
El caníbal irlandés
- Clasificación: Asesino
- Características: Robos - Canibalismo
- Número de víctimas: 2 - 6
- Fecha del crimen: 1822 - 1824
- Fecha de nacimiento: 1790
- Perfil de la víctima: Hombres (sus compañeros de presidio)
- Método del crimen: Golpes con un hacha
- Lugar: Tasmania, Australia
- Estado: Ejecutado por ahorcamiento en el patíbulo de la prisión de Hobart Town el 19 de julio de 1824
Alexander Pearce
Matase.wordpress.com
7 de noviembre de 2011
Alexander Pearce nació en el año 1790 en el condado de Fermanagh, uno de los seis condados que integran Irlanda del Norte. Era un trabajador agrícola en una granja que en el año 1819 fue condenado a destierro penal por el robo de 6 pares de zapatos y fue enviado a la Tierra de Van Diemen, actualmente Tasmania.
Una vez allí cometió numerosos delitos, por los que llegó a ser declarado prófugo y se llegó a ofrecer una recompensa de 10 libras esterlinas por su captura. Una vez detenido fue condenado a un segundo destierro, esta vez al penal de Macquarie Harbour, ubicado en la isla de Sarah (Tasmania).
Alexander organizó una fuga exitosa en la que fue acompañado por otros siete internos: Alexander Dalton, Thomas Bodenham, William Kennerly, Matthew Travers, Edward Brown, Robert Greenhill y John Mather. Edward Brown y William Kennerly optaron por entregarse poco después y acabaron falleciendo en el presidio por desnutrición.
Alexander fue capturado meses más tarde en las cercanías de Hobart. Al ser apresado relató que para sobrevivir habían matado cada cierto tiempo a uno de los miembros de la fuga y se lo habían comido. Al final habían quedado él y Robert Greenhill, quienes tuvieron que estar varios días sin dormir para evitar ser asesinados por el otro. Finalmente, Alexander aprovechó un momento en que Robert se quedó dormido para matarlo con un hacha.
Después de haberse comido el cadáver, Alexander llegó a los asentamientos cercanos a Hobart, la capital de Tasmania, donde fue protegido por un pastor inglés que también había sido desterrado por robo. A pesar de vivir en su casa durante unas semanas, finalmente fue reconocido y apresado.
Al relatar su historia las autoridades no le creyeron dado que Alexander medía tan sólo 1’60 metros de estatura, mientras que sus compañeros de fuga eran notoriamente más voluminosos. Oficialmente se dictó orden de búsqueda y captura contra los cinco fugados restantes ya que se creía que estaban vivos y que actuaban como salteadores de caminos; Alexander fue devuelto a Macquarie Harbour.
Antes de cumplirse un año de su recaptura Alexander logró fugarse por segunda vez, en esta ocasión acompañado de un joven llamado Thomas Cox. Diez días más tarde las autoridades volvieron a capturar a Alexander, y fue acusado del asesinato de Thomas y de haber practicado canibalismo con sus restos. En los bolsillos de Alexander, efectivamente, se encontraron restos humanos, al igual que unos embutidos de cerdo y numerosas piezas de fruta.
Las autoridades entendieron que no había necesitado recurrir al canibalismo para sobrevivir, por lo que fue enjuiciado como asesino y caníbal.
Alexander Pearce fue encontrado culpable y condenado a morir en la horca, sentencia que se llevó a cabo la mañana del día 19 de julio de 1824 en la cárcel de Hobart Town.
Poco antes de ser colgado Alexander dijo:
«La carne humana es una delicia. Tiene un sabor mucho mejor que el pescado o la carne de cerdo.»
Alexander Pearce, el caníbal irlandés
Datos extraídos del programa radiofónico «La Noche» de Cadena COPE.
«La carne humana es una delicia. Tiene un sabor mucho mejor que el pescado o que la carne de cerdo.»
En estos términos se expresó el caníbal irlandés Alexander Pearce, cuando en la mañana del 19 de julio de 1824 fue ajusticiado en la horca de la cárcel de Hobart Town. Su historia es tremebunda. Por robar unos zapatos, fue condenado a permanecer en una prisión en la que sucumbió a la locura. Tras fugarse, él y sus compañeros llegaron a un árido paraje en el que no había animales para alimentarse. Y llegó el hambre, y con ella, los instintos criminales; un macabro instinto de supervivencia que empujó a aquel grupo de hombres a asesinarse y devorarse.
Alexander Pearce sería el último superviviente. Un caníbal que buscó la manera de empezar una nueva vida de forma anónima. Un hombre que se vio traicionado por sus propias tendencias.
Su posterior actividad delictiva le llevó a ser detenido e interrogado, saliendo a la luz la historia de su fuga y de sus singulares festines gastronómicos. La horca puso fin a la vida del conocido como caníbal irlandés, pero su existencia no ha caído en el olvido y ha sido rememorada en canciones y películas.
De los orígenes de Alexander Pearce, ¿qué se sabe?
Sabemos que nació en Irlanda en el año 1790, y que, como buena parte de sus contemporáneos, pasó penalidades. La necesidad de conseguir dinero para alimentarse le empujó a la delincuencia.
Digamos que su vida cambió por completo cuando robó unos zapatos en 1819 y el juez le condenó nada menos que a siete años de encierro en una cárcel, en Australia; una condena, sobra decirlo, completamente desproporcionada.
Así fue cómo Alexander fue trasladado en un barco a la penitenciaría de la isla de Sarah, al oeste de Tasmania.
Era Australia a principios del siglo XIX una desierta colonia británica. Los colonos dedicaban el tiempo a construir y explorar el territorio, pero eran pocos para tal hazaña y las autoridades inglesas decidieron poner en práctica un plan muy singular: trasladar al continente a montones de presos. Daba igual el tipo de condena. La idea era hacer crecer la colonia.
Esos delincuentes se enfrentaban en aquellas prisiones (también conocidas como puertas del infierno) a realizar trabajos forzados, principalmente cortando madera de los pinos del entorno; un material, por cierto, muy codiciado por las empresas navieras, que andaban deseosas de construir buques de calidad. Pero las condiciones eran tan malas, que muchos presos fallecían por la falta de alimentación o por las enfermedades.
¿Se puede considerar dura, durísima, la experiencia de Alexander Pearce?
Evidentemente lo fue, no podía ser de otra manera. Incluso llegó a intentar fugarse en un par de ocasiones. Al ser apresado, y como castigo, la emprendieron a latigazos con él. Todas estas experiencias fueron mellando poco a poco su psicología, le fueron transformando en una persona de carácter agresivo. Eso se percibía en su mirada hostil, que reflejaba en aquel rostro avejentado lo que llevaba adentro.
Sabemos que Alexander era un hombre de constitución fuerte. Tenía veintidós años por aquel entonces. Él decide arriesgarse una vez más y planeó una fuga. El día elegido fue el 20 de septiembre de 1822. ¿Qué ocurrió?
En esta ocasión la fuga estaba planeada, no para él solo, sino para ocho presos que se unieron a una aventura, vamos a decir incierta, pero que podía, con un poquito de suerte, alejarlos de aquel infierno. Sus nombres eran los siguientes: Alexander Pearce, Alexander Dalton, Thomas Bodenham, William Kennerly, Matthew Travers, [Edward Brown], Robert Greenhill y John Mather.
Ellos contaban a su favor con la vigilancia un tanto relajada de unos guardianes que estaban cansados y totalmente abatidos por el calor. De ese modo, lograron robar un bote y junto con unas provisiones suficientes para alimentarse durante una semana se internaron en el mar con la intención de llegar a algún lugar lejano en el que nadie los conociera, y así poder empezar una vida desde cero. Pero la mala suerte se cebó con el grupo de presos y la barca, de muy mala calidad, se hundió horas después. En mitad del agua hicieron un tremendo esfuerzo para nadar hasta una zona de costa que desconocían por completo.
La situación de los ocho personajes era muy delicada. No sabían dónde estaban y desconocían que el lugar habitado más cercano estaba casi a trescientos kilómetros tierra adentro. Con nerviosismo al principio, o con desesperación al final, los prófugos recorrieron grandes distancias sin lograr encontrar un punto de referencia o una señal de vida humana. Pero pronto llegaría lo peor. Los víveres se acabaron y no tendrían nada que echarse a la boca. Sólo quedaba un manjar a la vista: la propia carne humana de los ocho individuos. Algunos de ellos ya desearon para sus adentros que uno de ellos muriera para poderse alimentar con sus restos.
Ante tanto escenario hostil, y con esos pensamientos que empiezan ya a fraguar en la cabeza de más de uno, ¿cómo se las apañaron para mantenerse vivos en este infierno?
El periodista José Manuel Frías cree que lo preocupante fue que el hambre no sólo empezó a debilitar al grupo, que iba vagando errante de un lugar a otro, sino que también minó el carácter de sus integrantes. Nadie moría y comenzaron las intrigas entre algunos de ellos.
Robert Greenhill, uno de los más fieros presos de ese grupo, comentó en secreto con dos de sus compañeros que Alexander Dalton en cierta ocasión en la cárcel había actuado como un chivato, algo muy mal visto en aquellos ambientes. Dalton se convertía de ese modo, a partir de ese momento, en el primer candidato a ser asesinado y devorado.
El caso es que una noche, sin que la víctima se diera cuenta, fue golpeada con una robusta hacha empuñada por Robert, y el golpe en la cabeza lo dejó muerto al instante. Greenhill, mientras tanto, se frotó las manos.
¿Realmente se comieron a este primer compañero muerto?
Sí. Esa noche sólo cenaron eso Robert y Alexander, ante la mirada de espanto del resto. Primeramente le extrajeron al muerto toda la sangre del cuerpo, para después calentar al fuego el corazón y el hígado. Algunos de los presentes vomitaron ante la espantosa escena, aunque a la vez [entendían] que finalmente tendrían que imitarles, ya que el hambre estaba alcanzando ya para ellos cotas excesivas.
Pero había algo más. Una idea que flotaba sobre todos: el cuerpo de Dalton no iba a durar para siempre, en pocos días se lo habrían comido, se consumiría, y las miradas asesinas se posarían sobre otra víctima. Con lo cual, el miedo y el recelo fue apoderándose de los siete supervivientes.
Ese miedo se apoderó, sobre todo, de dos de ellos. Brown y Kennerly, que no querían verse en la piel de la anterior víctima, a quien habían asesinado y de quien se estaban nutriendo, decidieron separarse del grupo y huir antes de que les tocara el turno. ¿Qué pasó?
Quizá ese fue un error para ellos, porque el resto salió a la caza de aquel dúo de desertores. No querían que tuvieran contacto con nadie a quien pudieran contar los secretos de la banda. Pero la delantera que habían tomado era demasiado grande como para poder alcanzarlos y los dejaron ir. En todo caso, Brown y Kennerly terminaron muriendo de cansancio y de inanición nada más alcanzar una pequeña población lejana.
De ocho, ya tenemos a uno asesinado y devorado, dos que se escapan, desaparecen y mueren de cansancio, de inanición; sus cuerpos aparecerían posteriormente. Nos quedan cinco. ¿Qué ocurrió con los cinco supervivientes del grupo original?
Un caos. Todo fue absolutamente caótico a partir de ese momento.
En un momento determinado, el 15 de octubre de [1822] Greenhill agarró [el] hacha fuertemente y delante de sus compañeros, sin mediar palabra, decapitó a Bodenham. Los demás no rechistaron; más bien al contrario, se abalanzaron sobre la víctima para devorarla cruda. En el grupo imperaba el afán por sobrevivir.
Aquel nuevo festín les dio, a esos cuatro supervivientes restantes, las fuerzas necesarias para salir del paso, aunque sólo fuera por unos días. De esa manera pudieron continuar sus pasos a la búsqueda de algún lugar habitado o, al menos, algún enclave en el que pudieran alimentarse. Pero, como era de esperar, el hambre regresó antes de tiempo.
De los cuatro presos, tres de ellos (Travers, Pearce y Greenhill) parecían tener una gran complicidad. Y […] de ese trío de prófugos, quedaba solamente John Mather, un hombre que llevaba todas las de perder. Como en el caso anterior, Greenhill aprovechó un descuido para sacudirle con el hacha, pero un giro de cabeza en el último momento terminó causándole una fuerte lesión, pero no la muerte.
Con éste, al que le dan un golpe de hacha y no lo matan porque coincide en ese momento con un movimiento, hay una conversación con él previa, a sabiendas, uno, de que iban a acabar con su vida, y a sabiendas, el otro, de que iban a acabar con su vida. ¿Cómo fue aquello?
Fue una conversación [cree José Manuel Frías] bastante surrealista. Aquella misma noche le explicaron, se sentaron todos alrededor de él y le explicaron que las heridas eran tan graves que al final terminaría muriendo y que le sería mucho más leve dejarse matar y acabar así con su sufrimiento, sirviendo de paso de comida a los demás. Parece que la nueva víctima entró en razón y únicamente pidió poder orar antes de enfrentarse a su final. El caso es que, tras rezar, se dejó decapitar.
Durante su futura confesión, Alexander Pearce contó aquella escena de la siguiente manera:
«Le dijimos a Mather que le daríamos media hora para rezar por su alma, cosa que aceptó. Luego me dio el libro de plegarias y bajó la cabeza. Entonces Greenhill empuñó el hacha y lo mató.»
Pero la siguiente historia, tenebrosa, es incluso más sorprendente. Travers fue picado por una serpiente venenosa; su pierna quedó hinchada como un tronco y tuvo que ser trasladado de un lugar a otro por sus propios compañeros. Travers, sabiendo que terminaría sucumbiendo a la picadura, pidió directamente a sus compañeros que lo mataran, que se lo comieran. Aunque en un primer momento estos se resistieron, los dos futuros supervivientes le dieron las gracias y lo decapitaron mientras dormía.
De aquel grupo de ocho presos sólo quedaban ahora dos, y ambos con los bolsillos llenos de carne seca. Siguieron la incansable búsqueda de la civilización, hasta que llegó el momento en el que, de nuevo, llegó el hambre. Sólo quedaban dos, y por tanto uno debía morir. ¿Cuál era el más fuerte? ¿El más rápido? ¿O el más hábil a la hora de atacar al compañero?
A partir de ahí, [según supone el presentador Alfonso Arjona] la relación sería entre uno y otro absolutamente insoportable.
Ambos sabían que cualquier descuido iba a suponer la muerte y por eso se vigilaban mutuamente, con total descaro. Durante más de una semana, la situación se sucedió de manera insoportable hasta que finalmente Greenhill, el hombre del hacha asesina, no pudo resistirlo y se quedó dormido.
¿Qué hizo Alexander Pearce?
A Alexander le faltó tiempo para apoderarse del hacha y para golpear con ella la cabeza de su ahora contrincante. El festín fue tremendo. [Hay que imaginarse] un cuerpo entero para alguien tan hambriento como él. El caso es que, después de comer lo suficiente y de descansar durante un par de días, secó una pierna y un brazo de Greenhill, y con las dos extremidades a cuesta siguió su camino.
Pocos días después se topó con una persona, la primera desde que se fugan de la prisión. Era un pastor que, a su vez, había estado preso tiempo atrás, por lo que ayudó a Alexander a recuperarse en su cabaña, comiendo esta vez alimentos que eran de origen animal o de origen vegetal.
Ya puesto al día, perfectamente recuperado, Alexander se desplazó a la cercana población con la idea de empezar una nueva vida, pasando totalmente desapercibido. Pero esa idea de empezar de cero se vio frustrada precisamente por las inclinaciones delictivas del propio Pearce. Empieza a robar en granjas, lo que produce una pronta detención un par de meses después.
Durante el interrogatorio, como consecuencia de esta detención, confesó todo lo que había pasado: su actividad criminal y su actividad caníbal. Y, sin embargo, por lo descabellado, por lo esperpéntico de la historia, en ese momento nadie le creyó. ¿Qué pasó entonces?
Decidieron trasladarlo en aquel año, 1823, a la penitenciaría de la que unos meses atrás se había fugado. Allí sí que creyeron en sus palabras, sobre todo cuando descubrieron entre sus ropajes los fragmentos de carne seca de su última víctima.
Tras este descubrimiento y su pertinente investigación, Alexander Pearce, el caníbal irlandés, fue condenado a muerte. Su ajusticiamiento se produjo el 19 de julio de 1824 sobre un patíbulo. La horca [terminó con] la vida de un personaje cuyas circunstancias le habían empujado a la psicopatía.
AUDIO: LA HISTORIA NEGRA – ALEXANDER PEARCE