El asesino de ancianas que mataba a su madre en cada crimen
El asesino de ancianas
Bajo la apariencia de una «bellísima persona», como lo definió una de sus numerosas víctimas, José Antonio Rodríguez Vega se convirtió a los veinte años en «el violador de la moto» y a los treinta, en «el asesino de ancianas».
Cuando Margarita se disponía a entrar en el portal cargada con las bolsas de la compra la puerta se abrió ante ella empujada por un joven de unos treinta años que se apresuró a aliviarle de la carga.
-Oh, gracias… -dijo Margarita-. Ojalá hubiera más personas como usted.
-No se merecen cuando se trata de ayudar a una mujer tan bella.
-Uy, calle… qué cosas dice, a mis ochenta y dos años -se ruborizó encantada con el piropo.
José Antonio era albañil, aunque se daba aires de importancia. De porte agradable, nariz aguileña y fino bigote oscuro, encarnaba la viva estampa del yerno perfecto. Margarita, viuda, vivía sola en un piso bajo que cuidaba con esmero.
«Es precioso pero le iría bien una mano de pintura. Yo se lo puedo hacer por un buen precio -le propuso el joven entrando con las bolsas-. No encontrará a nadie tan cuidadoso como yo». Ese día la anciana dijo que no hacía falta pero después de varios encuentros deliberadamente fortuitos propiciados por José Antonio se ganó su confianza y acabó pintando.
La noche del 6 de agosto una hermosa luna llena regaba de plata las aguas de la costa santanderina. «Le he puesto un coñac para celebrar lo bien que ha quedado el piso», le ofreció con amabilidad Margarita, que esa noche lo había invitado a pesar de las constantes recomendaciones de su hijo de que nunca le abriera la puerta de noche a un desconocido. Pero es que ese joven tan dispuesto siempre a ayudar ya no era un desconocido sino «una bellísima persona», había comentado la anciana días atrás a su vecina de al lado cuando ésta lo vio entrar con naturalidad en su casa.
-¿No hace mucho calor para un coñac? -respondió José Antonio-. Una noche como ésta pide algo más refrescante.
-Tienes razón, ¿prefieres un bitter con hielo? -sugirió inocente la anciana.
-No me refiero a eso…
Se la quedó mirando fijamente. José Antonio tuvo una sensación repentina que no supo identificar de forma consciente. Cerró los ojos un segundo y su interior fue invadido por un instintivo deseo de vengarse de las mujeres que habían pasado por su vida.
Un impulso que se apoderó de él, igual que ocurría cuando violaba. Se aproximó a ella. Le tapó la boca con la mano, en un brutal forcejeo en el que zanjó la resistencia de la mujer arañándola en la cara y golpeándole la cabeza contra la pared provocando que la dentadura postiza acabara clavándose en la tráquea, hasta que Margarita dejó de respirar y se desvaneció como un pájaro sin alas.