Adolfo de Jesús Constanzo

Volver Nueva búsqueda
Adolfo de Jesús Constanzo

El Padrino de Matamoros

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Constanzo dirigía una secta que tenía vinculación con el narcotráfico y practicaba sacrificios humanos
  • Número de víctimas: 16 +
  • Fecha del crimen: 1986 - 1989
  • Fecha de nacimiento: 1 de noviembre de 1962
  • Perfil de la víctima: Hombres
  • Método del crimen: Arma de fuego - Puñaladas con machete
  • Lugar: Matamoros, México
  • Estado: El 6 de mayo de 1989, Constanzo ordenó a uno de los integrantes de la secta que le matara
Leer más

Matamoros: El culto del infierno

Stéphane Bourgoin – Asesinos

El 9 de abril de 1989, la busca emprendida conjuntamente por las policías mexicana y norteamericana para encontrar a Mark Kilroy, joven estudiante de medicina de Texas, conduce a un macabro descubrimiento en el rancho Santa Elena, no lejos de Matamoros, en México. El comandante Juan Benítez encuentra en una cabaña un caldero de hierro que desprende un hedor pestilente y que contiene sangre seca, un cerebro humano, colillas de cigarros y una tortuga asada. Alrededor de la cabaña, desentierran los cadáveres mutilados de Kilroy y de otras catorce víctimas. Los individuos que acaban siendo detenidos confiesan que mataron a esas personas por orden del Padrino, Adolfo de Jesús Constanzo, y de su compañera Sara Aldrete, que dirigían una banda de traficantes de drogas siguiendo ritos de magia negra.

Adolfo lo poseía todo para tener éxito en la vida: guapo, inteligente, encantador, carismático y con talento de orador. Nacido el 1 de noviembre de 1962 en Miami, de padres cubanos refugiados, se inicia en la infancia en los ritos de la santería, una religión inofensiva, así como en los del Palo Mayombe, de naturaleza agresiva pero que tiene muchos puntos en común con la santería. Esta religión fue importada a Cuba en el siglo XIX por esclavos procedentes del pueblo yoruba, originarios de Nigeria. Los dioses yorubas u orishas son catorce. Para venerarlos se les ofrecen sacrificios: Chango, dios del trueno, recibe un cordero o un macho cabrío; Oggun, el guerrero, que vela por las armas y la magia, recibe ofertas de sangre, de plumas, hojas de acero o raíles de ferrocarril. La santería cuenta con cerca de un millón de adeptos o santeros esparcidos por el mundo.

Para el santero, todo acontecimiento posee un significado preciso. ¿Se sufre un accidente? Se interpreta en seguida como un maleficio lanzado por un enemigo. Al contrario de otras religiones, la santería y sus derivados no se practican en un lugar de culto, sino en casa, donde se encuentran los objetos sagrados de cada santero. Esta religión no tiene tampoco un sistema de valores, no da reglas referentes al sexo, la droga, el alcohol o los delitos. El concepto de Bien y Mal no forma parte de la santería y se deja al juicio del practicante. Se comprende así que la santería, el Palo Mayombe o la Abaqua agraden a los criminales. Nadie va a una iglesia o a una sinagoga para pedir a Dios o a un sacerdote que mate a su enemigo o que proteja una remesa de cocaína, pero con la santería o el Palo Mayombe, esto es perfectamente posible y hasta aconsejado.

Los primeros crímenes

Convertido en mayombero o mago negro, Adolfo empieza en 1980 a vender sus servicios a una clientela cada vez más numerosa en la región de Miami. No tiene problemas con la policía, aparte de dos detenciones en 1981 por banales robos en tiendas (hábito heredado de su madre). En 1983, sus amigos bisexuales de Miami le consiguen un trabajo como modelo en México. Gracias a sus supuestos poderes mágicos y a su carisma, tiene un éxito inmediato en el mundo turbio de la Zona Rosa, barrio de prostitutas homosexuales. Los rituales de purificación y de protección le proporcionan entre ocho mil y cuarenta mil dólares, según sus clientes, entre los cuales hay importantes personalidades mexicanos. Detenidos, los adeptos del culto confiesan que entre la clientela de Adolfo figuraban una de las estrellas más famosas del cine mexicano, traficantes de drogas y miembros destacados de la policía, como Florentino Ventura, director de la Interpol en México. En 1988 Ventura se suicidó en circunstancias misteriosas después de matar a su esposa y sus hijos, pero se ignora si Adolfo tuvo en esto alguna influencia.

Ebrio de poder, Adolfo cae en el asesinato ritual. En los dos años que preceden a los acontecimientos de Matamoros, la policía encontró ocho cadáveres terriblemente mutilados y desfigurados atados a bloques de cemento en el río Zumpango: José de Jesús González Rolono y Celia Campos el 6 de mayo de 1987; Federico de la Vega, Gabriela Mondragón y Ramón Báez (alias Edgar o Claudia Yvette) el 2 de julio de 1988, así como cadáveres no identificados. Diversos testimonios indican que en 1988 Adolfo y sus cómplices Martín Quintana y Vidal García mataron a nueve miembros de la familia Calzada, traficantes de droga. Vidal García es a la vez Gran Sacerdote del culto de Constanzo y policía federal.

Torturan a las víctimas. Desuellan vivo, antes de arrancarle el cuero cabelludo, al homosexual Ramón Báez, o Claudia, cuyo martirio acaba cuando sus verdugos le arrancan el corazón.

Entre los clientes de Adolfo Constanzo hay un joven de unos veinte años, Elio Hernández Jr., heredero de una dinastía de traficantes de drogas. En Matamoros, una ciudad fronteriza de 350.000 habitantes, frente a Brownsville, en Texas, los Hernández han sufrido contratiempos graves. Elio siente la necesidad de tranquilizarse y Adolfo aprovecha la situación. En dos meses domina al joven y angustiado Elio, cuya iniciación tiene lugar en la ciudad de México antes de la Navidad de 1987.

Nacimiento de una secta

Entretanto, durante una estancia en Matamoros, Adolfo conoce a Sara Aldrete, una joven divorciada de buena familia que cae bajo el encanto venenoso del guapo cubano cuando le deja que le lea las cartas del tarot en la terraza de un café. Los dos jóvenes se vuelven inseparables y entre ellos se desarrolla una especie de locura en pareja, como ocurre en otros casos: Martha Beck y Raymond Femández, Caril Ann Fugate y Charles Starkweather o Myra Hindley y lan Brady. Sara, nacida el 6 de septiembre de 1964, se convierte en la gran sacerdotisa del culto y participa activamente, según dicen sus cómplices, en las distintas y sangrientas ceremonias de México. Recluta nuevos miembros. Para explicar a los novicios las actividades de la secta, Sara les proyecta varias veces seguidas una película de John Schlesinger sobre la santería, Los hechizados, en la cual Martin Sheen tiene el papel de un psiquiatra de la policía al que empujan a sacrificar a su hijo para satisfacer los ritos mágicos de una secta.

Para dominar mejor a Elio Hernández, Adolfo obliga a Sara a acostarse con él. Con el fin de no despertar sospechas, la secta se instala en un lugar aislado, el rancho Santa Elena, a algunos kilómetros de la ciudad. Adolfo promete a sus adeptos que serán totalmente invulnerables a las balas y que tendrán el poder de hacerse invisibles si siguen al pie de la letra sus instrucciones.

Los asesinatos rituales de Matamoros comienzan en junio de 1988 y terminan en abril de 1989 con el descubrimiento de las fosas de Santa Elena. Para protegerse de los malos espíritus, un mayombero debe confeccionar una nganga o caldero mágico, cuyo método de preparación es un secreto muy bien guardado. A ingredientes como pedazos de madera, cigarros, cadáveres de animales, una herradura y especias, el mayombero debe agregar la sangre, la cabeza, los dedos de los pies y de las manos, las costillas y las tibias de un cadáver, cuyo cerebro deber estar todavía intacto dentro del cráneo, lo cual entraña un cadáver (o kiyumba) todavía relativamente fresco, pues así el cerebro del kiyumba puede pensar y actuar mejor. El mayombero es un mago que practica la magia negra y que busca preferentemente el cerebro de un criminal o de un loco. Los cadáveres de los blancos son los más apreciados, pues la tradición dice que se puede influir más fácilmente en el cerebro de un blanco que en el de un negro…

Para el autor de asesinatos rituales, la tortura es un elemento esencial. El alma de la víctima debe aprender a temer por toda la eternidad a su verdugo con el fin de hallarse totalmente sujeta a él. Según las primeras declaraciones de Sara Aldrete a la policía (después negadas), ejecutó ella misma a varias personas, entre las cuales Gilbert Sosa, un ex policía convertido en traficante de drogas. Delante de los miembros del culto, ordenó que Sosa fuera colgado por el cuello, con las manos libres para que pudiera sobrevivir agarrándose a la cuerda. Luego, lo sumergió en un barril lleno de agua hirviendo. Mientras grita de dolor y trata de evitar ahogarse, Sara le arranca los pezones con unas tijeras. El rito tenrmina cuando los participantes beben una sopa formada con la sangre de la víctima, su cerebro y otros pedazos del cadáver. Están convencidos de que les ha invadido un poder fabuloso. Otra vez, es Elio quien mantiene a la víctima con vida después de haberle cortado el pene, las piernas y los dedos de las manos. Elío le abre el pecho de un machetazo, agarra el corazón y, sin ni siquiera desprenderlo, lo muerde a dentelladas mientras el moribundo lo mira.

La muerte de un «gringo»

Adolfo Constanzo necesita a un «gringo», un norteamericano, para que sus clientes se vuelvan invulnerables. El 14 de marzo de 1989, hacia las dos de la madrugada, ordena el secuestro de Mark Kilroy en una callejuela de Matamoros. Al darse cuenta de la desaparición de su hijo, James y Helen Kilroy remueven cielo y tierra para encontrarlo. Primero se topan con cierta indiferencia de las autoridades policíacas de ambos lados de la frontera, que se inclinan a pensar en una fuga juvenil. Los medios de comunicación tampoco se interesan por el caso. Para sacar a la policía de su pasividad, James Kilroy va a Matamoros el 18 de marzo y distribuye carteles pidiendo información sobre su hijo. Los periódicos empiezan a publicar notas sobre el caso y el 16 de marzo, un famoso programa de televisión, Los más buscados de América, que reconstruye sucesos extraños y que cuenta con más de veinte millones de espectadores, decide ocuparse del caso.

La desaparición de Mark Kilroy ocurre en un mal momento de las relaciones mexicano-norteamericanas. México, enormemente endeudado con los bancos norteamericanos debido a la baja del precio del petróleo es objeto de reproches por su falta de colaboración con la DEA (la Drug Enforcement Agencv norteamericana) y por su manga ancha con los jefes dé la droga. El presidente Salinas desea cambiar esta desastrosa imagen. Cuando la desaparición del joven Kilroy empieza a hacer ruido, la policía mexicana recibe la orden de actuar a fondo para encontrarlo.

El 9 de abril, el joven Serafín Hernández García rueda a toda marcha por la carretera de Brownsville a Matamoros; va a anunciar a Adolfo que se ha entregado un importante envío de droga. El comandante Juan Benítez lo detiene creyendo que se trata de un simple contrabandista de droga. El mismo día, Elio Hernández, Sergio Martínez y David Serna, miembros del culto que se hallan bajo vigilancia desde hace unos días, van a parar a la cárcel al fado del joven García. La actitud de los detenidos asombra a los policías. Ríen, se declaran invulnerables, afirman que su alma está muerta y se burlan de los policías federales.

Tiene lugar un interrogatorio «a la mexicana», para conseguir «confesiones espontáneas» de los detenidos; consiste en agitar una botella de agua mineral con gas, cuyo gollete se hunde luego en la ventana de la nariz del detenido. Este procedimiento no deja huellas, ni siquiera cuando se repite, pero resulta muy doloroso para los sospechosos, que tienen la impresión de que les va a estallar la cabeza. A veces pierden el oído o la vista. Los fieles de Adolfo sueltan la lengua y sus confesiones coinciden. Y, luego, un viejo ranchero, Reyes, reconoce a Mark Kilroy en una fotografía.

Termina la busca de Mark Kilroy y comienza la pesadilla.

Trescientos policías acosan a los mayomberos

Los registros comienzan con el descubrimiento de catorce cadáveres horriblemente mutilados. El 23 de abril, a petición de la policía, un curandero exorciza los malos espíritus del rancho Santa Elena y luego prende fuego al templo de Adolfo Constanzo.

Trescientos policías trabajan día y noche para encontrar a Adolfo Constanzo, Sara Aldrete y sus cómplices. Durante las tres semanas de su huida a través de México, Adolfo, que ha reunido mucho dinero en efectivo en sus diversos escondrijos, intenta negociar con las autoridades mexicanas amenazando con revelar los nombres de los personajes que participan en su culto, pero esto pesa poco comparado con la atrocidad de sus actos. La policía se muestra intransigente. A comienzos de abril, Adolfo se refugia, con sus últimos fieles, en un apartamento de la calle Río Sena, de la ciudad de México.

Sara Aldrete, percatándose de que se acerca el fin, hace llegar mensajes a la policía. Se ha mantenido en secreto la naturaleza de esas negociaciones, pero puede creerse que le reconocerán circunstancias atenuantes cuando se la juzgue. El 6 de mayo, la policía se prepara a dar el asalto. Aquella mañana, Adolfo hace jurar a sus compañeros un pacto de suicidio mutuo si la policía los rodea. Uno de los fieles se da cuenta de la presencia de policías de paisano y avisa a Adolfo. Excitado, Álvaro de León, llamado el Dubi, abre fuego contra los policías de la calle, pero sin alcanzar a ninguno. Adolfo pide a el Dubi que lo mate con su amante Martín Quintana. «Le contesté que no podía hacerlo», contó luego el Dubi, «pero Adolfo me pegó en la cara y me amenazó con los peores tormentos del infierno. Luego, besó a Martín Quintana y se encerró con él en un armario. Y entonces me decidí a dispararles a través de la puerta con mi pistola ametralladora».

Unos instantes después, la policía entra en el apartamento y detiene al Dubi, Sara Aldrete y Omar Ochoa. Con los sospechosos muertos o encarcelados, sólo queda esperar el desarrollo judicial de este caso de asesinos en serie.

Sin embargo, permanecen sin aclarar algunos puntos.

Cabe preguntarse por qué la policía suspende bruscamente la busca de cadáveres alrededor del rancho Santa Elena cuando el interrogatorio de algunos sospechosos, especialmente de Álvaro de León, deja suponer que hay otras víctimas enterradas.

Ciertas informaciones oficiosas indican que la policía descubrió varios altares de sacrificios ensangrentados en apartamentos de la ciudad de México gracias a los datos facilitados por María, la joven hermana de Martín Quintana. En por lo menos uno de esos apartamentos se habrían encontrado vestidos ensangrentados de niños. ¿Hubo niños víctimas del culto en la ciudad de México? Sobre este punto, la policía mexicana permanece callada. ¿No se deberá esto al hecho de que algunos de esos apartamentos pertenecen a personajes muy bien situados en las alturas?

Finalmente, cuando fue destruido el rancho Santa Elena el 23 de abril de 1989 la policía se llevó un solo objeto: el famoso nganga. Unos días más tarde los periodistas de Brownsville piden que se les deje ver ese famoso caldero. Primero les contestan que lo han destruido; luego, que se ha perdido. Hoy en día, nadie sabe dónde se encuentra…


Adolfo de Jesús Constanzo

Última actualización: 24 de marzo de 2015

LA MATANZA – El discípulo del diablo

Un control en una autopista fronteriza lleva a la policía mexicana hasta un solitario rancho, donde descubren un verdadero arsenal de armas y drogas. Y se topan con las pruebas de un crimen mucho más terrible, un crimen que les enfrentaría a un demoniaco «Padrino» y a su jauría de sanguinarios y satánicos asesinos.

Dos de la mañana del martes 15 de marzo de 1989. Mark Kilroy no ha cruzado la frontera de Matamoros para volver a Estados Unidos. La ciudad fronteriza mexicana seguía llena de juerguistas pasándoselo en grande. Sobre todo muchachos universitarios de Texas disfrutando de los típicos días de asueto de primavera. El jolgorio y las borracheras se habían prolongado durante varios días sin parar. Mark y sus amigos de Santa Fe estaban cansados y agradablemente contentos tras las infinitas rondas de copas. Mark Kilroy, un estudiante de Medicina de veintiún años de la Universidad de Texas, parecía estar cosechando un tardío éxito con una chica. Se trataba de una preciosidad que acababa de participar en un concurso para elegir a “Miss Morena”, celebrado a mediodía en la playa de South Padre, un centro de veraneo situado en la zona norteamericana.

A las dos de la mañana la gente comenzó a retirarse. Los cuatro amigos, agotados y con una buena borrachera, decidieron dar la fiesta por terminada. Salieron fuera del local. El aire de la noche era fresco y agradable. Se unieron a la tambaleante procesión de muchachos que se dirigía hacia el puente que marcaba la frontera entre México y Estados Unidos.

Bill Huddleston, el amigo íntimo de Mark, tuvo que pararse en un oscuro callejón para aligerar las muchas cervezas. Al volver, vio a Mark caminando en medio del gentío. Parecía estar hablando con un joven mexicano. Bradley Moore y Brent Martin caminaban adelante en dirección al puente y Bill fue hacia ellos. A partir de ese momento la fiesta se transformó en una pesadilla.

El mexicano empezó a hablar con Mark sin que nadie se lo hubiera pedido. “¿Quieres dar un paseo?”, le dijo. Cerca había estacionada una camioneta y otro mexicano estaba sentado al volante. Los estudiantes norteamericanos preferían no mezclarse con los nativos de su misma edad. Solían ser tipos duros que conocían bien la ley de la calle. Pero la negativa de Mark no fue lo suficientemente rápida. El alcohol y el cansancio podían con él. Los mexicanos se dieron cuenta de que titubeaba; lo cogieron en volandas, lo metieron en la furgoneta y el vehículo desapareció de la bulliciosa calle.

El chico se dio cuenta de que corría peligro. El conductor se detuvo en una calleja para orinar y Mark aprovechó el momento; se zafó de sus dos guardianes, saltó de la camioneta y echó a correr. Pero no se había fijado en la furgoneta Chevrolet que les seguía. Dos mexicanos se bajaron y volvieron a atraparle. Le metieron a empujones en la Chrevolet y le amenazaron con una navaja.

Sus amigos empezaron a preocuparse cuando vieron que no aparecía en el puente. Regresaron a México y recorrieron todas las calles y bares de la ciudad, hasta que se hizo de día. A estas alturas estaban muertos de cansancio y se fueron a dormir unas horas a una habitación de hotel de South Padre antes de rellenar un impreso de personas desaparecidas en la comisaría.

Las dos camionetas recorrieron kilómetros a través del campo hasta detenerse frente a un grupo de endebles barracas en una granja. Mark fue obligado a permanecer sentado en una vieja hamaca. Llegaron más hombres; algunos llevaban armas automáticas. Sus esperanzas se desvanecieron. No había forma de escapar. Pasaron las horas lentamente, y al alba, un anciano le dio un poco de agua y una sartén con unos huevos revueltos. Los mexicanos le dijeron que no se preocupara, que no le iba a pasar nada.

A mediodía el joven seguía sentado en la hamaca. Poco después le condujeron a una chabola de contrachapado, y una vez dentro le ataron de pies y manos. Un apestoso olor a podrido enrarecía el ambiente. Nubes de ruidosas moscas se agolpaban sobre algo que había en el fondo oscuro de la barraca. Los mexicanos le obligaron a arrodillarse y le amordazaron con una cinta autoadhesiva pegada a los labios.

Alguien dio, lo que parecía ser, una orden, volvieron a arrastrarlo al exterior y le colocaron sobre una lona alquitranada extendida en el suelo. Detrás de él alguien levantó un machete y le propinó un golpe seco en la nuca. Murió al instante.

La noche del 5 de abril, David Serna Valdez, un homosexual apodado «El Coqueto», se saltó, al volante de un Chevrolet Silverado con placa de Texas, un control de carretera montado por el Ejército mexicano y la Policía Judicial Federal. Durante la última semana la policía había estado «peinando» las carreteras fronterizas con la esperanza de atrapar a algún contrabandista de drogas. La Agencia Antidroga estadounidense debía haber movido los hilos en las altas esferas. Al cabo de una semana, los controles interceptaron enormes cantidades de cocaína y marihuana, por valor de muchos millones de dólares.

Los federales persiguieron al Chevrolet por los polvorientos caminos del desierto hasta una granja llamada Santa Elena. Allí consiguieron arrestar a Valdez y descubrieron una pequeña cantidad de marihuana y cocaína, un mediano arsenal de pistolas, así como once vehículos recién salidos de fábrica equipados con los más modernos teléfonos inalámbricos y sistemas de radio. «El Coqueto» Valdez rebosaba literalmente de seguridad en sí mismo. Alardeaba de que las armas de la policía no podían hacerle ningún daño. Sin embargo, los agentes realizaron otra detención en aquel mismo lugar por pura casualidad: el anciano que cuidaba el rancho. Le mostraron rutinariamente una fotografía de Mark Kilroy y el hombre reconoció inmediatamente al muchacho, al que él mismo le había preparado una comida hacía más o menos un mes.

A través de los números de serie de los teléfonos de los coches, los agentes obtuvieron una lista de nombres y direcciones de lo que parecía ser una nutrida banda de malhechores. En menos de dos días, la policía tenía bajo custodia a Sergio Martínez, apodado «La Mariposa»; a Serafín Hernández Junior y a Elio Hernández, conocido corno «El Pequeño Elio». Estos últimos eran dos pájaros de cuidado: pertenecían a una poderosa «familia» de traficantes de droga que actuaba a ambos lados de la frontera.

Se les sometió a un intenso -y, según dijeron, violento- interrogatorio. Pero al final, los bandidos realizaron declaraciones coincidentes. Todos hablaron de un líder llamado «El Padrino», un mago cubano que les había iniciado en una serie de espeluznantes sacrificios humanos, prometiéndoles inmunidad ante la policía, incluso ante las balas de sus revólveres. Tal como dijera Valdez, todos consideraban que sus almas habían muerto tras la detención. También desvelaron que el mago tenía una cómplice femenina, apodada «La Bruja», una muchacha mexicana, alta y bonita, con educación universitaria, que participaba en los aquelarres y solía iniciar las sesiones de tortura de las víctimas.

El martes 11 de abril, un equipo de la Policía Judicial Federal se desplazó al rancho Santa Elena junto con los miembros arrestados de la banda. Abrieron la puerta de la maloliente barraca y encontraron todos los objetos normalmente empleados en rituales de magia negra.

En una de las paredes se apoyaba un altar improvisado, engalanado con ristras de ajos y guindillas verdes picantes. Pequeñas cazuelas con objetos rituales, abalorios, monedas, cabezas y cuellos de pollos y cabras sacrificadas. Una de las cabezas de cabra estaba atravesada por un pequeño tridente.

También había cajas llenas de velas con la imagen de la Virgen de Guadalupe, la patrona india mexicana. El mugriento suelo estaba salpicado de colillas de cigarrillo, botellas vacías de aguardiente de caña y envoltorios de caramelos. La policía mexicana supo desde el primer momento que se trataba de una banda aficionada a la Santería, un culto practicado por millones de personas en toda América Latina y en las islas del Caribe.

Otros hallazgos confirmaron que el mago ausente se dedicaba a una variedad especialmente horrenda de la Santería. En el centro de la barraca había una palangana, un gran caldero de hierro de unos setenta y cinco centímetros de diámetro, y su contenido explicaba la peste y la gran cantidad de moscas. Estos calderos reciben el nombre de ngangas y juegan un terrible papel en el culto más oscuro de la Santería, el Palo Mayombe, ya que contienen una mezcla de carne y hierbas de la que emanan poderes mágicos. El caldero en cuestión contenía varios palos para remover la mezcla y una especie de sopa espesa a base de sangre semicoagulada cocida con trozos de cerebro humano, pedazos de tortuga, una cabeza de cabra, segmentos de espina dorsal humana, huesos, vísceras de animales y una herradura.

Estaba claro que allí había tenido lugar más de un asesinato. Los miembros de la banda, enormemente excitados, fueron señalando las tumbas de las víctimas. Trece muertos en nueve fosas. La policía localizó el cadáver de Mark Kilroy a un metro de profundidad. Lo desenterraron con la ayuda de una excavadora. Para la identificación resultó de gran utilidad el certificado estomatológico del muchacho, ya que cuadraba con los restos de dentición recuperados. El cuerpo estaba salvajemente mutilado, como el de los demás sacrificados. Habían separado la cabeza del tronco para poder extraer más fácilmente el cerebro, faltaban las articulaciones de los dedos, los genitales y se le había extirpado la espina dorsal. Los otros cuerpos mostraban, asimismo, señales de haber sido desollados.

La policía volvió con Sergio Martínez para desenterrar el decimotercer cadáver en presencia de las cámaras de televisión y los reporteros de prensa. Tras una hora de excavación bajo el sol del desierto, apareció el cuerpo de un muchachito de catorce años, al que le habían abierto el pecho doblando hacia fuera el costillar y también le faltaba el corazón.

Los detenidos siguieron dando detalles de sus actividades. La policía dedujo que el cerebro de la banda tenía que ser un tal Adolfo de Jesús Constanzo. Pero este nombre causó una gran preocupación, ya que se trataba de un sujeto con influencias. Conocía a gente importante, incluso a jefes de policía y personalidades del Gobierno. Los federales también seguían la pista de su sacerdotisa, Sara María Aldrete.

LAS VÍCTIMAS – Corderos para el matadero

Mark Kilroy era un muchacho atractivo, estudiante de medicina. Sus padres son católicos y creen que pasó las últimas horas de su vida rezando.

Ramón Paz Esquirel, un amigo travesti de Adolfo, al que apodaban “La Claudia”. Terminó despedazado en trece trozos abandonados en maletas en la esquina de una calle.

José García Luna. El “pequeño Elio” sólo se dio cuenta de que se trataba de su primo de 14 años tras cortarle la cabeza de un tajo.

Ley y orden al estilo mexicano

Las agencias de policía mexicanas dificultan considerablemente la investigación de crímenes de extranjeros ocurridos en el país. Existen varios cuerpos que compiten entre sí, defendiendo sus competencias y ámbitos territoriales frente a los demás: el Ejército mexicano, la Policía Judicial Federal, la Policía Estatal y la Policía Local.

Los agentes cobran salarios bajísimos -unos 400 dólares anuales (1989) y tienden a preferir sacar tajada de los beneficios criminales antes que efectuar un arresto. Entre 1986 y 1989, mil doscientos agentes federales y locales fueron despedidos, y doscientos enjuiciados por delitos de drogas. Asimismo, se practica la llamada “mordida”, una especie de soborno institucionalizado.

La investigación policial sobre Mark Kilroy se hubiera perdido en algún cajón de un despacho si la víctima hubiera sido mexicana. La investigación que finalizó con la localización de los cadáveres sólo se puso en marcha porque el alcalde de San Antonio, un antiguo compañero del presidente mexicano, presionó en ese sentido.

Vacaciones de primavera

Las vacaciones de primavera son una costumbre del sistema de enseñanza norteamericano. Tras los largos meses de invierno, plagados de exámenes, los estudiantes disfrutan de una frenética semana de asueto. Los tejanos suelen dirigirse hacia la costa y la frontera mexicana, donde disfrutan durante el día del sol y los escarceos amorosos en la playa, y por la noche de los más arriesgados placeres que ofrecen los clubes y bares mexicanos.

No se necesita visado para cruzar la frontera, de manera que los muchachos suelen regresar a Estados Unidos para dormir, Los propietarios de los bares esperan con impaciencia esta riada de clientes primaverales.
Muchos de los estudiantes que van a México no tienen la edad requerida para poder beber alcohol en Norteamérica.

Una vez cruzada la frontera son bienvenidos -junto con sus dólares- en cualquier tasca, restaurante, cantina o club nocturno, Estos establecimientos sobreviven gracias a la más variada clientela.

PRIMEROS PASOS – El ángel demoniaco

Su madre le educó para que continuara la tradición familiar: ser un brujo.

Adolfo de Jesús Constanzo nació el 1 de noviembre de 1962 en Miami, Florida. Era hijo de una pareja de cubanos que acaban de huir de la revolución castrista. Fue creciendo y adquiriendo hábitos impropios de un chavalillo: era excepcionalmente serio, muy limpio y extraordinariamente meticuloso. Su padre desapareció al cabo de un año, y él, su madre y su abuela se trasladaron a Puerto Rico, donde Adolfo disfrutó de un padrastro rico, un negociante puertorriqueño. Pero a la edad de diez años, tras mudarse a Miami, también perdió a su padrastro.

Delia Gonzales del Valle se casó por tercera vez, pero tampoco duró mucho este matrimonio. En la comunidad cubana de Miami todo el mundo sabía que la madre de Adolfo era una sacerdotisa de Palo Mayombe, al igual que su abuela lo había sido en Cuba.

Delia realizaba encantamientos y rituales para los vecinos, y entrenó a su hijo para transformarlo en el poderoso mago que ella creía que era.

El chico salió guapo; a los catorce años ya tenía aspecto de galán de cine y tuvo un hijo. Empezó a proporcionarle clientes a su madre y fue ganándose una reputación de médium, de oráculo y de brujo capaz de predecir el futuro «leyendo» los astros.

En 1983, a los veintiún años, él y su madre se mudaron a México capital, donde le habían ofrecido un trabajo de modelo. Allí hizo muchos amigos y realizó contactos, especialmente entre el submundo homosexual de la ciudad.

Entretanto, su fama como sacerdote de Santería, curandero y profeta fue creciendo. La aristocracia mafiosa mexicana empezó a recurrir a sus poderes para asegurar el buen fin de los «negocios» de drogas. Sus ingresos se multiplicaron por mil, e incluso la policía le consultaba.

Durante esta época su madre le envió a perfeccionarse con otro santero llamado «El Grande». Al volver de su período de «estudio», Adolfo de Jesús introdujo en sus ritos los sacrificios humanos. Había penetrado en el lado oscuro del Palo Mayombe.

Santería y vudú

¿Qué hay de verdad sobre las figurillas pinchadas con alfileres y las ofendas de sangre? ¿Cuál es su origen?

Santería significa literalmente “La adoración de los santos”. A semejanza del vudú haitiano, se trata de una religión sincrética. Es decir, adopta la apariencia exterior de una creencia moderna para disimular otra religión mucho más antigua, poblada de viejos dioses y rituales.

Este “disfraz” nos puede parecer poco consistente, pero permite una especie de convivencia pacífica entre las religiones establecidas y el culto real subyacente. Tanto en la Santería como en el vudú, los dioses proceden de África. Han pervivido en la memoria de los esclavos negros, que los “ocultaron” de sus amos blancos por el sencillo método de dar un nombre cristiano a cada deidad africana. Hoy en día, la diferenciación entre ambos «lenguajes» y grupos de deidades ya no es tan nítida como hace años.

En Haití, el verdadero vudú no tiene apenas nada que ver con las figurillas ensartadas con alfileres o los zombis que tanto gustan a los directores de cine de Hollywood. El vudú o, mejor dicho, «vodún», que quiere decir “espíritu” en el lenguaje «fon», es una religión que asocia los espíritus, los elementos y las pasiones.

Cuba es el centro de la Santería, pero en toda Iberoamérica, las islas del Caribe y Norteamérica hasta Canadá, la gente consulta a los santeros en relación con innumerables problemas. Los rituales pueden consistir en un sencillo regalo a la sacerdotisa para que efectúe un sortilegio o en una celebración masiva con cientos de participantes, horas y horas de baile ininterrumpido y trances. Los sacrificios de sangre se realizan normalmente con pollos que se decapitan durante la ceremonia y están a la orden del día.

Corno casi todas las creencias mágicas, la Santería cuenta con un lado “oscuro” para complementar la magia blanca. Una de estas zonas «oscuras» es la del Palo Mayombe. Mediante el Palo se intenta establecer una relación más estrecha entre el mundo real y el espiritual gracias al empleo ritual de partes del cuerpo humano sustraídas de las tumbas.

Algunas veces, el «palero» alimenta su nganga con su sangre. Entonces el caldero ritual tiende a desarrollar una “gran sed” que ha de ser saciada con sacrificios humanos. Constanzo recorrió el camino del Palo hasta el final, practicando los sacrificios humanos y el canibalismo.

EL TIROTEO – La traca final

Constanzo y Sara huían de la policía. Gracias a sus amistades criminales consiguieron adelantarse a los movimientos de los detectives hasta que les acorralaron en un piso. Entonces, Adolfo decidió organizar un último «sacrificio humano», el suyo propio y el de su amante.

Sara María Aldrete nació el 6 de septiembre de 1968 en Matamoros, donde creció, se casó a los dieciocho años y se divorció a los veinte. En 1985 se matriculó en el Texas Southmost College para cursar un peritaje de dos años en educación física. Era alta, atlética, de casi 1,80 de estatura, y llamaban la atención sus grandes ojos. El Southmost College se encuentra en Brownsville, al otro lado del puente que separa Matamoros de Estados Unidos. Cada fin de semana volvía a México, a casa, donde a finales de 1986 conoció a Constanzo. Su Mercedes chocó con el vehículo de Sara María. Los amigotes de Adolfo se pusieron a increparla, pero él la invitó cortésmente a tomar un café y de paso le leyó las cartas del tarot. Le predijo que alguien muy cercano le contaría un problema y que ella no sabría cómo ayudarle.

A las dos semanas, el novio de Sara, Serafín Hernández Junior, le confió que una rama de la «familia» a la que servía -traficantes de droga- se estaba hundiendo. La chica llamó a Constanzo para contarle que su predicción se había cumplido. Él pareció muy interesado en el tema. Conocía el poder y la riqueza de la que alardeaban los “capos” de la droga en México capital y no le importaba poderse quedar con un trozo del pastel. Sara terminó enamorándose de Adolfo y Serafín no se inmutó -él también estaba cayendo lentamente bajo el encanto del misterioso curandero de acento cubano.

La familia Hernández se dedicaba al contrabando de licores y al tráfico de drogas. El negocio estaba dividido en dos ramas. El padre de Serafín operaba al norte de la frontera y fue arrestado en febrero de 1987. Entretanto, Serafín Junior trabajaba en Matamoros para su tío Elio Hernández Rivería, «El Pequeño Elio». Este último había ampliado el negocio al contrabando de automóviles y armas y a frustrar las operaciones de otras bandas para hacerse con su parte del negocio. Esta actividad resultaba extremadamente peligrosa, sobre todo en lo referente a la cocaína y los colombianos.

Bajo estas fuertes tensiones la familia estaba perdiendo la unidad, pero en ese preciso momento Constanzo apareció en escena.

Tras un corto tiempo como amante de Sara dejó de verse con ella y le ordenó que empleara sus encantos en seducir al «Pequeño Elio». Sara ya participaba activamente en los sacrificios rituales orquestados por Adolfo; se encargaba de iniciar la tortura de las víctimas. A principios de 1988 empezó a acostarse con el tío de Serafin. Este incluso se encargó de presentárselo. No pasó mucho tiempo hasta que «El Pequeño Elio» estuvo convencido de que lo que necesitaba para evitar la disgregación de la familia eran los servicios de un poderoso brujo. Era la oportunidad que Constanzo había estado esperando. Le dijo a Elio que podía iniciarle en los rituales secretos, que era un verdadero superdotado para el «sacerdocio» de la Santería y lo «bautizó» haciéndole incisiones en los hombros, en la espalda y en el pecho; después le «cortó» para iniciarlo en el Palo Mayombe. Sara, Adolfo y Elio se transformaron en la infernal «trinidad» que dirigiría la banda. No obstante, los únicos autorizados a realizar asesinatos rituales eran Elio y Constanzo.

El precio del hábil brujo por restaurar los menguados poderes de la familia consistió en la mitad de las ganancias. Elio, mezclado en los horrendos sacrificios humanos del palero, aceptó. La familia se separó de los «negocios» de Texas. Perdió ese mercado y la infraestructura de distribución, pero Constanzo presentó a Elio sus propios contactos mexicanos. Siguieron más y más sacrificios. Muchas de las víctimas procedían del mundo homosexual tan querido por el brujo. Dos de los «favoritos» de Adolfo solían atraer con engaños a homosexuales a los rituales: Omar Orea Ochoa -la «Dama» de Constanzo-, y Martín Quintana Rodríguez -el «Hombre» de Constanzo.

En junio de 1988 el palero se vio envuelto en una operación de tráfico de drogas que salió mal, y él y los demás secuaces escaparon por los pelos de una trampa policial en Houston dejando abandonado un valioso cargamento por valor de veinte millones de dólares y un altar con velas y hierbas aromáticas que encontró la policía.

Este fracaso socavó seriamente la autoridad del brujo. Para rehacer su imagen participó en varios ajustes de cuentas. Un ex policía de Matamoros, Césare Sauceda, estaba poniendo en peligro los «negocios» de la familia al revelar a bandas rivales cómo los Hernández les engañaban. Mientras tanto, Constanzo había convencido a Elio de qué le dejara usar una barraca del rancho Santa Elena para sus rituales. Era un buen sitio donde guardar los necesarios artilugios, incluyendo la nganga y su horripilante contenido. Sauceda fue raptado y conducido al rancho, pero Elio perdió su sangre fría y se lo cargó de una ráfaga de ametralladora en vez de matarlo según las normas del rito de Palo.

La tierra del rancho vio muchos más asesinatos, ya que el brujo se esforzaba por restablecer su autoridad. El «negocio» empezó a florecer de nuevo gracias a los contactos mexicanos de Adolfo sin tener que recurrir a la rama estadounidense de la familia. En esta época, primavera de 1989, Constanzo ordenó a sus secuaces que le consiguieran «un inglés» para llevar a cabo los rituales que les protegieran al norte de la frontera. Los «ingleses», o gente blanca, eran los preferidos para estos menesteres dado que sus almas ayudaban a controlar las de los blancos vivos. Los estudiantes universitarios estaban disfrutando por entonces de unas cortas vacaciones.

Los federales registraron la casa de Sara mientras desenterraban los últimos cadáveres en el rancho. Su padre les condujo hasta el apartamento, donde lo primero con lo que se toparon en el cuarto de estar fue un altar manchado de sangre. Estaba rodeado de velas dedicadas a Chango/Santa Bárbara y en una esquina del salón la policía halló un mantoncito de ropa de niño empapada en sangre.

Por la tarde del mismo día en que «La Mariposa» había desenterrado el decimotercer cadáver frente a las cámaras de televisión, el jefe de los federales, Benítez Ayala, fue al rancho acompañado de su propio curandero. Ya estaba harto. Los miembros de la banda insistían en que había más cuerpos enterrados, pero Ayala -que solía tener amuletos de la Santería en su mesa de despacho- puso fin a las excavaciones de muertos. El curandero roció la barraca b con agua y pronunció sus sortilegios. Uno de los agentes vio a una paloma blanca encerrada en una caja de cartón. El mago echó gasolina alrededor de la chabola y le prendió fuego. Mientras desaparecía engullida por una nube de humo negro y feroces lenguas de fuego, sostuvo en alto la paloma, viva y aleteando.

Constanzo y Sara María no perdieron el tiempo; había que alejarse como fuera. Se reunieron en Brownsville y volaron hasta Ciudad de México. Por el camino recogieron a otros miembros de la banda.

Los federales de México capital localizaron las agendas de Adolfo en su apartamento. Contenían nombres de personalidades muy importantes que no se podían hacer públicos. Se estableció una especie de carrera entre diferentes cuerpos policiales para capturar al cubano. Un montón de gente influyente tenía buenas razones para que el brujo «desapareciese» cuanto antes.

En los fastuosos automóviles que habían comprado durante la época de vacas gordas, Constanzo, Sara y otros miembros de Matamoros y Ciudad de México formaron una caravana en dirección a la ciudad turístico-costera de Cuernavaca, a unos ciento veinte kilómetros al sur de la capital. No les faltó el dinero: consiguieron lo necesario chantajeando a los “conocidos” de la costa. El grupo siguió huyendo durante tres semanas. Finalmente, regresaron a México capital y se escondieron en el apartamento de un amigo.

El 5 de mayo un chivato de la policía informó a los federales de que había visto a una mujer comprando gran cantidad de víveres en un ultramarinos y pagando en efectivo. La policía ya había recibido una llamada anónima de una mujer denunciando que la banda le estaba obligando a ayudarles.

Al día siguiente, los mismos agentes que en el pasado habían mantenido relaciones poco honestas con Constanzo, se dispusieron a silenciarle para siempre. Poco antes del mediodía, uno de los vigías apostados por el brujo reconoció unos policías de paisano en coches privados. Adolfo echó un vistazo por la ventana. Un grupo de agentes fuertemente armados se disponían a tomar posiciones. Un miembro del grupo, «El Dubi», perdió los nervios y disparó una ráfaga de AK 47 por la ventana.

Los federales respondieron al fuego con ametralladoras. El sacerdote del Palo Mayombe enloqueció al verse atrapado. Amontonó el dinero sobre la hornilla de gas y le prendió fuego. Entonces se volvió hacia los demás y gritó: “¡A morir todos!”

«El Dubi», el más violento del grupo, continuó la lucha contra la policía. Constanzo cogió a su amante, Martín Quintana, y se metió con él en el guardarropa. Tras abrazarle, ordenó al «Dubi» que los matara, pero éste no comprendía bien. Adolfo se levantó y le abofeteó. Acto seguido recibieron una lluvia de balas de la AK 47. Todo había terminado.

Tatuajes rituales

El 90 por 100 de los miembros de la banda detenidos llevaban grabados tatuajes con símbolos de la Santería. Este tipo de tatuajes no suele ser multicolor.

Los especialistas en un determinado tipo de actividad criminal llevan una insignia específica que los identifica. Los “matones” suelen identificarse por el tridente. Los proxenetas suelen llevar la cara de un dado con cinco puntos. Los “ejecutores” muestran un corazón atravesado por una flecha. Los objetos, atributos e insignias de la Santería se pueden comprar libremente en unas tiendas llamadas “botánicos” en casi todas las áreas hispanoparlantes de las ciudades de Estados Unidos.

Conclusiones

Alvaro de Leo Valdez «Él Dubi» fue condenado a 30 años de prisión por el asesinato de Constanzo y Quintana en agosto de 1990. Sara María Aldrete fue absuelta de estos cargos; pero se la sentenció a seis años de reclusión Por «asociación con banda críminal».

«El pequeño Elio», Serafín juníor, David Serna Valdez y Sergio Martínez Salinas («La Mariposa») siguen a la espera de que se celebre el juicio por los asesinatos rituales del rancho Santa Elena, tráfico de drogas y contrabando de armas. Están internados en la cárcel de Matamoros, viviendo inmersos en el lujo. Está claro que la fortuna reunida durante los años de tráfico de drogas les facilita mucho la vida en la prisión.

Aún siguen pendientes las acusaciones contra Sara María y «El Dubi» en relación con los asesinatos del rancho. Ella alterna violentas protestas y afirmaciones de su inocencia con detallados informes sobre lo ocurrido en Santa Elena.

Todos los acusados afirman hoy en día que sus anteriores declaraciones fueron forzadas bajo tortura policial.

El tercer miembro de la banda que participó en el tiroteo de Ciudad de México, Omear Orea Ochoa, murió el 7 de febrero de 1990 de un ataque al corazón y SIDA en un hospital penitenciario.

El Gran jurado de Estados Unidos ha emitido órdenes de arresto y publicado acusaciones oficiales contra los miembros de la banda involucrados en tráfico de droga.

El rancho Santa Elena ha pasado a ser propiedad del Gobierno mexicano. Permanece vacío y sin labrar, ya que nadie quiere acercarse por allí.

 


MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS


Uso de cookies.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies.

ACEPTAR
Aviso de cookies