación, banalizar que cree que con su novia sería capaz de todo…».

«Ese pequeño monstruo»

La novia de Ángel facilitó a los cinco médicos detalles importantes y reveladores de la personalidad del procesado. Habló de él con cierto desprecio, asegurando que «sólo se interesaba por los coches», o que «se pasaba el rato pensando en planes imaginarios», o que «le preocupaba mucho su imagen física y pasar como una persona graciosa».

«Era bastante rencoroso y pensaba mal de la gente. A veces hacía listas de las personas en las que podía confiar. Le preocupaba su situación y su falta de porvenir, pero no reaccionaba operativamente y dejaba pasar el tiempo. Era indolente, se levantaba tarde y se quedaba en la cama muchas horas, sin dormir», informó la muchacha. Cuando finalizaba la entrevista, la joven relató a los médicos un extraño incidente que surgió un día cuando le pidió que le acompañara a un sitio.

«( … Me encerró con llave», explicó, «puso un disco y entonces me enseñó un cuchillo, puso una cara muy rara y me dijo que me iba a matar. Todo esto sin haber discutido. Yo me puse a llorar. Él me tiró al suelo. Se sentó encima y cada vez que hablaba me enseñaba el cuchillo y me insultaba. Al cabo de un rato cambió de cara y me preguntó si me había asustado. No te lo tomes en serio, a mí no me gusta verte asustada, me dijo, mientras me acariciaba. Siempre le gustaba asustarme y amenazarme».

Él se justificó diciéndole: «Es el pequeño monstruo que llevo dentro».


Una conclusión controvertida

El País

11 de noviembre de 1984

Uno de los documentos controvertidos del sumario es este dictamen psiquiátrico de 24 folios, sobre todo por el punto séptimo de la conclusión, en la que los cinco médicos forenses aseguran textualmente que «la imputabilidad del explorado se encontraba disminuida parcialmente durante los hechos de autos».

Con este dictamen, el abogado defensor podría reclamar una reducción importante en la pena que se le pudiera pedir al procesado. El abogado querellante, el letrado Jordi Claret Andreu, asegura, sin embargo, que se trata de un examen parcial y ha anunciado que reclamará la práctica de una nueva prueba.

El abogado de la familia Salomó ha aludido en numerosas ocasiones a esa contradicción que entraña el hecho de que los médicos hayan podido llegar a conocer el estado anímico del procesado en el momento de cometer el crimen, siete meses después del delito y a pesar de que al acto antisocial hayan dedicado sólo 16 líneas, en las que únicamente se alude al reiterado silencio que el acusado guarda con relación a la muerte de María Teresa Mestre.

«( … ) El interesado ha rehusado dar información y nosotros hemos creído discreto no insistir demasiado en averiguarlo. Se le ha invitado a que lo explique, pero ha rehusado la invitación. Dice que sus relaciones eran las normales con una vecina, que lo cierto es lo que se encuentra registrado en el sumario y que lo que dicen los periódicos no tiene ningún valor. Afirma que el instrumento utilizado lo tenía en su casa hacía tiempo y descarta que se le hubiese ocurrido o preparado hacerlo y que nunca le pasó por la imaginación lo que pasó y que no sabe cómo explicarlo».

«Por las declaraciones del policía sabemos que escribió un anónimo con la máquina de escribir de su casa. Para ir la víctima a su casa tenía que pasar por la del informado, ella volvía de la estación y pasó lo ocurrido. A pesar del interés sobre este punto, no disponemos de más información al respecto, así como tampoco sobre los momentos posteriores del mismo», acaban reconociendo los médicos.


Mayayo intentó trocear a Teresa Mestre cuando aún no estaba muerta

Mayte Contreras – El País

3 de abril de 1985

María Teresa Mestre, esposa de Enrique Salomó, uno de los implicados en el sumario de la colza, tardó más de dos horas en morir, según el informe de los forenses, que recoge el sumario a partir de la página 50. Ángel Emilio Mayayo, el presunto asesino, golpeó con una cruceta plegable, de las que se usan para desmontar ruedas, a María Teresa Mestre, y la dejó inconsciente. Cuando estaba todavía viva, intentó mutilar su cuerpo con una pequeña sierra, sin conseguirlo. Entonces marchó a su casa de Reus a buscar un serrucho mayor.

De vuelta al apartamento, Ángel Emilio Mayayo troceó con un serrucho manual a la esposa de Enrique Salomó. Era cerca de medianoche y habían pasado casi cuatro horas desde que le golpeara la nuca con la cruceta. Entonces la víctima ya había fallecido. Los hechos ocurrieron el 9 de diciembre de 1983.

El informe pericial elaborado por los psiquiatras Francisco Bardalet, Joaquim Pujol, Ricard Pons, Leopoldo Ortega-Monasterio y Manuel Valdés dictaminó que Angel Emilio Mayayo tiene una enajenación mental incompleta, que podría ser considerada como atenuante. Sin embargo, la acusación privada, representada por el abogado Jordi Claret, ha solicitado un nuevo peritaje, esta vez a cargo de los forenses Manuel Rodríguez Pazos y Vicente Medina Vicioso.

La acusación privada declinó hacer declaraciones al respecto. Sin embargo, según fuentes judiciales, Jordi Claret ha pedido un total de 52 años y cuatro meses de cárcel para Ángel Emilio Mayayo, además de solicitar una multa de 300.000 pesetas. A juicio del abogado Claret, Mayayo es autor de cinco delitos.

Primero, presuntamente cometió un delito de asesinato, como autor único de la muerte de María Teresa Mestre, por el que la acusación pide un total de 30 años de cárcel.

Segundo, pudo existir un delito de detención ilegal, ya que antes de matarla no la dejó salir de su domicilio. Por este presunto delito la acusación privada solicita para Mayayo una pena de 17 años y cuatro meses. Tercero, cabría considerar un delito de utilización ilegítima de vehículo de motor, pues Ángel Emilio Mayayo reconoció haber utilizado el Volkswagen Golf de la víctima, para posteriormente abandonarlo junto a la carretera. Por ello, la acusación pide cuatro meses de arresto.

Cuarto, supuestamente hubo un delito de estafa, por, cuanto Mayayo envió una carta anunciando que se trataba de un secuestro, atribuible a una organización, y llegó a pedir 25 millones de pesetas de rescate. Por tal motivo, la acusación solicita una pena de cinco años. Y quinto, al tener oculto el cuerpo, trasladarlo y echarlo finalmente a un vertedero, podría haber cometido un delito contra la salud pública, que sería susceptible de ser sancionado con 300.000 pesetas o 180 días de arresto sustitutorio en caso de impago.


Una historia por escribir

Albert Montagut – El País

30 de junio de 1985

Ángel Emilio Mayayo Pérez, de 23 años, comparecerá mañana en la Audiencia Territorial de Tarragona para ser juzgado por el asesinato confeso de María Teresa Mestre, esposa del conocido industrial aceitero Enrique Salomó. Los hijos de María Teresa, Enrique y Maite, eran vecinos y amigos íntimos de Ángel.

Después de 462 días privado de libertad, encerrado entre las paredes de la cárcel, pero sobre todo aislado en sí mismo, Mayayo debe enfrentarse de nuevo con aquel 9 de enero, con el gesto que le hizo María Teresa para indicarle, después de estar hablando, que le dejaba, y que fue suficiente para despertarle los demonios de la soledad. Mañana, en el banquillo de los acusados, volverá a estar solo.

La configuración del caso Mestre, su prolongada investigación, su sorprendente y, en apariencia, esclarecedor desenlace, sirvió para que uno de los policías que participaron activamente en las pesquisas calificara el suceso como «uno de los más espeluznantes de la historia del crimen».

Son aún muchas las personas que creen «que la historia de este asesinato aún no se ha escrito definitivamente». Esta sospecha se basa en algunas de las lagunas que todavía se pueden encontrar en el curso de las diligencias abiertas por la muerte de la esposa del industrial Enrique Salomó.

Hay quien piensa que Mayayo no actuó sólo. Los que así sospechan argumentan la perfección de los cortes aparecidos en cada una de las partes en que se troceó el cuerpo de la víctima.

Otros sostienen que el estado de congelación del cuerpo y el perfecto estado de los restos de alimentos encontrados en el estómago de la mujer, cuando le fue practicada la autopsia, hace muy difícil creer que María Teresa Mestre pudiera estar muerta desde hacía 14 largos días.

La Policía, sin embargo, está convencida de que Mayayo golpeó a María Teresa Mestre hasta matarla y que después la troceó en el lavabo de su apartamento, situado dos pisos más abajo de la casa en la que vivía la víctima.

Existen pruebas científicas, encontradas y clasificadas por los expertos policiales del Gabinete de Indentificación de la Jefatura Superior de Barcelona, en la casa de la familia Mayayo, que corroboran la resolución policial entregada al juez instructor de Reus, junto al detenido y a una confesión de culpabilidad.


Angel Emilio Mayayo, un solitario en el banquillo

Josep Maria Girona – El País

30 de junio de 1985

Ángel Emilio Mayayo Pérez, de 23 años, comparecerá mañana en la Audiencia Territorial de Tarragona para ser juzgado por el asesinato confeso de María Teresa Mestre, esposa del conocido industrial aceitero Enrique Salomó. Los hijos de María Teresa, Enrique y Maite, eran vecinos y amigos íntimos de Ángel.

Después de 462 días privado de libertad, encerrado entre las paredes de la cárcel, pero sobre todo aislado en sí mismo, Mayayo debe enfrentarse de nuevo con aquel 9 de enero, con el gesto que le hizo María Teresa para indicarle, después de estar hablando, que le dejaba, y que fue suficiente para despertarle los demonios de la soledad. Mañana, en el banquillo de los acusados, volverá a estar solo.

Enrique Salomó y sus dos hijos, Enrique y Maite, no tienen intención de asistir a la vista pública que se iniciará mañana en la sala de Justicia de la Audiencia Provincial de Tarragona contra Ángel Emilio Mayayo Pérez. Se ignora si la madre del acusado acudirá a la cita de su hijo con la ley. Pilar Pérez no ha sido vista en las últimas semanas por el apartamento, vecino del de Salomó, y el teléfono de su casa de Arrabal de Robuster, en Reus, nunca contesta. Desde que el 26 de marzo del año pasado fuera detenido Ángel Emilio Mayayo las relaciones entre las dos familias, antaño íntimas, son inexistentes.

El juicio contra Ángel Emilio Mayayo Pérez, a partir de mañana, comenzará a las 10.30 horas en la sala de Justicia de la Audiencia Provincial de Tarragona, que tiene una capacidad para unas 80 personas y que también sirvió de marco hace unos años para el célebre juicio del accidente de Los Alfaques.

La vista será pública y han sido citadas a declarar unas cuarenta personas, entre las que se encuentra Víctor Cuñado, el inspector de policía que detuvo a Ángel. También han sido citados a declarar otros miembros de las fuerzas policiales que siguieron el caso, la vidente Pilar Prades, así como parientes y amigos relacionados con la familia del industrial Salomó, procesado por el fraude de la colza. Al margen de los redactores del informe pericial, el abogado defensor, José Luis Calderón, no ha citado a ningún testigo.

El Ministerio Fiscal solicita en sus conclusiones provisionales un total de 29 años de reclusión mayor y la indemnización de siete millones de pesetas para la familia Salomó. La acusación particular califica la acción de Mayayo de asesinato, de detención ilegal en la persona de María Teresa Mestre, de utilización ilegítima del vehículo de la víctima, de estafa al considerarse el autor del anónimo que solicitaba 25 millones de pesetas y de atentado contra la salud pública al dejar el cuerpo de la víctima en un vertedero de basuras. El abogado Jordi Claret solicita 52 años de cárcel para el acusado y una indemnización de 25 millones de pesetas.

La desaparición

El lunes 9 de enero de 1984, Maite Salomó reinició sus estudios en la universidad de Barcelona, tras las vacaciones de Navidad, y su madre la acompañó con el Wolkswagen Golf de la familia a la estación de Renfe en Tarragona. María Teresa despidió a su hija en el andén de la estación y se fue de compras; visitó también el local de Cáritas para dejar allí ropa diversa. Desde este momento ya nadie la volvería a ver con vida.

Al día siguiente los familiares de María Teresa Mestre denunciaron su desaparición. Sus dos hijos volvieron precipitadamente de los respectivos centros escolares y, junto con Angelito, -así llamaban los Salomó a Ángel- iniciaron una búsqueda frenética para encontrar a su madre y amiga. Al cabo de unas horas se encontró el coche que utilizó Teresa Mestre en una urbanización cercana a la suya y comenzaron a circular las hipótesis.

Hubo quien dijo que se trataba de un secuestro por motivos económicos; se habló también de una venganza relacionada con la colza y no faltó quien relacionó la desaparición de María Teresa con una huida amorosa. Se perfiló la posibilidad de un suicidio y hasta se llegó a especular con que todo era un montaje familiar para atraer la atención de la opinión pública hacia la situación de Enrique Salomó, recluido en la cárcel a la espera de juicio.

Lo cierto es que el sábado día 14, el abogado de la familia Salomó y los dos hijos del matrimonio convocaron una rueda de prensa en la que se descartaron algunas de las hipótesis anteriormente mencionadas y en la que el hijo de Salomó pidió clemencia a los supuestos secuestradores y acabó diciendo: «Por favor, vuelve mamá». La escena era seguida por un miembro del equipo investigador del suceso y por el propio Angel Emilio Mayayo que, en la puerta de entrada, iba pidiendo las acreditaciones a todos y cada uno de los periodistas que acudieron a la convocatoria.

El lunes 16 de enero, un joven apodado el Madriles, antiguo compañero de Enrique Salomó en la prisión de Tarragona donde había estado ingresado tiempo atrás por delitos comunes, se presentó voluntariamente a la policía y negó cualquier posible relación con la desaparición.

El martes día 17, El País publicó una carta anónima enviada días antes a la familia Salomó en la que se pedían 25 millones por el rescate de la desaparecida. La carta, escrita a máquina, iba firmada con las iniciales G. A. D. A. C. Empezaron las interpretaciones de las siglas en el sentido de que podía tratarse de un Grupo de Afectados del Aceite de Colza. La desaparición de la mujer de Enrique Salomó adquirió cada día más trascendencia, su fotografía fue distribuida a todas las comisarías de policía de España y a los puestos fronterizos y se pidió la colaboración de la Interpol.

El viernes 20 de enero, la Audiencia Nacional concede un permiso especial de tres horas diarias a Enrique Salomó, atendiendo razones de tipo humanitario. El sábado y el domingo retorna la calma, pero se sigue sin tener noticias del paradero de María Teresa Mestre.

Personalidad complicada

A primera hora de la madrugada del lunes 23 los operarios del servicio de recogida de basura de la población de Cambrils se dirigen con su camión hacía un vertedero situado a unos 50 metros de la carretera que une esta ciudad con Reus. Antes de apearse, los focos del camión les delatan un cuerpo extraño entre las sombras. Al bajar, los operarios observan que se trata de tres bultos. La Policía Municipal comprueba que lo que había llamado la atención de los operarios era el cuerpo descuartizado de María Teresa Mestre. La tragedia se ceba en la familia y Angelito es el primero en consolar a Maite y Enrique.

Ángel Emilio Mayayo Pérez «presenta rasgos de alteración de la personalidad con algún estigma paranoide», según se lee en uno de los veinte folios que componen el informe pericial que se revelará como una de las pruebas más importantes del juicio.

Algo debió ver el inspector Cuñado en la persona de Mayayo, cuando en la tarde del lunes, 26 de marzo de 1984, se personó en la casa de Angelito con la intención de hablar con él. En una larga conversación en la cafetería del hotel Gaudí, Ángel cayó en varias contradicciones y el policía decidió llevarlo a la comisaría de Reus. Allí, ante la máquina de escribir que había usado para mandar los anónimos, Ángel Emilio Mayayo Pérez se desplomó y se confesó autor de la muerte de su vecina, aunque fue incapaz de explicar las razones que le movieron a ello.


Mayayo niega haber matado a María Teresa Mestre pero no explica por qué se declaró culpable con anterioridad

Albert Montagut – El País

2 de julio de 1985

Ángel Emilio Mayayo, de 23 años de edad, negó ayer haber asesinado a María Teresa Mestre, esposa del industrial aceitero. Enrique Salomó, procesado en el sumario de la colza. La negativa se produjo durante la primera jornada de la vista, que se inició ayer en la Audiencia Provincial de Tarragona.

Mayayo contestó con un «no quiero decirlo» a cuantas preguntas incriminatorias se le hicieron. El acusado negó sus cuatro declaraciones anteriores en las que se había declarado autor del crimen, presuntamente ocurrido el 9 de enero de 1984 en su apartamento de Cambrils (Tarragona).

Con un tranquilizador «Ángel», José Luis Calderón, su abogado defensor, se dirigió al acusado para preguntarle si había sufrido agresiones físicas en los distintos centros penitenciarios donde ha estado recluido todos estos meses. Mayayo contestó que sí. A la última pregunta de su abogado defensor: «¿Mataste o interviniste en el asesinato de María Teresa Mestre?», Ángel Emilio Mayayo contestó: «No». Un murmullo de rumores recorrió entonces la sala.

El fiscal, Antonio Carvajo, y el acusador particular, Jordi Claret no consiguieron sus propósitos cuando trataron de saber por qué Mayayo se había declarado anteriormente autor del crimen. Tampoco expresó su opinión sobre el posible móvil del asesinato: «No quiero decirlo», repitió.

El magistrado Carlos Andreu, presidente del tribunal, autorizó al fiscal a iniciar el interrogatorio del acusado, sin preguntar a éste si se consideraba culpable o inocente de los delitos de asesinato, detención ilegal, utilización ilegal del automóvil de otra persona, estafa y delito contra la salud pública.

Las primeras preguntas del fiscal, que solicita para Mayayo 29 años de reclusión, dejaron perfectamente clara la postura que iba a adoptar el acusado durante todo el juicio. Mayayo no quería reconocerse autor del asesinato de María Teresa Mestre, a pesar de haber firmado cuatro declaraciones distintas en las que no sólo se consideraba autor, sino que, además, aportaba gran cantidad de datos sobre el momento en que se produjo la muerte, la forma en que se desarrollaron los hechos y cómo mutiló el cuerpo de la mujer de Salomó.

El fiscal intentó en vano que Mayayo explicara las razones por las que ahora no se declaraba autor del delito, pero no pudo obtener del acusado otra respuesta que la de «no puedo decirlo». Antonio Carvajo, cuya intervención se prolongó durante una hora, intentó reconstruir el crimen, paso a paso para lograr que Mayayo, a pesar de su postura, reconociera. que intervino en los hechos.

Sin éxito, el fiscal pretendió que el acusado explicara para qué quería la cuerda que fue a buscar a la casa de la víctima y qué trasladaba en unas bolsas de plástico cuando fue visto por unos vecinos suyos en Reus. La respuesta del acusado siguió siendo la misma: «No quiero explicarlo», postura que, según la legislación vigente, puede ser adoptada por cualquier acusado en un juicio.

Mayayo tampoco explicó quién le entregó el bolso de María Teresa Mestre, que él mismo entregó a la policía después de su detención.

El fraude de la colza

Una larga y fría gota de sudor recorrió la mejilla izquierda de Mayayo cuando el fiscal -que tuvo una intervención desigual, en la que abundaron los errores en los nombres y en la situación de los distintos escenarios del caso- le preguntó si sabía qué móvil pudo llevar al asesino a matar a la víctima. El fiscal sólo pronunció entonces tres palabras: «Dinero, temor o amor».

Mayayo no respondió. Mantuvo igual actitud cuando se le preguntó por la influencia de la vidente Pilar Prades sobre la víctima; por la situación económica de los Salomó; por la relación de este caso con el fraude del aceite de colza, y sobre si seguía declarándose autor de la carta recibida en el domicilio de los Salomó. La carta había sido escrita con la misma máquina que posteriormente fue encontrada en casa de Mayayo.

En su intervención, el acusador particular intentó demostrar que Mayayo no tenía ahora una base sólida para decir ante el tribunal que todo lo que había declarado ante policías, abogados, jueces, forenses y psiquiatras no era cierto y que sus cuatro anteriores declaraciones habían sido falsas. Claret recalcó que, en las cuatro anteriores declaraciones, Mayayo había aportado una serie de datos sobre la muerte de la víctima que sólo podía conocer la persona que la había matado o alguien que hubiese presenciado el crimen.

Al referirse a la sangre hallada en la llave tubular con que supuestamente Mayayo golpeó mortalmente a la víctima, el procesado admitió la posibilidad de que procediese de una herida suya producida al cambiar la rueda del coche.

La hora y el día en que se produjo la muerte volvió a ser un aspecto polémico del caso. El forense afirmó que era difícil de concretar y la defensa esgrimió toda clase de recursos para demostrar que María Teresa Mestre no murió el 9 de enero, fecha de su desaparición, sino varios días después. De comprobarse esta teoría de la defensa, toda la estrategia de la acusación se desmoronaría, y el proceso entraría en el terreno al que la defensa pretende llevar el caso: demostrar que Mayayo no la mató o que, si lo hizo, no actuó solo.


El presidente del tribunal cree que el caso Mestre es «muy complejo»

Albert Montagut – El País

4 de julio de 1985

Carlos Andreu, presidente de la Audiencia Provincial de Tarragona y presidente del tribunal que ha juzgado a Ángel Emilio Mayayo y que deberá pronunciar la sentencia, declaró ayer que el caso Mestre «ha sido difícil por las circunstancias que han concurrido en él y por su trascendencia en la zona de Reus, donde dos familias importantes se han visto mezcladas en este asunto». Asimismo, anunció que la sentencia estará redactada mañana viernes, aunque probablemente no se haga pública hasta el lunes.

Sin querer pronunciarse sobre el resultado final de las sesiones durante la vista contra Ángel Emilio Mayayo, Andreu, magistrado desde 1956 y presidente de esa audiencia desde 1982, explicó que «la resolución final será muy complicada porque existe una serie de factores que inciden en el caso, convirtiéndolo en un asunto muy complejo».

El juez confirmó que la sentencia final estará firmada el próximo viernes por la noche, pero que el resultado «no se hará público hasta el sábado por la mañana o ya hasta el lunes».

La prueba psiquiátrica practicada por cinco especialistas a Ángel Emilio Mayayo Pérez, presunto asesino de María Teresa Mestre, y en la que se diagnosticó enajenación mental incompleta puede ser muy importante a la hora de que el tribunal que juzgó al joven vecino de los Salomó tenga que decidir la sentencia.

Ésta es la opinión de Antonio Carbajo, el fiscal de este caso, que ayer, en su despacho de la Audiencia de Tarragona, explicó a este diario que «la pena solicitada por este ministerio, de 29 años, por un delito de asesinato, se vería reducida, si se acepta esta calificación médica, en unos nueve años».

El defensor, emocionado

José Luis Calderón, el abogado defensor y decano del Colegio de Abogados de Tarragona, declaró ayer: «Me siento respetuosamente emocionado por la marcha del juicio». Calderón, que no ha presentado denuncia alguna contra los familiares de María Teresa Mestre, que le insultaron y zarandearon al término del juicio, el pasado miércoles, no quiso pronunciarse sobre el posible resultado de la sentencia.

El letrado expresó, refiriéndose a su intervención final: «En todas las actuaciones siempre queda algo por decir, pero en este caso creo que la conclusión final fue prolongada y muy matizada». Calderón añadió: «Después de las pruebas periciales y del juicio oral, creo en la posibilidad de la absolución».

Calderón agregó: «El tribunal puede atenuar la pena a mi cliente, en el caso de que lo considere culpable, si tiene en cuenta la enfermedad mental que sufre Mayayo, de una forma estable y permanente, según el dictamen psicológico presentado en el juicio, u otorgarle la libertad por presunción de inocencia, porque no existen pruebas definitivas que demuestren los cargos que hay contra él de una forma irrefutable».

Calderón, de 59 años, confesó: «Éste no es el caso más difícil de mi carrera porque en alguna ocasión he tenido que defender penas de muerte».


Mayayo, condenado a 21 años por el «asesinato con alevosía» de María Teresa Mestre

Josep Maria Girona – El País

7 de julio de 1985

Ángel Emilio Mayayo Pérez ha sido condenado por la Audiencia Provincial de Tarragona a la pena de 21 años de reclusión mayor y a la indemnización de 11 millones de pesetas para la familia Salomó por considerársele autor de un delito de asesinato con alevosía en la persona de María Teresa Mestre Guitó, esposa del industrial aceitero reusense Enrique Salomó, y por considerársele también autor de un delito de utilización ilegítima de vehículo de motor ajeno. En la sentencia, hecha pública ayer, se especifica que en ambos delitos concurre la circunstancia atenuante de enajenación mental incompleta de Angel Emilio Mayayo.

El fallo del tribunal, presidido por el magistrado Carlos Andreu, considera que los hechos estimados como probados no constituyen delito de «robo con homicidio» ni «delito contra la salud pública», contra lo que pretendía el abogado de la familia Salomó, Jordi Claret.

La sentencia rebate la petición de «robo con homicidio» formulada en las conclusiones definitivas por la acusación particular, al decir que «en las diligencias practicadas en el sumario es indudable que no existe indicio alguno de ánimo de lucro ni apoderamiento de cosa o mueble ajena», y también al señalar que la finalidad lógica del anónimo solicitando 25 millones de pesetas por la liberación de la víctima era únicamente el de «despistar las averiguaciones policiales».

También se rebate la petición de «delito contra la salud pública», hecha por Jordi Claret, puesto que, según la sentencia, para las existencia de este delito se requiere «la existencia del dolo, es decir, el deseo o intención de faltar al respeto a los muertos o de incumplir voluntariamente una norma administrativa sanitaria y, si bien la voluntad maliciosa debe presumirse siempre, tal presunción debe ceder cuando, como en el caso de autos, el traslado de dichos restos y su abandono en un vertedero de basuras no tenía como finalidad menospreciar u ofender al cadáver, sino que su verdadero propósito y finalidad era el de eludir la acción de la justicia, evitando o desviando las sospechas».

Reacción por un desprecio

La sentencia especifica que Ángel Mayayo asesinó a la víctima el día 9 de enero de 1984, el mismo día en que María Teresa Mestre acompañó a su hija Maite a la estación de Renfe con el fin de que ésta prosiguiera sus estudios en la universidad de Barcelona. También rebate la afirmación hecha por Mayayo en el juicio según la cual él no se movió del interior de su apartamento el día de los hechos, al decir que «alrededor de las 19.30 horas de este día, cuando el procesado se hallaba en la puerta de su apartamento, llegó María Teresa Mestre conduciendo un coche Volkswagen Golf…»

A partir de aquí se relatan los acontecimientos que siguieron al encuentro entre el asesino y la víctima. Al llegar María Teresa Mestre recogió en conserjería una carta personal, mientras Mayayo le hizo saber que había recibido un escrito sobre la futura instalación de un teléfono. Fue entonces cuando la víctima «penetró en el apartamento sin recelo alguno, examinando, sentada en una silla, la carta…» La víctima tenía prisa por llegar a su casa, ya que en ella se encontraba su anciana madre, y manifestó a Mayayo su intención de irse.

«Tal intención de marchar -prosigue el fallo- fue interpretada por el joven como un desaire o desprecio y, hallándose todavía la mujer en la silla acabando de examinar la carta, completamente confiada y ajena a cualquier ataque a ella dirigido, el procesado que se hallaba de pie (…) cogió del suelo una llave tubular metálica (…) que tenía en casa para entretenerse con ella el gato, que era su única compañía en el apartamento, y sin advertencia de clase alguna, sin consideración a la edad y relación casi familiar existente, de forma rápida e inesperada y con ánimo de matar, golpeó con el citado instrumento repetidamente la cabeza de la mujer, causándole dos heridas contusas paralelas en la región frontal izquierda y otras dos heridas contusas también paralelas y de mayor tamaño en la región occipital, con rotura de la base del cráneo, así como contusiones en dorso de ambas manos (…), lesiones gravísimas que ocasionaron la muerte por parada cardio-respiratoria debida a shock traumático, sino de forma instantánea, poco tiempo después…»

La sentencia inhabilita a Mayayo para todo honor, empleo y cargos públicos y para el derecho a elegir o ser elegido durante el tiempo que dure la condena.


El Ángel de la muerte en nuestros televisores

Cristina Peri Rossi – El País

14 de julio de 1985

Mayayo -Angelito, para los íntimos- ha entrado en nuestros hogares a través de la televisión. Las cámaras filmaron algunas escenas del juicio celebrado en Tarragona, y de este modo, doméstico y familiar, el Ángel equívoco, el ángel caído, el Angel de la muerte, nos acercó a una clase de estremecimiento metafísico.

Impecablemente vestido de traje cruzado y corbata, pese al calor, y asumiendo ese aire de respetabilidad que se ha convertido en la norma de los ochenta, apareció en la pequeña pantalla, más acostumbrada a emitir truculencias de ficción que el espanto cotidiano de existir. Había despertado gran curiosidad, precisamente por su ambivalencia: joven, de aspecto agradable, casi elegante, y con un nombre que parecía destinado a la gracia cristiana, fue condenado por un crimen horrible.

La fascinación del caso Mayayo surge mucho más de esta ambigüedad que de los secretos o puntos oscuros de su actuación o de su psicología: nos aproxima demasiado a la índole equívoca del mal.

Hay un gran hueco en el pensamiento contemporáneo acerca del bien y del mal, quizá porque el tema centró la reflexión de la filosofía medieval y se convirtió en el monopolio de las religiones. La noción de bien y de mal, desprendida del contexto religioso, quedó relegada a una casi siempre confusa e individual ética de corte laico, hasta desaparecer prácticamente de nuestro lenguaje. Sin embargo, creo que buena parte de la fascinación que despierta en nosotros la truculenta historia de Mayayo nace, precisamente, de una ingenua creencia casi inconsciente: el bien es bello y el mal es feo. Hasta cuando instruimos a los niños, solemos mezclar ambos juicios: «Es malo, es feo», decimos, y todos los personajes malignos de la mitología o la fantasía popular (que son representaciones simbólicas colectivas) tienen aspecto desagradable, ofensivo: las brujas son sucias y de cabellos retorcidos, los ogros son deformes; en cambio, los personajes buenos son bellos y delicados.

Algunos espectadores del juicio se sorprendieron ingenuamente de la apostura de Mayayo, ángel perverso, como si entre el mal y la fealdad existiera necesariamente una relación: es posible que si el asesino de Teresa Mestre hubiera sido un hombre feo y decrépito -llamado Pedro o Juan, en lugar de Ángel- el caso no habría despertado tanta atracción. Sin embargo, tan antigua como la creencia en la fealdad del mal es la opuesta: el mal, para encubrirse, adopta una apariencia seductora y hermosa. Las amantes rubias y curvilíneas del cine norteamericano, por ejemplo, suelen ser personajes fríos, calculadores, insensibles e inescrupulosos. La ambigüedad se mantiene en toda nuestra cultura: también hay rubias inocentes e ingenuas, no menos curvilíneas, como Marilyn Monroe.

La aparición de Mayayo en nuestros televisores no resolvió ese secreto, ese misterio del mal oculto, del mal que ha estado larvariamente incubado bajo aspecto inofensivo. Si le abrimos la puerta de nuestra casa (y cada vez más la puerta de nuestra intimidad es la pantalla del televisor) es porque nos sentimos cautivos de esa fascinación del doble personaje: ángel del mal, bello y perverso.

Pero también hubiéramos deseado una explicación suficiente. Una explicación tranquilizadora: esa que nos permitiría dividir de una vez para siempre al género humano en torturadores y perseguidos, en buenos y malos, en feos malignos y bellos bondadosos. La confusión, la ambigüedad nos inquieta, nos atormenta.

Ni Mayayo, ni el lacónico parte de los psiquiatras que lo analizaron nos tranquilizan. Mayayo -Ángel- es un individuo de inteligencia normal, frío, calculador y con ciertos rasgos paranoides. ¿Quién está exento de una descripción semejante? Me atrevo a decir que hasta Miguel Boyer tiene una inteligencia normal, es frío, calculador y presenta ciertos rasgos paranoides, o neuróticos, o maniacodepresivos.

¿El caso Mayayo es sólo un accidente del género humano, una deformación, una excepción? En numerosos países, en nuestros días, individuos aparentemente normales, de inteligencia media y en algunos casos superior (como señalaba Heinrich Böll en una reciente entrevista en El País; Ernesto Sábato, en un informe sobre la represión en Argentina), de aspecto agradable y buenas costumbres, han sido bárbaros torturadores y asesinos de sus semejantes. El capitán Astiz, recientemente requerido por la Interpol, uno de los más siniestros torturadores argentinos, era apodado El Niño por su aspecto angelical.

Querríamos, desearíamos profundamente que hubiera una diferencia ostensible, apreciable, perceptible entre Mayayo y nuestros amigos, jefes, esposos o hermanos. Entre Mayayo y nosotros mismos, entre Astiz y nuestra imagen en el espejo. Una diferencia tan importante como para distinguirlos: ellos, los malos; nosotros, los buenos. Pero no se aprecia a primera vista, y entonces nos acecha una pregunta turbadora: ¿dónde está el mal, en qué lugar de nosotros o de la sociedad germina oscuramente como un tumor maligno?

El psicoanálisis -el método contemporáneo más complejo y más discutido para explicar la conducta humana- no aporta gran claridad acerca de la índole del mal, palabra que ya de por sí nos provoca cierto rechazo, por sus connotaciones teológicas.

A la representación diabólica y arcaica del mal como una fuerza absoluta que se apodera del individuo viniendo desde afuera (embrujamiento, posesión, etcétera) solemos oponer una concepción del mal como una pulsión de muerte, de destrucción en lucha dialéctica con el bien; o sea, el instinto de vida, de conservación, de crecimiento. Dicho de otro modo, construimos catedrales que luego destruimos con una bomba o curamos a los heridos para que vuelvan al campo de batalla.

Los hombres que hasta ayer torturaban eran, en la mayoría de los casos, padres afectuosos, hijos amables y católicos de comunión semanal. Muchos de ellos creían, por lo demás, que su tarea era una forma -no necesariamente placentera- de hacer el bien. Goethe puso en boca de Mefistófeles su propia definición: una parte de aquel poder que finge hacer el bien para ejecutar el mal. En algunos casos, esta confusión parece deliberada; en otros, y es lo peor, un auténtico error de la inteligencia, tal como definió Sócrates el mal, ya que de la fe en la verdad absoluta (el bien) puede nacer el odio destructor a su hipotético opuesto.

No sabemos si Mayayo tenía una noción precisa del bien y del mal, pero, en todo caso, cuando apareció en nuestras pantallas, supimos que no se distinguía de nosotros por ningún rasgo específico en la cara o en el cuerpo: son los perseguidores quienes clasifican, con una estrella en el brazo, una letra en el documento de identidad o en el legajo personal. Y ellos, los perseguidores, no se diferencian por nada: rubios o morenos, altos o bajos, tienen un aspecto curiosamente semejante al nuestro.


El asesino de la esposa de Salomó disfrutó de 12 días de permiso en dos meses

Lluís Visa – El País

26 de octubre de 1989

Ángel Emilio Mayayo, que cumple una condena de 21 años en la prisión de Lérida 2 por el asesinato de María Teresa Mestre, esposa del industrial reusense Enric Salomó, ha disfrutado ya de dos permisos de seis días concedidos por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria de Lérida según informó ayer el diario Segre.

El recluso, clasificado de segundo grado, ha cumplido más de una cuarta parte de la condena. Mayayo, de 26 años, fue condenado en julio de 1985 por la Audiencia Provincial de Tarragona, como autor del asesinato de María Teresa Mestre. El crimen se produjo en enero de 1984 en la localidad de Cambrils, donde la familia Salomó y Mayayo tenían un apartamento en el mismo edificio. El cadáver fue descuartizado y arrojado a un vertedero.

Mayayo obtuvo el primer permiso de seis días el pasado mes de agosto y el segundo, de igual duración, un mes más tarde, según ha confirmado el director de Lérida 2, Manuel Revuelta. Al estar clasificado en régimen de segundo grado, al interno le corresponden ocho permisos de seis días al año.

Revuelta explicó que a finales de este mes la junta de régimen de la prisión volverá a estudiar la tramitación de un tercer permiso solicitado por el preso. «Mayayo cumple todos los requisitos y su comportamiento es correcto», añadió Revuelta.

Sin embargo, el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria denegó a finales de 1988 la primera petición de permiso de Mayayo, al contar con los informes desfavorables tanto del equipo de tratamiento y junta de régimen de la prisión como del fiscal de vigilancia penitenciaria.


El asesino Ángel Mayayo asalta un banco durante un permiso carcelario

Silvia Espinosa – El País

30 de agosto de 1991

Ángel Emilio Mayayo Pérez, autor del asesinato y descuartizamiento de la esposa del industrial catalán Enric Salomó, y Juan Manuel Corvo Crespo, también con un amplio expediente delictivo a sus espaldas, fueron detenidos en la tarde de ayer mientras efectuaban un atraco a una sucursal de La Caixa en el centro de Lérida. En el tiroteo resultó herido un policía. Un tercer atracador, cuya identidad se desconoce, logró huir con un botín de 550.000 pesetas.

Mayayo, de 27 años, condenado en 1985 a 21 años de prisión por el asesinato de María Teresa Mestre cometido un año antes, gozaba de un permiso penitenciario de seis días por hallarse en la clasificación de tercer grado.

Los hechos ocurrieron a las 13.53 horas, cuando los tres jóvenes, armados con revólver, se personaron en la sucursal de La Caixa en la calle de Príncipe de Viana de Lérida y, después de cerrar puertas y persianas, tomaron como rehenes a cuatro clientes y cinco empleados de la entidad. Tres minutos después, una llamada anónima alertó de los hechos a la policía, que acudió al lugar con dos coches patrulla.

En el vestíbulo de La Caixa nadie se había percatado de lo que estaba ocurriendo dentro de la sucursal. Un policía que entró en el vestíbulo se encontró encañonado por uno de los atracadores, que le obligó a tirarse al suelo. Al advertir la presencia de la policía, el primer atracador logró darse a la fuga disparando su arma para abrirse paso.

Policía herido

El atracador fue perseguido por un agente, quien pese a tenerle a tiro no disparó, de acuerdo con la versión policial, debido a que pensó que el delincuente efectuaba disparos de fogueo. El policía resultó herido de bala en un brazo instantes después.

Mayayo también logró salir de la entidad, pero fue seguido por la Policía que le arrestó lejos del lugar del tiroteo. En el momento de la detención la policía intervino a Mayayo un revólver, un escáner y una pequeña mochila. El tercer atracador, Juan Manuel Corvo Crespo, fue detenido por agentes de paisano.


Mayayo pagará más por un atraco que por su crimen

Lluís Visa – El País

19 de julio de 1992

Los delitos en que incurrió Ángel Emilio Mayayo Pérez al atracar hace un año una entidad de ahorros en Lérida le han supuesto, una condena de cinco año [años] más que la que le valió el asesinato y descuartizamiento, en 1984, de María Teresa Mestre, esposa del industrial Enric Salomó, implicado en el fraude del aceite de colza.

La Sección Primera de la Audiencia Provincial de Lérida ha condenado a Mayayo a un total de 26 años de prisión y multa de 500.000 pesetas por los delitos de robo con violencia, toma de rehenes, lesiones, atentado a agentes de la autoridad y tenencia ilícita de armas, con las agravantes de disfraz y reincidencia.

Mayayo, que hoy cuenta 28 años, fue detenido a finales de agosto del año pasado durante un atraco a mano armada que cometió en una sucursal de La Caixa en Lérida, aprovechando un permiso carcelario de seis días, en compañía de los también reclusos Juan Manuel Corvo y Manuel Cruz Cabaleiro. Ambos han sido condenados por el mismo hecho a 28 y 38 años de prisión, respectivamente. Corvo disfrutaba en aquel momento de libertad condicional, mientras que Cruz estaba en la sección abierta de la prisión de Lérida.

Durante la vista oral, el Ministerio Fiscal aumentó de 24 a 30 años la pena que pedía para Mayayo en el escrito de calificaciones provisionales. El acusado hizo gala de su habitual frialdad y llegó a acusar al fiscal de inventarse los hechos.

La sentencia declara probado que los procesados se pusieron de acuerdo para cometer el robo, eligiendo para ello el 29 de agosto de 1991, cuando los tres coincidían en su excarcelación.

Buena conducta

Cuando cometió el atraco, Mayayo llevaba siete años de condena cumplidos y desde enero de ese año disfrutaba de ciertos privilegios en la prisión tras haber obtenido la clasificación de tercer grado. La Dirección General de Servicios Penitenciarios de la Generalitat le había negado en un principio la progresión de su grado penitenciario pese a los informes favorables del centro, que destacaban su buena conducta. Mayayo recurrió y el juez de vigilancia penitenciaria le dio la razón. En junio de 1993, hubiera obtenido la libertad condicional.

La sentencia de Lérida aconseja ahora «impedirles [a los tres] el disfrute de futuros beneficios penitenciarios o de libertad en el lugar en que tan mal uso efectuaron.»

Mayayo se hizo tristemente famoso en 1984 cuando asesinó y descuartizó a María Teresa Mestre, que ocupaba un chalé vecino al suyo en la costa de Tarragona. El esposo de la asesinada se encontraba en prisión, implicado en el no menos famoso caso de la colza. Su detención supuso una sorpresa ya que se había manifestado muy afectado por el caso e incluso colaboró en la localización del cadáver, hallado en un vertedero cercano.

El Tribunal de Lérida considera que Mayayo padece una «psicopatía mixta con rasgos obsesivo-compulsivos, paranoides y esquizoides, que no afectan a su facultad de razonar ni a la conciencia y voluntad de los actos que realiza, cuya ilicitud comprende, así como sus consecuencias de toda índole, a las que es indiferente».

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