
- Clasificación: Asesino
- Características: Violador
- Número de víctimas: 2
- Fecha del crimen: 31 de mayo de 1953
- Fecha de detención: 28 de junio de 1953
- Fecha de nacimiento: Agosto 1931
- Perfil de la víctima: Barbara Songhurst, de 16 años, y Christine Reed, de 18
- Método del crimen: Golpes con un hacha - Puñaladas con un cuchillo
- Lugar: Londres, Inglaterra, Gran Bretaña
- Estado: Fue ejecutado en la horca el 22 de diciembre de 1953
Alfred Whiteway – “El asesino del hacha”
Norman Lucas – Los asesinos sexuales
Barbara Songhurst y Christina Rose Reed eran dos “amigas íntimas” que se encontraban en la etapa transitoria entre la adolescencia y la edad adulta. Al igual que miles de chicas antes y después de ellas necesitaban compartirlo todo. Juntas iban a los bailes, al cine; juntas daban largos paseos en bicicleta, intercambiaban confidencias sobre novios y pasaban horas comparando prendas de ropa, cosméticos y estilos de peinados. Barbara le leía a Christina las cartas que recibía de amigos que hacían su servicio militar en todas partes del mundo. Christina le mostraba a Barbara su colección cada vez mayor de retratos autografiados de estrellas de cine.
Ambas eran chicas bastante comunes que compartían intereses inofensivos de adolescentes. Barbara, una chica de dieciséis años, pequeña y bonita, amistosa y popular con los muchachos, que trabajaba en una tienda de productos químicos en Richmond, Surrey. Christina, dos años mayor, era tranquila y reservada y tímida cuando no tenía el apoyo de su amiga. Barbara era quien planeaba todas sus salidas. Christina, una chica atractiva de cabello rizado, siempre estaba dispuesta a seguir a su amiga.
Durante meses habían compartido todo su tiempo libre. Se encontraban juntas cuando sus cortas vidas fueron brutalmente segadas una noche del verano de 1953.
Las dos chicas habían pasado un fin de semana feliz. La tarde del sábado 30 de mayo estuvieron en un baile en la York House de Twickenham, Middlesex, y más tarde se reunieron con otros amigos en el cercano café Blue Angel. A las 12:45 a.m. llegaron a la casa de Christina en Roy Grove, Hampton Hill, para pasar la noche. A la mañana siguiente se levantaron a las 7:30 a.m. y dijeron a los padres de Christina, el señor y la señora Reed, que iban a andar en bicicleta a Brighton. Salieron llenas de entusiasmo, Barbara en pantalones de mezclilla y con una chamarra blanca y Christina con pantalones azules y una chamarra amarilla. Un poco más tarde regresaron porque el mal tiempo les había hecho cambiar de idea.
Ese domingo en la mañana las chicas llamaron por teléfono a los padres de Barbara, Daniel y Gertrude Songhurst, con quienes ésta vivía, a su casa de Princes Road, Twickenham, para decir que Barbara no regresaría sino hasta alrededor de las once de la noche y para que «no se preocuparan».
Frustrado su viaje a la costa, Barbara y Christina pasaron la mayor parte del día cerca de su casa, en la ribera del río Támesis. En Ham Field, cerca de Teddington Lock, acampaban tres jóvenes con quienes ellas llevaban amistad: John Wells, Peter Warren y Albert Sparkes. La chicas decidieron aceptar la invitación informal de los muchachos hecha a principios de la semana para que los visitaran. Llegaron al campamento en la mañana, regresaron a casa de Christina a la hora de la comida y volvieron con los muchachos en la tarde. Se sentaron a hablar alrededor de una hoguera y a las 5:30 p.m. dijeron que iban al cine y se fueron.
Sin embargo, las chicas cambiaron de opinión. A las ocho de la noche estaban de vuelta en el campamento. Los muchachos les jugaron una broma y se escondieron en los arbustos. Más tarde escondieron las bicicletas de las chicas entre unas ortigas. Finalmente, después de perseguirse, retozar y jugar durante un rato, los cinco hicieron una tregua y se sentaron a hablar tranquilamente alrededor del fuego.
Aproximadamente a las once de la noche se fueron las chicas. Los muchachos prestaron a Barbara una lámpara para su bicicleta y las escoltaron hasta la vereda.
Ni Barbara ni Christina regresaron a casa.
A las 8:15 de la mañana siguiente el señor George Coster, un capataz del puerto de Londres que inspeccionaba una rajadura en un dique en la ribera opuesta al convento Catherine’s, de Twickenham, vio algo sobre la superficie del agua. Los botes patrulla de la policía de río que llegaron, descubrieron que se trataba del cuerpo golpeado y lleno de heridas de Barbara Songhurst, que flotaba bocabajo. A un kilómetro y medio aproximadamente de ahí, en un claro de álamos por una vereda, a un lado del río cerca de Teddington Lock, los detectives encontraron dos pares de zapatos de mujer y dos grandes charcos separados de sangre fresca. No había signos de Christina y ambas bicicletas habían desaparecido.
El detective superintendente Herbert Hannam quedó como encargado de las investigaciones, ayudado por el detective sargento Harold Hudson y el detective superintendente en jefe Charles Rudkin. Después de dragar el río durante algunas horas entre Teddington Lock y Richmond Bridge se descubrió la primera pista. Los policías que buscaban desde los botes informaron que aproximadamente a cien metros del sitio en que se habían encontrado las manchas de sangre se observaba una respuesta electromagnética positiva. De ahí fue sacada la bicicleta deportiva color plateado y azul de Christina.
La búsqueda de Christina continuó por casi una semana. Detectives con detectores de minas y hoces revisaron la maleza a lo largo del sendero mientras policías con perros reconocían terrenos cercanos y bosques. Aunque el señor John West, encargado de la compuerta en Teddington, dijo no haber oído nada fuera de lo normal la noche del 31 de mayo al 1 de junio quedó en claro que el ruido de la corriente del río habría cubierto casi cualquier otro sonido. Se hicieron pruebas vocales a varias distancias de la cabaña del señor West y se pensó que un sonido como un grito habría tenido que ser dado muy cerca para que hubiera sido escuchado.
El 6 de junio, día en que las riberas del río estaban atestadas de visitantes – muchos de ellos llegados a Londres para la coronación de la reina Isabel – el cuerpo de Christina fue recuperado del Duke’s Hole, un canal de agua junto a la isla de Glover, a dos millas del punto en que su amiga había sido encontrada.
En la encuesta de Kingston-on-Thames del 9 de junio, la policía tomó la determinación poco usual de pedir que se dieran a conocer todos los detalles de las heridas de las víctimas. Se pensó que si miembros del público llegaban a conocer la espantosa brutalidad del asesino estarían más dispuestos a cooperar en la búsqueda.
El doctor Keith Mant, patólogo, dijo que en ambos casos la muerte había sido causada por heridas de puñal en el pecho. Barbara Songhurst había recibido tres puñaladas y Christina Reed diez. Barbara tenía el cráneo fracturado, una puñalada en la cara y heridas en los órganos genitales. Christina tenía dos fracturas con hundimiento en el cráneo y una herida producida por puñal en un brazo, posiblemente causada al tratar de defenderse de su atacante. Mostraba considerables heridas que le habían sido producidas por asaltos sexuales después de muerta.
– Las dos chicas eran vírgenes antes del asalto – dijo el doctor Mant -. En ambos casos las heridas – de la misma naturaleza – fueron producidas con gran violencia y aparentemente con la misma arma. En ambos casos el asalto sexual fue de un tipo de lo más violento.
Se pensó que el arma con que se habían producido las heridas había sido un cuchillo de doble filo, tipo daga. Las heridas en la cabeza habían sido producidas por un instrumento romo.
La policía tenía pocas evidencias sobre las cuales iniciar la investigación. La bicicleta de Christina únicamente mostraba sus propias huellas digitales. Durante la noche del asesinato fue visto en el sendero a Teddington un hombre que manejaba una bicicleta de mujer. Se pensó que podría ser el asesino en el momento de alejarse rápidamente en la bicicleta color marrón y crema. Se llevó a cabo una búsqueda muy intensa de esta bicicleta pero no fue encontrada.
El comisario asistente en crímenes Ronald Howe, jefe del departamento de investigaciones criminales de la Scotland Yard, lanzó un llamado directo al público. Pidió que se informara a la comandancia de policía más próxima: 1) si conocían cualquier persona no lejos del área de Teddington que hubiera estado fuera de casa después de las 10:30 en la noche del asesinato; 2) si conocían a alguien que tuviera una daga de mango pesado y hoja de aproximadamente 10 centímetros de largo; 3) si habían visto a alguien que actuara sospechosamente justo antes de la hora de clausura de las tabernas, dentro o cerca de ellas en el área, y 4) si habían visto o encargado de ropa manchada de sangre.
Los detectives hicieron visitas casa por casa en el distrito, con cuestionarios. En ellos se pedían detalles de los movimientos de todo hombre de la casa entre las 10 de la noche y la medianoche del 31 mayo. También se hicieron preguntas sobre la gente que visitaba el barrio y sobre los residentes que se habían ido desde la noche del crimen. Otros oficiales visitaron fábricas y botes casas anclados en el río a lo largo de casi dos kilómetros.
La respuesta a estos llamadas fue enorme. Apareció una gran masa de material a ser examinado, verificado y seguido de manera apropiada.
El señor Cuthbert Turner, propietario de The Anglers, una taberna al lado del río cerca de Teddington Lock, informó haber visto a un hombre alto de traje gris claro y sombrero café que se había comportado de manera sospechosa al rondar por el estacionamiento de coches hasta bien después de las 11:00 p.m. Esta información fue confirmada por algunos de los clientes.
Se interrogó a novecientos hombres de la base norteamericana de la Fuerza Aérea Bushey Park, en Teddington. La investigación fue dirigida posteriormente a Byfleet, Surrey, cuando los detectives supieron que un aviador desaparecido que asistió a una fiesta de coronación en una granja local el 30 de mayo se había ido antes de que las festividades terminaran. Desde entonces había sido visto en Brighton, Sussex y en Teddington. Fue detenido en Southampton e interrogado en relación a tres cuchillos y una cachiporra que llevaba en su poder. Quedó en claro, sin embargo, que en el momento de los asesinatos había estado en Reading, Berkshire.
Entre las 11:15 y las 11:30 p.m. del 31 de mayo había sido visto cerca de la esclusa un hombre de edad madura en un auto pequeño beige. Fue visto nuevamente a las 5:30 a.m. del día siguiente y dos horas más tarde.
El superintendente Hannam fue informado de que un hombre que había desaparecido de su alojamiento en Rivermeads Avenue, Twickenham, desde tres días antes de los asesinatos había sido encontrado muerto por vacacionistas en la bahía de Onchan en la Isle of Man.
Todas estas pistas fueron seguidas cuidadosamente. Ninguna condujo a nada.
La única persona que había visto al hombre que podía ser el asesino era el testigo que había hablado de un hombre que manejaba una bicicleta de mujer. Sin embargo, toda la información que había podido dar era que se trataba de «un hombre bastante alto que pedaleaba rápido”. No había absolutamente nada en lo que la policía pudiera basar una descripción de¡ asesino. Tenían, esto sí, una buena descripción de un hombre buscado en relación con otro delito y fue esto lo que los llevó, más bien tardíamente y debido a una serie de desafortunados incidentes, al asesino de Barbara y Christina.
El 17 de junio, diecisiete días después de los asesinatos, un verdugo llamado Harry Bedford caminaba por Oxshott Heath, Surrey, con un amigo, cuando observó a un hombre de overol y con guantes color café, sentado en un tronco, que lanzaba un hacha a un madero. Bedford pensó que tenía parecido con un hombre buscado por la violación de una estudiante de quince años en Oxshott, el 24 de mayo. La chica, atacada con un hacha, había descrito a su asaltante y había dicho que usaba overol, guantes de piel color café y que montaba una bicicleta azul. Una llamada telefónica hizo que un vehículo de la policía se presentara en el sitio y el hombre fue llevado a la estación de policía de Kingston. Después de que se llevó a cabo con el detenido un breve interrogatorio, sin ninguna objeción se le permitió salir.
Sólo unos minutos después, la comandancia de policía del condado de Surrey recibió información sobre un hombre que había intentado violar a una mujer de cincuenta y seis años, la señora Patricia Birch, en Windsor, Berkshire, el 12 de junio – doce días después del asesinato de Barbara y Christina -. El hombre había sido disuadido de su intento cuando la señora Birch le ofreció el contenido de su bolsa de mano. Su descripción – nuevamente se trataba de un ciclista que usaba un overol azul y guantes color café – ya había sido puesta en circulación. Nuevos datos sugerían que podía tratarse de un obrero de la construcción de veintidós años llamado Alfred Charles Whiteway que vivía en Sydney Road, Teddington.
¡Alfred Whiteway era el hombre que acababa de salir de la comandancia de policía de Kingston!
Los detectives se apresuraron a ir a la casa en la que Whiteway vivía con sus padres, una hermana, un hermano y otros familiares. No se encontraba en casa, de manera que los oficiales le dejaron un recado pidiéndole que se presentara en la comandancia de policía para una entrevista. Whiteway ignoró el mensaje y fue arrestado el 28 de junio.
Quedó en el proceso de ser juzgado por los cargos de Oxshott y Windsor y para sorpresa de la policía dejó entrever que se declararía culpable. Por el momento no había nada que lo ligara a los asesinatos de las dos chicas y parecía poco probable que un hombre que había cometido tales crímenes pudiera intentar atacar a otra mujer en un momento en que miles de policías estaban en su búsqueda.
Lo que el equipo que investigaba el crimen no sabía era que la evidencia más comprometedora en contra de Whiteway ya estaba en posesión de la policía. En el trayecto de Oxshott a Kingston, al ser detenido por corresponder a la descripción del atacante de la estudiante, Whiteway quedó solo en el asiento de atrás del vehículo de la policía mientras el agente Arthur Oliver – el chofer – y el agente Howard – el radio-operador – iban adelante. En algún momento Whiteway se inclinó hacia el frente con el pretexto de ver el velocímetro y empujó debajo de uno de los asientos delanteros el hacha que había estado ocultando bajo su camisa.
El interior del auto no fue registrado ese día, a pesar de que por haber transportado a un prisionero era un procedimiento normal. Al día siguiente, otro policía encontró el hacha y la metió en una gaveta del garaje. Este oficial estuvo ausente por enfermedad del 30 de junio al 8 de julio. Al regresar se encontró con que el hacha seguía todavía en la gaveta. La llevó a su casa y la utilizó para cortar madera. No informó de su hallazgo.
No fue sino hasta el 15 de julio cuando el policía regresó el hacha a la comandancia de policía y se la entregó al agente Oliver.
El arma fue examinada y se encontró que coincidía con las huellas de los aplastamientos del cráneo de Christina. Podía haber sido el arma utilizada para infligir las heridas.
Whiteway fue interrogado por primera vez en relación a los asesinatos, mientras estaba detenido en espera de juicio por los otros cargos. Tal vez pensó que si se declaraba culpable sería mandado a prisión y quedaría a salvo hasta mucho después de que pasara la conmoción producida por los asesinatos. El detective alguacil (más adelante comandante) Wallace Virgo, de Richmond, le pidió el 29 de junio que informara de sus movimientos la noche del 31 de mayo.
Whiteway dijo que su esposa y él vivían separados debido a problemas de vivienda. Ella vivía con sus padres en King’s Road, Kingston. Se encontraban casi todas las tardes, por lo general, en Canbury Gardens, Kingston, en donde se sentaban en un cobertizo. La tarde del 31 de mayo riñeron y él regresó a su casa. Un poco más tarde anduvo en bicicleta por Richmond Park y a las 10:30 p.m. volvió a Canbury Gardens a encontrarse nuevamente con su esposa. Estuvieron ahí hasta alrededor de las 11:30 de la noche y luego caminaron hasta la casa de ella en donde Whiteway tomó dos tazas de té mientras estaba de pie en el pórtico. Regresó a su casa en bicicleta y llegó ahí alrededor de cinco minutos antes de medianoche.
– Ni siquiera me acerqué a la vereda de Teddington Lock – agregó Whiteway. – Yo voy allá muy rara vez y cuando lo hago es únicamente para pescar.
Whiteway había conocido a Barbara Songhurst cuando ella tenía alrededor de seis años y vivía cerca de su familia en Sydney Road, pero no la había visto desde entonces. No conocía a Christina Reed.
Dos días más tarde Whiteway fue interrogado por el superintendente Hannam.
– Yo sabía que esto iba a llegar antes de mucho tiempo – dijo el detenido -. Entiendo sus sospechas, pero les puedo ahorrar mucho tiempo diciéndoles que cuando ese trabajo fue hecho yo estaba con mi esposa en casa.
Se le preguntó entonces si sabía dónde habían sido asesinadas las chicas.
– Voy a quedarme con la boca cerrada. Yo sé lo que ustedes los policías son. Yo no tuve nada que ver con la chica. Están perdiendo su tiempo. El que hizo ese trabajo ha de ser una persona que estaba loca.
Aceptó que estaba dispuesto «a viajar cualquier distancia» para violar a una virgen, pero no para asesinarla.
El doctor L. C. Nickolls, jefe del laboratorio forense de la Scotland Yard examinó ropas de Whiteway y encontró sangre humana en la costura de un zapato de gruesas suelas de goma. Informó que los zapatos habían quedado bañados en sangre y luego lavados o frotados en hierba muy mojada.
– No lo creo – dijo Whiteway al ser informado del descubrimiento -. Yo creo que ustedes están tratando de echarme la soga al cuello.
En una de las varias declaraciones hechas al superintendente Hannam, Whiteway dijo que siempre había sido un aficionado a los cuchillos. Acostumbraba lanzarlos a árboles y en ocasiones hacía lo mismo con un hacha. Por lo general llevaba esta arma en la bolsa de su bicicleta, pero pensaba que en ese momento estaba en un mueble de su casa.
Al encontrarse la siguiente vez, Hannam le dijo a Whiteway que no había encontrado el hacha al hacer un registro de su casa.
– La tiene la policía de Kingston – dijo Whiteway -. La escondí debajo de un asiento mientras iba en la patrulla.
El hacha fue posteriormente recobrada en Kingston.
El 30 de julio el superintendente vio nuevamente a Whiteway. Al inicio de la entrevista Hannam sacó de su portafolio el hacha y la puso sobre la mesa frente a él.
– ¡Santo Dios! – exclamó Whiteway -. ¡Esa es! Ha sido achatada. Cuando yo la tenía su filo era mucho mayor. Le saqué filo con una lima.
Hizo una declaración más en la que dio detalles de sucesos y lugares dados antes. Entonces Hannam y el detective sargento Hudson se dispusieron a retirarse.
– ¿Estaban ustedes bromeando con aquello de la sangre en mi zapato? – les preguntó Whiteway.
Cuando se le dijo que uno de sus zapatos mostraba huellas de sangre Whiteway palideció y comenzó a temblar.
– Ustedes saben muy bien que yo fui el que lo hizo – dijo abruptamente -. Yo no quería matarlas. Yo nunca he querido herir a nadie.
«Ya lo saben todo, ¿no?», continuó declarando. «Ustedes saben bastante bien que yo fui ¿eh? Ese zapato me delató. Qué enredo del carajo. Es mental. Debe haber algo mal en mi cabeza. Yo necesito tener una mujer. No me puedo contener. No soy un asesino sanguinario.
«Solo vi a una chica. Cruzó junto al árbol al lado del que yo estaba parado y con el primer golpe cayó como un tronco. La otra gritó cerca del dique. Nunca antes la había visto. La agarré y la acabé. Las dos… y luego me di cuenta de que la otra me conocía. Si no hubiera sido por esto las cosas no hubieran sucedido. ¿Por qué no hacen algo los médicos? Es un caso mental, ¿verdad? Debe ser. No pude evitarlo.
Whiteway se quedó viendo el hacha que estaba sobre la mesa.
– Pongan esa maldita hacha fuera de aquí – pidió. Me obsesiona.
Después de firmar la declaración que Hannam pasó por escrito, Whiteway hizo una pregunta:
– ¿Ya encontraron la bici?
– No – respondió al superintendente -. No hemos encontrado ni la bici ni el cuchillo.
-¡De manera que me han tendido una trampa! – dijo Whiteway. Yo he de decir que todo esto es tan falso como lo de la sangre. Pueden hacer cachitos la declaración. Yo no lo hice.
Esta fue, de hecho, la defensa de Alfred Whiteway al aparecer en el Old Bailey en octubre de 1953, acusado del asesinato de Barbara Songhurst. A través del defensor de oficio, el señor Peter Rawlinson (ahora fiscal) negó haber hecho nunca tal declaración y sugirió que era producto del superintendente Hannam.
Al ser interrogado por el señor Rawlinson, el superintendente dijo que cada una de las entrevistas a Whiteway había sido llevada a cabo con absoluta propiedad.
– ¿Qué hizo usted para obtener la firma de Whiteway? – preguntó el señor Rawlinson.
– Puse la declaración frente a él – fue la respuesta.
-¿Firmó cuatro hojas de papel en blanco y escribió sus iniciales en otras tantas que usted le puso enfrente?
– Esa es una insinuación terrible que no tiene nada de cierto.
En este momento intervino el juez Hilbery.
– ¿Está usted sugiriendo que la confesión es totalmente una pieza de ficción hecha por el oficial? – preguntó.
– Esa es la sugerencia – dijo el señor Rawlinson -. Lo digo delante de usted, señor Hannam. Whiteway nunca dijo tal cosa ni el 30 de julio ni en ningún otro momento.
El superintendente Hannam respondió que se trataba de las palabras que Whiteway había pronunciado con sus propios labios. La sugerencia de que la declaración era inventada lo llenaba de sorpresa. La negaba terminantemente.
Tres testigos de la defensa que habían dado coartadas que apoyaban la versión de Whiteway en cuanto a sus movimientos la noche de los asesinatos admitieron en la corte que habían estado «confundidos» o «equivocados». Nellie, la esposa de dieciocho años del acusado, dijo que él había salido a las 11:30 de la noche. Christmas Humphreys, el fiscal, señaló discrepancias de la esposa en cuanto a la determinación de horas en sus declaraciones a la policía y la declaración ante la corte.
– Debo haberme confundido – dijo la señora Whiteway
Después de seis días de juicio, el juez expuso su resumen. Habló de «estas dos jovencitas de corazón alegre, en el despuntar de sus vidas que no tenían pensamientos para la inmisericorde muerte que les esperaba en la vereda».
Luego el juez miró directamente al prisionero y se refirió a la confesión hecha.
– ¿Fue ésta la explosión repentina de un hombre profundamente consciente de su culpa y que mantuvo esa conciencia dentro de su pecho hasta que llegó el momento en que tuvo que purgar su ser de todo aquello que lo envenenaba? Si se trata de una maquinación de la policía, ¿dónde la hicieron? La teoría es que este imaginativo oficial de la policía escribió esta pieza de ficción de antemano y la llevó consigo para hacer que el prisionero la firmara sin saber ni siquiera lo que firmaba. Miren ustedes la declaración… ¿Creen que un experimentado escritor de ficción podría haber hecho algo mejor?… Se dice que fue escrita por un oficial de la policía.
Después de cuarenta y cinco minutos, el jurado encontró a Whiteway culpable y fue sentenciado a muerte.
Por orden, otras tres acusaciones fueron mantenidas dentro del expediente: el asesinato de Christina Reed, la violación de la estudiante en Oxshott y el intento de violación a la señora Birch, en Windsor. Los detectives creyeron que Whiteway era también responsable de la violación de una niña de once años en Windsor, Great Park, en 1925, y de la violación y ataque violento a una mujer en Oxshott Heath, en marzo de ese año.
También había grandes sospechas de que Whiteway era el hombre que durante más de un año había andado en busca de leña cerca del Támesis cubierto únicamente por un taparrabos. Es por lo tanto posible que Whiteway haya estado desnudo o casi desnudo cuando mató a Barbara y a Christina ya que no había trazas de sangre en ninguna de sus ropas. Es posible que la mancha del zapato haya sido producida cuando una vez vestido, después de deshacerse de los cuerpos, pisara accidentalmente la sangre en la vereda.
La apelación de Whiteway en contra de la sentencia fue rechazada el 7 de diciembre de 1953. Fue ahorcado en la prisión de Wandsworth el 22 de diciembre. Un poco antes pidió a un carcelero que «después» pusiera en el correo una tarjeta de navidad para su afligida y joven esposa. Este fue un gesto típico de una parte de su carácter.
La esposa era una chica de una enorme belleza y expresión dulce que permaneció constantemente al lado de este hombre a quien ella consideraba como un marido cariñoso y un padre devoto. Para ella era casi imposible creer que él pudiera haber cometido los crímenes. Se conocieron cuando ella tenía dieciséis años y acababa de tomar su primer empleo como mecanógrafa. Aparentemente él se enamoró a primera vista y se mostró ansioso de que se casaran. Le dijo, sin embargo, que había cosas de su pasado que ella debería saber en caso de que pensara que él no era lo suficientemente bueno para ella. Confesó que había sido un ladrón, que había pasado algún tiempo en una escuela correccional y que había purgado un periodo en la cárcel. Nellie – o Cherry, como ella prefería ser llamada – le creyó cuando aseguré solemnemente que cambiaría en el futuro.
La madre de Cherry no quedó tan fácilmente convencida y se rehusó a dar el necesario consentimiento para el matrimonio. Aún ante el embarazo de Cherry seguía sin decidirse a ver a su hija casada con un hombre que tenía antecedentes policiales. Finalmente, sucumbió ante las presiones inevitables y quedó de acuerdo en el matrimonio. Se casaron en la oficina del registro civil de Norbiton, Surrey, en febrero de 1952 y pocos meses después nació una niña a la que llamaron Tina.
Alfred y Cherry se mudaron a cuartos amueblados en Teddington en los que pagaban 130 pesos semanales, casi la mitad del salario de Alfred como obrero. La casera los echó de su casa cuando se perdió algún dinero de su guardarropa. Durante semanas recorrieron penosamente otros lugares pero no encontraron a nadie dispuesto a rentar a bajo precio un cuarto para una joven pareja en espera de un niño.
Cherry regresó a la casa materna y Alfred a su cama en una cocina en Sydney Road, Teddington, que por las noches compartía con un tío. En raras ocasiones podía disponer de este sitio para que Cherry se quedara con él. Cherry quedó embarazada nuevamente y tuvo una segunda hija a la que llamaron Sally. En ese momento Whiteway estaba ya en la cárcel en espera de juicio por asesinato.
De acuerdo a Cherry, su joven esposo había tratado de ingresar al ejército porque pensó que de esta forma recibirían alojamiento para matrimonios, pero su solicitud fue rechazada debido a sus antecedentes penales.
Siempre fue atento y amable con su esposa. Algunas novias anteriores lo describieron como «gentil y en ocasiones galante». Sin embargo, los amigos de sexo masculino y los compañeros de trabajo lo consideraban inestable y lejano y en ocasiones se sentían impacientes con la pasión de Alfred por los ejercicios corporales. Durante años había estado obsesionado por esto, practicando levantamiento de pesas, desarrollo muscular y expansión de pecho. Su gusto por los cuchillos comenzó estando todavía en la escuela. Asistía a clases de salud y fuerza para obtener más fuerza en los brazos y lanzar más lejos los cuchillos. Combinaba este pasatiempo con el del ciclismo. En la petaca de la bicicleta siempre llevaba cuchillos que lanzaba a árboles. Se convirtió en una especie de Tarzán que utilizaba sus poderosos brazos y piernas para pasar de un árbol a otro.
Cuando comenzó a usar guantes para proteger sus «valiosas manos» durante el trabajo, sus compañeros de los sitios en construcción comenzaron a ridiculizarlo. Él los hizo callar al demostrarles su fuerza y su destreza llevando doble carga de ladrillos al subir las escaleras e invariablemente dando en el blanco al lanzar cuchillos a pequeños pedazos de cartón pegados en árboles. Irónicamente, fue este especial cuidado que ponía en sus manos lo que llevó a la policía a atraparlo cuando una de sus víctimas había notado la incongruencia de buenos guantes de piel usados como accesorios a ropa de dril de trabajador. Los detectives de dos condados buscaban ya a una ciclista que usaba guantes independientemente del clima.