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Día: 5 octubre, 2017

  • ADN, 151 puñaladas, unas Nike del 44,5 y testigos: los pilares del crimen de Almonte

    Francisco Javier Medina Rodríguez
    05/10/2017

    Francisco Javier Medina Rodríguez.

    El juicio contra el hombre que presuntamente mató en 2013 al marido y la hija de su entonces pareja sentimental queda visto para sentencia tras una intensa acumulación de hechos objetivables.

    La Guardia Civil resolvió el asesinato de Eva Blanco 18 años despuésde que la joven fuera apuñalada en Algete (Madrid) en una lluviosa noche de abril. El ADN encontrado en su cuerpo condujo a los investigadores en 2015 hasta la localidad francesa de Besançon.

    Allí había huido con su familia el asesino, Ahmed Chelh, que no imaginaba que tantos años después pudieran descubrirlo. A los cuatro meses de su detención, se ahorcó en la cárcel con unos cordones de zapato.

    En el crimen de Almonte, que quedó este miércoles visto para sentencia, también hay ADN, pero la lista de pruebas contra el único procesado es mucho más extensa. Tras un mes de sesiones en la Audiencia Provincial de Huelva, el jurado tiene que decidir ahora si Francisco Javier Medina mató al exmarido y a la hija de su antigua pareja, Marianela Olmedo, otra noche de abril de 2013.

    Las víctimas, Miguel Ángel (39 años) y María Domínguez (siete años), fueron encontrados en un sobrecogedor escenario de violencia en la misma casa que ambos habían compartido con Marianela hasta que, solo 20 días antes del asesinato, esta se fue a vivir con Medina. Los forenses contaron en la piel de sus cuerpos 151 puñaladas.

    Las pruebas más contundentes contra el acusado, y que desencadenaron su detención 14 meses después del crimen, aparecieron en tres toallas limpias de dos baños distintos de la vivienda. Utilizando la tecnología más avanzada, facultativos del Servicio de Biología del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses encontraron células epiteliales suyas entre esos tejidos de algodón.

    Medina llevaba tres años sin pasar por esa casa, pero alegó que su ADN pudo llegar hasta las toallas de forma indirecta por los contactos físicos que mantenía con Marianela. Forenses de la defensa han avalado esa tesis.

    Sin embargo, los expertos de Toxicología han desmontado esa coartada al recordar que el ADN se deteriora enormemente cuando un tejido se lava en lavadora con agua caliente y lejía, que fue lo que hizo Marianela justo antes de poner las toallas en los baños días antes del crimen.

    Los especialistas han declarado a lo largo del juicio que la presencia de células del único sospechoso en esas tres prendas no puede ser el resultado “ni de una transferencia puntual ni de un hallazgo casual”. Su rastro era “masivo”, compatible con que las hubiera usado. En ese acto, la “fricción” de sus manos contra el algodón habría provocado la descamación de las células de su piel.

  • Ana Belén Jiménez asesinada de un hachazo por su marido

    Ana Belén Jiménez
    05/10/2017

    Ana Belén Jiménez

    Tenía 44 años y trabajaba en un colegio de Álava. Estaba en trámites de separación con su marido, Agustín, ahora detenido como principal sospechoso.

    Ana Belén Jiménez Hurtado tenía 44 años. Vivía en Lantarón (Álava), concretamente en el pequeño pueblo de Turiso. Llevaba 12 trabajando en el colegio público Unamunzaga Ribadellosa, un centro de preescolar y primaria situado en la provincia de Álava.

    Vigilaba a los niños en el autobús y en el comedor. Los recogía bien pronto por la mañana y los dejaba en el colegio a eso de las nueve. Era la primera en subirse al autocar. Luego tenía hueco hasta la hora de comer. Volvía al centro, comía allí con las profesoras, vigilaba en el recreo y, finalmente, volvía a subirse al autobús para llevar a los chiquillos a sus casas. Así era al término de cada jornada. Una amiga suya lo recuerda perfectamente. «Era feliz».

    Este martes no regresó al colegio a la hora de comer. No pudo acompañarles, uno por uno, a sus respectivas paradas. Esa misma mañana fue presuntamente asesinada por Agustín Herrero Bedoya, su marido. De un fuerte y contundente golpe en la cabeza provocado por un hacha, según las fuentes policiales.

    Ana apareció muerta en el asiento trasero de su Renault Scénic en Miranda de Ebro. Todo estaba lleno de sangre, incluso la carrocería del vehículo aparcado al lado del suyo. La mujer presentaba un «golpe contundente en la cabeza». Nadie pudo hacer nada por su vida. Su marido fue detenido a las horas como el principal sospechoso del asesinato.

    Ana era la monitora del colegio en los autobuses y también en la hora del comedor. Su rutina era todos los días la misma. Se levantaba pronto y se subía la primera en el autocar. Era quien le daba la bienvenida a los chavales.

    La rutina de su jornada es la que queda descrita en las primeras líneas de esta historia. Así día tras día. Pese a todo, aquello le hacía feliz. «También era la última en despedirles a cada uno en su parada. No sólo se encargaba de velar por ellos en el viaje. También de que recobraran fuerzas a la hora de comer», relata una amiga y compañera de trabajo a este periódico.

  • Historia de una asesina compulsiva

    Remedios Sanchez, asesina de ancianas
    05/10/2017

    Remedios Sánchez, asesina de ancianas

    Remedios Sánchez fue condenada a 144 años de prisión por matar a tres desvalidas mujeres en 2006. Sembró tal terror en Barcelona que los Mossos d’Esquadra barajaron pedir a las ancianas que no salieran de casa. ¿Cuál fue la espoleta de un frenesí asesino que le hizo pasar de una vida normal a estrangular a mujeres indefensas? La pregunta sigue sin respuesta.

    Dolores preparaba unas albóndigas para su nieto cuando sonó el telefonillo. EraMari, que quería subir un momento a contarle algo. La mujer no tenía ganas de nada, así que le dijo que estaba ocupada con el guiso. Cuatro días antes, su mejor amiga, Josefa Cervantes, Pepita, había aparecido estrangulada con un tapete de ganchillo en el salón de su casa. Dolores no había salido a la calle desde entonces.

    Tenía miedo y una inmensa tristeza. Mari insistió, nerviosa. Serían solo cinco minutos. Después preguntó por Pepita. «La han matado, a la pobre», le respondió la temblorosa voz al otro lado del portero automático. «Ha sido horrible, horrible… ¿Quién ha podido hacerle algo así, a ella, que nunca molestó a nadie?», sollozó Dolores.

    Mari se mostró muy sorprendida y se marchó. Dijo que volvería más tarde, pero no lo hizo. Era ella quien había matado a Pepita. Las dos amigas la habían conocido tan solo una semana antes. Se paró a hablar con ellas en la calle, junto al café Sidney del paseo de Maragall, en el barrio del Guinardó (Barcelona).

    «Era una mujer de unos 50 años. Nos dijo que no se sentía bien y que no encontraba las llaves de su casa, así que la invité a la mía a tomar una manzanilla», recuerda Dolores, aún estremecida con los acontecimientos de aquel verano de 2006. «Como tenía comida de sobra, se quedó a almorzar. Era muy amable, me contó que tenía dos hijos». A los postres llegó Pepita. Se cayeron tan bien que Mari le pidió su dirección para ir a visitarla alguna vez.